martes, 29 de mayo de 2012

CARA DE NIÑO





Los datos de la Federación de Entidades de Atención y Educación a la Infancia y la Adolescencia (FEDAIA) para Cataluña, y los datos de UNICEF y de indicadores europeos como AROPE y EUROSTAT para el conjunto del país, sólo pueden provocar estupor, indignación, hastío, rabia... a poco que se conserve un mínimo de decencia y sensibilidad. Los datos son demoledores y expresan la realidad mucho mejor que cualquier juego de palabras. Pero lo peor es que esos datos, referidos al año 2010, tienen que haber empeorado en estos dos años de abundamiento de la depresión económica y de los recortes del Estado del Bienestar: UNICEF indica que los Presupuestos Generales del Estado de 2012 inciden en el recorte del gasto público relacionado con los niños que se viene produciendo desde mayo de 2010, lo que forzosamente tiene que traducirse en un deterioro mayor de la situación de la infancia.

Si se conserva algún resto de sensibilidad, digo, los datos ponen de punta el vello del alma. Según UNICEF, un 26,5% de los niños españoles vivía, en 2010, en situación de pobreza. Dos millones doscientos mil niños. Pero según el indicador AROPE la cifra habría ascendido en 2011 al 29,8%: casi dos millones y medio de niños. De 2008 a 2010 un 10% más de niños (205.000) pasaron a vivir por debajo del umbral de la pobreza. Y el número de menores que vivía en la pobreza extrema era del 13,7% (más de un millón cien mil niños), casi cinco puntos más que en 2008, una cifra escandalosa sólo superada por Bulgaria y Rumanía. La pobreza crónica infantil ha crecido seis puntos de 2007 a 2010, situándose hace dos años en el 16,7%. Las prestaciones por hijo a cargo sin discapacidad de la Seguridad Social, ligadas a rentas muy bajas, han pasado de 760.000 en 2007 a 1.029.000 en 2010, lo que indica, según UNICEF, la repercusión que la crisis económica está teniendo en las familias con niños y adolescentes. Y es que según la organización, el desempleo se ha cebado especialmente en familias jóvenes con hijos pequeños: según EUROSTAT el número de hogares con niños con todos los adultos en paro era, en 2010, de 714.000, y el colchón que en un primer momento pudieron suponer los subsidios de desempleo estaría agotándose en muchos casos. Pero también la disminución real de los salarios –imparable desde la entrada en el euro– habría incidido en el aumento de la pobreza infantil: un 15,4% de los hogares con niños en los que al menos trabaja un adulto, viviría en situación de pobreza. Sólo Grecia y Rumanía nos superan.

Los estremecedores datos de EUROSTAT para nuestro país completan el mapa de la injusta situación en que estamos permitiendo que vivan nuestros niños. Su sola enumeración revuelve las tripas. El 5,6% de los niños vive en situación de privación material severa. Un 8,3% de los niños vive en hogares con muy baja intensidad de trabajo. El 44,2% de las familias numerosas se encuentran en situación de pobreza relativa. El 41,2% de las familias con niños no pueden permitirse ni una semana de vacaciones al año. El 37,2% de los hogares con niños no pueden hacer frente a gastos imprevistos básicos como la compra de unas gafas para sus hijos. El 22,6% de los niños españoles viven en casas con goteras, humedades en paredes, suelos o cimientos, o podredumbre en suelos o marcos de ventanas o puertas.

En el caso de Cataluña, donde el gobierno de CiU ha extremado con furia de fanático los recortes practicados a nivel general por los gobiernos de Zapatero y Rajoy, la situación sería especialmente preocupante. Las entidades sociales avisan de que cada vez atienden a más niños que se van a la cama sin cenar o que no desayunan antes de ir al colegio (un 4% de los niños catalanes viviría en esta situación). ¿Cómo no ligar esto al ajuste presupuestario y a la política de recortes? Según UNICEF, el gobierno catalán redujo en 2011 en un 74,6% (un 74,6%, sí, han leído bien) el presupuesto que destinaba a las ayudas a familias con niños. Una situación que UNICEF denuncia se ha generalizado en el conjunto del Estado, reduciéndose las ayudas y becas relacionadas con estudios, libros de texto y servicio de comedor escolar para familias con pocos ingresos. El panorama de reducción de inversión pública en protección social, agotamiento de las prestaciones por desempleo y reducción de los salarios, se agrava, según UNICEF, con la imparable subida de los impuestos y el incremento de los precios de los productos básicos y de la energía. Esto hace, según FEDAIA, Cruz Roja y UNICEF, que muchos niños no dispongan de material escolar o de ropa adecuada a la época del año o a actividades como las deportivas, que no puedan participar en las actividades extraescolares o excursiones y que tengan una alimentación deficiente (el número de hogares catalanes que no pueden comer carne o pescado fresco se ha duplicado desde 2007). Una situación muy complicada y dolorosa que no afecta ya sólo a las clases que tradicionalmente venían siendo usuarias de los servicios de asistencia social: Cáritas y Cruz Roja dejan claro que cada vez acuden más familias de “clase media” a requerir sus ayudas y su asistencia.

Todo lo anterior tiene repercusiones en la felicidad de los niños. La angustiosa situación de miles y miles de familias, está provocando que padres e hijos desarrollen problemas de salud mental, y déficit en la integración y relación así como en el aprendizaje, y ello sin hablar del empeoramiento de las condiciones de alimentación o de vida del hogar. Las organizaciones humanitarias tienen claro que lo que pasa en las familias se filtra a los niños, que en muchas ocasiones pueden llegar a sentirse culpables de lo que ocurre en su hogar.

Pero no estamos condenados a convivir con esta situación moral insoportable: aún suponiendo que la política de ajuste fuese inevitable (que es mucho suponer), decidir dónde se recorta y dónde no o dónde se incrementa la recaudación, obedece a criterios estrictamente ideológicos. Paloma Escudero, representante de UNICEF en España, reclama al gobierno de la nación que incluya en su agenda política la protección de la infancia, que en España se ve abocada a una situación de completo desamparo: “Los costes de no actuar ahora, no sólo afectan a los niños y a las familias más vulnerables ahora, sino que comprometen el crecimiento de la sociedad a medio y largo plazo”. UNICEF, en un desesperado llamamiento ético, pide a los políticos, a los agentes privados y a la sociedad en su conjunto que tenga en cuenta el interés superior de los niños a la hora de tomar decisiones, pues hasta el momento los niños y niñas, que son los últimos responsables de la crisis, son los que “están sufriendo sus consecuencias de forma tan o más grave que otros colectivos o grupos sociales”. Y ello, con el agravante de que en la infancia la visibilidad del impacto de la política de recortes es menor porque carecen de capacidad para enfrentarse a ella y a sus consecuencias, alerta UNICEF.

