lunes, 18 de julio de 2016

PENSAMIENTOS TURCOS




I. El sábado por la noche las hordas que horas antes habían respondido al llamamiento de las mezquitas y se habían echado a la calle a parar el golpe contra Erdogan patrullaron las calles de la vieja Constantinopla armadas con palos: su objetivo era golpear a todos los que estaban en las terrazas bebiendo alcohol.  La experiencia no era nueva: a mediados de junio, un grupo islamista había irrumpido en un local en el que un grupo de seguidores de Radiohead iba a celebrar una fiesta y golpeó a los asistentes con bates y botellas por “beber alcohol durante el Ramadán”. La única diferencia entre lo sucedido el 18 de junio y lo sucedido el 17 de julio es que entonces los islamistas contaron con el rechazo de toda la parte sana de la sociedad turca y ahora, esa parte del país que aspira a continuar viviendo en los valores de la República laica, se encuentra amedrentada  cuando no francamente amenazada.

II. El simplismo con el que hemos analizado lo sucedido en Turquía puede hacer que nos preguntemos de qué tienen miedo los turcos que creen en las libertades públicas o en los derechos fundamentales, si los militares golpistas han fracasado en su intentona. Aquí estamos acostumbrados a trazar con pasmosa facilidad las líneas que dividen lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro. Y, sin embargo, Turquía, para pasmo de nuestro doctrinarismo, vive en una pantanosa zona gris. Una zona que cada vez se va pareciendo más al retrato de nuestro propio futuro: ¿lo que está sucediendo en Turquía no debería enseñarnos a pensar  un futuro en el que la democracia puede comenzar a ser algo muy distinto del régimen de libertades y de derechos? La democracia es un mecanismo para elegir gobernantes mediante una mera agregación de votos individuales. Y lo que podemos denominar “metademocracia” es un sistema que incluye el respeto a las minorías, la separación de la religión y el estado, un régimen de garantías de las libertades individuales, etcétera. Y esos dos conceptos son los que están en conflicto en Turquía y los que, muy pronto, pueden entrar en conflicto en toda Europa.

III. Técnicamente “democracia” es gobierno del pueblo. En términos prácticos se traduce en elecciones libres en el que la población elige a sus representantes. Una mayoría de turcos votó a Erdogan, un puñado mayor de británicos decantó a Gran Bretaña por la pendiente del fracaso colectivo, millones de austriacos pueden aupar a un fascista a la Presidencia de su país este otoño y por las mismas fechas los estadounidenses pueden entregar su nación a Donald Trump y los franceses pueden darle la República Francesa a Le Pen el año que viene. Si estas cosas nos chirrían es porque hemos convertido la palabra “democracia” en un tótem reverencial y, sin criterio, identificamos elecciones democráticas con excelencia moral, pese a los muchos ejemplos que nos demuestran que el hecho de que millones de votos concurran en una misma dirección (ora la dirección de la estupidez, ora la de la maldad) no significa que esa dirección sea la mejor moralmente: significa, simplemente, que es la dirección que han elegido más personas. Dados los ropajes sacros con que hemos revestido el cuerpo de la democracia (y considerando el talibanismo que impregna la vida pública española) atreverse a decir que en muchas ocasiones el electorado “se equivoca” y que el emperador está desnudo implica que la guardia pretoriana de las esencias democráticas te tatúe con el calificativo de “fascista”. Así que no pondremos aquí en duda la virtud suprema del sabio pueblo transfigurado en cuerpo electoral.

IV. Erdogan es un gobernante democráticamente elegido: millones de votos de islamistas lo auparon al poder. A mí, particularmente, un islamista me provoca el mismo escalofrío ético y político que los justificadores de monseñor Cañizares y creo que ambos son igual de dañinos para la salud de un Estado democrático. Pero la democracia no pondera el peso del voto en función de que los partidos sean más o menos respetuosos con la “metademocracia”: un voto a favor del partido de Erdogan o del Frente Nacional Francés vale lo mismo que un voto a favor de un partido socialdemócrata o de la derecha liberal. Erdogan es un gobernante democráticamente elegido por más que sus ideas busquen, esencialmente, arriar los altos valores de la “metademocracia” en cuya dirección Ataturk orientó la proa de la República .

