lunes, 31 de diciembre de 2012

SER MEJORES





¿Qué anida en el corazón de esas personas que son perfectamente capaces de desear feliz Navidad mientras rebajan el sueldo de sus empleados sin haberse planteado ellos reducir sus beneficios, o los despiden sin pensar en sus niños, o firman órdenes de desahucio, o creen que es suficiente con comprar un kilo de garbanzos para «los pobres», por Navidad, mientras recuentan sus millones? Aunque parezca sencillo, no lo es adentrarse en el corazón de la hipocresía, porque por más que se adornen con guirnaldas de colores y flores de Pascua y misas del Gallo, las entrañas de la hipocresía son oscuras, no tienen caminos, no están cartografiadas por ningún mapa de los sentimientos. Por eso espanta tanto asomarse al corazón de estas personas en las que rostro parece transfigurarse con la llegada de la Navidad y comprobar que está negro, como podrido, por eso indigna constatar que en ese corazón atiborrado de palabras altisonantes y creencias sin sustancia nada realmente humano se ocupa porque ningún sufrimiento ni ninguna esperanza lo preocupa. Son corazones vacíos. En las bocas de estos hombres y estas mujeres que tienen el poder de crear dolores y destruir ilusiones, el deseo de una feliz Navidad es una simple catarata de palabras hueras que en nada trascienden: la feliz Navidad de tantos nace ya muerta y se agota en sus labios.

Y sin embargo y por suerte son más los otros. Los que pueden que no crean ni en dioses ni en milagros, los que están desengañados y cansados, los afligidos. Ese ejército de los humildes que se conmueven ante el despliegue de ternura y nostalgias que la Navidad trae de la mano para entregárselo a los hombres de buena voluntad; los que sienten como en su interior nace un ansia por tender la mano y por renunciar a un poco de lo poco que se tiene para hacer posible un mundo mejor, un mundo nuevo que puede que solo dure unos días, tal vez unas horas. El gran misterio de la Navidad es ese afán por ser mejores que despierta en el fondo de la carne agobiada por facturas, hipotecas, trabajos, obligaciones sociales, paros y escaseces. Llega la Navidad y nos desnuda de los aderezos de lo cotidiano para revestirnos con una especie de nueva piel en la que se transfigura el simple deseo de ser mejores, porque vivimos tan agobiados de esta vida postiza que necesitamos este reclamo de autenticidad que en el fondo es la Navidad: por la Navidad sabemos que vivimos una vida que no es nuestra vida y por la Navidad entendemos que queremos vivir nuestra vida, la vida desnuda y generosa, la vida que es mejor si nosotros somos mejores.

Puede que el llamamiento de la Navidad nos encandile durante unas horas y que luego, cuando se hayan apagado los ecos de los villancicos y el camión de la basura haya recogido los papeles de los regalos, se apaguen esas brasas inocentes que florecieron en la Nochebuena. Pero si esas ascuas pudieron vibrar atizadas por la brisa de las eternidades significa que no todo está perdido y que algún día, un viento fuerte, un aire húmedo de sentimientos, puede convertirlas en llamarada: quien una Navidad siente el deseo de ser mejor está ya íntimamente preparado para poder ser mejor, para que el deseo de la voluntad se transforme en obras, en hechos, en gestos. Quien guarda en el fondo de su ser los rescoldos del misterio no puede apagarse del todo en medio de la tormenta de la vida porque quien ardió de ternura y recuerdos ante el secreto íntimo de la Navidad arderá ya para siempre en esa vocación de transformar el mundo.

La Navidad nos convoca a la luz y a la altura. La Navidad nos convoca a ser nosotros mismos, porque somos seres hechos de alturas y de luz, no de angustias y traiciones. La Navidad nos convoca a ser mejores porque es mejor ser buenos: ese el misterio que nace cada año en la noche infinita de la Navidad.

(IDEAL, 28 de diciembre de 2012)

domingo, 30 de diciembre de 2012

AÑO VIEJO





Qué bien que 2012 se adentre ya en su último día y que pronto el tiempo lo haya borrado de los almanaques. Porque hay años que envejecen mucho antes de que diciembre llegue: son los años en los que las horas se hacen largas y pesadas y que se viven como una carga, algunas veces como una pesadilla, y en los que la cuenta de lo amargo y de la angustia pesa más que los besos de tu mujer, las risas de tu hijo, las charlas con los amigos, los libros leídos, las tardes frente al mar, una cerveza fría. Qué bien que se acabe ya este año y que se vaya para siempre. Y qué bien que enero sirva siempre para renovar en nosotros la ilusión de que las cosas pueden ser mejores, de que el año nuevo va a ser mejor, más ligero, más alto, que el año que está apurando sus últimas horas…

sábado, 29 de diciembre de 2012

LECCIÓN DE FUTURO





Juan Carlos de Borbón hablaba en su mensaje de Nochebuena de "política de altura", y los diputados de la Asamblea de Madrid han respondido a su llamamiento jugando con sus móviles y tabletas mientras se ventilaba uno de los asuntos más importantes de los últimos años: la privatización de gran parte de la sanidad madrileña, que acabará traduciéndose en una sanidad para ricos y la beneficencia para los pobres. Y sin embargo no fue esa despreocupación y ese desprecio por las cosas de las personas corrientes lo más demoledor que dejó el debate de la Asamblea de Madrid. Lo peor es la lección que se ha lanzado al futuro al aprobar esa medida en contra de la voluntad de miles de médicos, enfermeros o celadores y de millones de ciudadanos. Un día después de que se aprobase esa norma que causará dolor y sufrimiento en cantidades desconocidas en España desde hace mucho tiempo, Irene Lozano escribía que "la democracia no consiste en obtener la mayoría en las urnas para, a partir de ahí, actuar a capricho, ejerciendo el poder contra los ciudadanos." Los diputados populares de la Asamblea de Madrid han lanzado, sin embargo, el mensaje contrario: para ellos la democracia es un rodillo que oculta intenciones y que machaca a los ciudadanos. Y más peligroso aún es lo que nos han dicho a todos los ciudadanos: han dejado claro que de nada sirven las huelgas legalmente convocadas, las manifestaciones multitudinarias, los bailes y las canciones en las puertas de los hospitales, las firmas, toda esa protesta pacífica, de ira cívica y contenida. ¿Qué es lo que nos quieren decir con ese desprecio monumental a una calle cada día más harta y más cansada? ¿Que si con la palabra no es posible conservar los derechos que nos ganaron nuestros abuelos y nuestros padres? ¿Que la protesta pacífica es una pérdida de tiempo porque la voluntad partidista de destrucción de la sociedad del bienestar se ha convertido en una especie de Leviatán situado por encima del bien y del mal, de los ciudadanos y de la democracia? ¿Que la única vía que queda es la violencia? Qué oscuro futuro están abriendo bajo nuestros pies, qué oscuro.

jueves, 27 de diciembre de 2012

CUENTO DE NAVIDAD





NOCHEBUENA.— María tiene una sonrisa que no puede borrarse de su cara y unos ojos marrones y grandes que parecen un anuncio de bombones. José se enamoró de ella sobre todo por los ojos, porque pensaba que era imposible naufragar en la vida si la primera ventana a la que uno podía asomarse al despertar eran los ojos sin fondo de María. Cuando los dos perdieron sus trabajos y su casa y se vieron sin nada en la calle, fueron esos ojos los que lo salvaron, porque en ellos veía un futuro o, al menos, algo que se le parece mucho. Gracias a los ojos de María construyeron una casita casi chabola en un descampado de las afueras de la ciudad, junto a inmenso sauce llorón que en diciembre tiene unas ramas infinitas y desnudas que siempre están cubiertas por la escarcha. Gracias a los ojos de María acogieron un ternero que alguien había dejado abandonado junto al sauce y a un burro lleno de magulladuras, y les construyeron un establo pequeño y pintado de azul junto a su casa. El ternero resultó ser macho y no servía para dar leche y aún así lo querían con devoción porque tenía unos ojos lánguidos, como una tarde frente al mar, como los de María; al burro lo utilizaron para ir por los pueblecitos de alrededor vendiendo los juguetes de madera que construía José y los broches de fieltro con mil formas diferentes que María hacía en las largas noches sin televisor.

