viernes, 29 de julio de 2011

POLÍTICA SIN PIEDAD





Haríamos mal en considerar a Anders Behring Breivik, el asesino de Noruega, como un loco. Haríamos mal en intentar comprender sus actos desde el punto de vista de alguien que ha perdido la cabeza y actúa arrebatado por la falta de razón. Breivink no es un loco ni un demente. No lo eran Hitler y su cohorte de criminales, no lo eran Lenin o Stalin y sus ejércitos de asesinos. Pueden que todos estos crímenes se escapen a nuestra lógica, pero son crímenes que responden a un orden, a una visión del mundo: son crímenes inspirados por el odio y por la absoluta falta de compasión por el sufrimiento humano. Seríamos ciegos si redujésemos la política sin piedad a los crímenes de Breivink, de Franco, de Pol Pot o de Bin Laden. Los tiranos tradujeron la esa ceguera y sordera y frente al sufrimiento humano en mares de sangre. Pero hay otra manera despiadada de hacer política que no genera sangre pero sí provoca lágrimas, una política sobre la que resbala el dolor de las gentes y que se impone alegando la ineludible necesidad de sus postulados, una política de políticos sin alma: cada día vemos sus fechorías, las padecemos. Es la política de los nacionalistas catalanes que no han dudado en darle un tajo infame a la sanidad pública catalana: el hecho de suprimir, alegando que no hay dinero, las visitas de los payasos a los niños hospitalizados dice mucho de la catadura moral de esa gente que tiene la poca vergüenza de seguir llamándose cristiana. Esa política sin piedad es también la de quienes justifican las restricciones de los derechos de los trabajadores, de los jueces del Constitucional que amparan los desahucios de las familias, de los empresarios que imponen jornadas de esclavitud sin contratos y con sueldos de risa.

Breivink no es una locura, es sólo un síntoma, la fiebre de una Europa que ha cambiado sus valores, la erupción repugnante de una Europa que ya no construye sobre la libertad política, la igualdad social y la solidaridad cívica sino sobre los cálculos puros y duros del beneficio económico: cómo deben removerse en sus tumbas los democristianos y los socialdemócratas de la posguerra, los que lucharon por una Europa de los ciudadanos y de los derechos, por una Europa en la que nunca más fueran posibles las excusas –la exclusión social, los trabajadores sin derechos, el aumento de las desigualdades, la instalación de los valores absolutos y absolutistas en el escenario de lo político– que dieron origen al fascismo y al comunismo y a la guerra mundial; cómo deben removerse esos políticos al ver que ya no existen los ideales de la socialdemocracia y del cristianismo social. En el fondo, si Breivink ha sido posible es porque han cuajado en Europa las excusas de la política del odio y las políticas que nos empujan hacia el miedo, que nos alejan de la racionalidad ética de los valores sobre los que se fundamentaban nuestras democracias y nuestros sistemas de derechos de las personas. Breivink es un heraldo, el pregonero de una Europa en la que renacen las religiones amenazadoras sobre las cenizas de la democracia y que no se estremece ante el padecimiento infame de millones de niños en Somalia, Breivink es sólo la consumación exagerada de la Europa irreconocible a la que han dado lugar Merkel y Berlusconni, Zapatero y Blair, Sarkozy y Rajoy, los musulmanes y los católicos que postulan la supremacía del Corán o del Evangelio sobre la ley civil.

Ante el juez, el fascista de Oslo ha reconocido que fue cruel consumar los crímenes, pero que era necesario. Es inevitable sentir un escalofrío: los políticos, los banqueros, los periodistas y los empresarios justifican todos los ataques que está sufriendo el Estado del Bienestar y el sufrimiento generado por la crisis diciendo lo mismo, que es una crueldad pero que es una crueldad necesaria. La política sin piedad ya vive entre nosotros: los tiros y los muertos son sólo el postre que acabará llegando.

