jueves, 31 de diciembre de 2009

UNO MENOS






He mirado el taco del almanaque ya tan viejo de 2009, con el montón grande de los días pasados y el brevísimo de este único día que le queda al año agonizante, y he mirado también el taco todavía envuelto de 2010, intacto sobre la mesa y tan distinto de aquél gastado por los dedos que han pasado las páginas suavemente, cada mañana, sin conciencia de que cada página que pasaba era un día que se borraba de nuestro futuro y acrecentaba el pasado, que es tal vez la única región que habitamos siempre, el país imposible del tiempo ido, de lo vivido, la cartografía de las horas y los afanes conocidos que sólo puede recorrerse una vez y que se desmorona a medida que se camina por ella como un mapa de seda, la patria caduca de 2009 que es la del nacimiento de un hijo y de la alegría tan viva de verlo crecer y reír y comenzar a hablar y andar, también la de la certeza triste de los que se han ido quedando en las páginas dobladas del calendario, sin que hayamos grabado sus nombres en la página del último día que vivieron porque en el fondo todo lo que muere pasa y al final es olvido la vida y mentira la memoria y porque esas páginas ya las teníamos llenas de trajines, citas, reuniones o compromisos que tuvieron tal vez que aplazarse momentáneamente para que pudiésemos decirle adiós –entre prisa y prisa– a los que se nos murieron muriéndonos con ellos un trozo de nosotros, y termina el año cargado de obligaciones y muertes y alegrías que al final son ceniza, o papel quemado que no sabemos ni podemos conservar, otro año ido que a medida que vayamos envejeciendo será puramente recuerdo cada vez más incierto y diluido, y que por eso duele en el costado, porque sabemos que lo hemos vivido y que no lo viviremos más, y miro los dos almanaques juntos, el que habrá que quitar mañana y el que mañana habrá que instalar en su efímero reinado de horas imparables y me acuerdo de El Viejo, que cada tarde del 31 de diciembre, cuando cerraba el portalón de La Trinidad, decía “uno menos”, nunca “uno más”, porque el tiempo en realidad no suma, porque el tiempo siempre resta y merma vida, porque cada segundo que vivimos nos envejece y por eso nos acerca paso a paso al último segundo, donde no hay fiestas que nos esperen ni campanadas felices ni copas de cava elevadas sobre las risas y las emociones, uno menos, siempre uno menos, aunque el ritual de la felicidad nos brinde la efímera ilusión de creernos eternos, inmunes a la definitiva posesión que sobre nosotros ejercerán “los vastos jardines sin aurora”, y por eso ahora leemos el periódico que ya es pasado como nosotros mientras apuramos el café, felices por haber resistido un año más, por estar asomados a la barandilla de 2010, sintiendo que en nosotros repica no sabemos qué espejismo de alegrías claras como los ojos de Manuel, un coro diáfano de uvas marinas que nos dice que sí, que pese a todo, que pese a tanto derroche de tiempo como se escurre entre nuestros dedos, ha merecido la pena llegar hasta este día, hasta esta noche y que mañana, necesariamente, será un día nuevo para un año que deseamos mejor, si fuese posible.


(Publicado en Diario IDEAL en el día de hoy, Nochevieja de 2009)

miércoles, 30 de diciembre de 2009

REVITALIZAR




En relación con el centro histórico –el maltrecho, el malherido centro histórico de Úbeda– ya sabemos que el verbo más usado es “revitalizar”. Antonio Almagro, refiriéndose a la casta política ubetense y a su política en la zona monumental, resumía más o menos el programa usado en un “Yo revitalizo, tú revitalizas, él revitaliza...” Pero ocurre que mientras todos se dedican a revitalizarlo, el centro histórico ubetense se está convirtiendo en un lugar en el que es casi imposible vivir.

Cuando este artículo salga a la luz ni siquiera será posible realizar algo tan fácil y cívico como comprar un periódico en todo el recinto intramuros: para entonces, habrá cerrado la Librería “El Candil”, porque su dueño, José Carlos Moral, está harto de revitalizaciones del centro histórico que no hacen sino maltratar a quienes en él habitan o trabajan. Ni centros médicos, ni colegios, ni kioscos... la Úbeda antigua se está convirtiendo en un lugar fantasma, con más de cuatrocientas casas deshabitadas y con una ausencia pasmosa y preocupante de servicios. Los únicos servicios que en realidad se mantienen allí son los que deberían haberse sacado a la zona moderna de Úbeda: la comisaría, el juzgado... Y mientras las iglesias agonizan comidas de ruina y humedades, mientras los palacios se desmoronan, mientras las casas que tienen decenas o cientos de años esperan a ser pasto de la piqueta, mientras se cierran negocios, mientras otros negocios tienen que esperar meses y meses a que se tramiten sus licencias de apertura o los heroicos vecinos que compran una casa en esa zona padecen todas las furias de la administración para algo tan simple como tirar un muro –sí, la misma administración que destruyó Santa María o que levantó el lateral de los juzgados–, mientras todo eso ocurre, la revitalización del centro histórico pasa por montar fiestas y ruidos y por levantar viviendas. Pienso en los antiguos cuarteles de Santa Clara o de Santo Domingo, donde la Junta de Andalucía, consciente de que el recinto histórico de Úbeda está sobrado de servicios, no ha tenido mayor ocurrencia que planificar más viviendas, en este caso de protección oficial.

En mis cortas luces creo que lo correcto para las VPO sería llegar a acuerdos con los propietarios de tantos bloques como se han quedado vacíos después de que explote la burbuja del ladrillo, para que la administración adquiera esos pisos y luego los venda debidamente protegidos. Pero aquí se opta por lo fácil –y rentable–, que es hacer más pisos. ¿No hubiese sido más sensato levantar un colegio de Primaria en el palacio de los Condes de Gavia o trasladar allí el IES “Francisco de los Cobos”, ubicando en las instalaciones de éste un centro de salud? ¿Qué se necesitaba más en el viejo cuartel de Santo Domingo, nuevas casas o una guardería? No, más pisos: aunque haya cientos vacíos en los alrededores del Parque Norte o en la zona del León o en las avenidas de la zona norte. (Precisamente en la zona norte, en un amplio solar donde antaño se ubicó el almacén de Obras Públicas, la Junta se va a dedicar a levantar más pisos en lugar de construir un edificio que albergue algunos de los servicios públicos que tanto necesita esta ciudad.) Aunque haya decenas de casas al borde de la ruina en el mismo centro histórico, sin que nadie las compre porque nadie se atreve ya a someterse a los arbitrios caprichosos de una administración que mide con raseros distintos sus intervenciones en los edificios y las calles históricas y las intervenciones de los particulares.

He visitado ciudades realmente hermosas y bien cuidadas –sin duda mucho más que Úbeda– donde los centros históricos permiten la convivencia entre los negocios y los vecinos, que no se sienten maltratados ni tienen que desplazarse un par de kilómetros para ir al médico, llevar a sus hijos a la escuela o comprar un periódico. Son ciudades en las que los monumentos –iglesias, palacios, teatros– están insertas en un contexto urbano que las respeta y las mima, todo lo contrario que lleva sucediendo en Úbeda desde los años 60, donde cualquier intervención que se realiza lo que provoca es una descontextualización de los edificios históricos, convertidos cada vez más en gimientes testigos de un pasado en el que esta ciudad fue bella. No sé si esas ciudades que cuidan y protegen sus centros históricos están revitalizadas o no, pero creo que están llenas de vida. Me gustaría que Úbeda se pareciera a ellas, pero mucho me temo que la causa del patrimonio histórico en Úbeda es ya una causa perdida, porque nuestros bienes monumentales y su entorno están gravemente enfermos y no parece que los responsables políticos tengan más interés que el de herirlos de muerte. No sabemos si para abreviar la agonía o para dejar su huella en la historia de nuestro pueblo.

(Publicado en IBIUT, núm. 165, Año XXIX, diciembre 2009)

martes, 29 de diciembre de 2009

REYAS MAGAS




Los excesos del feminismo están provocando un resurgir del machismo, que por otra parte nunca se ha ido. Pudiera ser que el tiempo histórico no fuese ni lineal, como pensamos los occidentales desde la irrupción del cristianismo, ni cíclico, como piensan las culturas orientales y pensaban las culturas clásicas grecolatinas, sino simplemente pendular, y que los excesos de un lado tuviesen como respuesta un viaje precipitado del péndulo hasta el otro extremo, viviéndose épocas de mesura y cordura sólo durante el breve tramo central del viaje pendular. El patriarcado y el machismo tuvieron como sana respuesta el feminismo, que reivindico la igualdad de derechos (también de deberes) entre hombres y mujeres. Pero el feminismo viajó hasta uno de los extremos de la curva pendular, pretendiendo un juicio universal sobre los hombres y tratando de imputarles todos los crímenes padecidos por las mujeres desde que el mundo es mundo, los pasados y los que todavía padecen muchas mujeres. La consecuencia, claro, es que las voces sensatas comienzan a hablar y a decir las evidencias que no quieren verse, con el objetivo de que el péndulo se mueva hacia las zonas templadas de su curvado viaje, pero con el riesgo de que alcance nuevamente un extremo opuesto al actual. Pero como el péndulo sigue todavía en la lado del feminismo –que no postula la igualdad entre hombres y mujeres sino lo contrario del machismo, o sea la superioridad de las mujeres sobre los hombres– sobre estas voces sensatas recaen de inmediato toda clase de condenas, juicios y prejuicios.