Una noche de finales de marzo, con la primavera recién estrenada y con las ramas del llorón cuajadas de yemas verdes y de pájaros, María se quedó embarazada. Se lo dijo a José mientras le calentaba el café y a punto estuvo él de atragantarse con la magdalena. Aquella mañana, los ojos de María brillaban con una luz distinta y José supo que en el fondo de aquella luz había un milagro, tal vez una promesa, algo desconocido y lleno de ternura. Muy pocos días después, el embarazo de María comenzó a complicarse y tuvo que guardar reposo absoluto. No pudo seguir haciendo muñequitos de fieltro y no podía acompañar a José, montada sobre el burro de terciopelo canela, por los pueblos. Pero, feliz, porque en ella la felicidad era un estado constitutivo, se pasaba los largos días del verano sentada en la puerta de su casa, echando maíz y cáscaras de melón y sandía cortadas en pedazos minúsculos a las gallinas, contemplando los olivos, la tierra áspera de los campos recién segados, el ciprés en toda su plenitud de hojas colgantes y de cantos de gorriones.

Les costó mucho vender el ternero y el burro, porque sabían que los dos acabarían en un matadero, convertidos en filetes y en despojos, pero no tuvieron más remedio porque las medicinas de María costaban caras. Cuando el marchante de ganado puso el fajo de billetes sobre las manos de José, él no pudo evitar las lágrimas. Pero sintió detrás los ojos de María, entornados no para ocultar la tristeza sino para cobijar el futuro, y entendió que la vida es así, cruda y desagradecida, y que ellos no podían cambiarla, tal vez ni siquiera comprenderla. Se trataba, tan solo, de poder vivirla, con esa naturalidad desprendida con la que los ojos de María nombraban todas las cosas del mundo con tan solo mirarlas. Y con ese amargo convencimiento fueron pasando para José las lunas del otoño y los días cortos de diciembre, hasta que la noche del 24 María se puso de parto.

José, torpe y nervioso, descubrió que no tenían dinero para pagar una clínica y le aterraba pensar que María tendría que parir en la chabola. Pero los ojos de María lo invitaron a no tener miedo, a tener confianza. Le dijo, cogiendo su mano y calmándolo como se calma a un niño, que buscase a Melchor y a Gaspar, dos amigos, enfermeros, que trabajaban en un hospital de la beneficencia por sueldos ridículos. José y María habían sido sus padrinos de boda, y ella sabía que con su ayuda bastaría para que el niño naciera bien. «Búscalos, José, el niño esperará hasta que ellos vengan, no desesperes... ¡y quítate esa cara de pasmarote, que me dan más dolores de solo verte!». Y José, al atardecer, salió disparado a buscarlos: no estaban en su casa, ni en el pub en el que solían tomar café. Ya de noche llegó al pequeño hospital en el que trabajaban y el celador que había en la puerta le dijo que habían salido a atender a un enfermo de cáncer que se estaba muriendo. José se deslizó sobre los azulejos viejos y limpios, y en el suelo se lo encontró Baltasar.

Baltasar había llegado hacía muchos años desde algún país de África. Había cruzado el mar en una barca de plástico, había sobrevivido a un naufragio y había logrado salvar el título de médico que traía envuelto en un tubo de aluminio. Nadie lo quiso cuando llegó y se dedicó a trabajar en ese hospital humilde, casi sin recursos, en el que se atendía a los desahuciados y a los enfermos crónicos, a los que no podían pagar sus quimioterapias y sólo les quedaba el consuelo de morir sin dolor.

—¿Qué te ocurre, José? —la voz de Baltasar era húmeda, rica, llena de nieblas y de soles. Baltasar había visitado a María durante todo el otoño, acompañando siempre a Melchor y Gaspar y a José le encantaba oírlo hablar con su mujer de recetas con productos humildes que se podían coger en el campo, los dos sentados en la puerta al sol de la atardecida, charlando como dos amigos que se conocen desde siempre.

José le contó desesperado lo que pasaba y sin darle tiempo a suplicarle que fuese con él para ayudar a parir a María, Baltasar lo cogió de la mano y lo levantó, le dijo al celador a donde iba para que le diese aviso a los dos enfermeros y se marchó caminando deprisa, en medio de la ventisca que atizaba en el filo de la medianoche, hacia la casucha de José. Y allí —Melchor y Gaspar habían llegado justo cuando el niño asomaba su cabeza por entre los muslos poderosos de su madre—, mientras el gallo desafiaba a la nieve y al viento con su grito orgulloso, nació un niño al que pusieron por nombre Jesús.

 
NAVIDAD.— El día de Navidad, María resplandecía en su cama blanca. José nunca le había visto los ojos tan grandes ni tan brillantes. Tenía hambre y desayunó unos picatostes con chocolate que les habían traído Melchor, Gaspar y Baltasar. Se habían ido los tres ya tarde, después de recoger y limpiar todo lo que el parto había ensuciado, después de besar a la madre y al niño y de tapar con una manta a un José que se había quedado dormido, de puro cansancio y pura felicidad, en el sillón desvencijado de la chabola. Y habían acudido temprano, acompañados por un puñado de amigos que llegaron para felicitar a los padres y contemplar la inocencia feliz del niño. Sabían que José y María estaban casi sin nada y trajeron pañales, leche y biberones para Jesús. José y María, cogidos de la mano, lloraron de emoción; el niño, simplemente de hambre.


LOS INOCENTES.— María estaba aquella mañana sola en la casa. Había vuelto a hacer figuritas de fieltro, y ahora, sin ella saber por qué, sus manos sólo sabían hacer niños sobre margaritas, pájaros rompiendo el cascarón y panes adornados con rebanadas de queso. Estaba descansando mientras amamantaba a Jesús cuando irrumpieron en su salón los policías y el juez, con sus uniformes y su toga de raso brillante.

