jueves, 31 de julio de 2008

PROGRE... PERO FASCISTA



Seguramente todavía habrá quien piense que Izquierda Unida es un paradigma para la izquierda en España (ellos prefieren hablar de “este país” o del “Estado”). Seguramente habrá quienes piensen que el gobierno de Cataluña, formado por la suma de tres fuerzas nominalmente de izquierdas, es el no va más del progresismo mundial. Bueno, pues para aclarar toda duda ha salido a la palestra pública Lluis Suñé, un concejal de Torrendembarra (Tarragona). Un concejal de ICV-EUiA, la marca catalana de IU –que tan unida está que en cada sitio se presenta con un nombrajo–, ha puesto las cosas en su sitio, para clarificar dudas: la imagen que ilustra esta entrada apareció en el blog del citado sujeto.

Yo creía que este tipo de insultos era propio de los años de la Alemania nazi. Yo creía que estas imágenes cuadran con el resurgir fascista que viven en Italia. Yo creía que este desprecio hacia colectivos enteros era propio de quienes piensan que la raza o la clase social o el lugar de nacimiento marcan y justifican diferencias políticas y sociales. Pero yo estaba equivocado: ahora, este insulto a los extremeños en su conjunto resulta que es progresista. Que es de izquierdas. Ya lo hemos visto: un concejal del partido que sigue considerándose guardián de las esencias izquierdistas en el trozo de la península ibérica que no es ni portugués ni británico, un concejal que seguramente presumirá de archiprogre, tiene claro que se puede ofender gratuitamente a lo extremeños. ¿Cómo lo justifica? Son pobres y, por tanto, son escoria. Son escoria para los nacionalistas catalanes y, suponemos, también para los vascos, que eso llevan la marca racista desde que Sabino Arana comenzará a contar sus imbecilidades.

Al final la cabra siempre tira al monte y los nacionalistas tienen la marca de la xenofobia tan profundamente asumida que les tira más que las ideas progresistas, que para ellos no son sino cosmética. Entre el tonto de las bombillas y el tonto del apadrinamiento de los niños extremeños anda la izquierda. Pero no nos engañemos: esta gentuza nazionalista de IU, PSC o ERC es mucho más peligrosa que el cipote bombillero. Entre Montilla o Puigcercos o Saura y Miguel Sebastián, me quedo con Sebastián, que ese con sacarle brillo a las bombillas va servido: los otros algún día pedirán que se monten campos de concentración rodeados de alambres, como están haciendo los neofascistas en Italia. Es cuestión de esperar, porque siempre hay un día en que el odio congénito al nacionalismo se desborda.

miércoles, 30 de julio de 2008

UN TONTO Y DOS BOMBILLAS



Es que cada vez me lo explico menos: ¿cómo hemos podido los españoles vivir sin él desde los tiempos de don Pelayo? ¡Qué ideas! ¡Qué ingenio! ¡Qué capacidad política! ¡Qué visión de futuro! El que este país no haya tenido un Miguel Sebastián en cada generación política explica los grandes males padecidos. Tanto debatir escritores y filósofos sobre los males de la patria, tanto “me duele España” y tantas revoluciones y guerras, monarquías y repúblicas y golpes de estado, tantos federalistas y centralistas, tanto vaina y tanto digno en nuestra historia intentando, cada uno a su modo, convertirnos en un país simplemente civilizado, y resulta que la explicación es más sencilla que todo eso: nuestra gran carencia de siglos ha sido la de no tener un Miguel Sebastián cada quince años y por el simple hecho de nombrarlo ministro, ZP debería tener una calle dedicada en cada pueblo.

Se preguntarán algunos que a cuento de qué viene todo este panegírico del Ministro de Industria. Muy fácil: ¿recuerdan ustedes como hace un mes el citado sujeto nos clavó la navaja en los riñones y comenzó a atracarnos, sin fecha de caducidad, a favor de las eléctricas? ¿Recuerdan ustedes como el Ministro feliz le dio un subidón al recibo de la luz y cómo acabó con la tarifa nocturna, pasándose por el arco del triunfo los contratos legales de millones de familias españolas? (Bueno, si no lo recuerdan no se agobien, que el próximo recibo de la luz volverá a traer a la santa madre del Ministro a la punta de sus lenguas.) Pues ese mismo Ministro que ejerció de “Tempranillo” o de Robin Hood, pero en este caso a favor de los ricos, ahora quiere compensar sus felonías y promete regalarnos un par de bombillas de bajo consumo. Ea, esa es su feliz idea: dos bombillas para cada familia española. Cuatrocientos euros, un cinturón con treinta agujeros para apretárnoslo bien, una taza de paciencia y optimismo… y dos bombillas: hay crisis, pero ZP tira la casa por la ventana.

Los hay que son tontos a tiempo completo, que parece ser la manera más fácil de llegar a ser ministro. Pero lo de Miguel Sebastián es distinto: necesitaría días de 50 horas para poder desplegar toda su simpleza, tan tonto es. Si no fuese porque aplaude el robo de las eléctricas, hasta podría darnos pena este personajillo que es ministro como recompensa por su éxito electoral en Madrid. O como premio por ser el más capullo de su clase.

P.D. Prometo a los visitantes de este Cuaderno que nunca más volverán a ver por aquí una foto de este personaje. Hoy era obligatorio, pero ya no se repetirá. Palabra.

viernes, 25 de julio de 2008

CANCIÓN DE LA DERROTA



Otra vez el verano trae una derrota, otra vez se nos ha roto un espejo cuando estábamos a punto de atravesarlo, cuando casi podíamos tocar con las yemas abiertas de los dedos la luz del otro lado: “yo que nunca podré ser brillante, ni triunfar en la vida”. Otra vez nos hemos cortado y hemos sangrado, y si no lloramos es porque –aún– nos quedan la dignidad y la vergüenza y el orgullo suficientes como para que no nos vean humillados los que viven felices humillando. Se han partido las piernas de nuestra esperanza: pero –tambaleantes, ciegos de lágrimas resecas– seguiremos caminando. Aunque sea ya sólo para sobrevivir y para que no naufrague en las desilusiones el hijo que viene de camino: me debo a él y al vientre donde duerme y su felicidad tendrá que vencer esta tristeza que ensucia los veranos. Una semana puede envejecernos con muchas edades –en un segundo se agosta la esperanza–, y sin embargo hay que seguir remando: porque nos quedan la dignidad y el orgullo y la vergüenza suficientes, ya lo he dicho, que se murieron los sueños pero queda la vida, la pura vida desnuda de alegrías.