El machismo sigue vivo, lo he dicho, y se muestra en el calvario padecido por María José Carrascosa en los Estados Unidos: machistas son las palabras del juez, machistas las reacciones poco afortunadas de algunas asociaciones de padres. Pero la otra cara de la moneda, el otro extremo del péndulo, viene dado por una Ley de Violencia de Género que cada vez provoca más reacciones sensatas que piden su revisión, porque deja en desamparo a los hombres, porque ampara las denuncias falsas –le guste o no a las asociaciones feministas esto es meridianamente cierto– y porque invierte la carga de la prueba, ya que ante una acusación de ese tipo es el hombre el que tiene que probar su inocencia. A mí los hijos de puta que maltratan a sus mujeres no me merecen ningún respeto y soy partidario de que se pudran, literalmente, en las cárceles. Pero sigo convencido de que es preferible que haya mil culpables sin condena a un solo inocente condenado, y una ley que está favoreciendo la condena de inocentes –no hablo sin saber: yo conozco un inocente condenado– merece ser revisada. Urgentemente. Pero ocurre que cuando alguien dice esto, como el juez Serrano de Sevilla, carga contra él la caballería pesada del feminismo, que en lugar de trabajar juntamente con tantos hombres que repudiamos el machismo, lo que hacen es despreciarnos por el simple hecho de haber nacido tales hombres, instaladas en la falsa superioridad moral del victimismo.

Pero yo, hoy, no quería hablar de cosas tan trascendentales. En realidad quería quedarme en el tema de los Reyes Magos y de las personas que los encarnan. Así que a lo que iba: en Úbeda se presentaron más de cuarenta personas –entre ellas cinco mujeres– para el sorteo de Rey Mago, que se celebró el día 23. Los afortunados con la mágica corona fueron tres hombres, y ya andan por ahí algunas mujeres diciendo que para cuándo mujeres Rey Mago.

¿Mujeres Rey o Reya o Reina Mago o Maga? Pues yo, que no soy machista ni nada que se le parezca, ni retrógrado, ni patriarcalista ni nada parecido, no lo veo, que quieren que les diga. Y creo que lo sensato es que para el “puesto” de Rey Mago sólo puedan presentarse hombres. Porque vamos a ver: primero, los críos no son tontos, y si cuando los Reyes los reciben la tarde del 5 de enero les habla una mujer, pues saben que algo falla y a mí no me gustaría que ninguna mujer le rompiera la ilusión a mi Manuel; y segundo, habrá que decir de una vez que para estas cosas testimoniales, simbólicas, festivas, no hay problema en que los hombres participen de unas y las mujeres de otras, y que no debe haber problema para que los Reyes Magos sean hombres de igual manera que no lo hay para que las mujeres –y sólo las mujeres– puedan ser falleras mayores, reinas de las fiestas allá donde estas costumbres existen, alcaldesas de Zamarramala o cosas similares.

Una mujer tiene –o debe tener– los mismos derechos que un hombre. Debe cobrar el mismo sueldo por igual trabajo. Las mismas oportunidades para promocionarse social y profesionalmente. La misma libertad libre de prejuicios para acostarse con quién le de la gana. Una protección laboral específica para sus periodos de embarazo y maternidad, protección que objetivamente no cabe en el caso de un hombre. Todos los derechos que le han sido negados a lo largo de la historia. Pero una cosa es eso y otra muy distinta sería montar un pollo porque alguien, con dos dedos de cuerda frente, dijera que sí, que los Reyes Magos sólo pueden ser hombres. Porque si por esto se enfadan las feministas, femilistas o feminazis, que diría Pérez Reverte, pues habrá que postular entre los carnavaleros de Cádiz que los hombres exijan “su derecho” a vestirse de piconeras en el Carnaval y en ese plan.

viernes, 25 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD






"Conociendo, pues, la honestísima Virgen la hora de su parto, José salió fuera, que no le pareció justo asistir personalmente a tan divino sacramento. María, descalzándose las sandalias de los benditos pies, y quitándose un manto blanco que la cubría y el velo de su cabeza, quedándose con la túnica, y los cabellos hermosísimos tendidos por las espaldas, sacó dos paños de lino y dos de lana, limpísimos y sutiles, que para aquella ocasión traía, y otros dos pequeñitos para atar la divina cabeza de su Hijo… Como tuviese todas estas cosas prevenidas, hincándose de rodillas, hizo oración, las espaldas al pesebre, y el rostro levantado al cielo, hacia la parte del Oriente… Estando en esta oración sintió mover en sus virginales entrañas su soberano Hijo, y en un instante le parió y vio delante de sus castos ojos… El Niño entonces, llorando y como estremeciéndose por el rigor del frío y la dureza del suelo, extendía los pies y las manos buscando algún refrigerio, y el favor y amparo de su Madre, que, tomándole entonces en sus brazos, le llegó a su pecho, y poniendo su rostro con el suyo, le calentó y abrigó con indecible alegría y compasión materna. Púsole después de esto en su virginal regazo, y comenzó a envolver con alegre diligencia, primero en los dos paños de lino, después en los dos de lana, y con una faja le ligó dulcemente el pequeñito cuerpo, cogiéndole con ella los brazos poderosos a redimir el mundo; atóle también la soberana cabeza por más abrigo, y hechas tan piadosas muestras de su amor materno, entró el venerable José."

LOPE DE VEGA ("Pastores de Belén", 1612)

jueves, 24 de diciembre de 2009

OJALÁ LA NAVIDAD






Ojalá que para hoy no tuviésemos gastadas todas las palabras –gastadas como cantos lamidos por los océanos, como yunques viejos–, para que al decir “felicidad” deseáramos exactamente eso y no otra cosa, ojalá no estuviesen manidas todas las felicitaciones ni agostados los deseos y pudiese ser verdad un brote de no sabemos qué ternura para poder curar las heridas del mundo.

Ojalá que en esta Nochebuena se pudieran encontrar gestos más sencillos, alimentos compartidos y vinos generosos, risas sin acento ni posturas esdrújulas, quién pudiera caminar y volver a un origen perdido entre anuncios de televisión y refinamientos de una familiaridad cosmética e impostada.

Ojalá fuese posible volver a ser aquellos niños que fuimos y tener todavía restos de serrín entre las uñas, con nervios y con zapatos en la recámara del corazón y con promesas de enero en los ojos, y pudiéramos pasarnos la tarde de este día de diciembre –tan triste de recuerdos que no se puede ser más feliz– leyendo en el brasero, navegando por mundos fantásticos que nos transportaban lejos del ruido cálido de la cocina en la que nuestra madre se afana siempre entre pucheros y copas relucientes, ojalá.

Ojalá la melancolía desatase cadenas y nos desnudase de ataduras, y nos permitiera encontrarnos con nosotros mismos cuando el gallo cante esta medianoche, más libres, más puros, ciertamente más viejos, pero todavía con ilusiones mantenidas desde aquellas Navidades en las que fuimos niños y sabíamos que la felicidad es fácil y abundante si uno renuncia a las complicaciones y la derramábamos a manos llenas, ojalá nos encontrase la Nochebuena turbados de alegría, casi inocentes y con alguna esperanza sostenida entre las manos como un presente incierto para un Dios que quiere nacer en el silencio de la madrugada fría y la lluvia mansa.

Ojalá esta noche fuese posible el milagro y mañana amaneciese pan para todos los niños del mundo, agua para tantos pozos secos, juguetes para que los padres que nada tienen puedan regalar una sonrisa a sus hijos, ojalá mañana no despertasen hogares sin ilusión, ojalá fuese posible el amor que se encarna en un misterio cósmico custodiado de ángeles y pastores asombrados.

Ojalá guardásemos en nuestros corazones la limpieza con la que Manuel mira el mundo, la sorpresa infinita con la que toca todas las cosas, ojalá conservásemos el llanto sin maldad con el que protesta cuando se tuercen sus planes, la cristalina risa con la que alegra los días y los llena de luz, ojalá Manuel entendiera que hoy es Nochebuena y que yo no tengo nada mejor que él mismo para desearles a tantos como quiero que sean felices, o que al menos lo intenten, o que no se resignen a dar por perdida una batalla por la felicidad que cobra sentido cuando la Nochebuena nos trae, cada año, la vida concentrada en un frasco de emociones intactas que sólo se romperá cuando nosotros nos vayamos y no volvamos más.

Ojalá mañana fuese feliz la Navidad.

(Publicado en Diario IDEAL en el día de hoy, Nochebuena de 2009)

martes, 22 de diciembre de 2009

HOY PUEDE SER UN GRAN DÍA






A estas horas todos pensamos que hoy puede ser nuestro día y que dentro de un rato los niños de San Ildefonso cantarán el número de algunos de los décimos que jugamos. Es curioso que este país en el que cada uno quiere tirar por su lado y su cuenta se arrejunte en este afán de soñar y desear que es el 22 de diciembre. Y es curioso –y seguramente hasta estúpido– que pongamos nuestras ilusiones en manos de esa casualidad que es que dos bolas coincidan y sean cantadas, pero es que la ilusión no deja de ser eso: una magnífica estupidez patrimonio de los que todavía tienen un trozo de corazón como de niño.