Las decisiones políticas no son neutras: hasta el momento han afectado a los más débiles, a los más vulnerables. En los niños, dice UNICEF, repercuten las decisiones políticas que reducen el gasto público en ayudas a familias o en becas, e impactan sobre ellos “las decisiones generales en materias de impuestos o deuda pública, o las reducciones de presupuestos destinados a servicios sociales, educativos o de salud”. La conclusión de Paloma Escudero es clara, tajante: “Los niños están siendo enormemente castigados por la crisis”, y por ello, UNICEF pide que todos trabajemos en una recuperación económica “con rostro humano”.

Los niños son lo único realmente sagrado e intocable. Una sociedad que permite que sus hijos –a los que debería dedicar sus mejores esfuerzos– se hundan en el pozo de la exclusión, de la miseria, de la tristeza cotidiana, es una sociedad esencialmente indecente. No todo es economía ni política deshumanizadas, no todo son leyes ni necesidades históricas: la ética, la dignidad humana, también tienen que contar. Por eso, desde un punto de vista estrictamente ético, si sumamos los datos que retratan la situación en la que viven cientos de miles de niños españoles y nuestra aceptación resignada de las políticas que han dado lugar a esta situación, sólo se puede llegar a una conclusión: España es un país indecente. Porque en nuestro país cada año que pasa, con cada norma que se publica en el BOE, hay más niños pobres y los niños pobres lo son cada vez más. Después de tantos años instalados en el oropel y la pompa, en la ínfula de creernos un ejemplo para el mundo, las organizaciones dedicadas a proteger a la infancia nos han puesto delante del espejo. Y queramos o no hemos visto nuestro verdadero rostro: “La pobreza ya tiene, definitivamente, cara de niño”. La cara de los niños pobres es la cara de España.

(SISTEMA DIGITAL, 23 mayo 2012)

viernes, 25 de mayo de 2012

TÍSCAR





El paisaje, en Tíscar, puede encresparse como un mar sacudido por la tormenta y las moles rocosas se levantan poderosas como las olas grises del temporal. Pero más allá de las caprichosas formaciones de piedra, los parajes trazados en la dirección de Granada ofrecen un remanso, una especie de puerto de llegada o refugio para el naufragio que el espíritu había sentido apabullado bajo la sombra sin resquicio de duda de la mole de Peñas Negras, que levanta orgullosa, invencible, sus ruinas, su pasado. El paraje de Tíscar no es fácil; pero es su dificultad como de barroco trazado por la naturaleza en una continua sucesión de ciclos geológicos lo que lo convierte en un rincón realmente bello. Es como si a través de Tíscar las palpitaciones del cosmos hubieran querido lanzar un mensaje: lo hermoso cuesta, la felicidad —suprema perfección ética del ideal de belleza— es algo recóndito que tiene que ser peleado porque no se consigue fácilmente. Eso es lo que se sospecha en la explanada del Santuario, alrededor de la cual se erizan los fríos garfios de la piedra; eso es lo que se entiende anclar en la Cueva del Agua o de la Virgen.

La Cueva está situada en la cavidad torácica de la montaña, en un fondo sombrío y palpitante como un animal vivo al que se llega descendiendo por un camino de escaleras empinadas, por un estrecho túnel de resonancias evangélicas. A medida que se presiente la cercanía de la gruta, anunciada por el rumor infantil del agua, se acrecienta la belleza de lo que nos rodea: el canto de la pajarería oculta entre la cabellera verde y despeinada de los pinos y los álamos, los tirabuzones de zarzas y hiedra que caen desde las alturas, las paredes minerales en las que el agua ha pulido mil formas caprichosas... El descenso a la Cueva es un viaje iniciático hacia la mansedumbre de lo bello, hacia la serenidad de lo absoluto, hacia esa soledad en la que puede habitar el “amor herido”: no otra cosa que un refugio de heridas íntimas es la Cueva del Agua. Pero sólo puede sentirse esa punzada en el fondo del corazón cuando uno contempla la bóveda gigantesca y el chorro blanco del agua que cae sobre el azul profundo de la poza, construyendo con su voz una especie de paradójico silencio que no podemos expresar con palabras pero cuyo mensaje comprendemos —porque nos sacude dulcemente y sin piedad— en cuanto nos atrapa la belleza del lugar escondido.

El lugar recóndito no es lugar de paso ni de partida: la Cueva de la Virgen de Tíscar es sólo lugar de llegada. San Juan de la Cruz se habría sentido conmovido ante un lugar así, donde “secretamente mora” algo capaz de enamorarnos delicadamente. “Qué bien se está aquí”, nos dice el corazón cuando acampa en el cimiento de la Cueva del Agua, cuando desde la umbría de las rocas que la cercan se abre glorioso el punto de fuga del horizonte, hacia Belerda y Huesa, lleno de sol, ondulante, generoso, como un mapa sin márgenes. En los parajes de Tíscar, Manuel Lozano llegó a la conclusión de que las golondrinas nunca saben la hora, lo que supone un presentimiento de que apresados por el silencio y la voz de Tíscar, por su luz y su sombra, el tiempo se detiene o directamente deja de existir, entregándonos a un sacramento de la celebración íntima, a una efímera eternidad del ser barrido por las brisas de la historia: porque allí cesa todo y todo nos deja en trance de abandono interior, de pura elevación, dejando nuestro cuidado “entre las azucenas olvidado”. En Tíscar —que tiene la belleza de las cosas que no se callan por la noche, que diría Proust— nos sentimos atraídos por el misterio de lo divino: nos habla dentro del corazón algo que si no es el silencio de Dios se le parece mucho. Un silencio que hiere con la manifestación epifánica de una nostalgia: la del paraíso del que fuimos desterrados y que dejó aquí, en las entrañas de Tíscar, un pregón para nuestra vocación de trascendencia.

(IDEAL, 24 de mayo de 2012)

martes, 22 de mayo de 2012

DESOLACIÓN






Hay días en los el café se anuda en la garganta y a la tostada le cuesta bajar por el esófago. Hay días en los que el periódico pesa tanto que las manos no pueden sostenerlo y el alma se te baja a los pies. Hoy ha sido uno de esos días, porque hoy la prensa venía cargada con el sufrimiento de los niños. Pero no con el sufrimiento de esos millones de criaturas que son esclavizadas en Iberoamérica o Asia o que se mueren de hambre en África, no con ese sufrimiento al que ya nos hemos acostumbrado y que no nos conmueve si no es para donar unas monedas que nos laven la conciencia. No: hoy la prensa hablaba del sufrimiento, del dolor de los niños de aquí, de España, de los niños que nos rodean, de los que juegan con nuestros hijos.

El periódico se hacía eco hoy del informe que ayer presentó UNICEF relativo a la pobreza infantil en España en el año 2010. Entonces, uno de cada cuatro niños vivía bajo el umbral de la pobreza, con todas las consecuencias que ello conlleva en todos los órdenes de la vida. Y la situación afecta ya no solo a las clases tradicionalmente desprotegidas y vulnerables: es una situación que cuaja entre la clase media, que afecta a los niños que hasta ayer vivían en familias integradas, protegidas por un trabajo estable, acomodadas. Desde 2010 las condiciones laborales, sociales, asistenciales, económicas y morales de este país se han deteriorado notablemente: los datos actuales, el drama que ahora mismo tienen que estar viviendo millones de niños en nuestro país, debe ser realmente desolador.