(IDEAL, 28 de julio de 2011)

jueves, 28 de julio de 2011

LO INVISIBLE





En su blog, mi amigo Miguel de Esponera afirma con toda razón que «la intimidad es más importante que la propiedad»: esa es una de las raíces básicas del sistema de libertades y derechos democráticos. Aunque las revoluciones burguesas hicieron de la propiedad un elemento fundamental de los nuevos sistemas políticos, y su vulneración era considerada como una violación de todo el régimen de libertades personales, lo cierto es que esa centralidad de la propiedad necesitó de largas décadas de lucha para ser corregida: cuando toda la libertad humana se aposentaba sobre las espaldas de la propiedad privada, que era alto tan sagrado como el Dios de los inquisidores, la desigualdad de libertad personal era tan escandalosa que la propia libertad dejaba de existir y la democracia política se convertía en una pantomima. Frente a la sacralización de la propiedad se reforzaron en los siglos XIX y XX los otros elementos constituyentes del mundo liberal y democrático: la intimidad, los derechos sociales básicos, la protección de los mínimos cívicos que garantizaban una igualdad política real. Sin embargo Miguel de Esponera señala el problema principal al que hoy nos enfrentamos: esa consolidación de derechos que garantizaban que la propiedad privada no sería una tumba de los mismos, se hizo con políticas estatales decididas, pero el liberalismo tenía en su código genético la desconfianza por el estado y por eso, la garantía de nuestros derechos «está pensada para resistir la ingerencia del Estado, de la policía, del poder.» La desconfianza liberal hacia el Estado fue positiva porque articuló un sistema de pesos y contrapesos que diferenciaba al estado democrático de los estados totalitarios fascistas y comunistas que vulneraban toda dignidad humana. Fue posible un Estado con capacidad para remover aquello que impedía la libertad efectiva de los ciudadanos pero con frenos suficientes como para anular sus pulsiones totalitarias.

Pero el Estado era un poder visible, con sus ejércitos, sus policías, sus funcionarios. Era fácil poner límites cuando se iba más allá de lo tolerable, cuando las políticas públicas vulneraban el núcleo mismo de los principios de la libertad individual y de la dignidad y la intimidad de los ciudadanos. Ese estado, sin embargo, se ha ido adelgazando desde la caída del Muro de Berlín, y su espacio ha sido ocupado por otros poderes, invisibles, sibilinos, revestidos de una autoridad científica que los faculta para cometer cualquier barbaridad. Qué fácil resultaba escandalizarse frente a las arbitrariedades del Estado, frente a sus abusos: qué fácil señalar las políticas que generaban pobreza, exclusión, las que limitaban derechos o directamente los violaban, qué fácil acusar las políticas arbitrarias del poder estatal. Pero cuando esas mismas atrocidades son cometidas por un poder sin policía ni funcionarios, nos adentramos en el imperio de lo oscuro, de la tiniebla. Y o justificamos los crímenes que nunca le habríamos consentido al estado o nos quedamos sin respuesta frente a ellos, porque nos han hecho pensar que es sólo el estado el que puede allanar nuestros derechos. Ocurre, sin embargo, que ahora son los otros poderes los que están machando los derechos tan duramente conseguidos: ya no es un tirano como Hitler el que puede provocar toneladas de sufrimiento humano con sólo mover un dedo, ahora es un banquero de Londres el que puede hundir a naciones enteras en la hambruna y la desesperación con sólo ordenar una transferencia. «Cuando el poder no es público, sino empresarial, las garantías se derriten como mantequilla», dice Miguel de Esponera. Asistimos en Occidente a la mayor destrucción de derechos y libertades desde los años 30 y no sabemos qué hacer, porque nos sentimos «tan pequeñitos al lado de esos gigantes inmorales y mafiosos…».

(IDEAL, 22 de julio de 2011)

lunes, 25 de julio de 2011

AMY WINEHOUSE





Para las leyendas de la antigüedad se necesitaba una guerra, una batalla, un cóctel de amores imposibles, pero para las leyendas de la sociedad postmoderna basta con una voz tan poderosa como ésta, con una música tan hiriente, con una vida tan descarriada entre las drogas y el alcohol. En lo único en lo que se parecen todas las leyendas de todos los tiempos es en la juventud con que la muerte se presenta. Amy Winehouse es ya una leyenda del siglo XXI en la que se consuma el prototipo de humanidad sin sentido y asediada de soledades y abismos que todos somos: es como hubiera dejado las maletas de la vida, sin deshacer, en las puertas mismas de la vida para adentrarse desnuda por los pasillos de la consumación de la tragedia, en las habitaciones soleadas donde el soul expía los pecados.