V. La democracia también es un sistema que tiene reglas ad futurum: el gobernante elegido por las urnas no puede viciar las reglas que permiten que su mayoría actual pueda terminar convertida en minoría en unas próximas elecciones. Y en nuestro pathos ético se exige que el gobernante democrático respete el espacio de la “metademocracia”. Y en estos dos sentidos calificar a Erdogan como “gobernante democrático” es ya mucho más problemático. Su leyes de marcada inspiración religiosa y limitadoras de derechos civiles, sus persecuciones de opositores o de periodistas libres, son buen ejemplo del dudoso talante democrático del islamista Erdogan. Pero es que, al fin y al cabo, el islamismo es una forma contemporánea de totalitarismo y, como todas las ideologías totalitarias, a lo que aspira es a infiltrar su ideología en todas las instituciones, haciendo saltar los resortes del Estado de Derecho hasta que éste queda convertido en pura apariencia, en mera fachada decorativa sin contenido alguno. Y esto se acentúa cuando el pensamiento totalitario se funda en la idea religiosa porque, al fin y al cabo, para la religión toda la verdad lo es por proceder de Dios y por lo tanto es algo indiscutible y no sujeto al debate público sin el cual no hay verdadera democracia: la ley no puede permitir el consumo de alcohol durante el Ramadán porque es el mismísimo Dios el que lo prohíbe.

VI. Muchos líderes occidentales han puesto a Erdogan como ejemplo de la compatibilidad entre islamismo y democracia. No han hecho sino vendar los ojos de las sociedades europeas, que no han apreciado la dimensión de la infiltración que el islamismo ha realizado en las instituciones democráticas y en el aparato del Estado turco, socavando los cimientos de la República fundada por Ataturk que, él sí, entendió claramente que sólo podría avanzarse hacia la democracia y la “metademocracia” recluyendo, de manera radical si fuese necesario, las cosas de la religión al ámbito de lo privado.

VII. El viernes por la noche los medios de comunicación y los líderes occidentales decretaron el estado de alegría por el fracaso del golpe militar contra un gobernante democráticamente elegido como es Erdogan, mientras los clérigos musulmanes encaramados a los alminares llamaban a las masas a echarse a la calle. Nos dijeron que las cosas en Turquía son o blancas o negras y que a Erdogan le tocaba ser lo blanco y a los militares golpistas lo negro. Y sin embargo, a estas horas la contradicción turca lo rebasa todo como un poderoso tsunami: miles de detenidos en una purga sin precedentes en la administración y el ejército turcos contra todos aquellos que duden de las virtudes del islamismo, o la propuesta de reinstauración de la pena de muerte dan buen ejemplo de la democracia que ha triunfado sobre el golpe militar. Pero sobre todo, lo más ilustrativo de eso que Europa se ha lanzado a apoyar sin titubeos, sean esas masas victoriosas sobre los golpistas que llenan las plazas de Turquía no dando vivas a la libertad o a la democracia sino gritando “¡Dios es grande!”. Son, posiblemente las mismas turbas que apalean a quienes beben alcohol. Y el gran símbolo de la victoria de Erdogan es ese joven que golpea con una correa a los soldados detenidos ante la pasividad de la policía que debería garantizar sus derechos: es la imagen viva del islamismo triunfante sobre el sistema de garantías de la verdadera democracia.

VIII. Puede que el precio a pagar por la victoria de la democracia en Turquía sean todos los derechos y todas las libertades que tan trabajosamente, con tantas vueltas atrás, con tantas contradicciones, ha ido hilvanando la República de Mustafá Kemal Ataturk. Desde el viernes por la noche me acuerdo de Camus que, increpado en Oslo por un joven que le reprochaba no ponerse de parte de la justicia (y la justicia era la independencia de Argelia, aun al precio de las bombas y la tortura), respondió que si la justicia eran las bombas que se ponían en los tranvías en los que podía viajar su madre él se quedaba con su madre. Pensaba también en los muchos turcos, y sobre todo muchas turcas, que han vivido durante años en una plenitud de libertades civiles y sociales desconocidas en el resto de países de mayoría musulmana (con la excepción de Túnez, donde, por cierto, también el ejército se encargó de dejar claro que no toleraría una victoria islamista) y en ese sentimiento suyo de que entre una democracia fundada en la grandeza de Dios y unos derechos tutelados por los militares quizá hubieran preferido la segunda opción. Esa que nosotros desechamos sin interrogantes, con la absoluta certeza de nuestra arrogancia, sabiendo que nuestras mujeres tienen garantizados sus derechos y que nadie va a apalearnos por echarnos una cerveza en una terraza de verano.