“Desolador” era el título que Rosa Montero le ponía hoy a su artículo en El País, hablando del drama de los niños asistidos por la Administración, que carece de sentimientos.

Desolador era el relato de unos padres con cinco hijos. Los quieren, no quieren que les falte nada, ellos son capaces de pasar hambre con tal de que sus hijos puedan comer, pero no pueden darle todo lo que sus hijos ven que tienen sus amigos.

Desolador era el testimonio de una madre que ve como los recortes en educación pueden acabar con la atención que su hijo con problemas recibe en una humilde escuela catalana, en un pueblo obrero devastado por la crisis en el que muchas familias ya no pueden atender a sus hijos con dignidad y decencia.

Desolador era leer esto en el periódico: “Si pudieran decidir, los niños se asegurarían de que todo el mundo tiene algo para comer. En una encuesta a 6.000 escolares, 3.250 dijeron que esa sería su prioridad, por delante de tener una videoconsola, opción que marcaron solo 274 pequeños, relegándola a la cola de sus decisiones.” Asegurarse de que todo el mundo tenga algo para comer: cuando los niños señalan esto, es porque ven a su alrededor a niños –aquí, en nuestro país– a los que comienza a faltarle eso tan básico. ¿Es descabellado pensar que en los recreos hay niños que les cuentan a los otros que para poder darles de comer sus padres tienen que ir, con su vergüenza y su rabia y su angustia a cuestas, a Cáritas o a los desbordados Bancos de Alimentos a pedir pan, leche o fruta?

Desolador es ese ejemplo de solidaridad de los niños, que no entienden de primas de riesgo ni del interés de los banqueros ni de crisis ni recortes, aunque se están convirtiendo en las víctimas de toda esta farsa, de todo este montaje interesado y destinado a destruir el bienestar y la felicidad y los derechos tan duramente conseguidos.

Desolador es el silencio cómplice de todos nosotros, que asistimos impasibles, como si esto no fuera con nosotros y con nuestros hijos, a ese llanto que surge del fondo de tantos y tantos hogares españoles: ¿qué puede esperarse de un país que trata así a sus niños? Siempre tiene razón Juan de Mairena: ahí están los señoritingos preocupados por el himno y la bandera, por la patria eterna, por la España una grande y libre, mientras en la calle, en los patios de las escuelas públicas, en los parques, está la única España real, la España a la que las banderas y los himnos le resultan algo ajeno y lejano y a la que se la suda ese patriotismo barato de toda la vida que para salvar a España no duda en sacrificar a los españoles, esa España dolorosa y terrible para la que lo urgente es tener un bocadillo de nocilla que darle a sus hijos, un juguete para la noche de Reyes, un puto euro para cuando llegue el Ratoncito Pérez, el dinero justo para pagar la hipoteca y no acabar en la calle o para pagar la luz antes de que la corten o para pagar el agua con el que poder bañar a sus criaturas.

En su muro de Facebook ha escrito Ricardo Menéndez Salmón unas palabras sacadas de la película Hoy empieza todo, de Bertrand Tavernier, y se las dedica el escritor grande a don José Ignacio Wert en “el día de su vergüenza”, cuando miles de maestros y profesores y padres y madres y alumnos se han vestido de verde para luchar por ese elemento esencial, central, de la democracia y la libertad y la igualdad de oportunidades que es la escuela pública. “Están en la tierra, montones de piedras apiladas una a una con las manos del padre, del abuelo. Toda su paciencia resistió a la lluvia, al horizonte. Haciendo pequeños montoncitos para retener la luz de la luna, para estar erguidos, para inventar montañas y jugar con el trineo y creer que tocamos las estrellas. Se lo contaremos a nuestros hijos, les diremos que fue duro, pero que nuestros padres fueron unos señores y heredamos eso de ellos: montones de piedras y el coraje para levantarlas.” Palabras tristes y hermosas. Esperanzadas: eran necesarias en un día como éste: desolador.

sábado, 19 de mayo de 2012

EMERGENCIA DEMOCRÁTICA





Ni esperaron a la segunda vuelta de las presidenciales francesas: nada más conocerse la victoria de Hollande en la primera vuelta y el ascenso fortísimo del Frente Nacional, los que hasta entonces habían formado la guardia pretoriana de Merkel, comenzaron a titubear y a sugerir la necesidad de pensar en un giro político para potenciar el crecimiento económico. Draghi, Monti y Barroso hablaron de la necesidad de variar, siquiera minimamente, el rumbo impuesto por Angela Merkel a la política y la economía de la Unión Europea, y sólo Rajoy permaneció fiel al dogma de la Canciller alemana. ¿Qué ha pesado más para que estos líderes máximos del pensamiento neoliberal y de la ortodoxia fiscal hayan abierto un ventanuco en la sólida prisión ideológica construida por Merkel? ¿La previsión de la victoria de los socialistas franceses, con un discurso menos heterodoxo de lo que piensa, o el vértigo producido por el ascenso de la ultraderecha? No creo que la victoria de Hollande explique por sí sola el cambio de discurso en los hasta ayer defensores del rigor presupuestario y los recortes sociales: Monti, Draghi o Barroso saben que Alemania y los “mercados” poseen las herramientas suficientes para mantener a Francia dentro del corsé diseñado por Merkel. Pero intuyo que los líderes europeos comienzan a sentir sino miedo sí preocupación.

Hasta hace unos meses los líderes de la derecha europea estaban convencidos de que las sociedades europeas iban a aceptar, pasivamente, la poda indiscriminada del Estado del Bienestar, acobardadas por el mensaje de que las únicas opciones eran los recortes de los derechos sociales y cívicos, la supeditación a los dictados de los inversores y el apoyo económico a los bancos, o el caos. Y de pronto los acontecimientos se precipitan y descubren que en los cimientos virtualmente sólidos de unas sociedades aparentemente resignadas, se han abierto grietas profundas porque el terreno se mueve. La deriva radical de Hungría, la inestabilidad política de Holanda, el auge de la ultraderecha en Francia y la presencia en las calles de Grecia de milicias abiertamente fascistas, uniformadas y violentas, han puesto sobre la mesa el profundo cansancio, el incontrolable malestar que la política de Angela Merkel ha generado en la base social y que encuentra sus manifestaciones más precisas y dolorosas en el aumento de los suicidios en Italia, en el aumento de la pobreza infantil en Cataluña o en la devastación social griega. Y salvo Merkel y Rajoy o Artur Mas, presas de su propio fanatismo ideológico, el resto de líderes de Europa comienzan a estar preocupados. Cualquier pequeño gesto puede provocar la explosión del polvorín en que ha convertido a Europa la política neoliberal: el suicidio de Dimitris Christoulas delante del Parlamento griego pudo provocar un terremoto social. Y es tal la incertidumbre del momento, que nadie sabe cómo van a funcionar las correas de transmisión del hartazgo, de la rabia y del malestar social y de qué modo puede traducirse en las calles de Madrid o Roma el sufrimiento de un jubilado o un niño de Atenas.