De todas las canciones de Winehouse ésta es la que más me gusta: en “Back To Black” su voz alcanza un registro prodigioso de belleza, como si cantara con el fondo de la carne descarnada en la que ella se obstinaba en morir, como si con la voz quisiera registrar un eco antiquísimo de desolación, cómo si pudiera cantar con el bronce viejo de las campanas. Qué belleza tan triste, que hermosura tan sinsentido, qué música tan intensa, qué bellísima canción, qué eternidad.

jueves, 21 de julio de 2011

AUTORÍA Y PROPIEDAD




Supongamos que el escritor tal, que nos gusta mucho, decidiera dejar de publicar sus libros y sus artículos, harto de que cuestionemos su derecho, y el derecho de sus hijos o sus nietos, a vivir de lo que ha escrito. Supongamos que el músico fulanito decide, por la misma causa, dejar de hacer pública su música. Supongamos que estas personas deciden vender sus obras a sujetos que aman el arte y tienen el dinero suficiente como para pagarlo, comprarlo y poder disfrutarlo en la intimidad. Supongamos que en el futuro existiera ese mundo en el que los escritores, los poetas y los músicos y los pintores, se dedicaran a venderle sus obras a la duquesa de Alba, a Botín o cualquiera de los potentados que se dedican a acumular piezas artísticas; estos podrían pagar por esas obras una fortunita que permitiera a los autores vivir con desenvoltura y disfrutarían sin molestias de una novela magistral, una música inolvidable o un cuadro digno de estar en un museo. Los propietarios de esos libros podrían cobrar, sin límite en el tiempo, por dejarnos leerlos en sus bibliotecas y podrían poner entradas para que viéramos los cuadros en las galerías de sus palacios, o simplemente podrían reservárselos para su disfrute, el de sus familiares y sus amigos; en cualquier caso, los autores y los poderosos que compraran sus obras saldrían ganando y una pequeña elite de privilegiados podría tener acceso, con las condiciones impuestas por sus propietarios, a esos tesoros escondidos, pero la sociedad se empobrecería hasta lo inimaginable desde el punto de vista cultural. Sin embargo, a nadie se le ocurriría entonces pensar que es ilegítimo que lo que compraron la duquesa o el banquero fuese de todos o defender que su propiedad sobre esas obras tuviese plazo de caducidad: de hecho, las residencias de estos sujetos están llenas de cuadros e incunables que heredaron de sus antepasados y que de ellos heredarán sus hijos, sus nietos, sus bisnietos. Por ahora, nadie ha defendido que el cuadro de Picasso o de Van Gogh que compra un gran empresario pase a ser de dominio público pasados cincuenta o cien años. Sin embargo, este artículo pasará a ser de dominio público cuando pase cierto tiempo, y suponiendo que alguna vez estas letras generasen ingresos, llegado el momento mis hijos y mis nietos perderán el derecho a disfrutar de lo que legítimamente les correspondería por haber sido creado por su padre o su abuelo; sí podría enriquecerse con la publicación de este artículo, claro está, la editorial que lo diese a la luz. (Algún día, creo, escribiré una novelita sobre ese mundo en el que los creadores venden sus obras a los poderosos y le regalan a la sociedad el mismo desprecio que reciben de ella.)

No sé si es odio a la inteligencia o qué, pero cuando un novelista, un dramaturgo o un compositor exigen su derecho a vivir de lo que han creado en muchas hora de trabajo, una mayoría social clama al cielo. No sé si es que defienden el «modelo Cervantes» para la cultura: que trabajen gratis los artistas, que publiquen canciones y libros, que pinten cuadros, que todos podamos disfrutar de eso sin más, y que los que los crearon vivan en la indigencia salvo que encuentren un poderoso que los mantenga por caridad. ¿Es este el modelo español de cultura? ¿No es lícito que un novelista viva de sus novelas y que sus hijos y sus nietos se beneficien de ese trabajo? ¿Por qué un cuadro de Goya puede ser propiedad de la casa de Alba desde hace doscientos años y los nietos de Unamuno ya no pueden obtener beneficios de la obra de su abuelo? Despreciamos el derecho de los autores y reverenciamos el derecho de los propietarios, pero más allá del asco que nos causa la SGAE tenemos que encontrar una fórmula que reconozca el valor que nos aporta como sociedad lo que crean los artistas y su derecho, y el derecho de sus herederos, a vivir de sus obras, de su trabajo, de su esfuerzo.