IX. Urge, en estos días, volver a esa maravillosa fábula sobre el presente de Turquía que es Nieve, la novela imprescindible de Pamuk. Y allí veremos que todo es gris y que vivimos en la contradicción.

X. Urgiría, también, conocer lo que nunca conoceremos: la responsabilidad de la Unión Europea, de la OTAN y de los Estados Unidos en preparar un golpe condenado a fracasar y del que el gran beneficiado es el "amigo" Erdogan. ¿Quién preparó el golpe contra Erdogan que, al fracasar, ha permito a Erdogan dar un golpe de Estado definitivo contra la República de Ataturk? ¿Quién diseñó la estrategia (las listas de cientos de jueces, policías, militares y funcionarios depurados en cuestión de horas por no comulgar con la deriva islámica de Turquía) para aupar a Erdogan a un poder incontestable, desde el que pueda manejar mucho mejor negocios como la compra de refugiados que le hizo a Bruselas así como el que compra esclavos?

viernes, 22 de abril de 2016

UNA CUESTIÓN MORAL




Pablo Iglesias habría acertado, como ha acertado en otras denuncias, denunciando las condiciones en las muchos periodistas tienen que realizar su trabajo en los medios informativos españoles, en los públicos y en los privados. Que se presiona y se manipula en los medios públicos lo sabemos porque muchas veces sus trabajadores, amparados por su condición de funcionarios o similares, no han perdido su derecho a defender su conciencia y a expresarse libremente. Pero los trabajadores de los medios privados de información no pueden expresarse con esa libertad, como no pueden hacerlo millones de trabajadores españoles: ¿acaso puede, por ejemplo, un trabajador de Mercadona sugerirnos que no nos llevemos un producto porque es simplemente malo?

 Pongamos que a Álvaro Carvajal le pague El Mundo por escribir artículos en los que se resalta todo lo malo de Podemos. A lo mejor, el padre de Álvaro Carvajal no tiene medios para mantenerlo y éste hombre joven quiere ganarse la vida por su cuenta. ¿Vendiendo su conciencia? Pues no sé, eso dice Pablo Iglesias. Pero si así no está haciendo nada que no se estén viendo obligados a hacer millones y millones de trabajadores. Lo que ocurre es que esos millones de trabajadores no ofenden el arrebato místico de Podemos y por eso no son importantes para Pablo Iglesias.

Porque el gran pecado de Pablo Iglesias el otro día fue no distinguir entre las empresas que, según él, han conformado un contubernio para acabar con Podemos y los trabajadores de esas empresas. Y lo ruin de Pablo Iglesias el otro día en la Complutense fue cargar contra un trabajador que se gana su pan con la misma precariedad moral, y seguramente laboral, con que pueden ganárselo los trabajadores de Hispan TV, que cumplen su trabajo porque tienen que llevar un sueldo a sus casas pero que seguramente sienten repulsión porque Irán asesina a los homosexuales. Y cargar contra un trabajador estando él delante, señalándolo con el dedo, satisfecho de ver cómo el auditorio se reía de él, dice muy poco de este supuesto salvador de los trabajadores.

Debo ser un estúpido moral, pero tiendo a ponerme del lado de los que sufren. Y supongo que para Álvaro Carvajal debió ser realmente duro estar sentado en primera fila cubriendo el espectáculo representado por Pablo Iglesias en la Complutense y convertirse de pronto, sin comerlo ni beberlo, en objeto de todas las miradas del entregado auditorio podemita. Mal, muy mal debemos estar moralmente, si no somos capaces de ponernos en el lugar de Álvaro Carvajal. Muchos de los que allí estaban eso fue lo que hicieron: o mirar con ira al que señalaba el líder o mirar hacia otro lado para no encontrarse con la mirada del periodista atacado. Hay que ser muy valiente para hacer lo que hizo la periodista que salió en su defensa; hay que ser muy valiente para ponerse de pie en medio de un auditorio arrebatado por la mística de la revolución para y enfrentarse al Líder Supremo. Esa es la misma valentía de Unamuno cuando en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca alzó su voz para enfrentarse a Millán Astray. La periodista no es Unamuno ni Pablo Iglesias es Millán Astray, pero todo parece indicar que el “venceréis pero no convenceréis” va cobrando nueva vigencia.

