miércoles, 31 de octubre de 2007

EL 28-O DE JOSÉ ANDRÉS


El 28 de octubre hará veinticinco años de la primera victoria electoral de los socialistas. Yo era un niño ese día de 1982: recuerdo vagamente la tarde de sol y las colas ante las urnas; fui allí con mis padres, como para participar de la emoción colectiva. La memoria de ese día pondrá una sonrisa y una nostalgia en el corazón de mucha gente. Pienso ahora en José Andrés Torres Mora, el Vicepresidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados. Porque para José Andrés el 28-O traerá la emoción de aquella noche en que España se vistió de cambio, pero también le devolverá la memoria de sus muertos: el domingo estará en Roma para asistir a la beatificación de su tío abuelo, Juan Duarte Martín.

Juan Duarte tenía 24 años y era seminarista. Tras el golpe de Estado del 18 de julio, estando de vacaciones en casa de sus padres, se esconde en el sótano: tenía miedo. Pasan las semanas, lo delata una vecina de Yunquera, los milicianos lo detienen el 7 de noviembre, es encarcelado y torturado –cruelmente torturado– durante una semana. Luego, lo trasladan al barranco de Álora y allí lo asesinan: le abrieron el vientre y se lo llenaron de gasolina. Le prendieron fuego. Murió perdonando a los que lo asesinaban, diciendo que veía a Cristo. Era la mañana del 15 de noviembre de 1936: tirotearon el cadáver durante días, le partieron las piernas.

Ahora, más de setenta años después de aquel horror, Juan Duarte será elevado a los altares. Y José Andrés estará presente en la plaza de San Pedro, recordando en esos momentos a sus mayores, que vivieron aquella tragedia y que la cosieron en el fondo del corazón. Sabemos que José Andrés estará feliz: algunas veces me habló del asesinato de su “tío Juan”, del deseo de su familia de verlo convertido en santo, de la perplejidad que sintió cuando Zapatero habló de “socialismo libertario”, pues lo de “libertario” le recordaba a los asesinos de 1936. El recuerdo de su tío Juan era un acicate personal para reparar a los otros muertos –los de las fosas comunes– y una enseñanza: la de que no hay ninguna idea capaz de justificar el asesinato, tanto más cruel cuando el asesinado sólo se ha servido de la palabra para expresar su compromiso.

Asesinaron a Juan Duarte Martín por ser católico. Asesinaron a muchos otros por esa misma condición. Asesinaron a decenas de miles por haber militado en el PSOE, en Izquierda Republicana o por haber sido maestros al estilo de don Gregorio, el de La lengua de las mariposas. El domingo, José Andrés sentirá las felicidades que le vienen de sus muchas herencias. También yo me siento feliz: porque un diputado socialista puede defender la innegable justicia de recuperar los cuerpos y la memoria de los que murieron dando vivas a la República y la libertad, mientras celebra en Roma -el mismo día en que la nostalgia aviva recuerdos de 1982- que su tío abuelo sea beatificado por morir dando vivas a Cristo Rey. El domingo, en José Andrés, estará la imagen de la España en que creo.

(Publicado en Diario IDEAL el 25 de octubre de 2007)

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