No son felices estos días de julio. No sé si podrán serlos los de agosto y serán penosos –seguro– los de septiembre y octubre. Vivir es, a partir de hoy, este naufragio y mirar hacia la costa provoca angustias: está roto el navío y vacío el camarote, están desechos los remos y el velamen. “Me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado”: es esa la derrota que hemos instalado en las estancias sombrías de nuestra existencia. Nada hemos logrado y nos lo recuerda el poeta. Habrá, pues, que aprender a vivir con las manos vacías de triunfos. Habrá que aprender a caminar para acabar siempre topando contra los muros altos tras los que nuestra vida se encerró no sabemos cuándo. Habrá que tragarse los nudos como de arena reseca y resignarse a vivir en la pobre vida que nos tocó vivir. Es mentira que elijamos nuestra vida, o al menos no podemos elegirla los que no nacimos niños bien: nos elige a nosotros la vida y las inclemencias se vuelven resistentes pese a nuestras luchas, y crecen los reveses a nuestro alrededor como la hiedra gris por las paredes del otoño. Los hay que nacen para vivir entre algodones y canonjías: otros nacen para ser supervivientes de todas las derrotas. Nos tocó lo segundo, nos tocó jodernos. Así es la vida.

¿Qué importan ya las magnolias o los vencejos o los cielos azules de esta estúpida ciudad que es una cárcel? ¿Qué importa el verano si tiene un nudo azul de plomo la mañana? No hay que esperar ninguna primavera, pues nada florecerá en los páramos de nuestra vida: las tormentas han barrido y limpiado la era de las esperanzas. Estamos solos y somos nada más un número que sumar a la lista infinita de todos los que en la historia mascaron la derrota. Nos escuece el alma: sólo queda pedir perdón a los lectores por estas palabras amargas. Lo siento, sí: pero no puede escribir de otra manera un derrotado.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el 24 de julio de 2008)

miércoles, 23 de julio de 2008

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA



“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.” Así comienza El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, uno de esos libros que se convierten en un tesoro del alma y que hacen que uno se sienta orgulloso de tener como patria del idioma un espacio que rebasa la mera patria física. En El amor en los tiempos del cólera la lengua fluye con una naturalidad sorprendente: ¿cómo se puede escribir tan endemoniadamente bien? ¿Cómo es posible conseguir un español tan hermoso, tan limpio, tan hondo, que cale tan profundamente en la memoria y los sentimientos del lector? Porque eso, y no otra cosa, es lo que hace García Márquez en este libro inolvidable.

Bueno, esto y levantar en nosotros esa nostalgia de Hispanoamérica que tenemos. Ya lo he dicho antes: mi patria no es solo España sino cualquier lugar del mundo en el que se hable la hermosa lengua de Castilla. Por eso nunca, cuando he tenido que cruzar mi trabajo con sus vidas, he sentido como extranjeros a los colombianos que conocí, o a los peruanos o los ecuatorianos que vienen a buscarse la vida en la Feria. Por eso no considero extranjero a un argentino cuando, en una mesa de un café de Úbeda, lo oigo hablar con su lengua que nos dice otras latitudes en las que un día construimos una aventura apasionante. Esta novela ha hecho que aflore esa parte de mi corazón que quisiera cruzar el océano y perderse por las plazas de Cartagena de Indias para encontrar unos ojos como los de Fermina Daza. Porque mi corazón tiene nostalgias americanas: de Cartagena, sí, pero también del malecón La Habana y la Plaza de Mayo de Buenos Aires, de La Moneda en Santiago de Chile, de las catedrales de Lima o de Bogotá o de Quito, del Zócalo mexicano, del océano rompiente en Valparaíso... Me moriré incompleto porque nunca podré saciar esta nostalgia de español errante que sólo puede ser español descubriendo a su patria en las calles y las plazas de Hispanoamérica: tal vez nunca pise las calles de Cartagena de Indias -¡qué nombre tan hermoso con tanta historia y tanta unión entre las dos orillas hispanas dentro!–, pero después de El amor en los tiempos del cólera seré ya siempre un enamorado de ella. Y en las tardes de la vida soñaré con mirar el mar desde sus plazas o desde sus balcones, y soñaré con remontar en un viejo vapor el río Grande de la Magdalena para descubrir en algún lugar de América que “la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.”

Sea cómo fuera el caso es que la lectura de El amor en los tiempos del cólera es imprescindible: uno descubre entonces lo enormemente bella, lo enormemente triste, lo grandemente dulce y limpia que pueda ser nuestra lengua. Y al doblar la última página sólo queda volver a la primera y comenzar de nuevo, agradeciéndole a Dios que García Márquez haya existido para cruzar nuestro destino de lectores con las vidas de Fermina Daza y Florentino Ariza.

Aquí, el hermoso bolero de Shakira inspirado en la historia de esta novela:

martes, 22 de julio de 2008

EMPLEADOS HUMILLADOS



Bueno, pues desde esta mañana están corriendo como la pólvora por las dependencias del Ayuntamiento las fotocopias de la nueva valoración de puestos de trabajo. Y el resultado es peor que el esperado: era esperado (y no creo que haya sorprendido a nadie) el trato de favor que nuevamente han recibido los técnicos “pata negra” de la administración local; pero lo que no creo que nadie se esperara es el escarnio y la humillación a que la valoración somete a muchos puestos y, por tanto, a muchos empleados municipales, algunos de ellos como Ramón Beltrán –el suyo es uno de los casos más sangrantes– verdaderamente ejemplares.

La valoración realizada con absoluta desvergüenza por la empresa Rodríguez Viñals S.L., de Mallorca creo, marca diferencias abismales entre el Secretario del Ayuntamiento (valorado con ¡2175 puntos!) o un Vigilante del Mercado o un Ordenanza o un portero (valorados con 275 míseros puntos). O sea, que la diferencia entre los que más y los que menos se agranda y pasa a ser de 8 a 1. Esa es la primera injusticia, dolorosísima.

Luego vienen otras injusticas, sangrantes, humillantes. Otras sinrazones organizativas que, mucho me temo, encubren sinrazones personales. Hay, por ejemplo, jefes de unidades con casi el doble de puntos que otros jefes de unidades, jefes de secciones que dependen de jefes de servicios y que se puntúan infinitamente mejor que jefes de negociado que se quedan a la altura de albañiles, carpinteros o electricistas. Aquí, por lo tanto, no ha contado el análisis sereno de funciones o responsabilidades: el cómo y el porqué se han valorado determinados puestos sigue siendo una incógnita. O no tanto: al puesto de este que escribe, por ejemplo, se le otorga una repercusión de 150 puntos. O sea, la Feria, el Festival de Música, el Carnaval más todas las otras actividades se valoran con eso. ¿Es mucho o poco? Pues comparen: la repercusión del trabajo del Secretario del Ayuntamiento se valora con 500 puntos y la del Técnico de Turismo con 225, igual que Psicomotricista Logopeda, la de un Educador Infantil también se valora con 150 y la de un Oficial Jardinero o un Pintor con 100. Lo que indica que la repercusión del trabajo del puesto de éste que les escribe está más cerca de la de un digno pintor que de la de un Logopeda: la Feria, por ejemplo, repercute en miles de personas y el trabajo del Logopeda en unos pocos niños, supongo. Los ejemplos para ilustrar la situación que comienza a vivirse entre el personal municipal son casi infinitos. Por ejemplo, los profesores de la Escuela de Música –después de muchos años de conservatorio y de ensayo y de dedicación– son valorados con 375 puntos, menos que un peón de albañil.