Me encantan las vísperas, las horas previas a todo lo que puede resultar importante, los momentos en los que uno todavía construye castillos en el aire. ¿Verdad que hoy es un día “bonito”, aunque al final acabemos conformados con tener salud, que no es poco? No sé, a mí este soniquete de las pedreas (¡cuánto se echa ahora de menos la vieja peseta y se aborrece el euro maldito!) me hace viajar en el tiempo, hasta aquellas Navidades de mi niñez que comenzaban tal día como hoy y no el de Todos los Santos, como ahora ocurre. Y me pone feliz y me permite soñar, imaginar lo que haría si me tocase la lotería. Vamos, que con esto del Sorteo de Navidad me ocurre, más o menos, lo que a todos vosotros.

Hoy puede ser un gran día. ¿No tenemos todos ese presentimiento? Ojalá pudieran cumplirse los mejores sueños de todos nosotros; pero como al final sólo pueden cumplirse los de un puñado de españoles (a los que la Fortuna les da un beso con lengua de los que no se olvidan) pues si no son los nuestros los que se cumplen, que sean al menos los sueños de los que más necesitados andan de ayuda.

Hoy puede ser un gran día, duro con él. Y brindemos aunque no nos toque el Gordo, porque estamos vivos y tenemos la oportunidad de ser felices.

viernes, 18 de diciembre de 2009

RADICALES Y CORRECTAS




Un alumno negro denuncia al decano Coleman Silk aduciendo que ha pronunciado en clase palabras de contenido racista. Comienza así el calvario de Silk: muere su esposa y tiene que abandonar la docencia, machacado por lo políticamente correcto. Después inicia una relación con Faunia Farley, una humilde limpiadora que intenta sobreponerse a una terrible tragedia, y de nuevo la sospecha de los correctos se cierne sobre él.

Ese, más o menos, es el argumento de La mancha humana, la novela en la que Philip Roth arremete contra el pensamiento políticamente correcto, encargado de impedir “que el nivel más bajo de pensamiento imaginativo acceda a la conciencia”. Ese pensamiento basado en la zafiedad pseudofilosófica de la corrección formal ampara una forma nueva de vulneración de derechos y libertades fundamentales: basta con que una acusación esté amparada por las ideas de lo políticamente correcto para que se convierta en verdad, sin necesidad de juicio previo. Se ha trazado así una trinchera muy peligrosa desde la que “los vigilantes voluntarios de un sectarismo político del que ya no están a salvo ni las opciones más personales de la vida” (Muñoz Molina dixit) estigmatizan a todos aquellos que se resisten a plegarse a sus siniestras oquedades. En La mancha humana también está presente el escándalo moral que supone el que un tema como el de las mamadas de Monica Lewinsky acapare los esfuerzos e iras de los fariseos, mientras hay “decenas de millones de personas corrientes condenadas a sufrir una privación tras otra, una atrocidad tras otra, un mal tras otro”. Se trata en realidad de un modo de actuar muy corriente entre los imbuidos por lo políticamente correcto, un pensamiento estúpido que renuncia a la razón y la sensatez y que se embriaga con el tabú de las palabras o los símbolos, como si proscribiendo un lenguaje o una simbología se modificara la realidad.

Hemos visto como las feministas claman al cielo y exigen venganza –la justicia no cabe en lo políticamente correcto– porque la propietaria de una tienda de lencería, en Martos, ha puesto a una chavala estupenda en su escaparate para promocionar la ropa interior. Coincide la noticia con el hecho de que el juez Miguel Sánchez Gasca alce su sensata voz contra “el radicalismo de género”, a raíz de que una denuncia de inexistentes malos tratos haya paralizado la posibilidad de que un padre comparta la custodia de sus hijos. Cuando lo políticamente correcto se apodera de la ley los derechos y libertades quedan a la intemperie. Y las feministas han dejado desnudo el derecho a la presunción de inocencia y a un juicio justo para muchos hombres. Conozco a quien ante una denuncia falsa y sin pruebas durmió en el calabozo y a la mañana siguiente, en un juicio rápido, tuvo que declararse culpable, evitando así varias semanas de prisión preventiva. El feminismo ha abierto una causa general contra los hombres, como si fuésemos responsables de todos los crímenes cometidos padecidos por la mujer desde los tiempos de Eva.

(Publicado en Diario IDEAL el día 18 de diciembre de 2009)

miércoles, 16 de diciembre de 2009

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS





El fin de semana terminé de leer La noche de los tiempos, de Muñoz Molina, y tengo que reconocer que se me ha quedado en la boca un extraordinario sabor literario. Porque resulta que esta novela monumental –ahora estoy todavía más convencido de que el valor de esta obra crecerá a medida que pasen los años– puede leerse de muchas maneras. Puede leerse como una obra reflexiva sobre uno de los periodos más convulsos de la historia de España, y en este sentido es una obra valiente y necesaria, que no escamotea conflictos éticos y políticos de primera magnitud. Puede leerse también como una historia de amor en Judith Biely e Ignacio Abel, los protagonistas principales. Pero en ambos casos la novela se queda coja, o al menos eso pienso yo. Porque sobre todo la novela tiene que leerse como un monumento literario: hay capítulos, pasajes, párrafos, en los que se tiene la certeza de que no se puede escribir mejor, de que es difícil exprimir con tanta maestría los recursos que el español ofrece para la belleza.

Ciertamente esta manera de leer no es la más apropiada para zambullirse de lleno en la trama de una novela. Y puede que sea un vicio de lector, que anda leyendo para rastrear herencias o para intentar componer en el cerebro el proceso de encaje de las muchas piezas corales que concurren en las páginas de La noche de los tiempos. Pero hay algo en este libro de Muñoz Molina que evita el engolfamiento en ese vicio puramente estético: es la construcción de los personajes. A medida que avanzamos en la novela, los personajes crecen y notamos como se nos escapan de las manos y van cobrando vida propia. Es difícil conseguir esto en cualquier personaje, pero sobre en algunos personajes secundarios, como don Francisco de Asís, el suegro de Ignacio Abel, que adquiere cuerpo y alma propios apareciendo muy poco en la novela, y que acaba convertido en un personaje memorable que llega a emocionarnos.

Esta corporeidad de los personajes nos rescata del vicio de lectores. Y nos adentra en los laberintos personales y morales de la España de 1936. La época retratada resulta creíble porque los personajes lo son, porque renuncian al heroísmo tópico y porque se enfrentan a los dilemas de un tiempo angustioso. Todo esto se resumen en Ignacio Abel, el protagonista de la novela: no sólo es el antihéroe, el que se marcha de España para evitar se asesinado por cualquiera de los dos bandos, consumido por la fiebre erótica y la necesidad (pienso que más física que amorosa o espiritual) de encontrar a Judith y que deja abandonados a su mujer y sus hijos. Lo que hace creíble a Ignacio Abel es eso, que mezcla contradicciones, que nos resulta estúpido y nos produce lástima, que nos resulta mezquino, egoísta. Podemos identificarnos con él en lo político, pero nos produce un rechazo casi visceral en lo personal.

Por eso, cerramos la última página del libro y nos preguntamos cuánto de nosotros hay en Ignacio Abel. O yo al menos me lo pregunté. Por suerte todavía no he encontrado una respuesta. Hasta hoy sigo paladeando una experiencia literaria y ética que hacía mucho tiempo no sentía. No es un libro de fácil lectura –la sintaxis es compleja, la estructura coral también– y hasta que no se ha avanzado bastante en la novela la historia parece que no acaba de despegar, pero llega un momento en que resulta imposible no sentirse consumido por la vorágine personal de los personajes de la novela, por sus tragedias, sus pensamientos, sus melancolías o sus miedos. Es entonces cuando descubrimos que todo en la novela tiene sentido, que todas las piezas encajan y que cada frase es necesaria para construir ese artificio monumental de belleza literaria que es La noche de los tiempos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

AMINETU HAIDAR




Desconozco si jurídicamente es cierto que España mantiene la soberanía sobre el territorio del Sahara Occidental, pues los vergonzosos Acuerdos de Madrid de noviembre de 1975 no supusieron renuncia a la misma. Desconozco, también, si en virtud de aquellos acuerdos arrancados por la fuerza por el siempre peligroso vecino marroquí, España sigue siendo una de las tres potencias administradoras de un territorio que era tan español como la tumba del Cid. Lo que sí sé es que el caso de Aminetu Haidar demuestra que España es siempre una mala madre y peor madrastra.

Cuando Aminetu nació, en 1964, su país era la cincuenta y una provincia española: Provincia Ultramarina del Sahara Español, se llamaba desde 1958. Y los españoles que la habitaban recibían, como cualquier otro español, su Libro de Familia o su documento de identidad. Y en las Cortes franquistas los procuradores saharauis, ataviados con las ropas blancas propias del desierto, “representaban” a su provincia con los mismos derechos que tenían los procuradores vestidos de azul falangista. O sea, que Aminetu nació como española, que como tal fue inscrita en el Registro Civil y debe conservar el español Libro de Familia de sus padres, que registra españolamente su matrimonio y el nacimiento de sus hijos. Como ciudadana española vivió, claro, hasta que el chantaje marroquí logró quebró el camino hacia la independencia saharaui que tan claramente había asumido el agonizante régimen franquista. Y como saharaui de nación y española de ciudadanía Aminetu se quedó desnuda de identidad y carente de protección siendo una niña, en febrero de 1976, cuando los últimos soldados españoles salieron de la provincia y la abandonaron a su suerte, que fue su mala suerte.

