Shaima Saidani es una niña marroquí que ayer comenzó a ir a una escuela pública de Gerona cubierta con un velo. La Generalidad de Cataluña ha autorizado esta situación después de que los responsables del centro educativo hubieran vetado, razonablemente, la presencia de la prenda.
Vayamos por un momento al plan puesto en marcha por Ratzinger para modernizar la Iglesia Católica. Supongamos que junto a la propuesta estrella de poder oficiar misa en latín –lengua actualísima–, el Papa decretara que, para evitar actos y miradas impuras, en los centros católicos las chicas tuvieran que llevar velo. ¿Se imaginan las voces histéricas de determinadas personas y colectivos? ¿Y las acusaciones –justificadas– de machismo contra el Vaticano? Bueno, pues todos estos y todas estas que chillarían en ese momento, son los mismos y las mismas que ahora callan y salen con la canción del respeto a todas las creencias para defender la presencia de velos en las escuelas públicas. Ya hemos visto los dobles raseros de los y las que defienden, por ejemplo, la obligación de la Universidad de Granada de realizar, en sus comedores, menús sin carne de cerdo para estudiantes islámicos, pero pondrán el grito en el cielo cuando los estudiantes católicos pidan menús sin carne para los viernes de Cuaresma. Y si en el tema del condumio en lugares sostenidos con dinero público, la respuesta debiera estar tan clara como con lo de las lentejas, que quien quiere las come y quien no las deja, igualmente clara debería estar en el tema del velo.
La madre de Shaima la ha cambiado de colegio porque en el anterior estaba discriminada. Hemos visto fotos de la niña en este periódico –velada y con una falda monjil que sólo deja visibles sus pies– y habrá que preguntarse si la discriminan los niños o la martirizan los padres. Lo que es seguro es que el calvario será peor cuando Shaima sea adolescente y no pueda hacer cosas propias de la edad, perdiendo tantas cosas que quedarán ahogadas bajo el velo.
Desde luego cada uno es muy libre de vestir cómo le venga en gana. Y de llevar una cadenita de plata con una cruz, una media luna o una estrella de David. De lo que uno no puede ser libre –por lo menos, y por suerte, en Occidente– es de obligar a su mujer o a su hija a enclaustrarse de por vida dentro de un vestido para evitar que las miren otros hombres. Poco hemos conseguido si después de tanto luchar para que un hombre no pueda pegarle a su mujer impunemente, nos parece normal que una niña sea encerrada bajo un velo (¿les parecerá bien, mañana, a los multiculturalistos y a las multiculturalistas que una niña acuda con burka a la escuela?) porque su padre quiere conservarla intacta de miradas hasta que la venda a algún macho que continúe esta espiral de sometimientos. La escuela laica debe respetar todas las creencias, pero rechazando el sometimiento femenino que propugnan algunas creencias: por respetar cierta religión no se nos puede colar el respeto al machismo. A no ser que ahora nos estén inventando otro laicismo.
(Publicado en Diario IDEAL el 4 de octubre de 2007)
Vayamos por un momento al plan puesto en marcha por Ratzinger para modernizar la Iglesia Católica. Supongamos que junto a la propuesta estrella de poder oficiar misa en latín –lengua actualísima–, el Papa decretara que, para evitar actos y miradas impuras, en los centros católicos las chicas tuvieran que llevar velo. ¿Se imaginan las voces histéricas de determinadas personas y colectivos? ¿Y las acusaciones –justificadas– de machismo contra el Vaticano? Bueno, pues todos estos y todas estas que chillarían en ese momento, son los mismos y las mismas que ahora callan y salen con la canción del respeto a todas las creencias para defender la presencia de velos en las escuelas públicas. Ya hemos visto los dobles raseros de los y las que defienden, por ejemplo, la obligación de la Universidad de Granada de realizar, en sus comedores, menús sin carne de cerdo para estudiantes islámicos, pero pondrán el grito en el cielo cuando los estudiantes católicos pidan menús sin carne para los viernes de Cuaresma. Y si en el tema del condumio en lugares sostenidos con dinero público, la respuesta debiera estar tan clara como con lo de las lentejas, que quien quiere las come y quien no las deja, igualmente clara debería estar en el tema del velo.
La madre de Shaima la ha cambiado de colegio porque en el anterior estaba discriminada. Hemos visto fotos de la niña en este periódico –velada y con una falda monjil que sólo deja visibles sus pies– y habrá que preguntarse si la discriminan los niños o la martirizan los padres. Lo que es seguro es que el calvario será peor cuando Shaima sea adolescente y no pueda hacer cosas propias de la edad, perdiendo tantas cosas que quedarán ahogadas bajo el velo.
Desde luego cada uno es muy libre de vestir cómo le venga en gana. Y de llevar una cadenita de plata con una cruz, una media luna o una estrella de David. De lo que uno no puede ser libre –por lo menos, y por suerte, en Occidente– es de obligar a su mujer o a su hija a enclaustrarse de por vida dentro de un vestido para evitar que las miren otros hombres. Poco hemos conseguido si después de tanto luchar para que un hombre no pueda pegarle a su mujer impunemente, nos parece normal que una niña sea encerrada bajo un velo (¿les parecerá bien, mañana, a los multiculturalistos y a las multiculturalistas que una niña acuda con burka a la escuela?) porque su padre quiere conservarla intacta de miradas hasta que la venda a algún macho que continúe esta espiral de sometimientos. La escuela laica debe respetar todas las creencias, pero rechazando el sometimiento femenino que propugnan algunas creencias: por respetar cierta religión no se nos puede colar el respeto al machismo. A no ser que ahora nos estén inventando otro laicismo.
(Publicado en Diario IDEAL el 4 de octubre de 2007)
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