miércoles, 31 de octubre de 2007

MUERTE EN EL COSO DE SAN NICASIO



Levantada la Plaza de Toros de Úbeda sobre el solar y con las piedras del convento de San Nicasio, los salmos de las monjas dieron paso a la sangre y la carne abierta. Porque también tiene su historia trágica esta plaza de San Nicasio. Tragedias menores, si se quiere, en la historia del toreo, pero cargadas de fracasos, tristezas… olvidos. Tragedias por eso con halos románticos.

Así, el 4 de octubre de 1915 un toro de Anastasio Martín da al traste con la vida del banderillero Hipólito Sánchez Rodríguez. Pocos datos tenemos de esta primera víctima de los toros en Úbeda: no sabemos la cuadrilla de la que formaba parte ni cómo se desarrolló aquella trágica corrida. Sabemos, sí, que murió en el Hospital de Santiago esa misma tarde y que fue enterrado de caridad en el nicho 210 del patio viejo del cementerio de San Ginés. Podemos imaginar aquellas horas amargas del otoño, la soledad del cuerpo vestido de luces y desangrado en las ruinas de la ermita de San Ginés y a la mañana siguiente el entierro con prisas –sus compañeros tendrían que partir hacia otras plazas, hacia sus lugares de origen– y pobre –¿cuánto vale un banderillero muerto en una plaza de pueblo?–.

Luego –aquí la historia es confusa–, el 18 de julio de 1939, en el primer espectáculo taurino tras el fin de la guerra, encontró la muerte en los pitones de ¿un novillo? el torero Juan Tirado, miembro de una larga saga taurina. Cuenta la leyenda que murió en la misma plaza, pero que para facilitar el traslado a su Jaén natal el médico certificó que se le trasladaba herido. Eran tiempos durísimos de represión política, difíciles para trasladar un cadáver sin multitud de permisos. La complicidad médica permitió que el cuerpo muerto de Tirado llegase a Jaén esa misma noche, lo que haría que luego se dijese que murió en la capital, a la que realmente llegó sin vida.

Pero el más famoso muerto en la Plaza de Toros de Úbeda es Félix Merino Obanos. Alguien lo ha calificado como una medianía en el torero. En cualquier caso es un torero que levanta melancolías y tristezas, pues la suya es la vida de un fracaso. Nació en Valladolid el 25 de febrero de 1895. Debutó como torero en Madrid en una novillada nocturna celebrada el 31 de agosto de 1916, a la que siguió una brillante cosecha de éxitos que lo catapultó como una promesa del toreo. Tanta fue su fama como novillero, que el 16 de septiembre de 1917 tomó la alternativa en Madrid, con toros de Pérez Tabernero, siendo su padrino Joselito “El Gallo” y su testigo Juan Belmonte: los dos más grandes toreros de la historia quisieron refrendar con su presencia la promesa que era Félix Merino. Pero aquella tarde cosechó su primer fracaso, estrepitóso. La desilusión fue seguida por campañas cortas y deslucidas y, amargado, volvió a ser novillero: perdida la gloria quedaba tan solo la necesidad de conseguir el pan.

Como novillero llegó a Úbeda para lidiar unos novillos de Palha. La corrida era el día de San Francisco de 1927. Félix Merino abría un cartel en que también figuraban Pepe Iglesias y Sanluqueño, que sustituía a Cantimplas. Los novillos –grandes, bien armados– habían llegado a los corrales la madrugada del 2 de octubre. Luego, en la plaza, fueron peligrosos. Dicen las crónicas de la época que la tarde fue “de susto, cogidas, carreras, pánico al por mayor.”

Comenzó la tragedia cuando rompió la tarde de San Francisco sus acordes de pasodoble. En el tercio de varas –aún no llevaban peto los caballos– el primer novillo derriba al rocín y le da una cornada en la ingle al picador Rafael Trajero. Acto seguido, coge a Félix Merino por la parte media del muslo derecho. La cogida es gravísima: el pitón atraviesa el muslo de parte a parte. Lo retiran a la enfermería urgentemente: es operado y desde el Hospital de Santiago, al anochecer, lo trasladan al Hospital de Toreros de Madrid. ¡Qué trágico traslado por aquellas carreteras de entonces! ¡Qué lenta la agonía, qué largo camino! (En el cuarto toro, José Iglesias tuvo que entrar a la enfermería con rasguños y arañazos en la cara por un revolcón del toro). Y allí, en Madrid, moriría Félix Merino el día 8 de octubre, al amanecer. Fue enterrado en Valladolid, donde vivía. En la plaza de San Nicasio había dejado su vida, víctima de una pasión por torear que le dio alguna gloria y muchas amarguras.

(Publicado en Diario IDEAL el 4 de octubre de 2007)

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