El 22 de abril Marine Le Pen se hizo con uno de cada cinco votos: uno de cada tres obreros, uno de cada cuatro artesanos y pequeños comerciantes y uno de cada cinco pequeños empresarios y funcionarios, votaron al Frente Nacional. La composicion del voto neofascista francés comienza a parecerse mucho al del partido nacionalsocialista alemán en las elecciones de septiembre 1930: es el voto de los que tienen miedo, de los desorientados, el voto de los que se sienten estafados y claman venganza buscando desesperadamente un chivo expiatorio contra el que descargar la ira provocada por su creciente precariedad. Más preocupante es la situación griega, donde Amanecer Dorado —partido claramente fascista— han irrumpido con fuerza en un Parlamento desgarrado por los extremismos. ¿Es este el peligro real que otean en el horizonte los hasta ayer mismo lacayos de Merkel?

Angela Merkel ha fagocitado las instituciones de la Unión Europea: nacida con para impedir otra guerra en Europa, lo que sólo sería posible con una Alemania europea, la Unión se encuentra con la Europa alemana irresponsablemente impuesta por Merkel. Es imposible encontrar en la historia política de la Europa de la postguerra mundial y en la historia del proyecto europeo, un dirigente político que le haya hecho tanto daño como Angela Merkel al ideal europeo y a la estabilidad de la democracia. Merkel y el rigor inquisitorial de su dogma ideológico han hecho que un número creciente de europeos conciba la Unión Europea como una amenaza para su bienestar. El Pacto Fiscal impuesto por la canciller, y sumisamente desarrollado por gobiernos de todos los colores, ha conseguido agrietar la cohesión y la paz social de muchos países, permitiendo que por las fisuras se cuelen en tromba las consignas de lo que, eufemísticamente, se llama “populismo”, como si ocultando el nombre del alacrán se conjurase el peligro real de su aguijón. Cada vez que se merma un derecho y se impone un recorte en el gasto social, cada vez que la política se somete al dictado de “los mercados”, se le abre una puerta a los neofascismos. Es comprensible que los ciudadanos se pregunten “para qué sirve” la democracia si al final las decisiones las toman otros y los gobernantes solamente ejecutan los planes que otros diseñan. Y es inevitable que la rabia y la desesperación se apoderen de los ciudadanos y que estos se entreguen al discurso del caos y la violencia política. Sólo los irresponsables podían pensar que el sufrimiento generado por la política neoliberal no iba a tener traducción política. Ya tenemos el mensaje que lanzan las sociedades sin esperanza. ¿Quién entiende la angustiosa radicalidad de ese mensaje? ¿Alguien cree que Merkel va a cambiar el rumbo de la nave? No lo hicieron nunca los fanáticos, que prefieren que el barco se hunda antes que abjurar de su verdad.

Sobre los hombros de Francois Hollande recae una responsabilidad realmente histórica, tal vez la mayor y más pesada que un líder europeo ha tenido en cincuenta años. Si Hollande no libera a la socialdemocracia del entreguismo que de la Tercera Vía; si Hollande no encuentra un camino y un discurso propios para la socialdemocracia europea, capaces de devolver la esperanza y el crecimiento a nuestras sociedades; en definitiva, si Hollande fracasa, miles y miles de ciudadanos europeos creerán que no hay alternativas al sufrimiento y abrazarán, como sucedió en los años 30 —en otra época de sufrimiento social inimaginable provocado por la depresión económica y la ceguera de los dirigentes— los extremos del espectro político.

La política de demolición del Estado del Bienestar nos ha instalado en la pura emergencia democrática. Ya no es el crecimiento lo que nos jugamos: es la propia democracia lo que está en juego. La responsabilidad histórica de Hollande, y con él de todos los progresistas de Europa, es encontrar remedio a los males causados por ese huracán llamado Merkel.

(SISTEMA DIGITAL, 17 de mayo de 2012)

viernes, 18 de mayo de 2012

Y NO HALLÉ COSA






Cada vez es más difícil superar el desánimo. Es imposible no sentirnos presas de un pesimismo generalizado que mira —mira sin ver— con los ojos de Quevedo: “y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte.” Miramos a nuestro alrededor, desde la atalaya de nuestros sillones, y todo remite a un derrumbe, a un desplome, como si nuestras vidas y el futuro de nuestros hijos hubieran sido encarcelados en un vasto campo de escombros y cascotes, y como sin en las fronteras del país estuviera a punto de colgarse un cartel que diga que hemos cerrado por puro agotamiento. Leemos los periódicos y oímos la radio como perros que olisquean la catástrofe en el aire que la precede, desorientados, ansiosos de que alguien trace un mapa de la catástrofe. Somos conscientes de que se avecina algo que no sabemos qué es ni como nos afectará: nuestra casa es el miedo.

¿Qué habrá quedado de nuestro mundo —del mundo que para nosotros ganaron nuestros padres y nuestros abuelos— cuando haya pasado esta pesadilla, si es que pasa, cuando todo esto haya terminado, si es que puede tener final? Dickens y Zola y Gorki novelaron la pavorosa vida de hombres, mujeres y niños reducidos a la condición de mercancía que puede comprarse y venderse y abandonarse a su suerte y su miseria cuando no podían producir. Esa capacidad física e intelectual de los trabajadores —que Marx denominó “fuerza de trabajo”— y las vidas de sus hijos valían para los poderosos de la época lo mismo que un saco de habas secas: nada. Contra esa situación surgieron los movimientos obreros y se rebelaron intelectuales y poetas: gracias al esfuerzo y al compromiso de todos los que se dolían de la injusticia y del sufrimiento social fue que se consiguió la prohibición del trabajo infantil, la dignificación de los salarios, la protección de los parados y los ancianos, la escuela y la sanidad públicas, las vacaciones pagadas y el descanso semanal, todo eso que hoy se cuestiona y se quiere finiquitar. Nada cayó del cielo ni fue gratuito: nosotros parece que hemos olvidado aquella vieja lucha, pero los herederos ideológicos de aquellos a los que se les arrancaron nuestros derechos tienen buena memoria y se están tomando la revancha.