—Han levantado su casa de manera ilegal y sobre un terreno que no les pertenece. —El juez tenía una voz afilada, como de navaja recién comprada; los policías la miraban con una mezcla torpe de deseo y de asco—. Aquí tiene la orden del ayuntamiento para destruir esta mierda de casa, que yo no sé cómo pueden criar aquí a un niño. Aquí tiene la orden del juzgado para que abandonen este terreno que pertenece al banco. Aquí tiene la citación para el juicio; acudan con abogado y procurador. Firme los tres papeles encima del nombre de su marido. —Uno de los policías, al acercarle los documentos, intentó tocarle el pezón, pero ella le apartó la mano dulcemente, sin aspereza, mientras lo miraba con una mirada que él nunca había visto antes y que lo dejó temblando en un sentimiento desconocido que no sabía si era vergüenza

—No voy a firmar. Esta casa y este terreno no son míos ni de mi marido, son de mi hijo. En ellos nació, en ellos come y duerme, en ellos toma el sol y escucha como cantan los pájaros.

El juez la miró con asco y tiró los papeles dentro de la cuna que José había hecho para Jesús.

—Da igual, si no quieren por las buenas, tendrán que ser por las malas. Puta escoria...

María le contó esto a José y tuvo que abrir sus ojos más que nunca para que en ellos cupiese todo el miedo del humilde carpintero de juguetes. «No estaremos solos», le dijo mientras secaba sus lágrimas. Y al tercer día, una multitud de hombres y mujeres de buena voluntad se agolpaban en las puertas de la casa de la humilde familia para impedir que los echaran.

Lejos de aquellos gritos y de aquella rabia y de aquella esperanza, en el fondo amoquetado de su despacho, el presidente del banco descolgó el teléfono y marcó el número directo del ministro.

—Ministro, no podemos tolerar lo que está sucediendo en esa chabola dichosa. Me dice el director de mi oficina que hoy había congregadas miles de personas con sus hijos pequeños, utilizándolos como escudos humanos... sí, sin duda... una gentuza sin escrúpulos... sí, utilizar a sus hijos para eso es de no tener vergüenza... sí, que sí, pero que me deje hablar... verá, el caso es que esto no para de salir en todas las televisiones y me temo que el caso acabe afectándonos en las cotizaciones en bolsa... sí, claro, una solución rápida... sí, yo tengo pensado algo, efectivo, claro, como el corte de un bisturí... claro, lo mejor es mandar un pelotón de guardias o de soldados y ordenarles que disparen... evidentemente lo mejor es disparar contra los niños... está claro que en cuanto los padres vean a quince o veinte de esas criaturas zarrapastrosas muertas se acojonarán y dejarán de dar por culo y nosotros podremos ocupar nuestro terreno... claro que el derecho de propiedad es sagrado, ministro, y que todo el mundo entenderá su orden de hacer que se respete nuestro derecho y al final, cuando construyamos allí el prostíbulo y el casino y creemos puestos de trabajo nadie se acordará de los muertos ni mucho menos de esa familia de los cojones... eso es extraordinario, hablar con el fiscal general y con el presidente del consejo general del poder judicial para que dicten autos diciendo que no se aprecia vulneración de derechos constitucionales en la operación policial es una idea extraordinaria... claro que con esa seguridad la policía trabajará más a gusto y por supuesto que nosotros libraremos una partida extraordinaria para darles una gratificación a los agentes, faltaría más... es que no hay otra manera de que una sociedad funcione si no es restableciendo el orden y cooperando nosotros y ustedes, todos al servicio del interés general, como siempre ha sido... no tienes que agradecerme nada, ministro, soy yo el que en nombre de mis accionistas tengo que darte las gracias por esa lección de patriotismo que vas a dar en las próximas horas... sí, un beso también para tu mujer y tus hijos...

Y los policías dispararon durante toda la tarde, sin descanso, llenando y vaciando el cargador con la monotonía de los que no tienen prisa por cumplir una orden certera. «Disparen contra los niños».

Por la noche, todo el descampado estaba lleno de padres y madres y abuelos que lloraban sin consuelo. Los cadáveres de los niños parecían flores tronchadas sobre los charcos de sangre congelada. Los policías acechaban hoscos, fríos. El secretario judicial, a voz en grito, ordenaba despejar el descampado porque si no la policía tendría que actuar no con la blandura hasta ahora demostrada sino con verdadera contundencia. Los padres recogieron los cadáveres de sus hijos, los liaron en mantas, en tocas de lana, y se fueron marchando lentamente, arrastrando los pies, masticando su deseo de revancha, sus ganas de desquite.


NOCHE DE REYES.— Dentro de la chabola José recogía lo poco que les habían dejado. Les habían dado media hora para marcharse. En la puerta los esperaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Habían traído un pequeño ataúd blanco.

María metió dentro a Jesús, le limpió el cuajarón de sangre negra de la nariz, la leche reseca de la boca a medio abrir. Le cerró los ojos ya turbios por la muerte. Le ató sus patucos de lana. Lo tapó con una manta y se abrazó a José: no había nada dentro de los ojos de su mujer, eran todo superficie barrida por el viento de la noche oscura.

—Hará frío en el fondo de la tierra... es invierno, siempre es invierno, José, siempre es invierno.

(UBEDA IDE@L, Núm. 14, diciembre de 2012)

VERSION ÍNTEGRA

lunes, 24 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD





Me gustan mucho las versiones en inglés de El campanillero porque en ellas el villancico suena tierno —así debe sonar el pan recién sacado del horno—, como temblando con una emoción antigua. En inglés estos villancicos delicados tienen una suavidad que no pueden prestarles las palabras nítidas y afiladas del español, la rotundidad de nuestras cinco vocales. Por eso, El campanillero en inglés insinúa y empaña como el vaho del espíritu, incita y convoca sin ninguna exigencia. Y, ¿es que la Navidad es otra cosa que no sea ésta emoción sin dirección y sin edades que hace que nuestro corazón se estremezca con un crujido minúsculo, como si algo pisara una lámina de escarcha sobre nuestro interior recién amanecido, nuestro interior recién lavado, sobre nuestro fondo en el que manotea el niño que fuimos, siempre el niño que fuimos?

Desde esta emoción que habita y alumbra en lo más íntimo de nosotros y que se resiste a no florecer cada año y que habla una lengua que entendemos aunque no sepamos o no queramos hablarla, FELIZ NAVIDAD.

jueves, 20 de diciembre de 2012

PARA EL FIN DEL MUNDO





De ser ciertas las teorías de los catastrofistas, los mayas habrían previsto el fin del mundo para mañana viernes 21 de diciembre de 2012. «¡Qué alivio, por fin se acaba esto!», pensarán tantas criaturas desesperadas para las que el día a día se ha convertido en una tortura. «¡Vaya putada, precisamente mañana!», estarán pensando los que ya tenían hechas las maletas para marcharse durante el puente de la Navidad a esquiar o a la playa o a la casa del pueblo. ¿Se acabará el mundo con un terremoto de magnitud cósmica? ¿O con un meteorito que pose sus reales sobre la tierra? ¿Será la causante una explosión nuclear? A tanto no llegó el pueblo maya, pero en cualquier caso, la NASA —que es lo más parecido a un dios sabelotodo que le queda a la humanidad del siglo XXI— ya ha dicho que ni sus telescopios ni sus microscopios divisan nada que aventure el fin del mundo para mañana mismo.