El calvario del Sahara tiene –semana arriba, semana abajo– los mismos años que yo. En este tiempo yo he crecido, he estudiado, he viajado, he amado, he tenido un hijo: mientras, los que cuando yo nací eran ciudadanos de mi país han sido ultrajados por la dictadura marroquí, han tenido que huir de sus hogares y acampar en medio del desierto, que es la sed y el olvido. En este tiempo los saharauis han padecido torturas, persecuciones, vejaciones denunciadas por todos los organismos internacionales de protección de los derechos humanos. Durante todos estos años España ha guardado el silencio cómplice que cabía esperar de ella, para no molestar a los marroquíes, que son ese vecino problemático y gritón y cínico que siempre impone su visión del mundo a golpe de amenazas. Desde febrero de 1976 hasta ahora mismo –cuando Aminetu Haidar pide con su hambre libertad para su patria– el calvario de nuestros hermanos saharauis nos ha enseñado que España no es un país de fiar, que somos un pueblo cobarde que nunca da un puñetazo encima de la mesa ni se enfrenta al vecino. Los pescadores de Cádiz saben que España es mala madre, los saharauis han comprobado que es peor madrastra. Y lo peor es que no sentimos vergüenza por lo que hicimos con los saharauis.

(Publicado en Diario IDEAL el día 10 de diciembre de 2009)

jueves, 10 de diciembre de 2009

RESPONSABILIDAD Y FELICIDAD




Hoy es un día de resaca en los que uno se siente realmente feliz. No hay muchas ocasiones en la vida que nos permitan sentir esta íntima felicidad, esta íntima satisfacción, pero cuando llegan, la verdad es que sientan bien, muy bien. Y hoy es un día de esos, hoy es una de esas ocasiones.

Ayer pude conocer en persona a un escritor al que admiro desde que soy adolescente: Antonio Muñoz Molina. Yo, que en el fondo sigo siendo un sentimental, estaba emocionado cuando fuimos a recogerlo a Linares-Baeza, o cuando estuvimos con él en el patio del Parador, por la tarde, o durante la cena que un grupo de amigos compartimos también en el Parador, donde por cierto no podremos agradecer nunca el trato que recibimos y la paciencia de su director, Jesús Cárdenas, y de sus trabajadores, que aguantaron hasta altas horas de la madrugada.

Pero sobre todo estuve emocionado cuando me tocó presentar su novela delante de un Auditorio del Hospital de Santiago lleno hasta las trancas, como muy pocas veces se ha visto. No sé, fue un momento extraño, hablar de lo que se admira teniendo delante al artífice de esa magnífica obra literaria. Ya les digo, un momento raro, feliz, que me llenó de satisfacción, sobre todo porque el acto resultó del gusto de la gente y porque, luego, Antonio estuvo realmente brillante, embelesándonos a todos con sus palabras.

Creo que desde que hace ya casi diez años tuve el honor de entregarle a El Viejo el premio que le dábamos los Jóvenes de Acción Católica no había tenido una responsabilidad tan grande, y ayer notaba como pesaba esa responsabilidad en cada palabra que pronunciaba, con la boca seca. Lo que sí se hoy, ya más tranquilo, feliz, satisfecho, es que el 9 de diciembre de 2009 es uno de esos días que ya no olvidaré nunca. Y que le debo esa felicidad a la paciencia de María Luisa, al empeño de Ramón Beltrán, a la generosidad de la Asociación “Alfredo Cazabán” y sobre todo a la confianza de Antonio Muñoz Molina.


miércoles, 9 de diciembre de 2009

MUÑOZ MOLINA: LAS PALABRAS NECESARIAS




Esta noche en el Auditorio del Hospital de Santiago, de Úbeda, Antonio Muñoz Molina presentará ante sus paisanos su nueva novela, La noche de los tiempos. Se trata de una obra monumental, hilada con una prosa ambiciosa hecha de un mosaico coral de herencias literarias: a mí me parece que este libro mira los personajes del Madrid de 1936 con el amor minucioso de Galdós, pero toda la visión literaria está ya transformada por la experiencia de Proust o por el eco dramático de Rulfo, hasta completar una galería de personajes que se convertirán en esenciales dentro de la historia de la literatura española.

De entre todos ellos destaca el protagonista, Ignacio Abel, un arquitecto racionalista y socialista –socialista de los de Prieto, de los Ríos y Besteiro– que a las pocas semanas de haber comenzado el conflicto huye de España. En él, Muñoz Molina retrata el drama íntimo de ese país casi olvidado que fue la España moderada, dolida, la España comprometida con la legalidad de la República parlamentaria. La España que inició el primer exilio, en el que sólo se anuncia el que comenzará a una escala bíblica cuando el frente de Cataluña se derrumbe en enero de 1939. El exilio de Ignacio Abel es el exilio de los moderados, de los que saben que su vida corre peligro en los dos bandos, porque ambos bandos odian a los tibios, a los que todavía confían en que es posible construir un país mejor desde la escuela pública, la modernización de las infraestructuras o las elecciones libres.

Esta novela de Muñoz Molina marca un hito en la historia reciente de España. Ahora que tanto abunda la palabrería sobre la “recuperación de la memoria histórica”, que en realidad lo único que pretende es hacer pasar por buenos a todos los de un bando y por malos a todos los del otro, era necesario que alguien como el escritor ubetense –tan meridianamente comprometido con los valores del socialismo ilustrado y patriótico español– dijese las realidades objetivas que desfilan por delante de los ojos de Ignacio Abel.

Porque la realidad de aquellos años trágicos es, no nos engañemos, que hubo un sector de la izquierda –la CNT, el PCE, una mayoría del PSOE– que despreciaba el régimen de libertades de 1931 tanto como los fascistas de Falange o los carlistas del Requeté. Y la verdad es que en 1934 –en octubre se cumplieron setenta y cinco años y nadie ha dicho nada ni ha perdido perdón– esa izquierda se echó al monte para intentar acabar con la República, tal y como hiciesen, unos meses después, las derechas en el golpe del 18 de julio. Y la realidad es que hubo hombres decentes, honrados y buenos que murieron asesinados a manos de los matarifes gobernados por Franco, Queipo o Yagüe, pero también los hubo que calleron bajo la ira sangrienta de las masas revolucionarias. Y la realidad es que la bandera española tricolor fue despreciada con igual saña por los contendientes más radicales de ambos bandos, y que apenas un triste y escaso puñado de ignaciosabeles y morenosvilla se entristecían al pensar la oportunidad que entre todos se había desperdiciado para hacer un país simplemente más moderno, mejor, más limpio. Y la realidad es que el espanto ante el crimen no puede entender de trincheras ni de uniformes ni camisas, y que no se puede rescribir la historia para hacernos creer que todos los caídos en el bando “rojo” fueron inocentes víctimas defensoras de la libertad y la democracia, porque simplemente eso no es verdad. Y para hacernos pensar y reflexionar sobre todo esto, ha sido necesaria la palabra lúcida, valiente y bellísima de Antonio Muñoz Molina.

(Publicado en Diario IDEAL el día de hoy, dentro del especial dedicado a Antonio Muñoz Molina)

sábado, 5 de diciembre de 2009

POR LA LIBERTAD EN INTERNET


Ante la nueva embestida contra los derechos de los ciudadanos que planea el gobierno de España, a mayor honra y gloria y pago de favores de los chicos de la SGAE, un grupo de internautas está difundiendo el siguiente manifiesto por la red. Parece que la presión ha dado resultado y de entre el caos con el que se gestionan las cosas públicas en España (ya saben: una ministra dice una cosa, su compañero la contraria) se ha alzado la voz del presidente para decir que se da marcha atrás. En cualquier caso, nos sumamos a ese manifiesto, suprimiendo, eso sí, el punto 9 del mismo, que nos parece un atentado a los legítimos derechos de los autores. Todos los demás, chapó. Sobre todo los que denuncian el ataque feroz a la democracia que supone el dejar en manos de particulares el cierre de medios de expresión.

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que…

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia.

Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Si quieres sumarte a él, difúndelo por Internet.

viernes, 4 de diciembre de 2009

TURBAS LINCHADORAS





Diego Pastrana es ese joven canario al que todos estamos haciendo pasar por un calvario difícil de vivir e imposible de olvidar. Una tarde, se presenta en el hospital con su hijastra a punto de morir y sale de allí esposado y directo al calabozo porque uno de los perspicaces médicos que pueblan alguno de los diecisiete sistemas sanitarios españoles dice que hay rastros en la niña muerta de malos tratos y de violaciones sexuales. Es de suponer que las diligentes autoridades sanitarias de Canarias pasan el parte médico a la prensa, para que todo el mundo sepa lo eficazmente que se actúan los políticos contra los maltratadores, y ya nadie puede evitar el linchamiento moral de este hombre. Ahora no vale esquivar la responsabilidad, porque todos fuimos culpables, todos hemos sido responsables de lo sucedido. Cierto es que el responsable genésico de todo es ese médico que certifica lo inexistente, y luego el politicucho de turno que ufano y feliz por haber apresado a un criminal se lo cuenta a la prensa. Pero a partir de ahí ya no es posible que ningún ciudadano renuncie a su responsabilidad.