Así que comparen y piensen si hoy, muchos empleados municipales no tenemos derecho a sentirnos humillados, vejados. Al menos hoy intenten comprender a unos empleados dolidos entre los que también –y pese a lo que se quiere hacer ver a la ciudadanía ubetense– los hay trabajadores, honestos, cumplidores: verdaderamente ejemplares. Si yo tuviera una empresa privada no sé si alguna vez la pondría en manos de algún político: pero tengo muy claro que contaría con bastantes de mis compañeros de trabajo.

Lo peor de todo esto es que se ha vuelto a perder una oportunidad para curar las heridas que intencionadamente –para sembrar discordias y cizañas entre los empleados– provocó la anterior valoración. Y se ha perdido la oportunidad de modernizar la estructura del Ayuntamiento, de crear una dinámica de trabajo moderna, ágil, eficaz, que repercuta en el bien de la ciudad. Porque se trata de eso, de que al final son los ciudadanos los que acabarán pagando este caos organizativo del Ayuntamiento y estos resquemores que se aventan y se estimulan. Pero, ¿hay alguien a quién le importen los ciudadanos?

lunes, 21 de julio de 2008

DE JUANA O EL ESPERPENTO DE LA JUSTICIA



En apenas tres días hemos asistido a una representación en tres actos de la esperpéntica situación de la Justicia en España. Por un lado, el Tribunal Supremo casi se ha reído de los doscientos muertos de aquella mañana aciaga de marzo. Por otro, en la Audiencia de Pamplona la madre de uno de los guardias civiles asesinados por “El Solitario” no pudo resistir su rabia –que es nuestra rabia– y se abalanzó sobre el criminal para golpearlo: supongo que, sabiamente, no confía en el Código Penal y piensa que un puñetazo suyo sobre la cara del asesino de su hijo será infinitamente más justo que la mísera pena de cárcel que finalmente cumplirá. Y el tercer acto de esta obra propia de Valle Inclán ha vuelto a representarlo de Juana Chaos con su huelga de hambre. Tal vez sea el papel jugado por el etarra el que mejor pone de manifiesto que el Código Penal protege antes a los criminales que a las víctimas.

Alguna vez lo hemos dicho ya, pero no está mal repetirlo: el artículo 25.2 de la Constitución supone una burla del principio de justicia, pues priva a las víctimas del derecho a que se les repare el daño causado. Expresamente establece la Constitución que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social”, y es eso lo que es una barbaridad. Porque no es justo –no es moralmente justo aunque sea legalmente justo– que de Juana Chaos haya pasado sólo dieciocho años en la cárcel después de haber asesinado a veinticinco personas: cada muerto le ha salido por la módica cantidad de 262 días de cárcel. Claro, al criminal se le impuso una pena no para hacer justicia a los muertos –para “vengar” desde el sereno ejercicio de la autoridad democrática a los asesinados– sino para orientarlo hacia la reeducación y la reinserción social.

Ahora parece que ya está reeducado y reinsertado, pese a que ha celebrado con cava y langostinos los asesinatos que sus compañeros de lucha vil han realizado mientras él estaba en la cárcel. El caso es que está tan reeducado y se siente tan honorablemente reinsertado, que denuncia –poniéndose en huelga de hambre: a ver si es la definitiva– el “acoso” al que se ve sometido en vísperas de salir a la calle, libre y feliz. Este acoso consiste en que a algunos les ha dado, en un ataque de rabia y perplejidad, por cantar las verdades del barquero en este país de cantamañanas.

Y la verdad es que de Juana tiene un piso por el que Irati Aranzabal –la mala bestia capaz de dormir con él– puede pagar mensualmente ¡2.000 euros de hipoteca!, cuando hay familias honradas que no llegan a fin de mes. Y la verdad es decir que hay que investigar de dónde sacan las asociaciones de presos de ETA el dinero para pagar sueldos fastuosos, como el de esta mujer: hay que investigar y cerrar el grifo. Y la verdad es decir que es una indignidad que el asesino pueda vivir tranquilamente –repugnantemente– en la misma calle en la que viven las familias de cinco asesinados por ETA. Y la verdad es decir que no, que no nos importa que se muera de hambre si eso es lo que quiere, que no somos tan hipócritas como aquellos que dicen que todas las vidas humanas valen lo mismo y se lamentan de cualquier muerto. La verdad es decir que la vida de este asesino no vale nada y que nosotros no somos quienes para quitársela –allá se las apañe Dios con su conciencia por mantener con vida a “personas” como ésta– pero que tampoco somos nadie para dolernos si quiere quitársela a base de huelgas de hambre: si quiere huelga, démosle dos tazas de hambre. Y la verdad es decir que las vidas que apagó Iñaki de Juana Chaos tardaron nueve meses en gestarse en los vientres de sus madres, que es el mismo tiempo que el criminal ha pasado en la cárcel por cada uno de ellos: tan fácil es asesinar en España, tan barato sale, tan poco importa aquí una vida. Y la verdad es decir que no podemos seguir quejándonos de la inmoralidad que supone ver a los asesinos afrentar con su presencia y su chulería a las víctimas, en las puertas de sus casas, si no urgimos un cambio de la Constitución, para que las penas que se impongan contra los delitos de sangre –o a los violadores, o a los pederastas– no se destinen a la reinserción o a la reeducación del criminal sino a la reparación ética de los que ya nunca más podrán ver el cielo azul de julio, ese bajo el que Iñaki de Juana segó doce vidas en la Plaza de la República Dominicana de Madrid. Porque o la Constitución asume como propia una teoría de la justicia que repare y consuele a las víctimas y “vengue” el crimen contra ellas cometido, o estará abriendo el camino a los extremismos que prometen venganza cruda y sin respeto a los derechos humanos.

Yo no sé si esto es acoso a de Juana Chaos. Si lo es, me alegro de acosarlo y empujarlo a la huelga de hambre: si estas palabras sirven para aliviar el dolor de los muertos y para extender, si quiera un poquito, el espacio de la muerte en el cuerpo criminal de Iñaki de Juana, serán las mejores palabras que nunca haya escrito.

(Publicado en Diario IDEAL el 20 de julio de 2008, edición de Jaén, y el 21 de julio de 2008, edición de Granada)

sábado, 19 de julio de 2008

OTRO FRACASO



No ha podido ser. Por segunda vez me he quedado en las mismas puertas, por unas centésimas. Otra vez he aprobado holgadamente las oposiciones de Secundaria y otra vez me he quedado sin plaza. Podría echarle la culpa a los sindicatos que consienten las cacicadas de la Junta de Andalucía, a la propia Junta de Andalucía que es la administración más ineficaz de Europa, a esa boba que dirige la Consejería de Educación, al tribunal... Podría echarme la culpa yo mismo, pero nada de eso merece ya la pena: el mazado de la mala suerte es lo suficientemente grande como para no repartir culpas.