viernes, 18 de marzo de 2016

INVECTIVAS CONTRA LA UNIÓN (y IV)




Europa humilló a Grecia. Europa desahució a Grecia. Europa torturó a Grecia. Europa asfixió a Grecia. Europa se ensañó contra Grecia. Europa quiso matar a Grecia.

Hoy, sin embargo, Grecia es lo único decente que queda en Europa: los valores que alentaron la idea de Europa son los que hoy ponen en la práctica los que ayudan a los refugiados en las praderas del norte de Grecia y cuando Turquía le compre los refugiados a la Unión Europea y nuestros líderes nos liberen así de las imágenes terribles de los niños embarrados, entonces, Europa habrá perecido definitivamente.

Mientras, Europa se ha refugiado en Grecia. Porque ese país empobrecido es el único que ofrece un refugio y un consuelo a los que llegan a Europa huyendo de las guerras de Oriente. Refugio miserable, consuelo precario: pero Grecia no puede dar más, porque Europa no le dejó nada más. Y quien al hermano que sufre le da lo poco que tiene, lo está dando todo: recordad el valor de la humilde moneda de la viuda.

jueves, 17 de marzo de 2016

INVECTIVAS CONTRA LA UNIÓN (III)









El barro se ha convertido en la gran metáfora de la Europa del último siglo. Entre 1914 y 2016, toda la historia de Europa parece resumirse y condensarse en dos lodazales.

El barrizal de tierra, lluvia, sangre y vísceras pisoteadas de las trincheras de Verdún o del Marne fue el punto de partida de un sueño europeo que cuajó tras la experiencia del barro y las cenizas de Auschwitz.

El barrizal de Idomeni, en la frontera de Grecia con Macedonia, certifica que el proyecto carece de contenido. Los niños que han recorrido a pie o en los brazos de sus padres miles de kilómetros, huyendo de la guerra, y que se encuentran en territorio de la Unión llenos de barrio, llorando, hambrientos, empapados de lluvia y tiritando de frío, enfermos, esos niños testifican que Europa ya no existe.

Existe, sí, otra cosa que se llama Europa (con sus políticos, con sus costosas burocracias e instituciones, con sus sus planes de beneficencia para lavar conciencias), pero que no es Europa. Existe una cosa que se llama Europa y que no es más que una excusa para justificar los sufrimientos causados por las políticas que se idean en los despachos de Berlín y de Bruselas.

miércoles, 16 de marzo de 2016

INVECTIVAS CONTRA LA UNIÓN (II)




Espoleado por los recortes dictados por el gobierno de Alemania y bendecidos por Bruselas, galopa con creciente fuerza el fantasma de los populismos: el extremismo político es un jinete que viaja sobre los lomos del caballo de la desesperación y de la miseria.

Los recortes criaron el caballo y, para engordarlo, los chusqueros y matones de la política buscaron un enemigo (los emigrantes, los refugiados, los que vienen a quitarnos nuestros trabajos y nuestros derechos y a violar a nuestras mujeres y nuestras hijas) que aglutinase los miedos y temores provocados por los recortes. Ésta no es una política brillante: de hecho, alguien tan carente de aptitudes intelectuales como Hitler ya la llevó a cabo con gran éxito. De hecho, para que esta política sea posible sólo se necesita que la inmoralidad sea inversamente proporcional a la inteligencia.

Dispuesta a repetir lo peor de su historia, Europa se adentra en el laberinto que ya recorrió en la década de 1930. Pero la historia, cuando se repite, nunca es igual: Marx advirtió que la primera vez que ocurre, la historia es una tragedia; la segunda, la segunda es una farsa, un esperpento carente de toda grandeza. Pero Marx nunca dijo que las farsas no puedan, también, venir cargadas de sufrimiento. 

martes, 15 de marzo de 2016

INVECTIVAS CONTRA LA UNIÓN (I)




Dentro de la trampa, el conejo apura las últimas hojas de lechuga que lo incitaron a entrar en ella. Fuera, lo esperan los zorros dispuestos a devorarlo en el caso de que pudiera levantar la trampilla que lo mantiene encerrado. En algo así se ha convertido la Unión Europea. En una trampa.