Nuestra sociedad, al socaire de unos medios de comunicación desesperados por captar lectores y oyentes y televidentes, tiene una capacidad aterradora para convertirse en turba. La modernidad, la diversidad de la información y la inmediatez de la misma no están sirviendo para hacernos mejores sino para sacar lo peor que anida en nuestro interior, ese animal sediento de venganza y ansioso de acudir a la plaza con hoces y horcas. Es suficiente la sospecha o el error en el diagnóstico para culpar a alguien de crímenes terribles, sin necesidad de esperar dictámenes médicos definitivos o juicios en los que pueda defenderse. No hay presunción de inocencia, porque la propia la ley la vulnera: ante denuncias de los malos tratos muchos hombres inocentes se están viendo obligados a reconocer palizas que no han dado para someterse a un juicio rápido y evitar el desastre psicológico del calabozo. Prima el juicio inmediato, inmisericorde, terrible, el juicio del titular que más horror acapare, el de las palabras que nos dibujen un acusado más repugnante. Pero ocurre si la acusación es falsa y tan horrenda destruye al acusado. A Diego se le encerró en un zulo, a pan y agua y los guardias civiles que lo custodiaban lo obligaron a presenciar las fotografías terribles de la autopsia de su hijastra. Ahora está devastado, arrasado, sin resortes íntimos a los que aferrarse. Nosotros, todos nosotros, todas nuestras palabras iracundas, lo hemos destruido. Y lo realmente grotesco es que el médico que inicio la vía dolorosa de este joven debe ser compañero, sino amigo, del que no hizo ninguna prueba cuando la niña llegó al hospital con el golpe en la cabeza que finalmente la ha matado.

Profesionalidad, sensatez, mesura, todo eso ha desaparecido de nuestra manera de ser, de escribir, de expresarnos. Somos carne de turba linchadora. ¿Podrá perdonarnos Diego?

(Publicado en Diario IDEAL el día 3 de diciembre de 2009)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

VIVE CON ARTE





Otro año, y van dos, mi hermano José Miguel se ha hecho con el segundo premio del concurso de carteles que con motivo del Día del SIDA organiza la Junta de Andalucía. Lo idóneo hubiese sido colgar aquí este cartel ayer, pero no hubo tiempo. Así que aquí queda hoy ese cartel de VIVE CON ARTE como prueba de su buen hacer.

sábado, 28 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DE AMOR





En Carta a D. Historia de un amor André Gorz le cuenta a Dorine Keir la biografía de su amor, lo que para él significo amarla. Dorine vivió muchos años atormentada por un cáncer de endometrio y por una aracnoiditis, y Gorz la cuidó con la paciencia del amante en una de esas hermosas casas decimonónicas del campo francés, alejados del tumulto y de la medicina convencional. Estaban solos el uno para el otro, el uno con el otro. Allí, ella pudo haber sido feliz –se lo dice con Gorz con ternura– si la enfermedad no la hubiera consumido en dolores.

El libro destila pasión, compasión, comprensión: habla del amor y de la vida en pareja, que es crecer con la persona que se quiere. Pero los párrafos finales no pueden leerse sin que un nudo apriete en la garganta. Están escritas desde la certeza del fin: André y Dorine seguramente habían hablado de su vejez, de su soledad, de la tragedia que sería agostarse sin poder ayudarse, devorados por los años. André y Dorine querían morir juntos, el mismo día, de la misma manera, y el 22 de septiembre de 2007 se inyectaron una sustancia letal. Murieron abrazados en su casa de Vosnon, no sabemos si oyendo a Kathleen Ferrier cantando los versos de Gluck que dicen que “El mundo está vacío/ no quiero vivir más”. Algunas noches André veía la silueta de un hombre caminando detrás un coche fúnebre en el que viaja Dorine, ya muerta. Y le dice que no quiere asistir a su incineración ni que le den un bote con sus cenizas, y que se despierta cuando oye la voz delicadísima de Ferrier cantando esos versos. “A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro”: ninguno quiere quedarse en ese mundo vacío e inhóspito que la muerte inaugura con la ausencia de la persona amada.

Gorz es un anciano de más de ochenta años cuando escribe esta carta de amor. Pero es un anciano enamorado: confiesa que hace poco volvió a enamorarse de Dorine y que está poseído por “un vacío devorador que sólo sacia tu cuerpo apretado contra el mío”. De pronto, en esas palabras cuajadas de melancolía y de tristeza y cercadas por la inminencia del fin –la proximidad de la muerte ha dotado al filósofo de una clarividencia mágica– resuenan algunos de los más bellos versos de amor. ¿No se anuncia en ese amor postrero el polvo enamorado de Quevedo? ¿No está el amante André diciéndole a la amada Dorine que “con la lengua muerta y fría en la boca/ pienso mover la voz a ti debida”? El amor, claro, es una forma de vivir juntos, pero para Gorz es también una manera de morir juntos, porque sabe que cuando lo amado muere, muere una parte del amante, tal vez la parte fundamental de su persona. Y entonces el mundo está vacío, pero no tanto, pues las palabras del amor “harán parar las aguas del olvido”. Morir amando y quedarse en lo amado. Amar con la intensidad de los huesos y los músculos, creciendo cada día en el amor. “Recién acabas de cumplir ochenta y dos años. Y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca.” Todo está dicho.

(Publicado en Diario IDEAL el día 27 de noviembre de 2009)

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL ESTUDIO DEL ARTISTA




Los estudios de los artistas tiene algo sagrado, mágico, como si guardaran un misterio al que el resto de los hombres no podemos acceder. Cuando se atraviesa la puerta del estudio de Antonio Espadas –pequeño, todo lo pulcro que puede estar el lugar donde pinta un pintor, situado al final de una escalera difícil– uno se siente preso en la red invisible de algo que de tener nombre debería ser “arte”, supongo yo. En ese espacio ha pintado Espadas sus cuadros en los que los paisajes de Úbeda descansan sobre el lienzo llenos de luz, quietísimos. Allí están los testigos del laborioso proceso creador: los pinceles limpios o todavía con restos de pintura; los tubos de óleo y la caja de acuarelas, como un muestrario de caramelos; los cuadros amontonados contra la pared y los retratos que los amigos –Góngora, Pepe Dueñas...– y el hijo han hecho del artista; mascarillas de barro como testigos funerarios de no sabemos que rituales antiguos; la mesa en la que Antonio pinta y traza los cuadros, el boceto de una acuarela sobre el caballete con la iglesia de San Pablo todavía en ciernes, como detenida en una lejana Edad Media de manchas esbozadas o presentimientos de agua coloreada...

Diego Rivera, Hubert Robert o Jan Vermeer pintaron el estudio en el que creaban, en el que cada día trabajaban para dar forma exacta y precisa de lo bello. ¿Qué es el arte? Es difícil definirlo en este tiempo en que las grandes ferias de lo artístico confunden lo bello con lo postizo o con lo realmente asqueroso, como esa “Mierda de artista” de Piero Manzini. El argumento de que cualquier cosa salida de la cabeza del “artista” es arte ha puesto al arte verdadero en un apuro, lo ha abandonado en una retirada. Y por eso es necesario volver a los estudios de los artistas para intuir una definición del arte. ¿Qué es el arte? Lo que sale de ese recinto íntimo en el que la luz se declina sobre las formas de los edificios, sobre los rostros de las personas que sirvieron de modelos y que son ya química fosilizada sobre la tela blanca, la carpeta sorprendente en la que Antonio Espadas guarda una colección de acuarelas que apresan con la levedad de lo numinoso los espacios de Úbeda, todavía hermosos.

Hay un magisterio en el oficio del artista que urge reivindicar. Por lo que tiene de minucioso, de constante, por su capacidad de mirar. El acto íntimo de la creación es un acto definitivo de soberanía personal, de independencia frente al mundo y sus estupideces. Al crear, el artista da forma plástica, palpable, a aquello que su mirada ha apresado en el tiempo herido. A través de su laboriosidad el artista congela las emociones que palpitan en su interior, su visión del mundo. En realidad, el artista trabaja como un artesano del arte, con la paciencia del padre que espera el nacimiento del hijo y luego lo acuna. Con la emoción del que siente que la luz del mundo lo atraviesa pidiendo paso en el cuadro, que es así retal de una época, testigo de un momento. Eso –pienso– es lo que yo sentí la tarde de noviembre en el estudio de Antonio Espadas.

(Publicado en Diario IDEAL el 19 de noviembre de 2009)

lunes, 16 de noviembre de 2009

MÁS ALLÁ DEL MURO




Se han cumplido veinte años de la caída del Muro de Berlín: el 9 de noviembre de 1989 los ciudadanos alemanes ponían fin, pacíficamente, a una de las etapas más sombrías de la historia del género humano. Porque pese a sus promesas de redención universal y pese a su afán –o precisamente por ese afán– de hacer de la tierra un “paraíso, patria de la humanidad” el comunismo acabó convertido en un capítulo más de la historia del sufrimiento humano, tal vez el más siniestro y sanguinario, el que más dolor contabiliza en su haber: en palabras de John Gray “el resultado final del experimento bolchevique fueron los asesinatos masivos y las vidas truncadas a una escala sin precedentes”. Por eso sorprende oír las palabras de José Luis Centella, el flamante secretario general del PCE, cuando dice que se siente orgulloso de ser lo que es y que los comunistas no tienen que arrepentirse ni pedir perdón. Y sorprende más aún que lo diga mientras los berlineses conmemoran la noche en la que comenzaron a sentir que eran dueños, nuevamente, de sus vidas y que se podía poner fin al futuro controlado, vigilado, frío, que el partido comunista alemán había dibujado para ellos, porque en realidad el comunismo no fue otra cosa que una administración ineficaz económicamente pero muy efectiva en la destrucción del alma, a la que aniquiló con una terrible capacidad para oscurecer los afanes mejores del genio humano. Que aquella ilusión de 1989 fuera un espejismo y que la voracidad de la derecha neoliberal y neoconservadora se haya encargado de dinamitar cualquier esperanza no quita mérito a lo conseguido en la mágica noche del otoño de hace veinte años, la noche en que la historia volvió a hacerse presente y las personas enseñaron que a veces los tanques no bastan para frenar la ola de la libertad.