Asistimos a la voladura del edificio del bienestar instalados en nuestros comedores, devorados por la televisión y el fútbol, asustados y comidos por la rabia pero paralizados, forzados a creer que todo esto es inevitable y que no hay otra opción. ¿Podremos despertarnos de este mal sueño? Para ello sería necesario que quisiéramos abrir los ojos. Pero, ¿acaso no se vive a gusto en esta ceguera que nos mantiene aislados del dolor y la angustia de tantos? No queremos curar nuestra ceguera para no ver la dimensión del sufrimiento que se ha instalado a nuestro alrededor. Cáritas avisa de que en Asturias se están produciendo altercados alrededor de los contenedores: la gente se pelea por la comida que se tira a la basura. Y una madre deja a su hija recién nacida en la puerta de una guardería de El Ejido pidiendo que no se la juzgue porque es lo más duro que ha hecho en su vida: carece de medios y de casa para cuidarla. Son ejemplos de la enfermedad que asola este país: no, no es —solo— la economía la que está enferma, es nuestra sensibilidad ética y cívica, es nuestra capacidad para ponernos en el lugar de los otros lo agoniza. Nos cerca el sufrimiento de nuestros vecinos, pero encontramos razones para justificar lo que está pasando: “vivimos por encima de nuestras posibilidades, los recortes son imprescindibles.” Ni siquiera cuando las organizaciones sociales nos avisan del sufrimiento que la situación está causando en miles de niños somos capaces de abrir los ojos para ver. Creo que es Joe Gould el que dijo que había llegado tan bajo que para poder tocar fondo tenía que ponerse de puntillas. Así estamos nosotros como país. Tan en el fondo.

(IDEAL, 17 de mayo de 2012)

miércoles, 16 de mayo de 2012

QUE SE PONGA HOUSE





Anoche vi, en algún blog económico del que no guardé la referencia, una terrible comparación entre España y un enfermo desahuciado. Venía a decir el analista que desde hace meses nuestro país es un enfermo que está en la cama y que se mantiene vivo gracias a los aparatos que tiene conectados. Esas máquinas habrían sido la compra de deuda pública española por parte del Banco Central Europeo y por parte de las dos principales entidades del país, el BBVA y el Banco Santander. Pero desde el mes de febrero, más o menos, el BCE, al dejar de comprar deuda española, habría retirado la sonda nasogástrica que alimentaba a nuestro país, y ahora han sido los dos grandes bancos españoles los que estarían apagando la ventilación y la respiración asistida, pues también habrían dejado de comprar deuda pública. De esta manera, la economía española entra en tiempo de descuento: es cuestión de días, de semanas, que se apaguen las luces de los monitores que indican la existencia de constancias vitales. Es como si la única dirección que le queda a la economía española es la que conduce al encefalograma plano.

Que la economía española esté agonizante no es algo abstracto: nos afecta a todos y cada uno de nosotros. Es legítimo, por eso, que no sintamos en este momento más que incertidumbre y que sólo podamos plantearnos preguntas que para la gente de la calle tienen difícil respuesta. Es legítimo sentir terror, espanto, con lo que está pasando. Quién iba a decirles a nuestros abuelos y nuestros padres que el miedo que sentían en los cines de verano de su niñez viendo el “Drácula” de Tod Browning, con Béla Lugosi en el papel protagonista, resultaría cosa de niños en comparación con el pánico que provocaban las web de los periódicos de esta mañana. Y es que nada provoca tanto miedo como vernos a nosotros mismos en el lecho de muerte: y esa era la foto que hoy tenían las portadas.

Como diría el gran Gila: “¿Está el doctor House? Qué se ponga. Es que necesitamos que venga a salvarnos.”

martes, 15 de mayo de 2012

SOBRE EL 15-M





Por lo que respecta al movimiento cívico que surgió en las plazas de España tengo alguna certeza y muchas dudas o reticencias.

Tengo la certeza –me agarro a ella como el náufrago a la tabla agitada por las olas– de que el movimiento del 15-M es la última esperanza cívica de nuestro país. Esos miles de personas que ocupan las calles y las plazas, libre y pacíficamente, son un ejemplo para todos: nos dicen que mientras la mayoría de nosotros estamos en nuestra casa o en los bares quejándonos del temporal que han desatado sobre nosotros, ellos piden justicia y reparación, y expresan una rabia íntima y colectiva, y claman por una democracia que no se someta al dictado de los poderosos. Tengo también la certeza de que su gesto valiente, decidido, de que su compromiso social realmente ejemplar ha salvado del desastre personal a un buen puñado de familias humildes que de no haber sido por la movilización de estos ciudadanos, habrían sido expulsados de sus casas.

Pero a partir de ahí, comienzan mis dudas o reticencias sobre el movimiento.

Hay primero una anecdótica resistencia estética: desde mis años de estudiante no han sido santo de mi devoción los que la derechona ha calificado como “perroflautas”, encontrando en ese parte minúscula del movimiento un argumento barato para descalificar al todo. Lo siento y reconozco que puedo estar equivocado, pero “los guais” no me gustan: me parece que hablan demasiado de derechos (sobre todo de los suyos) y muy poco de deberes.

Hay, luego, una duda y un reticencia técnica: muchas de las propuestas y parte de la jerga del 15-M me resultan completamente ininteligibles.

Pero sobre todo, en esto del 15-M tengo una especie de permanente sensación de derrota. Hace un año, era de los que pensaba que después de haber dado un ejemplo cívico inédito en nuestra historia, los “indignados”, los ciudadanos libres y comprometidos que habían tomado las plazas, tendrían que haber asumido cuatro o cinco ideas fuerza absolutamente poderosas –las listas abiertas, el procesamiento de los responsables de la crisis, la dación en pago...–, que podrían haberse asumido por una mayoría de españoles, y luego haberse retirado, silenciosamente, a sus casas, a sus oficios, a sus estudios, dejando un cartel en la Puerta del Sol que dijera, sin más, “VOLVEREMOS”. Estoy convencido de que eso habría convertido al 15-M en una reserva moral inagotable de un país desangrado por el desánimo, el pesimismo y la creciente injusticia social: en cualquier momento habrían podido dejar sus casas, sus trabajos, sus estudios para –silenciosamente– volver a tomar las plazas: mostrando la rabia y la esperanza y exigiendo la defensa de la democracia frente a la voracidad de los poderosos y el freno en la destrucción de los derechos tan duramente conquistados. ¿Quién habría podido parar algo así? ¿Quién se atrevería a clamar contra una fuerza cívica musculosa, con grasa, con reserva ética de sobra?

El movimiento, sin embargo, optó –equivocadamente desde mi punto de vista– por engolfarse en una dinámica asamblearia que sólo los especialmente dotados para el compromiso político podían aguantar y diversificó las reclamaciones surgidas de la indignación inicial en una panoplia amplísima de propuestas y argumentos: hasta 14.000 propuestas, he leído estos días en la prensa. Demasiadas para ser abarcables por el músculo ético de la multitud que llenó las plazas, demasiadas para sumar esperanzas en el movimiento. Demasiadas propuestas para algo que carece de estructura y de canales para hacerlas posibles. Al optar por este camino, renunciando a vehicular sus propuestas a través de un partido político, se adentraron en un camino paradójico: piden cosas muy concretas pero carecen del medio para que la gente las apoye y así poder llevarlas a cabo. ¿No hubiera sido mejor permanecer como una fuerza ética que sobrevuela el espectro político y social del país exigiendo a los partidos que atiendan la voz, la poderosa y cansada voz, del pueblo español, de la "revolución española"?