Ahora vuelve la vida otra vez a la realidad. Durante las últimas semanas ha alimentado el sueño de un trabajo digno y seguro, de un trabajo reconocido. Eso se ha esfumado: frente a mí está la cruda realidad del Ayuntamiento: un trabajo mal pagado y peor recocido, un trabajo que me ha hecho ir a cumplir con mis obligaciones estando mi mujer velando a su padre muerto o con trece grapas en la barriga o con fiebre, un trabajo en el que después de ocho años no se reconoce ninguna antigüedad y en el que en cualquier momento pueden largarme a la calle sin ningún derecho ni a patalear, un trabajo sin medios y sometido a todo tipo de arbitrariedades –los políticos, por ser más soberbios, son más peligrosos que muchos empresarios–. Pero esa es la realidad que me ha tocado vivir: queda, pues, apretar los dientes y los puños, tragarse los nudos de ayer y de hoy y seguir tensando músculos del alma para resistir: menos da una piedra y aunque mal de muchos sea consuelo de tontos cierto es que los hay que están peor, mucho peor que yo.

Lo mejor, sin duda, es adelgazar el equipaje de ilusiones y de esperanzas: la vida, desengañémonos, es una mierda y les va bien a los que nacieron en familias bien: más o menos a los de siempre. El resto tenemos que conformarnos con sobrevivir en la mileurista España de ZP. Lo que tenemos es lo que hay y ni el esfuerzo ni los sacrificios sirven para nada en este país. Cuando antes se comprenda esta realidad, antes aprenderemos a vivir sin encontrarnos a cada paso con un tropiezo.

Ahora vivo en ese tropiezo. Pero desde el suelo sigue siendo justo darle las gracias a todos los que han mandado como lenitivo sus palabras de consuelo: a mi mujer, a mis padres, a Ramón Beltrán, a Pepe Arias, a Nani, a Leo, a Juan Ángel, a Ana, a Diego Martínez... A todos, un abrazo con el corazón partido.

Sólo hay una imagen más patética que la del niño que sostiene su juguete roto: la del hombre que acuna entre sus manos los sueños despedazados. Ese, hoy, soy yo.

LA IZQUIERDA FLEXISEGURA



La historia de Europa habría sido muy otra si, en el momento oportuno, Chamberlain hubiera comprendido que en ocasiones dialogar es ya bendecir a los bárbaros: el primer ministro británico no se plantó ante Hitler y anduvo conversando y negociando y entregándole Austria o la democracia española o los Sudetes, pesando que así se aplacaría la implacable fiera. Y aunque Chamberlain es uno de los más grandes estúpidos de la historia humana, su ejemplo ha dejado una enseñanza: con las cosas de comer no se juega y hay ocasiones en que no romper la baraja lo convierte a uno en cómplice de la barbarie.

Esto viene a cuento de la ciega posición que la izquierda europea está tomando con respecto a asuntos tan graves como la jornada laboral de 65 horas o la “flexiseguridad”. Como la izquierda no sabe qué hacer con el tema de la igualdad y de la justicia social, cifra toda su acción en el discurso políticamente correcto y huero por tanto: hay que hablar mucho y no decir nada para que no se descubra que el emperador está desnudo. La derecha –los laboristas británicos también son la derecha– se sabe fuerte y no ceja en sus ataques a la sociedad del bienestar: la izquierda en lugar de plantarse y decir claramente que con esa Europa no jugamos, pues se pone a negociar, a convencer, a aplacar, a contemporizar. Pero, ay, el capitalismo es como un toro que le ha cogido la medida a la izquierda sin izquierda, y sabe que los “no” de la izquierda son flor de un día: cuando la izquierda sale a la plaza, los derechos sociales ya tienen la cornada dada.

Lo hemos visto en el último gran congreso de la izquierda “española”: cosmética postmoderna a espuertas para dejar claro que debajo no hay rostro alguno. Precisamente “en estos tiempos/ triviales como un baile de disfraces” es más necesario que nunca que la izquierda tenga un rostro –para partírselo por los humildes y los trabajadores y las familias– porque el rostro es el reflejo del alma: el rimel progre –que no progresista– de lo políticamente correcto lo único que hace es convencer a los ciegos que no ven que detrás de la máscara está el vacío. Ya les digo que esta oquedad la hemos visto hace unos días: aborto, eutanasia, leña a la Iglesia, federalismo… pero ni una palabra para dejar claro que la socialdemocracia está aquí y que no pasarán ni en 65 horas ni en 65 años, porque se cede un derecho social y después van a por otro y luego se desmoronan todos.

Hoy la izquierda puede ser más progre y más molona y más sonriente y más feliz que nunca, pero no es más socialista. Porque mirar hacia la izquierda sigue siendo mirar a la calle –que se ahoga en la crisis pese a los optimismos presidenciales– y sigue siendo hablar de justicia social y de igualdad y de libertad. Y sigue siendo hablar de escuela y sanidad públicas y de prestaciones sociales y de pensiones (sí, también de esas pensiones para las viudas del mañana que hoy tienen treinta años y que el ministro Corbacho ya ha puesto en el punto de mira). En definitiva, izquierda sigue siendo hablar de reparto de la riqueza y es más de izquierdas mirar a los socialdemócratas suecos que a los laboratorios lingüísticos.

Esta izquierda de diseño y cirugía estética adora el discurso y cree que todo puede arreglarse sin necesidad de sentarse un día en las escalinatas de la historia y decir no, simplemente no. Se tenía que haber dicho no a la directiva europea de retorno de emigrantes, porque es una norma fascista: la izquierda no tendría ni que haber negociado en este asunto, pero la izquierda no se ha leído la crónica de los primeros meses nazis y no sabe lo que vota o vota sabiéndolo, y eso es peor. A Rodríguez Zapatero la norma le parece “un avance progresista”. Claro, la directiva de Bruselas es tan progresista como Guantánamo y resultará que los equivocados son el puñado de socialdemócratas españoles y jacobinos que, con Borrell a la cabeza, votaron contra la norma de Bruselas.

La izquierda está vacía y, como vive encantada por los juegos de palabras, se derrite ante la flexiseguridad, que viene a machacar a los trabajadores. La izquierda no comprende esto porque ya no tiene valores desde los que mirar la realidad. Como la realidad se otea desde el apaño estético y el diseño guay, a nuestra izquierda lo de la flexiseguridad le parece una idea estupenda, y dice que hay que negociar para pulirla: el concepto no es malo pero hay que recortarle algunos flecos. A mí, por el contrario, me parece que no hay nada que negociar con una palabrota derechona que traducida resulta “te doy la flexibilidad de que trabajes las 65 horas cómo tú quieras y si te niegas ten la seguridad de que acabas en la puta calle”.