Pero ya digo que la esperanza inaugurada aquella noche, cuando se desintegraban las fronteras de la dictadura comunista, ha acabado en nada. Hoy el mundo es más inseguro que en 1989 y avanzamos imparables –y lo que es peor: ciegos– hacia el cumplimiento de la profecía de Alain Minc, que predijo la llegada de una nueva Edad Media, con la desintegración de los estados en muchas zonas del mundo –África, Afganistán, Iraq, Colombia, México– y la expansión de zonas controladas por poderes particulares, sean estos multinacionales, piratas, asociaciones mafiosas o grupos religiosos o terroristas. Hoy los riesgos para la supervivencia de la especie humana son más evidentes y más graves que hace veinte años. Hoy la violencia y el aumento de la población y de la pobreza y el descontrol armamentístico y la presencia cada vez más amenazante de los efectos del cambio climático, auguran una época terriblemente incierta para la humanidad, que por primera vez desde hace decenios se enfrenta a la evidencia de que el futuro que nos espera es, con todos esos condicionantes, necesariamente más oscuro que el que nos promete una casta política adobada por una estupidez sin límites.

Pero lo peor de todo es que frente a esa catástrofe anunciada por los signos de los tiempos, no hay alternativas. La crisis económica y social provocada por los postulados del pensamiento de la derecha no tiene enfrente argumentos que permitan considerar viable una rectificación del rumbo. La izquierda, lo hemos visto, sigue desaparecida bajo los cascotes del muro, aferrada al pasado, cuando el pasado ya no es una alternativa. Hay una necesidad urgente de que la izquierda se repiense: pero para ello es necesario que antes asuma que está desnuda, en la indigencia intelectual. Si la izquierda sólo ofrece pasado, la izquierda carece de futuro. Y hablo de la única izquierda posible, la socialdemocracia, que es la que puede ofrecer un catálogo real de mejoras en la vida de las personas.

La izquierda tiene que pensar un futuro limitado, sin pretensiones, con modestia: el tiempo de las utopías y de las revoluciones universales terminó, felizmente, hace veinte años. Ya no es tiempo de redenciones, porque la gran enseñanza del siglo XX es que la utopía y la revolución degeneran siempre en horror y tiranías. Esa izquierda que soñaba con transformar el mundo, abarcando todas las facetas de la realidad y queriendo modificarlas incluso con la herramienta del crimen masivo, ya no sirve: ahora es necesario un pensamiento nuevo que intente rescatar y acotar espacios para salvaguardar la dignidad del ser humano y el futuro de la especie. Es necesario, pues, un pensamiento sin ambición, consciente de que el pesimismo ofrece una imagen más certera de la realidad, un pensamiento tocado también por un halo poético que se implique en la tarea diaria, no mesiánica, de ayudar a reducir el dolor del mundo. La tarea del futuro no es la gran tarea revolucionaria, sino la acumulación de tareas pequeñas en una política hecha con rostro humano, una política de lo cotidiano, tal vez al modo en que Obama está reinventando la política en Estados Unidos. No se trata, por lo tanto, de pensar en cómo remover las fuerzas cósmicas ni las superestructuras del capitalismo que impiden la felicidad del hombre, sino de reflexionar y acordar las fórmulas que permitan remover lacras como la tortura, el hambre, la esclavitud, la explotación infantil, la soberbia empresarial, la desprotección de las mujeres y los homosexuales, la persecución ideológica, la falta de libertad de creación y expresión. No hay posibilidad ninguna de construir paraísos, pero tienen que abrirse caminos que permitan avanzar en el cierre de los infiernos.

En realidad la izquierda posible –heredera de la socialdemocracia y del humanismo cristiano– tiene que superarse así misma, superando la herencia ideológica de la modernidad: hay que pensar en otros términos. El paradigma de un futuro que acumula mejoras, la creencia de que la historia es una flecha que avanza hacia un mayor bienestar o una mayor seguridad, son falsos. Pero esa fe ciega permanece inamovible en la mentalidad de políticos y pensadores, que tal y como advierte Philip Roth ni siquiera han permitido que el nivel más bajo de pensamiento imaginativo acceda a la conciencia, para evitar que se cause el menor trastorno. Y sin embargo urge (re)construir un “pensamiento imaginativo” que, desde el desencantamiento del mundo y del futuro y desde la conciencia alerta del pesimismo, permita articular respuestas que eviten los horrores del futuro, para los que Robert D. Kaplan piensa que tal vez todavía no se han inventado las palabras que los denominen.

¿No avanza el mundo sin control? ¿No es realmente suicida pensar que un ser esencialmente destructor como es el hombre podrá controlar los efectos aniquiladores de los grandes avances científicos, como la clonación? ¿No es evidentemente suicida seguir creyendo que podemos forzar la máquina del planeta porque podremos rectificar antes de llegar al punto de no retorno? ¿No es claramente suicida escamotear las respuestas a los grandes interrogantes que plantea un mundo superpoblado y cada día menos integrado y más violento? Frente a estos retos no caben las revoluciones: pero cabe y urge pensar en los términos de lo posible, de lo factible. Sólo así será posible derribar sin dramas, como en 1989, los muros que hoy oscurecen el futuro.

(Publicado en Diario IDEAL el día 14 de noviembre de 2009)

viernes, 13 de noviembre de 2009

EREMOZOICO




Hace unos años Edward O. Wilson avisaba que la humanidad está dejando atrás el cenozoico, o edad de los mamíferos, para entrar en el eremozoico, o era de la soledad. El prestigioso darwiniano no realiza profecías: señala que la acción del hombre sobre el medio ambiente está produciendo la mayor extinción en masa desde el fin de los dinosaurios. Miles de especies animales y vegetales desaparecen diariamente y el ritmo de destrucción no tiene visos de frenarse, por lo que es fácil prever que la generación de nuestros hijos asistirá a la desaparición de todos los parajes naturales y salvajes y el ser humano se quedará –con la triste compañía de las especies domesticadas y hechas a imagen y semejanza de sus necesidades– sólo sobre la faz de la tierra. En tres décadas poblaremos el mundo 8.000 millones de seres humanos: John Gray, con su sensata clarividencia, tiene muy claro que no se puede mantener esa población sin desolar la tierra. Para sobrevivir tendremos que quedarnos solos y nuestra supervivencia nos convierte, según el científico James Lovelock, en una “enfermedad planetaria”: la tierra padece “primatemaia”, una plaga de personas.

La perspectiva de vivir solos en un mundo post-natural, arrasado y ceniciento, rodeados de humanos clonados y hechos a imagen y semejanza de las tiranías que se otean en el horizonte, es desoladora. Pero la solución que Lovelock ve más viable para que no cuaje históricamente la era de la soledad, es sobrecogedora. Porque uno de los mecanismos que pone fin a las plagas es la destrucción del parásito, y los más lúcidos pensadores del momento prevén que el aumento de la población y el descenso de los recursos generarán en el futuro conflictos de tal magnitud que la mortalidad humana alcanzará niveles desconocidos. Así, el hombre, que su ceguera viaja hacia la soledad de un mundo artificial, frenará en las próximas décadas el viaje hacia el espanto al coste de un sufrimiento y una destrucción de vidas sin parangón en la historia. ¿La plenitud del proceso de destrucción del mundo marca el inicio del ocaso del crecimiento de la especie? O más aún, ¿es necesaria una disminución radical, brutal, en el número de seres humanos para que la especie y el planeta tal y como lo conocemos se salven?

Los pensadores más lúcidos alertan sobre los dramas que se avecinan. Pero, despojados de la fe ciega en el progreso y la tecnología propia de la modernidad, lo hacen sin acritud, con la sensatez escéptica de los que saben que ya no son posibles las utopías y que sólo caben las pequeñas modificaciones de la realidad para garantizar que nuestros hijos hereden un mundo hospitalario. El último aviso lo ha dado el profesor de Stanford Paul R. Ehrlich: si no se controla la natalidad, a nivel mundial, el mundo está abocado o al caos horripilante vislumbrado por Lovelock o al páramo anunciado por Wilson. No sé si estaremos solos en el futuro, pero lo cierto es que hoy estamos solos frente el futuro. Pensemos, pues, desde la soledad. Sin miedo a pensar, pero con miedo al futuro.

(Publicado en Diario IDEAL el día 12 de noviembre de 2009)

viernes, 6 de noviembre de 2009

ALAKRANA




No entiendo a este país. Y a veces, incluso, me avergüenza: demasiadas veces. Este es el país donde los partidos políticos se pasan la democracia por el arco del triunfo, pero donde todos se la cogen con papel de fumar cuando hablan del Estado de Derecho en según que ocasiones: el mismo Estado de Derecho que, por ejemplo, no respetan ni el PSC ni CiU ni ERC cuando cargan contra el Tribunal Constitucional a cuenta de la sentencia sobre el a todas luces inconstitucional Estatuto de Cataluña.