Dentro de la Unión Europea, las clases trabajadoras y medias soportan una política de recortes de sus derechos cada vez más aguda, más descarada cada vez. Pero fuera les espera el espanto deshumanizado del mundo globalizado. Es difícil encontrar en la historia un momento como el que vivimos los europeos del siglo XXI, donde ocurre que tanto la decisión irracional (permanecer en la Unión Europea) como la decisión racional (salir de la Unión) avocan a una situación igualmente destructiva.

Sólo en la vieja copla de la sabiduría popular se describe con precisión el irresoluble dilema que hoy plantea la Unión Europea: “Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Contigo porque me matas y sin ti porque me muero”. Pues en esa trampa estamos: en la de elegir si preferimos que nos mate la Unión Europea o si es mejor morirnos solos fuera de ella.

martes, 8 de marzo de 2016

CUANDO EUROPA DEJÓ DE SER EUROPA




El imaginario europeo es un vasto territorio moral que, desde los tiempos del Renacimiento, la Reforma y la Ilustración, se ha venido construyendo con la aspiración de habilitar un espacio en la tierra donde no fuera posible que los humanos volviesen a sentir vergüenza de ser humanos. Podríamos hacer una larga lista con los valores morales que se han ido agregando al ideal de una Europa unida: la libertad, la dignidad de la persona, la solidaridad, la compasión, el justo reparto de la riqueza, la acogida del que sufre, el respeto de los derechos de las minorías y un largo etcétera.

Fue necesario el horror de los años 30 y de la II Guerra Mundial para que Europa se afirmase como un proyecto diferente ante el mundo que acaba de derrotar al fascismo y en el que aún se enseñoreaba el terror de los regímenes comunistas. De aquella Europa en ruinas y llena de viudas, huérfanos y desplazados surge la voz potente a favor de la unión de los estados europeos: una unión que hiciera posible que Europa pudiera volver a mirarse, sin sonrojar, en el espejo de la historia.

El pacto fundacional de lo que conocemos como Unión Europea es un pacto, básicamente, entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, o sea, entre las dos fuerzas ideológicas que alentadas de un humanismo de altos vuelos, entienden que Europa necesita una cura de humanidad y que apuestan por construir una política con las zonas templadas del espíritu y de rosto humano en la que concurra lo mejor del legado histórico de Occidente. El pacto fundacional se basa también en el reconocimiento implícito de que el potencial alemán es tan grande, que necesita ser controlado para no convertirse en un cáncer que colonizase todo el cuerpo europeo.

Quizá el origen ideológico de la fundación de la Unión explica su quiebra actual: desaparecidas del panorama político, tras 1989, tanto la socialdemocracia como la democracia cristiana, el proyecto europeo se ha quedado sin valedores. Porque defender esta Unión sin alma europea que desde hace décadas defienden los líderes europeos, no puede ser, en ningún caso, defender la Unión Europea. Esto de hoy es una cosa muy distinta de aquella Europa con la que soñaban los fundadores de  la postguerra mundial. Quizá la quiebra de la Unión se explica también porque se ha convertido en un mero apéndice burocrático al servicio del Reich Alemán construido sobre las divisiones financieras del euro y tomado por la doctrina del control del déficit sean cuales sean los sufrimientos que esto cause.

La socialdemocracia y la democracia cristiana han sido sustituidas por fuerzas ideológicas que nada tienen que ver con el ideario fundacional. Populismos de (extrema) derecha y de (extrema) izquierda que surgen como setas espoleados por un descontento ciudadano sin parangón desde los años 30 y que responden a las políticas del neoliberalismo, que han sido las que han socavado todos los principios morales, toda la arquitectura ética y todo el armazón humanista que sostenían la Unión Europea. Liberales de nuevo cuño, que defienden una política granítica, angulosa, sin ninguna capacidad de empatía con los sufrimientos humanos. Líderes sin ideas, dispuestos a pactar con el diablo con tal de mantener el aparato desnudo de la Unión Europea, sin valores, sin principios, sin moral, sin ética. El sueño de los líderes europeos de 2016 es mantener una Unión Europea sin Europa: un aparato despiadado y sin valores.