Frente al mal augurio de los catastrofistas y apocalípticos, se ha posicionado una batería de optimistas irreductibles, que son tan peligrosos como los pesimistas de vocación, si no más. Y dicen que lo que los mayas predijeron fue no el fin del mundo sino el fin de una era histórica y su sustitución por otra gobernada por la armonía, la paz y la felicidad perpetuas. O sea, que no es sólo que mañana no se acabe el mundo sino que hasta puede que en un golpe de suerte que de sobra nos merecemos los que se acaben sean los políticos, los banqueros, los de la CEOE, los del Fondo Monetario Internacional y los de la Troika, y ya sin ellos podremos recomponer un mundo destruido por su odio a toda forma de vida medianamente feliz y digna.

Para cualquiera de las dos situaciones me habría gustado a mí escribir un artículo más a tono, uno de esos que hacen época; un artículo magistral de despedida de la humanidad que hubiese dejado a la altura del betún a la Oración fúnebre de Pericles, o uno no menos trascendental que se hubiese convertido en una especie de carta fundadora de la nueva era. Al final, como ven, ha salido este artículo tonto y escéptico, pero que resulta más que suficiente para lo que mañana va a suceder. Y es que mañana viernes —ni teman ni se hagan ilusiones, queridos lectores— ocurrirá que el mundo seguirá exactamente igual que hoy: no va a acabarse, pero tampoco va a darse la vuelta como un calcetín y para desesperación de los desesperados y alegría de los todavía ilusionados, el mundo seguirá acabándose como hasta ahora, poco a poco y sin prisa, para que los ricos disfruten durante más tiempo de su riqueza y los pobres soporten su pobreza sin que ni siquiera puedan confiar en la redención por aniquilación. Y es que cuando mañana amanezca el viernes seguirán destruyéndose nuestros derechos y seguirán los banqueros amasando sus millones a costa del sufrimiento de los inocentes; un buen puñado se aprestará a seguir celebrando la Navidad como si nada estuviese pasando y otros muchos descubrirán que hace mucho que el capitalismo convirtió la Navidad en una excusa sin trascendencia; habrá quien todavía piense que nace un Dios cargado de esperanza, y otros descubrirán que Dios no puede ya nacer porque los poderosos lo enterraron debajo de sus oraciones sin alma y sus rituales, debajo de sus compras, de sus mensajes de Nochebuena, de sus hipócritas buenos deseos; los habrá que se acuesten abrazando un décimo de la lotería, seguros de que en este mundo devastado el dinero es ya la única libertad y la única felicidad, y también estarán los que llorando de impotencia y de rabia abracen a sus hijos mientras esperan que los esbirros de los bancos acudan con sus togas y sus uniformes a desahuciarlos. Ya les digo; ni teman ni se hagan ilusiones. Porque la vida seguirá igual, la misma vida desde que el mundo es mundo, sin que navidades ni profecías mayas hayan podido cambiar su fondo injusto y bello. La vida, mañana, igual que hoy: esta puta vida, la jodida vida, esta hermosa vida, la loca vida, la buena vida y la mala vida, la corta vida, la vida nueva y la vieja vida, la vida moderna, la perra vida, la vida alegre, esta vida, la única vida.

(IDEAL, 20 de diciembre de 2012)

martes, 18 de diciembre de 2012

LOS NIÑOS SON SIEMPRE LOS NIÑOS





Los niños son siempre los niños. No conocen fronteras ni religiones, no saben de banderas ni de dioses sin entrañas ni de constituciones estúpidas, no tienen la culpa de la imbecilidad de sus padres ni de la cobardía moral de los políticos y sus lágrimas de cocodrilo y sus cálculos electorales. Los niños son siempre los niños. Y son las víctimas de las utopías y de las ideologías, de los libros sagrados y de las redenciones, de la creación y de las teorías económicas, de los profetas y de los locos, del argumentario de los jueces y de la equidistancia de los correctos. Los niños son siempre los niños. Su sufrimiento no tiene excusas ni explicaciones, porque no puede tenerlas, y hay que rebelarse contra cualquier justificación del dolor de un niño, contra cualquier excusa, contra cualquier guiño, contra cualquier complicidad: el dolor de un niño, de un solo niño, es siempre el mal absoluto y como tal es imperdonable, e intentar comprender ese mal sin paliativos transforma en cómplices a quienes lo hacen, porque lo que daña a un niño, a un solo niño, ya está contaminado de maldad. Los niños son siempre los niños. Y quien los cuida y los salva, salva y cuida a la humanidad entera, y sólo estos pueden brillar con plena justicia entre los justos. Los niños son siempre los niños. Y su muerte es siempre un crimen, qué importa que el culpable sea Dios y su creación sádica o sean los hombres y las leyes. Los niños son siempre los niños. Y son lo único realmente sagrado que existe, lo único intocable. No lo olvidemos. Nunca.

viernes, 14 de diciembre de 2012

ENTRE LAS AZUCENAS OLVIDADO





Cuentan sus biógrafos que gustaba San Juan de la Cruz de embelesarse contemplando la belleza del universo y de sus criaturas: estando en El Calvario —en la sierra de Segura— sale fray Juan con sus frailes al campo y en lugar de leerles un libro les hablaba «de las maravillas de la creación, que tan espléndidas tienen ante sus ojos», dice el padre Crisógono de Jesús en su espléndida biografía del reformador del Carmelo. El olor de los campos en primavera, el canto de los pájaros o los peces de los arroyos, la inmensa oscuridad de la noche atravesada por constelaciones sin fin, el horizonte de la atardecida... todo provoca en el fraile carmelita una elevación espiritual, una especie de banquete de lo divino. Prior de conventos y rector de colegios en Alcalá de Henares o en Baeza, más debían gustar a San Juan de la Cruz —guardará siempre en el corazón su primera vocación de cartujo— los pequeños conventos de descalzos perdidos en «los valles solitarios nemorosos», esos conventos que invitaban al retiro íntimo, a la pura contemplación de lo existente, conventos rodeados de naturaleza desde los que la mirada podía internase sin atajos ni alivios por los senderos inciertos y precarios que quieren llevar a Dios. El convento de El Calvario, a poco más de dos leguas de Beas de Segura, por difícil camino; el de La Peñuela, en las faldas bellísimas de Sierra Morena; la granja de Santa Ana, regalada a los Descalzos de Baeza y situada a las orillas del Guadalimar, en el término de Castellar de Santisteban; o el convento de Los Mártires que desde el cerro de la Alhambra domina toda la Vega de Granada, tan hermosa... posiblemente en ningunos otros lugares fue Juan de Yepes tan feliz como en esos en los que bastaba con alargar la mano para tocar el misterio de la creación y para intentar saciarse de infinitudes, lugares en los que se le acrecentaba la sed de eternidades.