Y sin embargo, y pese a las dudas, me resulta imposible nos sentir una felicidad cívica y democrática al ver otra vez en las calles y las plazas a los españoles decentes y comprometidos del 15-M que alzaron sus manos pidiendo respeto.

viernes, 11 de mayo de 2012

RATO DE RABIA





Cada vez les queda menos equipaje. De viernes en viernes, aligeran la carga y quieren convencerlos de que así serán más felices, más libres. No han pisado nunca la moqueta de un consejo de administración, nunca han firmado leyes ni han tomado decisiones en los parlamentos o en los ayuntamientos, ellos no construyeron aeropuertos inservibles ni abrieron embajadas sin sentido. Ellos no tienen apellidos pomposos ni árboles genealógicos trufados de dinero y poder ni acumulan muchos ceros en sus cuentas corrientes. Ellos son los españoles normales y corrientes, los de la calle, los que han estudiado y han trabajado, los que se han esforzado para que sus hijos vivan felices, los que han disfrutado de vacaciones cortas y largas horas de trabajo mal pagadas. Son los viejos que vieron como sus padres defendieron en una guerra cruenta una república herida para poder darles pan y escuela. Son jubilados que ahora tienen que sostener con sus pensiones cada día más menguadas a sus hijos y sus nietos. Son los hombres y las mujeres maduros, en la plenitud de la vida, que formaron una familia y se compraron una casa y un coche y tuvieron hijos, y que ahora ven aterrados que lo pueden perder todo, y que se pueden ver en la calle con sus pequeños, desamparados. Son los jóvenes cada día más afincados en la certeza de que carece de sentido esforzarse y formarse, porque sencillamente la palabra “futuro” ha sido borrada de sus diccionarios vitales. Son los niños para los que ya no llegan los Reyes Magos ni el Ratoncito Pérez, niños que ven como sus madres mascan lágrimas y nudos cada mañana para poder prepararles el desayuno o la comida o para poder comprarles un cuaderno, son niños cuyas vidas comienzan a parecerse a las de sus abuelos.

Se llaman Pepe, Antonio, Dolores, Ángel, Manuela, Luisa. A ellos les dicen que tienen que pagar sus prótesis de rodilla y sus medicinas. Les dicen que aunque sus compañeros con dinero puedan estudiar aunque sean unos berzas “cum laude”, ellos tendrán que esforzarse más para poder tener beca. A ellos les piden que entiendan que hay que abaratar el despido y facilitarle a las empresas que cambien cuándo quieran y cómo quieran las condiciones del trabajo. A ellos les han gritado que la culpa de que no funcione la sanidad es del niño colombiano que acude a los ambulatorios con su fiebre y su sarampión a cuestas. A ellos quieren convencerlos de que hay que rebajar sueldos, subir impuestos y la luz y el gas, a ellos les han dicho que la responsabilidad de lo que está pasando es de todos y que por eso hay que apretarse el cinturón, a ellos les hablan de sacrificio y esfuerzo, de sudor y de lágrimas. A ellos: les dicen, les cuentan. Y ellos miran, ven.

Ellos miran y ven como los magos de las finanzas quieren arreglar los problemas de un banco cerrando una revista de libros, ven como arruinan un banco en un rato y no pasa nada, ven como la escoria sin sentimientos cobra sueldos y pensiones millonarias, mientras piden más ajustes y más sacrificios, mientras amenazan con la catástrofe general si no se satisface la voracidad de los bancos. Ellos miran y ven, y callan y aguantan, pero también se preguntan: ¿si a los bancos los ayudan con el dinero que a nosotros nos quitan porque amenazan con violencia de guante blanco, no será que la violencia es la única manera de conseguir las cosas? Porque ellos no son tontos: ven, miran, entienden, callan, aguantan. Y muertos de rabia votan a los profetas del extremismo, a los heraldos del desquite.

Ellos –Pepe, Antonio, Dolores, Ángel, Manuela, Luisa...– miran, ven, entienden. Pero ellos no son responsables de la ruina a la que vamos, ni del saqueo del Estado. No, no son ellos los responsables del auge del fascismo., aunque lo voten en las elecciones. No, no son ellos los que están engordando el cuerpo de la violencia y del caos. No son ellos.

(IDEAL, 10 de mayo de 2012)

jueves, 10 de mayo de 2012

FELICIDAD





Salvo el mal estado del Parque Vandelvira, todo invitaba esta tarde a la felicidad de los niños: el sol, la brisa cálida, la placidez del ambiente… Manuel ha aprovechado bien esa oportunidad que la tarde de primavera le brindaba: se ha montado en los columpios de los grandes, completamente satisfecho, ha jugado con un cachorro de perro, ha saltado y corrido, ha sudado, ha jugado en la tierra con otros niños, sin importarles su color o la lengua o la patria o la religión de sus padres. Verlo allí, enfangado en la arena, mezclado con otros niños, era contemplar algo parecido a la aspiración de todos los soñadores de todos los tiempos: una fraternidad de personas felices. ¿En qué momento los niños asumen que tienen que vivir separados por banderas y por himnos, por dioses y por fronteras? ¿Cuándo se quebrará la felicidad que esta tarde han compartido todos esos niños, ajenos a los artificios de sus padres, bañados por la luz que se regala para todos?

miércoles, 9 de mayo de 2012

EL CAMPEÓN, EL MAGO, EL TRIUNFADOR




 
Se ha considerado a Rodrigo Rato un campeón del crecimiento, un mago de las finanzas, el novamás de la economía. Él era el triunfador, el gran chamán, el Cid Campeador de lo económico, el hombre todopoderoso que asustaba a los problemas. Lo hicieron gerente del FMI, director de Caja Madrid y no se sabe cuántas cosas más. Por todas ellas, ha cobrado sueldos millonarios, indemnizaciones escandalosas, pensiones con las que podría pagar la asistencia sanitaria de decenas de niños españoles. Y lo hacía mientras defendía, con absoluta caradura, con una pasmosa desvergüenza, el abaratamiento del despido, el cierre de hospitales, el aumento de la edad de jubilación o la necesidad de rebajar los sueldos, o mientras la entidad que presidía ponía en la calle a decenas de familias en paro, con niños o personas mayores a su cargo.

En última instancia, Rodrigo Rato fue el inventor del modelo económico que nos ha llevado a la ruina: a él se debe la burbuja inmobiliaria y el endeudamiento masivo de bancos y particulares. En el debe de Zapatero quedará por siempre no haber puesto fin a ese modelo que nos conducía al desastre cuando pudo hacerlo, entre 2004 y 2007, antes de que se enrocara en la negación de la crisis que ya lo devoraba todo.

De su gestión ruinosa de Caja Madrid, ahora llamada Bankia, sólo se sabe que intentó frenar la sangría masiva que le consentía el Banco de España, poniendo fin al Liceo de Cámara, cerrando bibliotecas de la Obra Social y finiquitando la “Revista de Libros” que dirigía Delgado-Gal.