Pero tranquilos, que nadie se quite el glamour progre y congresual al leer esto: tal vez sea yo el que esté fuera del nuevo tiempo de la izquierda, y puede que mis diccionarios ideológicos estén estancados en Prieto, de los Ríos, Jaurés, Olof Palme, Allende o el mismo Borrell. Lo que no sé es si quiero actualizar el listado con nuevos nombres: me basta con releer y repensar los discursos que hablan de libertad y justicia social.

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de julio de 2008)

viernes, 18 de julio de 2008

QUERER PAN



El relato sobrecoge por lo cercano: Primo Levi y la noche anterior al traslado a Auschwitz de los judíos italianos. No puedo imaginarme rapado y tatuado y esperando ante la cámara de gas, pero sí puedo reconocerme en las madres que preparan la cena para sus hijos aún sabiendo el viaje terrible que les espera. Incluso en las puertas de la muerte, la vida se empeña en seguir viviendo y el hombre que sabe que va a morir sólo piensa en la vida, con un nudo en el alma.

Soy incapaz de ponerme en la piel de los que viajaron en trenes de ganado: se bajaron en los andenes de Auschwitz y no pudieron despedirse de los seres que amaban y se desnudaron y fueron gaseados y quemados. Pero tampoco puedo imaginarme en la costa de Marruecos esperando la noche y el cayuco, la tierra prometida. No puedo imaginarme despidiéndome de mi mujer o del hijo que viene de camino o de mis padres, ni me veo recorriendo rumbo al norte desiertos y selvas, casi desnudo, sin poder beber a manos llenas el agua que tanto quiero. ¿Cómo sería yo en medio del mar y con la piel quemada, desesperado? No puedo verme en las calles de un país que me mira como a un animal exótico, oliendo mal, sudado y sin poder ducharme, con hambre y sin dinero. Yo no puedo imaginarme poniendo un giro con unos cuantos euros para que mi mujer compre leche, ni levantándome al amanecer para ir a los olivares con un mendrugo de pan en una bolsa, viajando de pueblo en pueblo como los proscritos, pordioseando un puesto en una cuadrilla de esclavos a las órdenes de agricultores limpios y sin escrúpulos. Sencillamente yo no puedo imaginarme como actor de ese drama inmenso que es la inmigración: tanto sufrimiento me desborda. Por eso, mirar la espuma del mar en las noches del verano me provoca un temor y subleva una oración, como si mis silencios frente al océano pudieran mantener a flote los cayucos y las esperanzas de los que nada tienen.

Llegaron agotados y casi desnudos y rotos. Vinieron y les dimos los trabajos que no queríamos. Ahora nos sobran. En Italia ha vuelto el fascismo y hasta los niños gitanos serán marcados, para que nunca abandonen los campamentos que se incendian al anochecer de la democracia. En Bruselas, por ahora, se conforman con convertir Europa en un gigantesco Guantánamo en el que los emigrantes pasarán dieciocho meses cuando el mar nos los entregue. Vinieron sin nada y pensaron que les agradeceríamos su trabajo mal pagado: pero nos sobran. Lo progresista es darles una patada para que se vayan a sus países y adviertan a los que esperan en África o en las tierras hermanas de América que no los queremos, que los marcaremos con estrellas amarillas, que los vamos a tratar como apestados. Para que les digan a los hambrientos que si vienen, los esperan Berlusconi y el Parlamento Europeo para sellarlos y encerrarlos y tratarlos peor que a delincuentes.

¿Qué cuál es su delito? Tener hambre y rebelarse contra la muerte lenta, querer pan y agua y una escuela para sus hijos, tener dignidad.

(Publicado en Diario IDEAL el 17 de julio de 2008)

viernes, 11 de julio de 2008

MANUEL ALCÁNTARA



¿Qué momento de la vida nos descubre que la única ocupación realmente importante es la de tener siempre preparadas las maletas? Al nacer nos entregan un equipaje que no pedimos, vivimos deshaciéndolo y rehaciéndolo y, de pronto, nos damos cuenta de que la ropa debe siempre estar planchada y limpios los zapatos porque desconocemos el momento en que vendrán a recogernos. Descubrimos esto y aprendemos a vivir en la lucidez del escepticismo –polvo somos y nada poseemos–, elevando la mirada por sobre las cosas sabiendo que todas ellas son pasado desde su nacimiento. Y este conocimiento demasiado humano acentúa la mirada compasiva sobre el mundo: tanto sufrir, tanto penar, para acabar en nada. Pobre mundo. Pobres nosotros.

Desconozco cuándo descubrió Manuel Alcántara esta suprema verdad de la sabiduría: “la ilusión, si la he visto, no me acuerdo”. Lo cierto es que el fin siempre próximo invade sus artículos desde la muerte de su esposa: escribe como latiendo ya en un desapego, como si la mar o las palabras fueran incapaces de sostener un arco vital al que se le ha caído la clave. Y en cada artículo practica el poeta mediterráneo y desengañado su despedida de los mundos: sabe que hay cosas comenzadas que no verá terminar. Como ya no es momento de engañar ni engañarse deja testamento de sus despedidas en los artículos suyos de cada día, despedidas –por otra parte– salteadas de ternuras y comprensiones: no sabe, por ejemplo, si verá terminar la crisis que ahora nos angustia, pero en cada periódico consuela a los que la padecen. Y así con todo, urgente ya y recogido.

El equipaje de Manuel Alcántara se compone de muchos artículos y de buenos poemas. Pero se ha publicado poco la obra de este escritor imprescindible y encontrar libros suyos es tarea imposible. Seguro que cuando lo recoja la barca que nunca regresa se sucederán los homenajes y las ediciones, que como siempre llegarán tarde y mal, que es lo español: en uno de sus poemas –“cuando yo me haya ido, que triste que me vaya”– pidió que de él hicieran una guitarra, no una antología ni unas obras completas con cara de difunto aburrido y secano. Ahora que todavía vive o malvive –o malmuere– su “corazón capaz de lluvia”, ¿por qué no regalar sus palabras en forma de libros al aire irónico y burlón de los lectores que también nos sabemos naufragio y abandono?