Dice Juan Pasquau que no se puede comprender plenamente a San Juan de la Cruz si no se parte «de un supuesto de intimismo», si «no se quiere reconocer que, dentro de cada alma, hay inmensas provincias inexploradas». Eso es lo que hace San Juan cuando se recluye en lo profundo del paisaje: explorarse por dentro, transitar los recovecos íntimos de su alma atravesada de ansias y de dudas, de albores radiantes —amaneceres como de verano— y de noches oscuras espesas, impenetrables. Todo, en San Juan de la Cruz, conduce a un abundamiento interior: sabe que lo de fuera, aún necesario para vivir, es siempre accesorio y postizo y que la única verdad es la que cada hombre pueda encontrar o construir en permanente diálogo consigo mismo. La soledad —«soledad de amor herido»— no es una cobardía ni asqueamiento del mundo o un vacuo apartamiento, sino manantial de riqueza; porque sólo el solitario puede construir un lenguaje con el que hablar a Dios y comprender el misterio desgarrado de la existencia. «Quien habla solo espera / hablar a Dios un día», dice Antonio Machado en un verso lleno de evocaciones sanjuanistas.

Por eso, para leer a San Juan de la Cruz hace falta desnudarse por dentro y ponerse en manos de lo infinito, como quien se adentra en el mar o en el amor: San Juan de la Cruz habla desde una radical intimidad, sin concesiones, y hay que comprenderlo y dialogar con él desde lo profundo de cada uno de nosotros, de abismo a abismo, sin intermediarios. Porque no hay trampas en la fe «oscura y verdadera» —verdadera por oscura— del santo de Fontiveros, fe no de santos sino de hombres que «viven acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada». Sólo puede leerse a San Juan de la Cruz sin rodeos ni aparato, sin salida de emergencia, aunque duela este hombre que le habla a la herida del corazón y no a su medicina o a su consuelo. Vivir es el permanente dolor de andar buscando una alegría para que, al final —vanidad de vanidades o plenitud de plenitudes, quién lo sabe— cese todo y nos dejemos, dejando nuestro cuidado entre las azucenas olvidado.

(IDEAL, 13 de diciembre de 2012)

jueves, 13 de diciembre de 2012

JUAN EL EXISTENCIALISTA





En realidad, San Juan de la Cruz no ha dejado nunca de estar de actualidad. Es una de las figuras del Siglo de Oro español que mejor ha resistido el paso del tiempo y que más fresca ha conservado su vigencia: porque hace cuatro siglos San Juan de la Cruz comenzó a pensar y a escribir sobre cosas que no se convertirían en «temas centrales» de la literatura o de la filosofía hasta el siglo XIX y XX. Juan de la Cruz resulta cercano en todos los aspectos porque está atravesado por un sentimiento religioso y existencial plenamente actual: el santo de Fontiveros es el primero que se ocupa de la duda y la angustia que a la fe le plantea la invisibilidad de lo divino.

Se ha destacado mucho la poesía de San Juan de la Cruz, pero se ha obviado el carácter heterodoxo de su obra en cuanto que existencialismo extemporáneo, no se ha estudiado esa capacidad anticipatoria de una filosofía agónica que sólo sería posible tras la liberación del pensamiento en el Siglo de las Luces. En cualquier caso, San Juan de la Cruz es el primer poeta que mira en la dirección de Dios con encogimiento, con temor, con dudas y a veces también con rabia: «Como el cierto huiste, / habiéndome herido: / Salí tras ti clamando ¡y eras ido!», clama el poeta contra un Dios que juega al escondite. No es por eso la poesía de San Juan de la Cruz la poesía de un hombre que cree: es sobre todo —en un adelanto de la fe según Miguel de Unamuno— la poesía de un hombre que quiere creer y que con sus versos interroga el infinito silencio de Dios. No escribe San Juan de la Cruz desde la luminosa atalaya de los puros y de los ortodoxos que no conocen la duda: el «frailecico» es un hombre que escribe desde «la noche oscura del alma», esto es: desde el pozo de la duda. San Juan de la Cruz no escribe sobre la luz y ni siquiera escribe sobre la búsqueda de la luz: la poesía de San Juan de la Cruz es en sí misma una búsqueda de la luz. «La fe es el secreto y el misterio», dice San Juan en su Declaración de las canciones de amor entre la esposa y el esposo Cristo, sus bellísimas notas sobre el Cántico espiritual. Y es, precisamente, en el Cántico espiritual —uno de los poemas de amor y búsqueda más bellos y más desgarrados de todos los tiempos, uno de los poemas religiosos menos ortodoxos que se han escrito— donde se condensa todo ese existencialismo sanjuanista, que es un viaje hacia el interior de «el secreto y el misterio».

No es gratuito que San Juan de la Cruz comience a escribir el Cántico espiritual en la prisión de Toledo. Secuestrado por quienes dentro de la propia Iglesia se oponen a la reforma del Carmelo que postula junto a Teresa de Ávila, Juan de Yepes sufre el espanto de la tortura y de la soledad. Y es allí, cuando todo parece perdido, donde la angustia y la duda comienzan a apoderarse de él. El «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado» es el grito más desgarrador de la historia de todas las religiones, la queja más radicalmente existencial de cuantos se hayan escrito nunca: en el Cántico espiritual es como si San Juan de la Cruz no hubiese querido más que desarrollar ese abandono de Jesús en el Gólgota, ese miedo cósmico ante el dolor y el abismo, ante la muerte y la ausencia de Dios. Desde el interior de la cárcel, desde la privación radicalmente injusta e inexplicable a la que se ve sometido, piensa el carmelita en los «bosques y espesuras», en el «prado de verduras, de flores esmaltado», pero no es sino para sentirse más condenado, no es sino para acrecentar la duda y el tono angustioso de su pregunta: él, un hombre que adolece, pena y muere, no quiere ya más heraldos de lo divino ni más intermediarios ni más mensajeros, porque no saben decirle lo que quiere. «No quieras enviarme / de hoy más mensajero, / que no saben decirme lo que quiero» no son versos heterodoxos: son, directamente, versos heréticos, porque indican una renuncia de San Juan de la Cruz a la intermediación de la Iglesia, porque suponen una denuncia a la incapacidad del lenguaje ampuloso —el lenguaje «vaticano»— para expresar la intensidad de la experiencia religiosa y para calmar la sed de divinidad de las almas enriquecidas por la duda. Nada de eso le sirve ya a San Juan de la Cruz, y su encierro en la cárcel lo único que hace es rebelar el fondo de su espíritu: el fraile sólo quiere ya que Dios resuelva la ecuación de su duda y sane la herida que le ha provocado en el alma. «Acaba de entregarte ya de vero», le exige el fraile herido al Dios esquivo. El alma de San Juan está «llagada de amor», y más aún, se está «muriendo de amor, a causa de una inmensidad admirable que por medio de estas criaturas se le descubre sin acabársele de descubrir, que aquí le llama no sé qué, porque no se sabe decir». He ahí, en sus propias palabras, el San Juan de la Cruz atrapado —en una hermosísima y dolorosísima paradoja— entre la belleza del universo que lo conmueve y lo predispone hacia Dios y entre un Dios que no se acaba de descubrir y del que, por lo tanto, siempre queda algo que perfilar, algo que confirmar. Ese algo que es precisamente lo definitivo, lo resolutorio, la clave que permitiría convertir la fe, que es una duda, en una certeza: «esto que no acabo de entender me mata», dice San Juan en una frase conmovedora y que encontrará ecos magníficos en los existencialistas más honestos del siglo XX.