(IDEAL, 14 de julio de 2011)

miércoles, 20 de julio de 2011

LA ESTAFA DE LA DEUDA PÚBLICA





Fernando López Castellanos fue mi profesor de Economía Aplicada el primer año de la carrera. El libro de texto canónico de la asignatura era el famoso «Samuelson», pero él nos recomendó un libro más manejable, más crítico y más profundo, que invitaba a pensar: el manual de Economía Política del catedrático Juan López Torres. Yo fui de los que compré este pequeño libro, y desde entonces he seguido los artículos de Torres López con la certeza de estar ante uno de los economistas más lúcidos, más críticos y más sinceros de los últimos tiempos, también por ello uno de los más necesarios.

Ahora, mi hermano Ángel me manda un texto preparado por Torres López en relación con el tema dichoso de la deuda pública y el abismo al que nos conduce. Deja las cosas claras y puede servir como enésimo manifiesto de la indignación frente a los poderosos y sus desmanes. Lo he firmado ya, por coherencia y por rebeldía ante el sufrimiento que están causando los políticos y los banqueros que juegan con las deudas de los estados como si jugaran al Monopoly. Dejó aquí el enlace para todo aquel que quiera leerlo y sumarse a él: contra la estafa de la deuda pública.

martes, 12 de julio de 2011

DIVORCIO





Quizá la raíz de todos los problemas es que os hemos vuelto demasiado artificiales: el proceso de humanización, que era una lucha contra lo que de natural hay en el hombre, ha patinado hacia la pura oquedad. Por eso las bolsas, los mercados, las agencias de calificación, el euro, Europa, los bancos, nos hablan del abismo, del precipicio, de una catástrofe que nos ahogará en la ruina económica durante años y que segará el futuro de nuestros hijos; mientras, la brisa de julio sigue entrando por las ventanas, el sol ilumina todos los rincones y los vencejos acuchillan el cielo enclaustrado en las plazas ajenos a tanta complicación. ¿No vivimos divorciados de lo que en nosotros podría restaurar una forma de felicidad?

lunes, 11 de julio de 2011

PEREZA





Las notas para los artículos, los nombres, los datos, las reflexiones, las citas y los versos robados del último libro de poesía; se acumulan en la libretita de pastas marrones los temas para los artículos: la estafa de la SGAE, la falta de escrúpulos y decencia de los periódicos del grupo Murdoch en Inglaterra, Vara y Monago y su controversia sobre las ideologías, los desahucios que no cesan y las reflexiones —ahora— de algunos políticos sobre los banqueros, la lívido desenfrenada de Strauss-Kahn y la impunidad de los poderosos, la muerte de Otto de Habsburgo y el entierro de los últimos restos de la monarquía supranacional, el cáncer de Chaves y el cáncer de Bildu... Cada palabra, cada nombre, con su propuesta a cuestas, con su invitación, con su incitación. Y sin embargo, cómo puede la pereza en estos días de julio, qué trabajo sentarse delante del folio en blanco para hilvanar una frase, para darle forma a una columna, cómo se agarran las palabras a su fondo sin forma para evitar ser transformadas en protesta o queja o esperanza. Como aquello que surgía con tanta facilidad en las tardes del invierno, ahora se resiste y se revuelve, como las palabras que en el otoño significaban algo ahora quieren significar lo contrario y nombrar lo contrapuesto, como esas palabras vestidas y caldeadas en las noches de invierno, tan pesadas de significado, tan fácilmente encajables dentro de la frase, ahora, despojadas de aderezos, desnudas como muchachas bajo el sol del océano, se muestras más puras y por ello más escurridizas, más electrificadas de deseos que no sólo con el cerebro se pueden comprender.