La obra de Alcántara es importante por lo minuciosa, por lo testimonial de los sucesos y los días: cuenta la vida y eso lo convierte en cronista del desencanto y trovador de un mundo de esperanzas sucias, como nieve derretida en el asfalto. A mí me gusta cada mañana llegar a la puerta de atrás del IDEAL para saludar al poeta dispuesto a la partida. Cada día es siempre el primero o el último de la aventura cabrona y tan hermosa del vivir: aún tengo el consuelo de que pueda recordármelo Manuel Alcántara, dejado y solo y sentado ya sobre su maleta vieja de niño sorprendido ante el milagro de seguir respirando y escribiendo cada día.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén, Granada y Almería, el 10 de julio de 2008)

martes, 8 de julio de 2008

PATRIOTISMO OPINABLE



Se han apagado ya las luces patrioteras encendidas para celebrar la victoria de la selección española en la Eurocopa. No es que sea yo especialmente futbolero y, la verdad, me ha importado bastante poco que la selección ganara o perdiera el manido trofeo. Pero hubo veinticuatro horas en la que sentí cierto hormigueo que más tenía que ver con mi sentimiento de español que con la estúpida celebración de los hinchas. Desde luego, cualquier brisa que pudiera haberse levantado en mi interior la noche del domingo 29 de junio se apagó de golpe cuando, anochecido el lunes, la celebración del triunfo acabó en Madrid al grito de “¡arriba España!” y a los sones casposos de Manolo Escobar. Por los gritos y la música parecía que se estaba celebrando la Eurocopa ganada hace cuarenta y no sé cuántos años. Ya les digo que fue entonces cuando el encanto se rompió. Pero las horas anteriores me hicieron reflexionar sobre el ser patriota en España.

Ya sabemos que hasta ahora la izquierda progre y políticamente correcta ha vilipendiado el sentimiento español, como si España fuese un invento que viene de la caverna franquista y no la idea de libertad que nació en las Cortes de Cádiz y que –desde entonces– ha dejado sus mejores impulsos en un pensamiento liberal y cívico que nunca ha renunciado a su profundísima españolidad: la mejor España desemboca siempre en el patriotismo civil que anhela la justicia y la libertad. Es cierto que el franquismo se apropió vilmente de la idea de España y de los símbolos nacionales, pero no menos cierto es que durante la Transición la izquierda renunció a ese patriotismo civil y liberal que cifró en el amor sosegado a España –un patriotismo con las zonas templadas del espíritu, que diría Azana– los más ambiciosos proyectos de reforma de nuestro país. Aquella idea patriótica sigue viva, porque hoy es imperioso reivindicar lo español como lo esencialmente progresista: cuando la ciudadela de los derechos sociales y civiles se ve asediada por los bárbaros de Bruselas y por los trogloditas de los nacionalismos periféricos (que tanto militan en el PNV como en el PSC) la idea de España vuelve a emerger como un potente faro para construir políticas de igualdad, solidaridad y justicia social.

La victoria de la selección española ha llenado de España las calles que los políticos llevan años empeñados en llenar nacionalmente de Andalucía, Cataluña o Euskal Herria. ¿Será posible que esta reivindicación de lo español, realizada principalmente por los más jóvenes, supere los estúpidos márgenes del fútbol y, como algo natural y necesario, crezca, se expanda y dé frutos? A mí me gustaría más poder celebrar que alguno de los maltratados investigadores españoles gana un Premio Nobel, pero hoy eso es pura ficción. Y sin embargo hay que ahondar en la dirección de ese patriotismo. El fútbol nos ha brindado la oportunidad de poder decir que somos españoles y que nos sentimos tales sin que los “progres” nos tachen de fascistas. Si verdaderamente el fútbol ha abierto esta vereda de lo español, tendremos que aprovechar la senda tímidamente abierta para reivindicar lo español como una idea de futuro.

Ser patriotas. He ahí un reto para los desencantados de hoy en día. Pero no ser patriotas zarzueleros y cutres, como el fin de fiesta de la selección. Hay que ser patriotas desde la reivindicación de una escuela pública digna, de una sanidad pública de calidad, de unos servicios sociales que verdaderamente atiendan las necesidades de los ciudadanos. Hay que ser patriotas que no tienen miedo de la libertad ni de la responsabilidad ni del ejercicio de la autoridad democrática. Hay que ser patriotas reclamando una redefinición de los papeles que hoy juegan las administraciones públicas. España se enfrenta a graves retos, porque es difícil encontrar una época de tan inciertos futuros como el día de hoy, y es necesario pensar sin complejos un modelo nuevo de organización territorial. Así, desde este patriotismo civil y social, desde esta concepción de lo español como una vocación de igualdad y justicia en la libertad compartida, es urgente que el Estado asuma la gestión de la educación, de la sanidad, de la política energética, de las prestaciones sociales… Las comunidades autónomas han demostrado ser, en la mayoría de los casos, virreinatos ineficaces que abundan la desigualdad entre los ciudadanos españoles: distinta educación según dónde, diferentes políticas sociales según los territorios, desigual atención sanitaria según la comunidad en que se viva. ¿Esta concepción de la ciudadanía puede ser propia de un pensamiento progresista? Instalar la vida de los españoles en una confederación de taifas choca frontalmente con la concepción que tenían Indalencio Prieto o Fernando de los Ríos de la modernización y el desarrollo del país que tanto quisieron. ¿Dónde deja el Estado de las desigualdades autonómicas los ideales de los viejos socialistas y republicanos? ¿Es que el patriotismo de Besteiro o de Prieto no es válido para, remozado y actualizado, inspirar un camino político que lleve a la plenitud republicana de los ideales de 1789? La reivindicación de la España cívica y social de ciudadanos iguales independientemente del territorio en el que vivan, abre un camino nuevo para la izquierda. Y así, adelgazar sustancialmente el poder de las comunidades autónomas es una labor fundamental para poder avanzar en la idea cívica de España: hay que fortalecer, por arriba, a la Administración Central, y, por abajo, a los ayuntamientos y diputaciones provinciales. O sea: hay que fortalecer a la Administración que garantiza la igualdad de los españoles y hay que reforzar las administraciones más cercanas a los problemas de los ciudadanos. Por ahora, el gran mérito de las Comunidades Autónomas ha sido abundar los tratos desiguales según los territorios y asfixiar económicamente a los ayuntamientos, transfiriéndole competencias y guardándose la financiación.

No sé: la victoria de la selección me llevó a releer los papeles de Antonio Machado o los discursos de Azaña. Ya sabemos que para el presidente del Gobierno la política no es más que el discurso dentro del juego de la democracia y que no son necesarios valores externos que sostengan la acción política. Siendo todo cuestión de discurso, hasta los crudos datos de la crisis son opinables para Rodríguez Zapatero. La crisis es opinable y opinable es España. Yo no quiero un patriotismo de esencias eternas en el que reconocerme: quiero ser español dentro del patriotismo opinable y laborioso, del patriotismo cívico y convencido de lo público, del patriotismo reformista y sereno, pero del patriotismo que sí necesita amarres externos para poder decir que no somos españoles porque Franco lo quisiera sino porque esta nación tiene una nómina gloriosa de hombres justos que dedicaron sus impulsos mejores a construir una España más limpia, más alta y más fuerte. En definitiva, un país habitable de ciudadanos libres, ilustrados e iguales. Y lo progresista sigue siendo defender ese proyecto: urge, pues, reivindicar a España desde la izquierda.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el 7 de julio de 2008)

sábado, 5 de julio de 2008

VELAS POR SANTA MARÍA



El 18 de julio de 1983 cerraban las puertas de la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda. Yo entonces era un niño, pero guardo recuerdos preciosos de aquella iglesia grande y cuajada de luz: el claustro –en la tarde de Jueves Santo– lleno de pájaros y de gentes y de sombra, las escaleras crujientes del altar de Jesús Nazareno, la capilla llena de flores de la Virgen de Guadalupe… Nada queda de aquello: la mala suerte y la pésima gestión burocrática se cruzaron en algún momento maldito con la historia de Santa María y pusieron fin a siglos de historia.