Esa honestidad existencial está ya en San Juan de la Cruz, que renuncia a jugar con trampas: pone todo en juego cuando invoca al Dios escondido, desesperado, arrebatado por la ira de quien quiere ver y oír y tocar lo que se ama y se desea y sólo obtiene la oscuridad, el silencio y la ausencia como respuesta. La Canción 9 del Cántico Espiritual es el punto culminante de esa interrogación casi enfurecida que el alma de San Juan de la Cruz pone a los pies de Dios, pidiéndole que se muestre para sanar el corazón que ha llagado y para reparar el corazón que ha robado. «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste? Como si dijera: ¿Por qué, pues le has herido hasta llagarle, no le sanas, acabándole de matar de amor, pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor?», dice San Juan antes de exigirle a Dios el único remedio que en verdad puede acabar con la duda: «véante mis ojos».

San Juan sabe que no se muere quien ve a Dios, sabe que lo único que mata son la duda y la angustia; por eso, «determinantemente», «sintiéndose el alma con tanta vehemencia de ir a Dios como la piedra», el carmelita le pide a Dios, le exige, que le descubra su presencia, porque «la dolencia de amor» —la duda íntima, la noche oscura del alma— sólo pueden curarse «con la presencia y la figura». Todo el Cántico Espiritual se resuelve en este punto: el fraile encadenado en la soledad y por la incertidumbre, el santo reformador que vacila, ha mostrado toda su alma. La duda es desnudez y desamparo, profunda y desgarrada humanidad, y eso que supieron captar los existencialistas como Camus, había sido ya anticipado muchos años antes por San Juan de la Cruz.

¿Por qué nunca ha perdido su actualidad San Juan de la Cruz? Porque es un santo que existe en la expresión de nuestros propios sentimientos, porque habla de lo que nosotros sentimos y porque en su voz reconocemos nuestra voz que vacila.

(UBEDA IDE@L, Núm. 13, noviembre de 2012)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

CUIDADO, GALLARDÓN PELIGROSO





Estoy convencido de que hace unos meses nadie habría podido imaginar que Gallardón –al que todos, ilusos, teníamos por el mirlo blanco, moderado y moderno, de la derecha hispánica– acabaría convertido en uno de los sujetos más peligrosos de este país. Padecemos uno de los gobiernos más insólitos de la historia de España: un gobierno en el que el Ministro de Educación se aplica a la tarea de destruir la educación, la Ministra de Sanidad y Servicios Sociales lamina la sanidad y los servicios sociales, el Ministro de Industria y Comercio y Turismo hace lo imposible para acabar con la industria y el comercio y el turismo en España, el Ministro de Ciencia cierra los laboratorios de investigación y la Ministra de Trabajo se muestra feliz porque destruir cien mil empleos es mejor que destruir ciento un mil. Un gobierno que autodestruye las funciones de sus miembros, un gobierno no para estar en la Moncloa sino para ocupar plaza en un psiquiátrico. Ya es de mérito destacar por lo peor en un gobierno así. Y eso es lo que ha conseguido Gallardón con su reforma que pone fin a derechos recogidos en la derogada de facto Constitución de 1978 y teóricamente aún vigentes como la igualdad ante la ley o la tutela judicial efectiva.

Pero no destaca Gallardón sólo por el potencial destructor de sus políticas sino también por su capacidad para insultar y faltar, aunque lo haga con engolada prosopopeya. Se ha sumado el Ministro de (in)Justicia al coro de ladrones que piensan que todos son de su condición, y si otros políticos acusaron a maestros o médicos de protestar en las calles no para defender los servicios fundamentales en los que trabajan sino porque se les había tocado el bolsillo, Gallardón acusa ahora al mundo judicial de protestar no porque se esté enterrando la Justicia española sino porque a los jueces y fiscales se les ha robado una paga extra y se les han reducido los días de libre disposición, y los acusa de haber pedido las tasas para pagarse sus fondos de pensiones. Como los políticos acuden a la cosa pública para garantizarse una futuro cómodo en los consejos de administración de las empresas o bancos para los que legislan desde los ministerios y los parlamentos, se piensan que toda la sociedad española está tan falta de dignidad, de decencia o de valores.

Gallardón, si cabe, ha sobrepasado a sus conmilitones de Consejo en la capacidad de ofender a la ciudadanía al tener la desvergüenza de decir que “gobernar, a veces, es repartir dolor”. Es una ofensa imperdonable decir eso en un país en el que el dolor no se ha repartido sino que se ha depositado íntegro y cortante sobre las espaldas de funcionarios, trabajadores, pequeños empresarios y comerciantes, parados, jubilados, investigadores, enfermos, estudiantes, niños con hambre, mujeres maltratadas, dependientes... Un país en el que los causantes de la crisis –los banqueros, los políticos, los que ocuparon plaza en los consejos de administración de las cajas de ahorro, toda esa banda de forajidos que si existe la justicia algún día tendrán que ser procesados con una ley de responsabilidades políticas y financieras creada ad hoc– no sólo no están sintiendo los efectos de este terremoto social y económico y de sufrimiento sino que cada día viven mejor a costa de ese dolor injustamente repartido.

Gallardón ha demostrado ser algo más y algo peor que un mal gobernante: ha demostrado ser un tipo sin alma ni conciencia, un sádico social con poder sobre el Boletín Oficial del Estado.

VUELVE EL CHULO CANTANDO LA VERDAD





Anuncia su vuelta a la política y lo hace cantando las verdades del barquero que hasta ahora sólo cantaban los decentes y los indignados, las víctimas de ese cáncer que mata a Europa y que se llama neoliberalismo o Merkel o Alemania o Unión Europea, que todo ha degenerado en lo mismo. Vuelve diciendo que “la prima de riesgo es una estafa” que se usa para manipular o torcer la voluntad democrática de los ciudadanos, y señala que Angela Merkel se está beneficiando de la depresión económica que viven los países del sur –acrecentada por la política económica impuesta por el matonismo alemán– para reducir la deuda de su país: acertadamente pone el foco en que mientras se encarece la deuda pública de Italia y de otros países, la deuda pública alemana se abarata cada día. Y esto no es gratuito, obedece a una dirección política: es ahí hacia donde señala el dedo de Berlusconi y contra lo que carga su bocaza de chulo de puticlub o de personaje de una canción de Julio Iglesias.

Qué mal han dejado las cosas todos estos políticos y banqueros que nos han hundido en la miseria para que alguien como Berlusconi pueda tener razón. Y todavía habrá quien se extrañe del auge del populismo, del neofascismo y del desprecio por las instituciones antaño democráticas. No es eso lo que debe causarnos extrañeza: lo sorprendente es que en Grecia o Portugal o España o Italia todavía no haya habido una revolución social seguida por una ley de depuración de responsabilidades políticas y financieras.