Ahora todo invita a dejarse llevar, a abandonarse en la calina de la siesta o en el fresco tímido del amanecer. Es como si el propio papel desnudo abriera la puerta por la que escapar de las obligaciones para llegar un lugar sin prisas, a un páramo amplio en el que los periódicos no fueran necesarios; es como si el papel en el que tiene que ser el artículo se hubiera convertido en una pista de patinaje por la que resbalaran sin destino todos los asuntos con los que la actualidad nos aguijonea, y todas las letras con las que tenemos que construir un molde que los exprese. Cómo escribir así, de qué escribir, cómo no pensar que en realidad todos los asuntos son secundarios cuando se miran a través del prisma de la luz de julio. La crisis griega, el asalto de Moody’s contra Portugal, el alcalde de San Sebastián y el Diputado General de Guipúzcoa, los fichajes del Real Madrid y la crisis del pepino, Rosell y Botín, Rajoy y Rubalcaba: hay palabras que se agolpan como punzones, como estiletes, y al escribirlas cortan; no son éstas las que se desnudan para ocultarse; con estas palabras es muy fácil escribir un artículo en el que la tinta se sustituye por la bilis. Son palabras que invitan a ser amontonadas a la orilla del mar, esperando que llegue una ola que de pronto las borre como trazos escritos en la arena. Son palabras que habiendo condenado nuestro futuro y el mañana de nuestros hijos en realidad son prescindibles porque no tocan nada fibroso ni fundamental, nada fundador. Son las otras palabras —calor, luz, verano, sandía, agua, mar, altura, aire, cielo...—, las necesarias, las importantes, las que se escurren, las que se resisten a ser utilizadas, las que no quieren ser escritas, las que reivindican su vacación y su descanso, ellas, que nunca nos agotan, que no nos cansan los ojos, que no deberían faltar en ningún titular.

Qué pereza escribir en el mes de julio, cuando la voluntad se deja caer por la pendiente del no querer hacer nada. Y en el fondo, sobre qué escribir que no esté ya escrito.

(IDEAL, 7 de julio de 2011)

viernes, 8 de julio de 2011

LA LIBERTAD Y LA BASURA





Es como si a la hora de medir la calidad ética del periodismo se utilizasen dos varas distintas: una rigurosa para el periodismo escrito, otra trucada para la televisión. En Inglaterra, el domingo se editará por última vez el News of the World, un periódico con ciento cincuenta años de historia que el magnate Murdoch se ha encargado de ensuciar con el único afán de ganar más dinero: utilización del teléfono de una niña desaparecida y asesinada, escuchas a víctimas de atentados y a familiares de soldados muertos y un largo etcétera de disparates macabros que han provocado que una sociedad que todavía conserva cierto músculo cívico como es la inglesa, haya reaccionado con una virulencia tal que no haya quedado más remedio que cerrar el periódico. No sé si en España algo así sería posible con un periódico, pero tengo claro que será completamente imposible con algunas televisiones.

Ayer, por uno de esos remotos casuales que a veces nos regala el mando a distancia de la televisión, me topé de bruces con el paradigma de medio bazofia, o sea, con Tele 5. En un programa de esos que mandan a famosos a una playa desierta a que pasen hambre —a donde yo los mandaba a todos, del Vasile para abajo, era al centro del desierto del Sahara a buscar margaritas— estaban insultándose, a brochazos, el presentador Jorge Javier Vázquez, uno de los tipos más repugnantes del país, y la madre de una de las concursantes. Faltaba solo para completar el cuadro “la princesa del pueblo”...

Supongo que aquellos hombres decentes que en los últimos doscientos y pico años se han jugado el tipo para defender la libertad de expresión y la libertad de prensa, pensaban en otra cosa muy distinta del imperio Murdoch y de Tele 5, donde la dignidad de las personas es permanentemente pisoteada, también la de toda la escoria que participa en ese juego infame. Hubo un tiempo en que se defendía la libertad de los medios de comunicación frente a los pelotones de fusilamiento o en las celdas de tortura; hoy hay que hacerlo sobre el montón de la basura, sobre el estercolero que han sembrado sujetos como Murdoch o Berlusconni.

jueves, 7 de julio de 2011

MAGDALENAS Y CRISIS





Las magdalenas son una de mis debilidades. Simplemente, me encanta una buena magdalena. Pero ocurre que no es tan fácil encontrar esas magdalenas que rocen la perfección casi absoluta. Durante el tiempo, las de la marca “El Pintor”, que se fabricaban en Linares, se convirtieron en un referente obligado en la alacena de mi casa: compactas, con la perfecta dosis de aceite, de elegantísimo sabor. Pero parece que “El Pintor” acabó cerrando por cosas de la crisis o dejaron de traerse a Úbeda. Y tuve que buscarme la vida hasta que hace tres o cuatro meses descubrí unas magdalenas casi mejores, casi más exquisitas que las linarenses: eran las que hacían en la pastelería “Trufa”, junto al Parque Vandelvira, una de las pocas pastelerías que van quedando en Úbeda en las que los dulces siguen conservando un áurea mítica de platos imprescindibles. Qué magdalenas, qué sabor, qué tacto en el paladar, qué solidez del bizcocho y del azúcar, qué maravilloso crujido al separarlas del papel. Y ahora me dicen que “Trufa” cierra también. Hasta sin magdalenas de calidad va a acabar dejándonos la crisis...

viernes, 1 de julio de 2011

SI GRECIA CAE...