La Unión Europea ya no puede ser sinónimo de libertad, de solidaridad o de compasión con los que sufren. Lo fue para la generación de nuestros abuelos, pero para la de nuestros hijos la Unión Europea es la impulsora y la justificadora de los recortes si piedad en los servicios públicos, en la asistencia social o en los derechos de los trabajadores; la Unión Europea de nuestros hijos será la que no duda en pactar con los conservadores británicos la destrucción de los valores europeos para mantener “Europa”; la Unión Europea es, desde hoy, la que pacta con esa Turquía en la que el islamismo carcome la democracia y el pluralismo político y social, para convertir a Turquía en un gran campo de refugiados donde arrojar, como fardos de carne podrida, a los niños, a las mujeres y a los ancianos que vienen huyendo de las guerras de Oriente Medio y que ahora quedarán al cuidado del gobierno Erdogan, que no sólo no garantiza la protección de los derechos humanos sino que es un creciente peligro para los mismos. La Unión Europea es ya la que viene consintiendo, durante todo el invierno, que en los campos de la frontera entre Grecia y Macedonia  duerman miles de niños sobre el barro y bajo la lluvia, enfermos, sin alimentos ni tiendas de campaña, después de haber recorrido a pie miles de kilómetros y de haberse jugado la vida cruzando el Egeo en barcas de juguete.

La Unión Europea nació para que hubiese un lugar en la tierra en el que no hubiese que sentir vergüenza de ser humanos. Pero hoy, cuando desde Grecia nos llega el clamor de un sufrimiento que no se veía en nuestros países desde las matanzas nazis y desde la ocupación soviética, hoy, cuando se firma con Turquía el pacto más vergonzoso desde el firmado por Daladier y Chamberlein en Munich en 1938, hoy, la bandera azul de las estrellas amarillas sólo puede mirarse con asco. Y con vergüenza. Con la misma vergüenza que no quisieron que sintiéramos quienes habían contemplado las columnas de humo de los campos de exterminio y  las masas de niños y mujeres vagando por las fronteras, huyendo de la muerte. 

martes, 1 de marzo de 2016

POLÍTICA EN PROSA



Quiero pensar (triste forma de consuelo) que formo parte de ese grupo grande de ciudadanos españoles que, a estas alturas, sólo sienten cansancio cuando miran al panorama político. Porque hay demasiada grandilocuencia que envuelve demasiada oquedad como para que el aparato de la política nacional no nos pese como una losa.

Nuestros políticos hacen una política a lo lírico, con discursos adornados de arrebatos espasmódicos que pretenden hacernos creer que vivimos una situación excepcional. Porque ciertamente hay momentos de la historia en los que se necesita una política de vuelos poéticos (una política de la épica y de la lírica), capaz de electrizar a una sociedad que se enfrenta a una tarea ingente. Pienso en Churchill y en aquel discurso suyo de la sangre, el sudor y las lágrimas que fue el punto en el que se torció la victoria del fascismo. Pero, cumplida la tarea que exigió el esfuerzo épico y el derroche lírico, lo normal es volver a los márgenes normales de la prosa cotidiana. Pienso en la inteligencia del pueblo inglés que, nada más terminar la II Guerra Mundial, entregó el gobierno no al excesivo Churchill sino a ese hombre normal y corriente que era Attlee.

Los españoles no vivimos un momento épico que requiera una política lírica, no vivimos un momento de encrucijada, y esas apelaciones carentes de racionalidad y sobrecargadas de pseudo-poéticas ora pseudo-revolucionarias ora pseudo-patrioticas que abundan en todos los grupos políticos (en unos más que en otros, cierto es) y que construyendo un imaginario que no se corresponde con la exacta realidad, no buscan más que dividir y segar los espacios de la racionalidad política. En España ni está ni se espera al Apocalípsis, pero los políticos andan empeñados en convencernos de que el Apocalípsis es eso que nos espera si es el otro el que gobierna.

