ENTRE el martes en que escribo este artículo y el jueves en que saldrá publicado media un día: el miércoles en que José Tomás torea en Linares. Buen momento, pues, para hilvanar unas reflexiones sobre los toros.
Ha vuelto José Tomás y lo veremos torear en Linares. Sin opción al pico de la muleta. Sin opción a dejar espacio entre toro y torero para que pase un tren. Sin más opción que la verdad de mirar de frente a los ojos de la muerte: que ocupe el espacio en que reina la posibilidad de morir es lo que nos hace temblar cada vez que José Tomás cita al toro y lo empapa de muleta. Recordamos otras faenas de José Tomás –Granada, Linares, Úbeda–, faenas de un toreo apretado, densísimo, casi asfixiante, que es cántico elevado hacia lo más hondo del toreo y que recuerda su única verdad: el torero debe salir a la plaza dispuesto a morir.
El regreso de José Tomás ha revolucionado el mundo taurino, devolviendo a los intelectuales y poetas a las plazas: la mitificación del diestro es un imán para la cultura (tan falta de emociones). Y eso que regresa cuando el riesgo y la emoción –esencias de lo taurino– han vuelto a los ruedos gracias a un puñado de diestros –El Cid, Castella, Talavante– que juegan cara a cara con la muerte. José Tomás sella definitivamente esa apuesta por la verdad del toreo: atrás quedan los años anodinos regidos por los toreros del tomate, la cosecha de bragas y las muletas como mantas. Y es que no es lo mismo ver a la máxima figura torear con el pico y hacia afuera que ver a José Tomás en la cima de la quietud, zarandeado en cada embestida, empapado en sangre. La elegancia de las figuritas toreras envuelve una mentira: en José Tomás la poesía se ha reconciliado con la sangre y eso devuelve el misterio que en los toros vieron Picasso o Hemingway. Para consumar su mito sólo resta que abandone las ganaderías comerciales y apueste por los toros de verdad. He ahí el reto definitivo de José Tomás.
Para que sea posible la poesía del toreo, a más de la muerte, es necesario el tiempo. Más concretamente: es necesario detener el tiempo, parar el reloj de la tarde. Cuando uno queda fuera del tiempo, el temblor que se siente y la emoción que enerva la piel son un temblor y una emoción de todos los tiempos y todas las gentes, de todos los olés consumados en un instante fugaz y a la vez eterno. El toreo de José Tomás cortocircuita el tiempo y lo que es breve se siente como infinito, y lo que es muerte se sublima en vida, y lo que es tragedia se hace plenitud en la gloria, y lo que es sangre se redime en luz, y lo que es humano se vuelve casi divino. Y eso es la poesía. Que se puede hacer con palabras, pero también con naturales desmayados sobre la arena que empapó la sangre de Manolete.
Escribo con la emoción de la víspera: ¿qué traerá la tarde de Linares? ¡Ah, el rito viejo del hombre y el toro en la rueda infinita del tiempo! ¿Con qué canción antigua elevarán los vencejos del atardecer el nombre de José Tomás sobre la plaza de Santa Margarita?
(Publicado en Diario IDEAL el 30 de agosto de 2007)
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