 


Escribo mientras el Parlamento de Grecia se encuentra decidiendo si apoya el nuevo plan de ajuste que le exigen la Unión Europea, los organismos internacionales que amparan la codicia y los grandes bancos, mientras las calles de Atenas hierven de ciudadanos enrabiados, hartos, cansados... ciudadanos asustados que saben que se avecinan tiempos muy duros para ellos y sus hijos. Porque detrás del ajuste, detrás de sus números y sus porcentajes, de sus cuentas y plazos, lo que se esconde es eso: sufrimiento y dolor para millones de personas, los más desprotegidos, los más débiles.

Es mucho lo que nos jugamos en Grecia. Tal vez lo de menos sea lo económico: nos avisan los guardianes del neoliberalismo de que si Grecia no aprueba su plan de ajuste, nuestras economías se hunden. O un estado de semiesclavitud para los griegos o el abismo para todos, es el mensaje que se lanza masivamente para convencernos de la necesidad de soportar las cuotas de padecimiento que el sistema nos asigna. Pero, ya digo, lo que está en juego en Grecia es algo más precioso, algo más valioso que el propio bienestar económico y que la propia protección social: lo que nos jugamos en el tablero griego son la misma democracia y la misma libertad. Es incomprensible que no exista una socialdemocracia capaz de ofrecer alternativas a las políticas de expansión del sufrimiento decretadas por la Unión Europea, el FMI o el Banco Mundial. Pero resulta disparatado que todos aquellos que se sienten liberales no se opongan con furia a esta situación: porque la libertad de los ciudadanos, que tan trabajosamente se construyó a lo largo de los siglos XIX y XX y cuya consolidación contribuyó de manera decisiva el Estado del Bienestar laminado por la revolución conservadora, está siendo sustituida por el interés del dinero.

No es nuevo: este ataque a la libertad no es nuevo. Ya los comunistas enarbolaron el interés de la clase obrera para laminar la libertad; lo mismo hicieron los nazis y los fascistas con el interés de la raza o de la nación. Ahora, los neoliberales —promotores de un totalitarismo de nuevo cuño que conjuga la libertad de expresión con la absoluta inoperancia de los derechos políticos— propugnan el interés supremo del mercado como dogma ante el que ceden los todos los derechos y la democracia. Que este nuevo totalitarismo no vaya acompañado —por ahora— de escuadras pardas o rojas no lo hace menos peligroso: precisamente por ser casi invisible, es más temible. El proletariado, la nación, la raza, el mercado: siempre que se ha dinamitado la democracia se ha hecho para satisfacer los intereses de esos fantasmagóricos sujetos de la historia, aún al precio de reducir la libertad a un charco de lágrimas y sangre, aún al coste de generar dolores incontables pero justificados por un fin superior y científicamente incontestable. La ciencia económica neoliberal es hoy lo que la ciencia marxista, la ciencia racial o la ciencia nacionalista fueron en 1917, 1933 ó 1936: la justificación de una tropelía y el argumentario para que aceptemos que el corsé de horrores que se nos quiere imponer no obedece a ideologías contestables sino a ciencias más que probadas. En 1920 se les pidió a los rusos que soportaran las hambrunas; en 1933 se les pidió a los alemanes que soportaran el matonismo criminal de Hitler; en 2011 se les pide a los griegos, a todos nosotros, que soportemos el nuevo rosario de azotes económicos: de fondo, siempre, la promesa de que soportando con paciencia el sufrimiento de hoy, se alcanzará, mañana, un paraíso: el paraíso.

Nos jugamos en Grecia el futuro de la democracia: Grecia la parió, Grecia puede enterrarla. Porque o llevan razón los ciudadanos o llevan razón los mercados. Y porque si Grecia cae, digo, es un decir, si cae, cómo vamos a bajar las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena...

(IDEAL, 30 de junio de 2011)