No somos una sociedad perfecta, pero somos una sociedad que ha hecho grandes cosas en estos años, en los cuarenta años que se corresponden con los que yo tengo vividos; vistos mis cuarenta años en perspectiva histórica y colectiva estoy absolutamente convencido de que sólo podemos ser honestos si asumimos que son más las cosas que hemos hecho bien que esas que se nos han torcido. No somos una democracia perfecta, pero somos una democracia con herramientas para perfeccionarse y mejorarse. No tenemos unos servicios públicos comparables a los daneses o los suecos (tampoco queremos pagar unos impuestos que nos permitan mantener unos servicios así), pero tenemos motivos para sentirnos orgullosos de la red de protección social que se ha construido en estos años (y que ni siquiera las políticas de Rajoy han podido destruir) o de servicios como la sanidad pública. No tenemos los mejores servicios públicos de Europa, pero cada día funcionan en nuestro país, gracias al trabajo de profesionales extraordinarios, hospitales y escuelas públicas, universidades, museos, centros de atención a mujeres maltratadas, residencias públicas de mayores, bibliotecas, laboratorios, una vasta red de servicios impensables hace cuatro décadas y que demuestran que sí, que nos queda mucho camino por recorrer, pero que es mucho el que hemos recorrido. No vivimos en el mejor de los países, pero podemos mejorarlo porque vamos adquiriendo conciencia de que hay cosas que pueden y deben mejorarse y porque, tímida, tenemos conciencia de nuestros valores como sociedad en la que la familia, la solidaridad o el sentido de la justicia del que hablaba Machado no han podido ser derrotados por el egoísmo neoliberal. Tenemos problemas, pero son los problemas que tienen las sociedades de nuestro entorno, porque en estos cuarenta años hemos dejado de ser una excepción situada en el costado de Europa para ser una sociedad equiparable al resto de sociedades occidentales y en muchos aspectos mejor que nuestros vecinos. Es cierto que nos falta confianza en nosotros mismos y capacidad para creernos capaces de seguir haciendo cosas importantes juntos, pero sabemos ya que no estamos condenados por ninguna tara histórica ni somos el resultado de un maleficio.

No somos una excepción. Y no vivimos una situación excepcional. Por eso sobra la política de la poética, la política de la lírica y de la épica, con la que quieren arrebatar nuestra normalidad necesitada de reformas. Porque el edificio tiene problemas, pero no necesita ser tirado hasta los cimientos para levantar uno nuevo: la tarea necesaria es la de cambiar puertas, ventanas, suelos, pintura o tuberías, pero los cimientos, los muros y los tejados son sólidos por primera vez en nuestra historia contemporánea y merece la pena conservarlos.

Es necesaria una política de prosa que no tenga miedo a resultar gris por huir de lo blanco y de lo negro, una política de prosa escrita por un redactor que sabe que lo que escribe, que siempre elige la palabra certera, una prosa con márgenes y líneas rectas, una prosa que no aspira al Premio Nobel pero que no sonroja por sus incorrecciones y sus faltas de ortografía, una prosa capaz de abarcar la realidad, de describir, de proponer y disponer, una prosa sensata pero que no tenga miedo de expresar una emoción y de dejarse apresar por el valor de la compasión. 

Frente a esa política lírica que nos agota, urge reivindicar una política en prosa: no para que nos ilusione sino para, que simplemente, nos haga volver a sentirnos partícipes de la cosa pública. Porque estos tiempos nuestros no requieren un Winston Churchill (ni tampoco un Ché Guevara) sino un Clement Attlee. Nada más y nada menos que un Clement Attlee, porque no hay ninguna guerra que ganar ni ninguna revolución que cumplir, porque sólo hay una realidad que gestionar y reformar y mejorar.

jueves, 14 de enero de 2016

POLÍTICA DEL PARECER




Hubo un momento de la historia en que los partidos políticos “eran”: socialistas, socialdemócratas, comunistas, populares, democratacristianos, liberales… Siguió otra etapa, la Era del Bienestar, en que los partidos se transformaron en “transversales” y desde el ser transitaron al “tener”: tener votos, captar electores. Ahora lo único que le interesa a los partidos es “parecer” y “aparecer”: vivimos en la edad del espectáculo y la representación ha colonizado todas las facetas de la vida social. También en la política lo único que ya cuenta es vender la mercancía y para ello es necesario todo el atrezzo del espectáculo como expresión perfecta de la propaganda comercial.