La mala suerte se llama Junta de Andalucía, que ha consentido y bendecido todas las barbaridades perpetradas contra la antigua colegiata. Pero la mala suerte también se llama indolencia de la sociedad ubetense, que desde aquel julio lejano de 1983 ha asistido absolutamente silenciosa y cómplice al mayor atentado contra el patrimonio histórico cometido en Andalucía en el último cuarto siglo. Porque lo de Santa María ha sido eso y no otra cosa: un ataque realizado ante los ojos de todos y contra uno de los más singulares edificios de la provincia de Jaén.

No se trata aquí de resumir los muchos valores históricos o artísticos y sobre todo sentimentales que Santa María atesoró a lo largo de setecientos años de historia, y que ya no existen. Ni siquiera se trata de recordar como desde que Isicio Ruiz de Albusac –¿alguna vez alguna corporación lo declarará “persona non grata” en Úbeda?– se hiciese cargo del templo, éste ha padecido toda clase de vejaciones. No vamos a ahora a contar cómo se destruyeron las bóvedas del siglo XVIII o cómo desaparecieron las lápidas sepulcrales o los escudos episcopales o los cuadros o las losas de piedra. Tampoco vamos a realizar un relato de cómo se han dañado irremediablemente las rejas de las capillas de Santa María –la mejor colección de rejas de Andalucía–. Ni siquiera les vamos a contar como el arquitecto Enrique Venegas, en un injustificable arrebato creador, decidió inventarse una iglesia nueva y procedió a picar las paredes de la iglesia privándola de toda luz y convirtiéndola en un nicho lúgubre, o como consideró que lo mejor era poner un artesonado “mudéjar” –cutre, feo, de saldo– para sustituir las bóvedas derribadas en 1986 por Ruiz de Albusac. Y, para no darles el desayuno, no les contaré como cada una de las capillas del templo se ha convertido en una exposición de terrazos y mármoles para cuartos de baño. Todo esto podrán comprobarlo ustedes cuando, dentro de muchos muchos años, se abra Santa María: entonces accederán ustedes a un templo amarmolado, oscuro y desangelado por un claustro gótico sobre el que caerá el sol a plomo, porque en plena era tecnológica y mientras los americanos estudian la manera de llegar a Marte, las autoridades andaluzas son incapaces de encontrar la manera de plantar un ciprés en el viejo patio de la mezquita rodeado por el claustro.

Hoy, ya les digo, no quiero hablarles de nada de eso: algún día volveré a estas páginas a contarles cuánto se ha perdido en Santa María, cuánta incompetencia e incultura acumulan sus obras de destrucción y reinvención que solamente algunos ineptos siguen empeñados en llamar “de restauración”, cuánta sandez y cuánta mentira han vertido los políticos regionales y locales a lo largo de estos veinticinco años.

Pero hoy no: hoy quiero hablarles de que esta tarde un grupo de ubetenses nos ha convocado ante la Puerta de la Consolada –la misma ante la que cada amanecer de Viernes Santo se concitan las emociones mejores de Úbeda– para encender velas. Hoy, a las nueve de la tarde, estaremos allí con veinticinco velas, una por cada año de atentado padecido por Santa María, para reivindicar que se inicien ya las obras definitivas, que se blanqueen sus paredes, que se recupere la parte de su historia que se pueda recuperar, que se llene de verde y de pájaros su claustro. Hoy se encenderán cientos de velas no para celebrar nada, que nada hay que celebrar ni hoy ni cuando se abra el templo, sino para recordar estos veinticinco años y los miles de ubetenses que murieron sin ver abierta Santa María, y los miles de ubetenses que ya nunca conocerán el templo que se cerró en 1983 porque ese ha desaparecido.

¿Tiene sentido encender velas por Santa María esta tarde de julio? No lo sé, pero no se me ocurre mejor forma de elevar una protesta que sea a la par silencio y oración. Yo, hoy, estaré encendiendo velas –indignadas velas– en la Puerta de la Consolada.

(Publicado en Diario IDEAL el 5 de julio de 2008)

viernes, 4 de julio de 2008

VACACIONES



La crisis, como todo en este mundo, es clasista: beneficia a los ricos, pero se junta con las criaturas menos pudientes para dejarlas sin vacaciones en este verano que disparará los precios y la calor. Y es que la crisis ha montado sus campamentos frente a los pisos hipotecados y los sueldos de los que sólo tienen la nómina para sobrevivir, a ver si se rinden ante el asedio que ha cortado las provisiones de esperanza. Lo que no hemos podido leer –ni en este periódico ni en ninguno– es que la crisis haya reducido las vacaciones de políticos y banqueros o haya anegado los puertos deportivos y los campos de golf, retaguardias de los poderosos desde las que no cesan de llegar al frente divisiones de desilusión y apreturas, para ver si de una vez arrían su estandarte los ciudadanos.

En medio del caos que la crisis provoca en los proyectos de las personas normales, no será menor la frustración que el verano traerá cuando deje a muchos sin vacaciones, lo que aventura un septiembre deprimido. Y es que la sociedad consumista ha impuesto también un modelo de vacaciones de obligado cumplimiento: el que se queda sin vacaciones es un bicho raro y nadie, claro, quiere que el vecino lo mire por encima del hombro cuando vuelva de la playa harto de sol y de gambas descongeladas.

Yo fui niño en una familia numerosa y trabajadora, lo que ofrece la ventaja de que uno no se frustra si no hay veraneo en un hotel de cuatro estrellas. Entonces el verano eran días largos que discurrían plenos de felicidad entre libros y juegos en la calle o en un campamento a las orillas del Atlántico. No había jacuzzi, pero estaban siempre disponibles la alberca blanqueada y fresca y los murciélagos que queríamos cazar cada anochecer para verlos fumar, algo que nunca conseguimos pero que tampoco nos deprimió porque no teníamos psicólogo de cabecera que alertara del peligro que supone que los niños descubran que no todo puede tenerse en esta vida. Hace veinte años los niños todavía podíamos ser felices con lo poco que se necesita para tejer la verdadera felicidad de las personas: esperar el nacimiento de los pollos observando atentos como la gallina incuba los huevos; montar una cabaña con sacos de papel; hacer silbatos con huesos de albaricoque; cazar avispas y huir ante las libélulas o escarbar en un hormiguero con la esperanza de encontrar el premio de la hormiga reina, que suponíamos del tamaño de una naranja. Ahora los niños necesitan rellenar sus vacaciones con hoteles, mcdonals y videoconsolas: los preparamos para vivir una vida en la que no importa lo necesario sino la urgencia banal de los bienes efímeros que la televisión nos mete a presión por los ojos. Nos da miedo que nuestros hijos sueñen y que se caigan de los sueños, no sea que se rompa su verano de porcelana. Pero no es posible vivir otra vida que la del caído que a cada instante se levanta. Porque vivir es luchar y solo la muerte –que nunca está en crisis– ofrece eternas vacaciones.