No entiendo este país, que carcomido por el cáncer del buenrrollismo y de la política guay se ha olvidado de lo que los pensadores alemanes denominaban la realpolitik. La política cruda y dura, el hueso desnudo de la política, la política en estado puro, ese espacio en el que el político se enfrente con la realidad y sólo cabe el riesgo y la decisión valiente, la política en el borde mismo de la guerra o del enfrentamiento, contra otros países o contra piratas. La política descarnada, cruda, donde se juega al todo o nada por cosas realmente importantes y urgentes.

Y todo esto me viene a la cabeza a propósito del secuestro del pesquero Alakrana.

No entiendo cómo desde el primer momento, y antes de haber permitido llegar a esta situación espantosa, el Gobierno no dibujó un plan para liberar a los pescadores por la fuerza, con toda la fuerza que aún pueda conservar unas fuerzas armadas a las que se prepara y adoctrina para la paz pero no para la guerra, como si los ejércitos fuesen otra cosa que máquinas de guerra, máquinas, en este caso, para defender a los españoles que lo necesitan. Pero no hubo acción militar, porque nuestros soldados no están para eso: lo extraño es que todavía no hayan recibido un fax del Ministerio ordenándoles que se vistan de gallinas caponatas para saludar a los piratas cuando se crucen con ellos, rebajando así la tensión. No hubo operación militar y ya no puede haberla, porque se traduciría en una escabechina de pescadores españoles. Hoy, los piratas son dueños absolutos de la situación.

Menos aún entiendo cómo se pudo detener a dos piratas y en lugar de mantenerlos a bordo del buque que la Armada tiene en el Índico –para negociar con los piratas, para chantajearlos, para intercambiar– los mandaron a España: la detención le daba a España una ventaja en la negociación, su envío a España le da toda la fuerza a los piratas. Ya sabemos que hay jueces ciegos por ser famosos o nobeles y que acabarán juzgando hasta al lucero del alba. Pero en este caso hubiera sido preferible que los militares –respaldados, protegidos, amparados por el Gobierno y por la deber de obedecer a los superiores y por las barbas del abuelo de Heidi si hace falta– hubieran puesto a buen recaudo, escondidos en las bodegas del buque, a los piratas retenidos y le hubieran dicho al juez (si este se emperraba en reclamarlos para hacerles radiografías) que se habían fugado: aquí era más importante y necesaria esa dosis de realpolitik, con todo su cinismo, que el sarampión de Estado de Derecho que de pronto entró. Y lo curioso es que el sarampión les ha dado, incluso o más que a nadie, a quienes ven bien que se vapulee al Constitucional por lo que ya he dicho más arriba.

Poniendo en manos de la justicia española –perdonen la expresión, pero no se me ocurre otra para designar el tenderete de tribunales que tenemos aquí– a los dos piratas se ha dejado en un callejón sin salida a los pescadores españoles: los piratas amenazan con matarlos de tres en tres si no son devueltos a Somalia sus dos compañeros. Y sus compañeros no pueden ser devueltos porque el Estado no funciona así y esta bien que una vez llegados a este punto no funcione así. Luego llegados al punto de imposible solución, ¿ahora qué?, ¿le damos una medalla al méritodenosequé a los todos los lumbreras implicados en la detención legalísima de los piratas? ¿Una medalla por todos los marineros que asesinen los piratas o una por cada uno? ¿Qué hacemos para rescatar a nuestros compatriotas de ese pozo de caos que es la costa somalí? ¿Seguimos elaborando bonitos discursos? ¿Seguimos consintiendo la bochornosa bronca política y el desprecio a las familias?

No sé, estoy hecho un lío. Y cabreado, claro, como tantos españoles decentes que hoy pensamos más que nada en el sufrimiento de estos trabajadores y de sus familias, en el terrible desasosiego de no saber qué va a pasar pero de saber que la solución, si la hay, es difícil. Y lo que más miedo me da es oír a los políticos de turno decir que Ministerio de Defensa (y Pacificación) tiene la situación controlada. Que Dios o el destino o el hado de los dioses se apiaden de los pescadores españoles, porque la torpeza de su país los ha dejado en la estacada, casi casi abandonados a su suerte, que es lo español. Supongo que muchos de ellos estarán pensando en estas horas de angustia cuánto mejor es nacer estadounidense, francés o inglés. Por desgracia no podemos elegir y nacimos españoles. Y los piratas nos tienen calados, seguro: deben estar tronchándose de la risa viendo como ellos aprietan el cuchillo sobre el cuello de los pescadores mientras aquí la indecente casta política intenta sacar tajada y beneficio de esta desgracia.

Ya digo, no entiendo este país. Y muchas veces, incluso demasiadas pocas, me da vergüenza. Hoy es uno de esos días.

APUNTES EN CHILLUÉVAR




Ya al pasar por Torreperogil el paisaje aligera su carga monótona y rectilínea de olivares y en algunas laderas rastrean todavía las últimas cepas de vid que se conservan en la comarca, tan rica antaño en vinos. A la altura del Puente de la Cerrada y de Santo Tomé el campo adquiere una hermosura nueva: la cercanía del río puebla el horizonte de álamos y chopos amarillentos, de tierra oscura en la que se plantarán los cereales. Y ya en Chilluévar se presiente la sierra, como un avanzadilla o como una trinchera de un paisaje que no debió perderse nunca.

Se sube la cuesta en la que descansa el cementerio de Chilluévar –¡qué sensación de tristeza y abandono la de estos cementerios pequeños!– y los olivos comienzan a ceder terreno a las encinas, a los pinos, a los caminos olvidados de tierra roja que llevan hasta los barrancos hondos que tienen como telón de fondo la sierra: un muro de rocas grises, escarpadas, cortadas como una garganta seca y con la hermosura de la creación desnuda. Los olivos han ido arañando terreno en las lomas y el bosque ha cedido ante la presión del hombre, pero por suerte no se ha apropiado el olivar avariento de todo el horizonte. Porque entre tanto gris polvoriento, entre tanto campo con aspecto de cansado y sediento, serpentean los arroyos y los chopos elevan su melancolía pálida sobre el paisaje quieto. Allí, en las profundidades del campo, sólo existieron el fin de semana pasado el silencio de la vida y los días azules. Y la sensación vivísima de que el otoño es un apunte poético insinuado en las hojas marchitas de los perales y los manzanos sobre la hierba verde o en la belleza ocre y circular de las granadas.

El silencio es la paz interna e intensa, porque nos permite pensarnos y llegar a acuerdos con nuestro interior. El silencio y la belleza de la naturaleza –tan maltratada y pese a todo tan generosa– nos ofrecen no sé qué alegría de desconocidos acordes, no sé qué sensación de que se han restañado las heridas que dentro de nosotros abren las miserias de cada día. Era posible pensarlo y sentirlo las noches de la sierra, blanquecinas bajo la luz de la luna casi llena, cuando a lo lejos titilaban las luces de los pueblos lejanos, de las caserías perdidas entre los últimos pinares. ¿Hasta qué punto nos pertenece tanta belleza? Allí, perdidos en un trozo del paraíso –el paraíso debió ser un concierto de silencios y pájaros, un eco de balidos de oveja y cantos de gallo traídos por la brisa fresca de la tarde, un coro de ladridos perdidos en la madrugada–, creo que era fácil sentir que no somos propietarios de tanta belleza, que carecemos de títulos que nos legitimen para destruirla. En realidad, los únicos dueños de todo aquello son aquellos buitres que al mediodía del lunes sobrevolaban majestuosos el cielo apretado de nubes grises, dejándose llevar por el aire húmedo del universo suspendido e iluminado de tristezas, como dos señores extraños en un mundo que fue suyo durante milenios y que ya no les pertenece, pues no lo hemos apropiado para destruirlo.

(Publicado en Diario IDEAL el día 5 de noviembre de 2009)

lunes, 2 de noviembre de 2009

ÁGORA




Me preguntaba mi hermano Jose Miguel que qué me ha parecido la película Ágora, de Alejandro Amenábar. Casi transcribo aquí el mensaje que le mandé contándole mis impresiones. Y es que la película me ha parecido entretenida, pero poco más. Pretenciosa, pues abarca demasiado y aprieta poco, o no aprieta nada, o aprieta allí donde le conviene, sectariamente. Y tendenciosa: es cierto que puede ser vista como una denuncia contra todos los fanatismos (creo que así la he visto yo), pero vuelvo a preguntarme si estos directores y actores tan modernos serían capaces de hacer una película no para criticar los crímenes cometidos por los cristianos o por los paganos o por los judíos hace 1600 años, si no para criticar los crímenes que se cometen ahora por los musulmanes o para denunciar la red de connivencia social con el terrorismo que corrompe el País Vasco. Esto es como dar un palo en la cabeza de otro, y al final eso no resulta, por mucho que la Iglesia siga manteniendo al asesino obispo Cirilo como un santo de especial categoría: si lo que se quiere es denunciar el fanatismo religioso, lo sensato y valiente es hacerlo con ejemplos actuales. Y si lo que quiere es que la Iglesia borre de su santoral a tanto hombre indigno (el tal Cirilo, un buen puñado de papas e inquisidores, Escribá de Balaguer...), que se diga abiertamente. Si se quiere denunciar el fanatismo cristiano que se haga contando las consecuencias terribles que en África tiene la doctrina papal sobre el condón, o que se cuente lo que hizo Fesser en Camino, arremetiendo contra el fanatismo del Opus Dei. Si se quiere denunciar un fanatismo que todavía se manche las manos de sangre, que se ponga el objetivo en los islamistas. Jugar de otra manera al hacer una película o al contar una historia es de cobardes, como los progres españoles, que consideran que las viñetas de Mahoma o la murga de Ceuta que criticaba al Islam son ataques injustificados a una religión y que, sin embargo, cuando los cristianos protestan por las burlas que se hacen de sus creencias consideran que están atacando la libertad de expresión.