Del ser se pasó al tener y del tener al parecer: Guy Debord señaló ese tránsito que el Mundo Capitalista ha vivido (o padecido) de modo acelerado en el siglo XX en su análisis de la sociedad del espectáculo, uno de los más certeros que se hayan hecho de las sociedades en que vivimos y en las que todo es apariencia y aparición. Ya lo único que cuenta son el gesto, el eslogan y el hashtag. La Mercadotecnia es la Verdad.

Podemos ha captado y explotado esta vaciedad contemporánea de lo humano con absoluta certeza y de ahí su éxito electoral. Podemos reivindica sus orígenes en las plazas de la indignación, pero en realidad donde Podemos cristaliza como fuerza política es en los platós de la televisión: y es el manejo del discurso televisivo lo que ha hecho posible su crecimiento electoral. Sin la transformación de la política en una mercancía vendida por habilísimos telepredicadores (una mercancía que suplanta las genuinas relaciones humanas y que no responde a más criterios que los propios del mercado de la postmodernidad capitalista) Podemos no habría podido nunca conquistar electoralmente los espacios sociales de la clase media, ávida siempre por consumir el último producto anunciado por la pequeña pantalla para no quedar descabalgada de la moda del minuto anterior.

A modo de gran chamán del Espacio Cibernético y Tecnológico, Podemos ha entendido que en el mundo de hoy no hay más política que la de los gestos y las imágenes y toda su estrategia está diseñada en función de las necesidades intrínsecas de todo espectáculo: guión, tramoya, atrezo, vestuario, gestualidad, actores principales, figurantes, trucos, música, lágrimas, sonrisas, impostura que parezca siempre sinceridad.

En un país abocado a unas nuevas elecciones generales, los gestos y las imágenes los son todo porque son ellos los que perpetúan en el tiempo del telediario el espectáculo de las campañas electorales. Los discursos que podían recopilarse en libros, pertenecen a la época del ser y ya son historia: ahora lo único que cuentan son la imagen y la aparición, que tanto más poder de colonización tienen cuanto más estrafalarias sean.

Podemos no hace nada gratuitamente: sus puestas en escena son absolutamente perfectas y la envoltura de su apariciones epifánicas está milimétricamente medida y tiene planchadas hasta las arrugas que haya que presentar si el guión lo exige. El espectáculo (en la tercera acepción del DRAE: “Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”) que ayer Podemos desplegó durante la inauguración la XIª Legislatura de la democracia pudo desconcertar a muchos: pero Podemos sabía que desconcertando y descolocando ganaba nuevas cuotas de mercado. Nada fue gratuito y todo estuvo puesto al servicio de la captación de nuevos clientes, dígase votantes.

Desde el punto de vista de la eficacia publicitaria, lo hecho ayer por Podemos en el Congreso de los Diputados lo fue hasta tal punto, que copó todas las portadas mediáticas ocultando incluso algo tan repugnante como la presencia en la cámara del diputado Gómez de la Serna. Pero esto, claro, también forma parte del guión: desplegar una gestualidad tan rotunda que lo oculte todo hasta conseguir que sólo se hable de esos gestos para luego acusar de que no se habla de lo que los gestos ocultaron, resaltando así la imagen inmaculada de los actuantes y su contraste con “la casta”, con “el búnker”, con todos esos ciudadanos que se niegan a comulgar con el producto que venden. Y así, en un fascinante bucle publicitario que engorda las ventas de Podemos, maestros absolutos de la política del parecer.


CODA. Ayer, al ver a Pablo Iglesias haciendo carantoñas al bebé de Bescansa en los escaños del Congreso de los Diputados me acordé, inmediatamente, de mi abuelo Juan. De él aprendí a desconfiar de la exhibición y del histrionismo en la política: a él se le revolvían las tripas cada vez que, por poner un ejemplo, veía a un político con un casco en una mina o en una obra; supongo que era la herencia de haber visto tantas veces a Franco haciéndose el cercano en las inauguraciones de fábricas, viviendas protegidas o pantanos. Ayer (exigencias del guión) el Líder Supremo se revistió de Padrecito, pero yo al verlo sólo añoraba el certero exabrupto de mi abuelo Juan.