(Publicado en Diario IDEAL el 3 de julio de 2008)

miércoles, 2 de julio de 2008

TODOS CON SANTA MARÍA



Definitivamente la mala suerte existe y se ha cebado con la antigua Colegiata de Santa María de Úbeda. Lleva 25 años padeciendo la mala suerte.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que las competencias de cultura pasaran de la Administración Central a la Junta de Andalucía, que reiteradamente ha demostrado ser la más incompetente de las administraciones públicas que pululan por España.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que la Consejería de Cultura de la Junta, con la clarividencia que la caracteriza, le encargara las obras del templo al arquitecto Isicio Ruiz de Albusac y a Enrique Venegas.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que Ruiz de Albusac destruyese sistemática el templo: destruyó las bóvedas del siglo XVIII, destruyó rejas, lápidas sepulcrales, escudos episcopales, pilas bautismales, retablos.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que Enrique Venegas salvara su estructura pero destruyese su alma, su espíritu: quitó el blanco que hizo que sus paredes resplandecieran de luz durante setecientos cincuenta años, se inventó un artesonado patatero y de saldo que nada tiene que ver con el desmontado trescientos años antes, llenó las capillas de baldosas de saldo y mármoles de colorines que le dan al templo un aspecto de gigantesco cuarto de baño.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que en un era en que se aventura la llegada del hombre a Marte y se puede llegar al corazón de los hombres a través de minúsculos dispositivos electrónicos, no sea posible que su claustro vuelva a gozar del frescor de los cipreses y de la hierba.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de ser destruida y reiventada ante la mirada impasible de cientos de ubetenses, sin que nadie, absolutamente nadie, tuviera el coraje de andar unos cuantos metros y presentar en el juzgado de guardia una denuncia contra los consejeros de Cultura que han bendecido una y otra vez la barbarie contra el patrimonio cultural, histórico y artístico de los ubetenses; contra los arquitectos que destruyeron su historia y que nos dejarán –cuando se habrá la iglesia no sabemos cuándo– un templo que absolutamente nada tiene que ver con el de 1983; contra los alcaldes y los concejales que han dado las licencias de obra para que se perpetrasen las barbaridades que en Santa María se han cometido; contra todos y cada uno de los que hemos callado, cómplices, durante 25 años.

En 25 años Santa María ha tenido la mala suerte de que no vinieran los americanos y la desmontasen para llevársela a los Estados Unidos, la mala suerte de ser patrimonio de la ciudad más indolente de la región más atrasada e insolvente de Europa.

Ahora que se cumplen 25 años nos reunimos para celebrar lo que nunca deberíamos haber dado lugar a celebrar. El próximo sábado, a las 9 de la noche, nos reuniremos en la Puerta de la Consolada, para encender 25 velas por Santa María. 25 velas cada uno de nosotros por cada uno de estos años de vergüenza y silencio. Yo, con mis 25 velas, pediré:

* Que se blanqueen las paredes del templo y las de las capillas y se planten el ciprés y las enredaderas del claustro.

* Que se retiren los mármoles de las capillas y las vidrieras de todo a cien de los ventanales de la iglesia.

* Que la Junta de Andalucía, que tanto ha contribuido en la destrucción del patrimonio mueble de la Santa María, contribuya ahora, como va a hacer con el Camarín de Jesús en Jaén, en la recuperación de ese patrimonio y en su restauración cuando sea posible, como el baldaquino de Jesús Nazareno.

* Que nunca más se nos anuncie en días de elecciones el tiempo que queda para que se abra Santa María y que se inicien las obras de una puta vez para que no sigan muriéndose más ubetenses sin ver abierta Santa María.

* Que el día, lejano día, en que por fin se abra el Obispado no consienta que los políticos que han destruido la iglesia puedan hacerse fotos sonrientes en su interior: o sea, que no haya una dichosa inauguración de Santa María, sino una misa de réquiem por todo lo perdido, por tanta historia dilapidada, por tantos ubetenses como se fueron sin poder pasear por el claustro fresco y lleno de pájaros de Santa María.

* Que todos los que no acudan el sábado a encender velas no puedan nunca quejarse de los años que Santa María lleva cerrada y sean considerados cómplices de la Junta de Andalucía, del Ayuntamiento de Úbeda, de Isicio Ruiz de Albusac y de Enrique Venegas.

SÁBADO 5 DE JULIO. 9 DE LA NOCHE.
PUERTA DE LA CONSOLADA.
ENCIENCE 25 VELAS POR SANTA MARÍA.

martes, 1 de julio de 2008

MANOS ARRIBA: EL GOBIERNO LE ATRACA



Pues sí, hoy todos los españoles deberíamos ir por la calle con las manos arriba, pero sobre todo los que seguimos teniendo en nuestros cajones un contrato con una compañía eléctrica en el que contratamos la tarifa nocturna. Un contrato que gracias a la encomiable labor de los ministros Clos y Sebastián, dirigidos ambos por ZP, hoy ya no tiene validez jurídica: es puro papel mojado. Se ha completado así la política gansteril del gobierno que atraca a los ciudadanos –a los indefensos ciudadanos– en beneficio de las grandes empresas del país. Como El Tempranillo, pero al revés, que estos le quitan a los currantes para darle a los ricos. En esto ha venido a degenerar la izquierda española, prima hermana de los laboristas ingleses que son los promotores del proyecto esclavista de las 65 horas semanales.

En fin, que de nada nos han servido los recursos al Defensor del Pueblo que nada parece defender, ni las protestas de las asociaciones de consumidores, ni las cartas o artículos en la prensa. En esta democracia los ciudadanos contamos sólo para dejar el voto en la urna y luego somos una escupidera en la que los políticos orinan sus cabronadas. El único derecho que ya nos queda a los españoles es el del pataleo. Todos los otros ya hemos visto que cualquier día puede llegar una gran empresa y ordenarle al ministro de turno que lo suprima. Ya estamos seguro de que el ministro no cumplirá su mandato cívico sino aquello que al empresa le ordene: el ministro juega sobre seguro, porque nuestra democracia está anoréxica y porque los españoles estamos vírgenes de capacidad de rebelión.

Ya saben: manos arriba, hoy el gobierno nos ha atracado.