No se puede estar al caldo y a las tajadas, y me temo que Amenábar, aquí, ha querido estar en misa y repicando, o sea, que ha estado cobarde. Técnicamente muy bien, muy bonita, el decorado precioso, pero detrás, más allá de una denuncia general y diluida del fanatismo, vuelve a caer en una crítica manida contra la religión cristiana, un ataque burdo que en realidad sólo puede ofender a los creyentes más extremistas. A mí, particularmente, me ofende poco: soy consciente de la ola de sangre y crímenes que tras de sí arrastra la religión cristiana.

Estoy convencido de que a la película, para ser honesta intelectualmente, le falta una segunda parte: si aquí se critica ese fanatismo criminal de los cristianos, debería Amenábar hacer una película en la que muestre cualquiera de los casos heroicos en los que los cristianos han dado ejemplo de humanidad: San Francisco o Maximiliano Kolbe, por ejemplo. La Misión, sinceramente, me parece que refleja mucho mejor, con más potencia, con más sinceridad y con más valentía la miseria del cristianismo (representada por la posición de la jerarquía que vende a los indios y las reducciones jesuíticas), mostrando la contrapartida de su grandeza (la defensa cerrada que los jesuitas hacen de los indígenas). Esa sí es una crítica valiente, expuesta, coherente: en Ágora se juega con trampa. Simplemente. Y no me gustan las películas tramposas. La he visto una vez, pero no creo que sea una película para ver más veces: el rato entretenido de la primera vez puede cortarse en las tripas, como la leche agria, si uno se planta delante de la pantalla para verla de nuevo.

viernes, 30 de octubre de 2009

HERIDO DAIMIEL




El otoño político sigue deshojando las desvergüenzas y latrocinios de los unos y las incapacidades y frivolidades de los otros. Mientras, la sabia y dolida naturaleza manda un quejido terrible desde el antiguo humedal de las Tablas de Daimiel, herido de muerte: el subsuelo de aquella tierra mágica que hasta hace cincuenta años era posible cruzar en barcas, está ardiendo de puro reseco y pura tristeza. Una combustión lenta, terrible, casi imparable si no se inunda rápidamente la tierra que han secado la ambición de los agricultores –“mucha sangre de Caín tiene la gente labriega”, que diría don Antonio Machado–, la nefasta política de subvenciones agrícolas que sólo ha servido para enriquecer a unos pocos y para empobrecer y aniquilar paisajes y ecosistemas milenarios, y la absoluta inutilidad de una casta política incapaz de defender y proteger algo que no nos pertenecía y que no teníamos derecho a dilapidar ni destruir. Y sin embargo lo hemos hecho: lenta, despaciosamente, acaparando en el proceso de destrucción de ese espacio natural esfuerzos y leyes vanas, pomposas declaraciones, miles de millones de pesetas... toda una retahíla de imbecilidades y despilfarros que no ha dado resultado –aunque sí habrá dado beneficios para algunos– porque los últimos informes dicen que el daño causado a las Tablas es ya irreparable, irreversible: hace muy pocos años todavía podía haberse salvado, pero el agua bendita que tenía que haber anegado aquellas lagunas –que antaño fueron brillantes y limpias– se destinaba a los regadíos avarientos y a los campos de golf murcianos.

El final de los humedales manchegos comenzó, como tantas destrucciones del patrimonio cultural y natural español, durante la dictadura de Franco. Después la democracia no ha hecho más que abundar esa política de desprecio por el patrimonio común, que pertenece a los que un día lo cuidaron y mimaron, a los que hoy lo destruimos y a nuestros hijos y nietos, que ya no podrán disfrutarlo o contemplarlo. Es difícil no suscribir la tesis de los misántropos cuando dicen que el hombre se ha convertido en el cáncer del planeta, pero es imposible no estar de acuerdo con los que afirman que el mayor problema de España son los españoles. No hay pueblo que se dedique con más ahínco a destruir sus bienes y su patrimonio, sus paisajes, sus herencias, sus convivencias.

Arden las Tablas de Daimiel, como si todo el universo se hubiera ya cansado de la avaricia sin fin de esta especie estúpida. Como si por las bocanas de la tierra manchega y ajada escupiesen sus humos moribundos todos los ecosistemas destruidos, como si hasta la naturaleza fuese ya incapaz de mostrar su ferocidad y esas fumatas lentas manifestasen un cansancio ilimitado del planeta. Los filósofos de todos los tiempos han intentado definir al hombre: “un animal que ríe”, “un animal que llora”, “un animal político”, “un animal económico”... En realidad el hombre es un animal que destruye y que se destruye, gratuitamente, ciegamente, con la furia del idiota avariento.

(Publicado en Diario IDEAL el día 29 de octubre de 2009)

jueves, 29 de octubre de 2009

EDUCACIÓN: ¡¡¡CUERPO A TIERRA!!!




Juro que yo tenía al Ministro de Educación, Ángel Gabilondo, por un hombre cabal. Hasta hoy, hasta hace cinco minutos, en que acabo de oírlo decir que se va a estudiar ampliar la enseñanza obligatoria hasta los 18 años. O sea, que en lugar de hacer lo sensato, que es reducir la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 14 años (y volver a implantar un bachillerato de cuatro) o como mucho hasta los 15 (con un bachillerato de 3), los lumbreras de este país han pensado que lo mejor es subirle otros dos añitos. De nota, este país es de nota: de prosperar el invento, este delirio, dentro de poco veremos en los patios de los institutos a los críos de 12 años (el que decidió que los niños de 12 años dejaran los colegios y se fueran a los institutos debería estar encarcelado) intimidados y acobardados por hombres de 17 que están en el centro obligados, sin querer estar ni estudiar, dedicándose a molestar, a matonear y a chulear.

Resulta que una menor de 16 años puede abortar si así le viene en gana, pero no puede decidir si quiere seguir estudiando o no porque el Ministerio va a tomar esa decisión por ella. Resulta objetivo que los repetidores de 15 y 16 años mezclados con niños de 13 años no hacen más que impedir que en el aula se pueda aprender, resulta que los centros educativos son un caos y que todos los informes PISA y el sentido común nos dicen que con esta educación no vamos a ninguna parte... y al Ministro sólo se le ocurre esto, con la intención, claro, de rebajar las listas del paro: si hasta los 18 están en la escuela, aborregados y encabronados, no pueden ir a apuntarse a las listas del INEM. ¡Y esto lo ha pensado un hombre que parecía sensato! Miedo da pensar lo que puede pasar si el Ministerio es ocupado por alguien como Zerolo, Pajín, la Aído, la Botella o Luis Herrero. O lo que va a ocurrir cuando la norma, si prospera, llegue a ese melonar sin amo que son las consejerías de educación de las autonomías. Estoy convencido de que en la más progre de las autonomías habrá algún lumbreras que proponga que la educación obligatoria se amplíe hasta los 80 años: así no sólo disminuyen las listas del paro, es que con esta medida, además, se ahorra en pensiones que es un gusto.

Nos estamos jugando nuestro futuro como sociedad. Nos lo jugamos en la educación. Los políticos se dedican a parchear en este tema y en casi todos, a decir boberías y a implantar bombas de relojería que van estallando pausadamente. ¿Hasta cuando podrá soportar el sistema educativo español tanto desprecio, tanta estupidez, tanta mentira? ¿No hay nadie en este país a quién realmente le interese crear un sistema educativo serio, potente, eficaz? No, se ve que no: en cualquier caso los políticos que piensan estas cosas tienen garantizado que los colegios de elite a los que sus hijos van se escapan a tanta destrucción masiva. Y no vale decir que en los “países de nuestro entorno” la educación obligatoria llega a los 18, porque en “los países de nuestro entorno” los sueldos son decentes, la educación se la toman en serio, se apoya la investigación y las universidades... A ver si de una vez miramos a “nuestro entorno” para algo bueno, para algo sensato.

El país –España digo– está al borde de la emergencia. Desgarrado de corruptelas, mentiras y estupideces. Urge un plante ciudadano, masivo, cabreado. O decimos que hasta aquí hemos llegado o llegarán hasta el punto de laminar cualquier posibilidad de un mañana digno para nuestros hijos. ¡Panda de estúpidos...! Pobres españoles...

PD. Pinchen el enlace de la noticia en elpais.es. Y no se pierdan los comentarios de los lectores: se supone que los que somos lectores de El País somos gentes más o menos de izquierdas. Bueno, pues hasta esta gente está en contra de esta desfachatez, lo que nos da un hilo de esperanza: en España, la gente sigue siendo mejor que sus políticos.