En realidad a él le da exactamente igual que ya todo el mundo sepa que el emperador estaba desnudo: sabe que nunca va a pagar por ninguna de las tropelías que ha cometido ni por ninguno de los sufrimientos que ha causado. Si existiese la decencia democrática, Rato ya estaría encarcelado.

Lo único bueno que tiene la catástrofe económica en la que vivimos es que sistemáticamente y sin piedad, va quitando todas las máscaras y deja a la intemperie (intemperie moral, claro, que la cobertura física del dinero ya se han encargado ellos de blindarla) a los impostores. Es difícil no estar ya convencidos de que todo lo que padecemos no es una gigantesca estafa urdida por los poderosos para meternos el miedo en el cuerpo y poder saquear, impunemente, la sociedad del bienestar y el Estado democrático que tanta sangre y tanto esfuerzo costaron.

martes, 8 de mayo de 2012

EL ICONO DEL MAL





Hay imágenes e imágenes, iconos e iconos. Una rosa en una plaza de París en pleno mes de mayo puede brindar la ilusión de una esperanza. Unos matones de gesto hosco y amenazante, sentados en un despacho de Atenas, la cuna de la democracia, provocan, salvo que se sea un imbécil, un escalofrío incontrolable.

Una imagen puede convertirse en icono del quebradizo bien, de la esperanza recién nacida y ya signada por el horizonte de lo que nace para marchitarse.

Pero la imagen también perfila el icono del mal porvenir: la amenaza de la violencia y la tortura y la sangre y la carne amoratada y la cara surcada por lágrimas resecas. Todo ello está ya presente en los tres matones de esta imagen, que actúan y se comportan como los amos del mañana griego.

lunes, 7 de mayo de 2012

PEQUEÑO ICONO






Hay imágenes que nacen con vocación de símbolo. Esta fotografía de Bertrand Langlois, realizada la noche de ayer en plena celebración de los socialistas franceses de la victoria de Hollande en las elecciones presidenciales, parece nacida con esa voluntad de proclamar, de anunciar, de abrir. Pero... ¿la mínima, la frágil ilusión de esos pétalos rojos tiene los pies en el suelo? ¿Este icono recién nacido le ha pedido permiso a la realidad para ser y existir? Porque hubo un tiempo en el que los símbolos y los iconos podían romper el molde de la realidad, pero por desgracia, en nuestra era será la realidad la que se encargue de decir si esa rosa roja levantada en medio de la marea humana que llenaba anoche la mítica Plaza de la Bastilla de París, pudo transformarse en una esperanza o acabó ahogada por la voracidad de un tiempo desesperado en el que los banqueros y sus voceros de los parlamentos y los periódicos podían más que las rosas de mayo.

viernes, 4 de mayo de 2012

ENFERMEDAD





El humanismo de la Ilustración trastocó la visión de la enfermedad y del dolor: convirtió al cuerpo, a lo puramente material del ser humano, en el centro de las preocupaciones filosóficas. La enfermedad y el dolor dejaron de ser un accesorio de la muerte o de la redención del alma y se transforman en el vórtice de lo que Foucoult llamó “la mirada médica”. Los avances científicos y técnicos permiten a los médicos adentrarse en el espesor anatómico del ser humano, que deja de ser un todo misterioso y compacto para convertirse en un muestrario de órganos y vísceras que se conocen cada día mejor. La otra cara de la creciente capacidad de la medicina para adentrarse en el fondo antes misterioso del cuerpo y en su funcionamiento antes mágico, es la deshumanización de la propia medicina, su tecnificación: se reduce el cuerpo enfermo a un campo de batalla entre la ciencia y la enfermedad, el cuerpo privado de alma se reduce a la categoría de cosa. El protagonista de “El árbol de la ciencia” pierde la fe en lo humano y lo divino cuando contempla la crueldad con que se trata a los enfermos y la miseria de sus cuerpos deshechos por el dolor y el miedo: Hurtado es uno de esos médicos escépticos, quebrados, que al abrir un cuerpo se han encontrado tumores y humores, el olor caliente de las entrañas o la palpitación maravillosa del corazón y el silencio sobrecogedor del cerebro, pero no han visto a Dios en medio de ese amasijo de carne y tendones y sangre y huesos.

Limitada moralmente, a la moderna medicina no se le puede negar su gran mérito: nos ha descubierto que el cuerpo es lo esencial del ser humano. Somos y existimos dentro del mapa de la carne delimitado por las fronteras de la piel: en el cuerpo anidan los placeres y las alegrías, pero también el sufrimiento y del dolor. Para Susan Sontag sólo existen dos reinos posibles para lo humano, dos ciudadanías: la salud y la enfermedad. Y las dos remiten directamente a lo físico, a lo carnal, a la conjunción de los nervios y al misterio de las descargas eléctricas del organismo que desencadenan los estados del espíritu. Cuando tenemos el cuerpo, lo tenemos todo; cuando perdemos el cuerpo, lo hemos perdido todo. Para Alberto Barrera Tyska, “el dolor es el más terrible de los lenguajes del cuerpo”; la enfermedad es “una equivocación, un error burocrático de la naturaleza, una falta absoluta de eficiencia”: Y es que en nuestro fondo más íntimo y radical sabemos que nacimos para el placer y la alegría, y nos espanta la enfermedad porque rompe los planes trazados, violenta el espacio de la existencia y ocupa los perfiles de la carne de manera asfixiante: la enfermedad impide que sigamos ocultándole a nuestro cuerpo la realidad de la muerte, pero, sobre todo, la enfermedad nos sume en el horror del sufrimiento y el dolor.

Somos tanto nuestro cuerpo, tanto lo queremos, que nos resulta insoportable verlo degradado, humillado por la enfermedad. Más que la muerte, sabemos que es el dolor físico lo contrario a la vida: ante la presencia del dolor –dice Julio Ramón Ribeyro– cesa todo impulso y todo deseo que no sea el de poner fin al sufrimiento y recuperar íntegramente la vida que hasta ese momento encontrábamos anodina o despreciable y que de pronto sabemos radicalmente valiosa. La enfermedad es la forma de vileza más baja de la propia vida, dice Ribeyro. Por eso, la eutanasia –el buen morir– no es un cántico de muerte sino una exaltación de la vida, por cuanto aspira, en un ejercicio de libertad suprema, a liberar al cuerpo del imperio del sufrimiento. La eutanasia mira al cuerpo enfermo desde el lado de la vida y sabe que la enfermedad es ya la muerte. Foucault proponía acercarse a la enfermedad desde el lado de la muerte para poder concebir la enfermedad como un ejercicio de la vida. Pero somos cuerpo –carne hambrienta de vida– y por eso vemos la enfermedad desde la orilla de la vida: sabemos que la enfermedad es siempre una derrota.