Nunca resultó tan cierto ni tan doloroso que la verdad es la verdad la digan Agamenón o su porquero.

martes, 11 de diciembre de 2012

FARSA





De todas las fiestas del calendario, ninguna ha devenido en algo tan sin sentido como ésta que hoy celebran los políticos y prebostes del régimen con discursos y otras pompas y nuestros hijos pintando banderitas rojigualdas en las escuelas. Y es que mientras cada día que pasa crece el divorcio entre los españoles de a pie y las elites políticas, económicas e intelectuales, hoy nos convocan a celebrar una Constitución que ya se han encargado de matar y enterrar. Desde la reforma constitucional (promovida y amparada por el PSOE y el Partido Popular) que consagraba la primacía de los poderosos sobre los derechos de la mayoría y tras la situación en la que queda la justicia con la reforma de Gallardón, la Constitución es humo, polvo, nada, un aparato deformado e inservible que se ajusta a cualquiera de las definiciones que el Diccionario de la Academia ofrece para «farsa». Y es que la Constitución de 1978 ha degenerado en una «pieza cómica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír». ¿Quién puede contener la carcajada amarga, la risa mezclada con la bilis de la rabia, cuando lee el relato constitucional de los derechos de los españoles y la crónica cotidiana que narra la violación —recortes en sanidad y educación, desahucios amparados por los juzgados y los cuerpos de seguridad del Estado, desprotección de la infancia y la familia, aumento de la pobreza, ayudas millonarias y gratuitas a la banca— a que esos mismos derechos son sometidos todos los días sin que la Constitución se estremezca? Las estadísticas sobre la realidad del país son cada día más dramáticas, pero el régimen de la Transición, el sistema sostenido por la Constitución de 1978, permanece impasible, como si el sufrimiento de la calle fuese algo que no incumbe a las instituciones: ¿cómo no pensar a estas alturas que la Constitución que consiente tantos desmanes ha degenerado ya en «obra dramática desarreglada, chabacana» y, sobre todo, «grotesca»? Pretenden que le rindamos homenaje a un espantajo, a una sombra, a un «enredo, trama o tramoya» que para lo único que sirve es para «aparentar o engañar». Mantienen, sí, el texto constitucional, pero han violentado su espíritu hasta hacerlo irreconocible: la Constitución de 1978 flota en las aguas de la historia de España como un cadáver corrompido, putrefacto, que urge enterrar.

Contestada por los cada vez más numerosos independentistas, contestada por los desahuciados y los dependientes, por los investigadores que se tienen que marchar del país, contestada por los jóvenes sin futuro, por los parados sin esperanza, por los jubilados condenados a vivir sus últimos años sin alegría, contestada por los enfermos despreciados, por los estudiantes adocenados y adoctrinados, contestada por el vaho que sube de las calles y las plazas y de las fábricas y de las oficinas y que ya no es vapor de indignación sino aliento de rabia y deseo de revancha, contestada por toda la parte sana y decente de la nación que se resiste a morir al dictado de los intereses de la banca, la Constitución de 1978 no es ya nada más que la narración de un fracaso colectivo, de una estafa sin precedentes en nuestra historia. Con ella en la mano se destruyen nuestros derechos y se machaca la vejez de nuestros padres y el futuro de nuestros hijos: es imposible celebrar esta Constitución de los partidos y los banqueros y los empresarios que nos han llevado a la ruina.

No es ésta la primera vez en la que el pueblo español se encuentra en una encrucijada histórica, dramática. Lo que pone la nota diferencial es que en otras ocasiones hubo políticos e intelectuales que, puestos al lado de la sociedad, trabajaron para superar un régimen político caduco e inservible como este de 1978, y ahora los españoles estamos solos en la tarea de construir un Estado Social y Democrático de Derecho para nosotros y para nuestros hijos. Solamente los ciudadanos podrán poner fin a esta farsa que se festeja en este día de los farsantes.

(IDEAL, 6 de diciembre de 2012)

viernes, 30 de noviembre de 2012

PEDIR PERDÓN





Circula por Internet un vídeo en el que unos militantes socialistas piden perdón por algunos –sólo por algunos– de los monumentales errores del gobierno de Rodríguez Zapatero. Parecen personas normales y corrientes, gente sencilla que siente vergüenza de los dirigentes de su partido y que ha encontrado en este sencillo mecanismo una manera eficaz de disculparse ante la sociedad española por tanto sufrimiento como su partido causó. No parece, sin embargo, que el tono compungido y sincero que se ve en las caras de estos militantes socialistas sea el del mensaje oficial y oficioso del PSOE. Sí, es cierto que en los últimos tiempos no han faltado los jerifaltes y jerifaltas socialistas que han hecho algo parecido a pedir perdón. Pero sonaba, claramente, a impostura o, más exactamente, a postura cazavotos. Dice el catecismo que al verdadero arrepentimiento es hijo del examen de conciencia y del propósito de enmienda. Que cuatro o seis militantes socialistas hayan pedido perdón públicamente por lo que el gobierno de Rodríguez Zapatero hizo y dejó de hacer no debe llevarnos a engaño: las estructuras del Partido Socialista siguen copadas por la casta parasitaria que sólo entiende el poder como un instrumento de satisfacción de sus necesidades personales. Este puñado de militantes socialistas son una gota en el océano: digna, pero que no representa al PSOE.

Porque en el PSOE no hay ni ha habido examen de conciencia. Si lo hubiese habido, las agrupaciones socialistas habrían vivido su particular “15-M” y habrían sido ocupadas por los militantes decentes, hasta conseguir echar a los miles de dirigentes que lo único que han hecho ha sido utilizar el partido para medrar y asegurarse una vida cómoda y regalada. Habrían tenido que huir, también, los que escondidos detrás de Pablo Iglesias se han dedicado a despreciar a los servicios y los empleados públicos o a recortar en políticas de cultura, porque esto es lo que han hecho los socialistas en muchos lugares, aunque ellos no lo reconozcan. Ejemplos los hay, sobrados. Nombres, también. Pero ni se han ido los vividores ni se han ido los malnacidos, y el PSOE sigue tomado por ellos y para ellos. No hay tampoco en el PSOE propósito de enmienda. En realidad no puede haberlo mientras no se limpie la era de sus cuadros dirigentes: sólo cuando el PSOE realice una depuración masiva, profunda y sistemática de sus dirigentes a todos los niveles podrá enfrentarse a la ciudadanía proclamando que no va a volver a repetirse lo del pasado, ni los ataques a la ciudadanía por acatamiento obediente de los dictados de Alemania ni la cobardía que impide el desarrollo de un programa progresista.

Me gusta mucho del Partido Popular el convencimiento con el que aplican políticas de contenido netamente ideológico. La privatización de la sanidad, el desmantelamiento de la escuela pública, el recorte en investigación, la nueva ordenación legal del aborto, el retorno a una justicia censitaria y clasista, la brutal reforma laboral, los intentos por “reordenar” derechos fundamentales como el de reunión o manifestación… todo ello obedece a un corpus ideológico definido, claro, inequívoco, y que se aplica sin rubor, desde el parapeto de la mayoría absoluta. Este modo de gobernar es un ejemplo: los populares están demostrando que respaldados por los votos se puede gobernar sin escrúpulos ideológicos. El propósito de enmienda del PSOE debe empezar por ahí: dejando claro, empeñando su palabra, que si alguna vez vuelve a gobernar derogará el cambio constitucional que sacrifica todo a la estabilidad presupuestaria y la reforma laboral y la liberalización comercial, que apostará por la cultura y la investigación y que aumentará el gasto en escuela y sanidad pública, que incrementará pensiones y salarios, que limitará el poder de los empresarios, que revisará los conciertos educativos y denunciará el Concordato con la Santa Sede, que legislará sobre la eutanasia y modificará la ley electoral. Enmendar es reparar todo el daño que se hizo de palabra, obra y omisión: lo demás son leches. Y, sinceramente, ya no nos creemos más cuentos de la lechera, ni aunque la lechera se llame Carme Chacón.