(IDEAL, 3 de mayo de 2012)

martes, 1 de mayo de 2012

VIENE LA VIRGEN





PRIMAVERA. Por lo que respecta a sus “tradiciones”, Úbeda puede copiar a marchas forzadas muchas cosas que vienen de fuera y que salen, relucientes y lustrosas, por televisión. Pero ni Úbeda ni ningún otro pueblo pueden importar esos matices de la tradición que no dependen de los hombres sino que vienen impuestos por los ritmos de la naturaleza, y que tanto sirven para adornar las tradiciones y celebraciones primaverales de la Baja Andalucía. Por eso, salvo que la luna de Nisán reluzca bien adentrado abril, la Semana Santa de Úbeda difícilmente puede oler a azahar. Por eso, los vencejos, obedientes a su reloj biológico, es extraño que sobrevuelen el cielo del Viernes Santo ubetense. La primavera, en Úbeda, no madruga ni tiene prisas: necesita que abril la ronde, que la sorprenda con sus fríos de última hora, necesita que la riegue con sus aguaceros alegres, para poder despertar. Y por eso, la primavera, que puede despistarse mandando algún pregón adelantado en la tarde del Domingo de Ramos, sólo se instala entre nosotros cuando viene la Virgen de Guadalupe.

Viene la Virgen. Medió ya abril y se encara, irremediablemente, hacia la plenitud azul de mayo. Y de pronto, los capullos del azahar han comenzado a eclosionar en los naranjos y cualquier mañana nos hemos encontrado con que ya estaban aquí los vencejos, tejiendo las mañanas azules con la alegría de sus chillidos. Las flores y los vencejos, el sol y las tardes dulces: todo en la naturaleza se ha dispuesto, como cada año, para recibir a la Virgen de Guadalupe.

COSAS PEQUEÑAS. La romería de Úbeda no es para aparecer en las guías de viaje ni para acumular títulos de interés turístico concedidos por las administraciones, lo que está bien, porque la salva de la banalización en que van cayendo las procesiones de Semana Santa, convertidas en producto turístico. En la romería de Úbeda no hay acontecimientos espectaculares que atraigan la atención de turistas aburridos y poco respetuosos, en la romería de Úbeda no se congregan caballistas en número incontable ni hay multitudes ni cofradías filiales que recorran caminos largos con bueyes y carretas y tamboriles. En la romería de Úbeda no hay arenales ni pinares ni ríos y sólo con un poco de suerte, y si fue generoso el invierno, el arroyo del Gavellar puede arrastrar un caudal mínimo y cristalino. La romería de la Virgen de Guadalupe, por suerte, no está hecha ni pensada para las masas estandarizadas porque se ha ido haciendo a lo largo de muchos años con gestos y grupos muy pequeños, con horas hondísimas de significados.

Basta enumerar la suma de actos de la romería de Úbeda para descubrir su vocación de intimidad, su contención espiritual. No, que no piense nadie en ir a la romería a penar ni sufrir, porque en la romería de Úbeda no se sufre ni se pena. No, ni siquiera cuando hay que madrugar porque a las tres de la mañana se ha quedado con los amigos en “Los Buñoleros”, donde Pepe va poniendo despaciosamente los cafés y los coñac y los anises: no se pena con ese madrugón. Y no se pena cuando se comienza a andar hacia Santa Eulalia ni cuando se para uno delante del cementerio y recorre la carne un escalofrío hecho de muchos siglos cuando se reza pensando en los que ya se fueron a un Gavellar de la eternidad, ni cuando comienza a bajarse la cuesta, todavía en lo profundo de la noche, y el viento de los trigales hace presentir la cercanía del Santuario: no, no se pena con esa caminata hecha con amigos, que ya forma parte de nuestras vivencias mejores. Y, por supuesto, no se pena cuando se llega al Santuario y se entra a ver a la Virgen, en la soledad fría de la pequeña iglesia, ni cuando Cristóbal, sin que haya amanecido aún, termina las migas que ha preparado y que se riegan con vino y con cerveza y con risas y chistes; ni se pena cuando se escala la cuesta agreste con la Virgen en los hombros. No, no es la de Úbeda una romería hecha para penar, sino para encadenar en el fondo del corazón oraciones sin palabras, plegarias mudas, amistades, risas, abrazos: la de Úbeda es una romería para vivirla con las personas que se quieren —tu mujer, tu hijo, tus amigos—, en grupos pequeños y bien avenidos, paseando por la aldea de Santa Eulalia, bebiéndote aquí una cerveza y allí un porrón de vino mientras haces cola, cuchara en mano, para probar las “gachasmigas” de Pepe Robles procurando que no se te adelante los de “la arpillera”, paseando otra vez, yendo a la ermita a ver a la Virgen y a responder las preguntas inusitadas que Manuel hará, seguro, cuando la vea tan pequeña.

No hay nada en la romería de Úbeda que te deslumbre. No llegas a ella y dices “¡pedazo romería!”. No, a la romería de Úbeda llegas y un año te atrapa un poquito, al siguiente algo más y cuando llevas tres ya la sientes como algo tuyo, íntimo, personal, irrenunciable.

RECIBIR A LA VIRGEN. La romería ubetense es una romería “rara”. Y de eso, da buena cuenta el recibimiento que se le hace a la Patrona cuando entra en Úbeda. Llega la Virgen al atardecer, después de parar en las puertas del cementerio. Esperan a la Virgen miles de ubetenses, siempre en el mismo lugar, ese en el que antaño estuvo la ermita de la Vera Cruz y luego el Molino de Lázaro y que hoy es una avenida más de la ciudad, fea y anodina, en la que hasta los árboles han sido talados. En otros lugares, recibir a la patrona puede traducirse en un desbordamiento popular: en Úbeda no. En Úbeda, después de los cohetes y del himno de España y de algunos vivas, un ubetense —este año, el elegido es nuestro amigo Alfonso Donoso— se sube a un pequeño estrado y en nombre de todo su pueblo recibe a la Virgen de Guadalupe. Donde otros ponen una efusión, donde otros derrochan una ilusión muchas veces impostada y artificiosa, Úbeda pone un discurso: la jarana artificiosa ha sido sustituida aquí por la reflexión serena, por unas palabras que siendo las de uno de nosotros son las de todos, también de los que ya no están, también de los que un día estarán sustituyéndonos en el Molino de Lázaro cuando llegue la Virgen. Úbeda, en esto, también es distinta, diferente: hay pocos momentos del año en que se muestre con tanta claridad como en la llegada y la despedida de la Virgen de Guadalupe, el carácter sobrio, contenido, reflexivo, de una ciudad tan poco dada a desbordamientos que cuando se desborda resulta ficticia.

Cuando llegue la Virgen a Úbeda y las palabras del hijo que la recibe suenen en el fondo de nuestros corazones —hilando emociones, despertando recuerdos, desperezando esperanzas— el viejo bronce de la voz de nuestros antepasados volverá a sonar límpido, argentino, transparente. Convocándonos a todos en la tradición pura y sin aderezos, en la costumbre que nos envuelve y nos arrulla. Para ser romeros en Úbeda no se necesita más.

(UBEDA IDE@L, Núm. 6, mayo de 2012)