(IDEAL, 29 de noviembre de 2012)

viernes, 23 de noviembre de 2012

TODO SE GANÓ ASÍ





Pasó la huelga general y las masivas manifestaciones que llenaron las calles de ciudadanos hartos. Y como era de esperar cada uno acentuó la huelga conforme a la graduación de sus gafas ideológicas: los unos resaltaron los insultos, neumáticos quemados o zarandeos de los piquetes sindicales a quienes acudían a trabajar o a abrir sus negocios; los otros, el chantaje, las amenazas y las presiones que seguro sufrieron en silencio y humillados decenas de miles de trabajadores que acudieron ese día a su puesto de trabajo por temor a perderlo si secundaban la convocatoria cívica. Pasó la huelga general y pasaron las manifestaciones, adornadas por el inevitable coro de los conformistas con la cantinela de que “no sirven para nada” ni la huelga ni las manifestaciones. Y barnizadas por el desdeñoso comentario de los contertulios de los medios de la derecha que apuntaban una y otra vez que por muchos que hubiese en las calles clamando contra el sufrimiento que causan los recortes, el gobierno está legitimado porque son muchos más los que una y otra vez se quedan en sus casas. Ambos tipos sociológicos –los ciudadanos que se dan a sí mismos argumentos para convencerse de que lo sensato es no secundar huelgas ni manifestaciones y los tertulianos que, como en los viejos tiempos, apelan a la mayoría silenciosa– pecan de desmemoria y son, en realidad, una vía de agua en el edificio de las libertades públicas y de los derechos sociales.

Parecen olvidarse los opinadores de los medios de la derecha, que se proclaman a sí mismo como liberales, de que la dinámica de la historia no les da la razón: siempre fueron grupos comparativamente reducidos y muy perfilados ideológicamente los que impulsaron los cambios sociales. Creados por estos grupos el caldo de cultivo del cambio, fue luego este impulsado por la sociedad. Así ocurrió con las revoluciones burguesas. Así ocurrió con el mismo final de la dictadura franquista: no hubo manifestaciones multitudinarias que pusieran al régimen contra las cuerdas; hubo –como la hay ahora– una ebullición de malestar, de deseo de cambio y transformación, no masivo pero sí muy vivo en las universidades, las parroquias de los barrios obreros, las incipientes asociaciones de vecinos, las comisiones obreras clandestinas, las primeras asociaciones feministas. Fue allí, entre esa minoría concienciada, donde se creó la barrera social que hizo imposible la continuidad histórica del régimen surgido del golpe de Estado de 1936, que apelaba a la “mayoría silenciosa” para perpetuarse pero que, llegado el momento, se encontró con que el silencio no era síntoma de aquiescencia para con la tiranía sino temor o vergüenza a sumarse a la causa de la libertad.

Y cabe suponer desconocimiento absoluto de su propio pasado a quienes piensan que nada de lo que está sucediendo en las calles de Europa y de España sirve para nada. Son ciudadanos ilusos, encantados de haberse conocido, que piensan que todo cayó del cielo o que es algo que ha existido siempre aquello de lo que hoy disfrutamos: el derecho de voto, la libertad de expresión, la libertad de huelga, la libertad de reunión y asociación, los derechos de las mujeres, la protección de la infancia, la sanidad y la escuela públicas, las vacaciones pagadas, la jornada laboral limitada, los sueldos más o menos dignos, la igualdad en el acceso a la Justicia y ese largo etcétera de pequeñas cosas que hacen nuestras vidas más dignas y más libres que las de nuestros antepasados. Se olvidan de que no hay ni un solo de nuestros derechos, ni una sola de nuestras libertades, que no haya tenido que ser arrancada a los poderosos con huelgas y con manifestaciones. Y muchas veces con cárcel, tortura y sangre. Sólo por respeto a quienes dieron sus vidas y sus sueños para que nosotros hoy disfrutemos de lo que nos quieren robar, sólo por eso, deberían abstenerse de decir que “no sirve para nada” la lucha cívica. No la secunden sino quieren, pero no olviden que todo se ganó así.

(IDEAL, 22 de noviembre de 2012)

martes, 20 de noviembre de 2012

EN LA MENTE DE LOS VERDUGOS





El problema, sin duda, es mío: por esta manía de pensar que cuando alguien es víctima de un crimen horrible es capaz de transformarse aumentando su capacidad de sensibilidad para ponerse en el lugar de los que sufren, aliviando su dolor; o por creer que cuando alguien ha sido beneficiado con el perdón para sus crímenes horribles asume el compromiso firme de no volver nunca a causar dolor. La realidad, sin embargo, nos demuestra que esto no es así y que es muy fácil que las víctimas encuentren mil razones para convertirse en verdugos, y que los verdugos que fueron perdonados una vez inventen teorías nuevas para volver a causar dolor. En la medida en que los pueblos están formados por personas, la psicología social puede ser una suma de psicologías individuales: la psicología de un pueblo sobre el que se cebó el drama de la historia, es la psicología de las personas que lo componen y que poseen la memoria de las heridas y de las lágrimas, de las ausencias, de los desaparecidos; la psicología de un pueblo autor y cómplice de un crimen inenarrable, es la psicología de quienes entonces sabían y callaron y de quienes mataron y fueron perdonados, la psicología de sus hijos y nietos hecha de memoria que quiere olvidar no sólo crimen sino también el perdón que lo siguió.

Pensar que, pese a tantas evidencias, las personas son buenas o pueden ser buenas después de haber padecido el horror o de haberlo cometido y haber sido perdonadas, es un error que, en estos días, encuentra su justa réplica en Gaza y en Alemania.

¿Qué menos podía esperarse del pueblo judío, del Estado de Israel, nacidos del sufrimiento más grande de la historia de la humanidad, del mayor crimen jamás cometido, que menos podía esperarse que la piedad para con los niños? En realidad todos los niños de la historia son iguales: víctimas inocentes de la furia de los adultos y de su sinrazón. Los niños asesinados por el ejército israelí en estos últimos días recuerdan demasiado —sus mismas caras cenicientas, su mismo rictus de dolor, sus mismos ojos cerrados— a los niños asesinados por los alemanes en el Holocausto: por eso el crimen de Israel es tanto más grande, tanto más grave, tanto más imperdonable por más que quiera justificarse en el fanatismo de quienes tienen en contra. Porque Israel, levantado sobre la memoria de aquellas decenas de miles de niños asesinados, se ensaña ahora con los inocentes. “Quien salva una vida salva al mundo entero”, dice el Talmud de los judíos. ¿Y su dios y sus profetas no dice a quién mata quien asesina a un niño, a un solo niño?

El otro caso que me provoca naúseas es el del pueblo alemán. En 1945 las potencias aliadas vencedoras de la Guerra Mundial tenían razones sobradas para haberlo diezmado, para haberlo aniquilado, para haberlo reducido a la servidumbre: había aupado al poder a un criminal y a su corte de depravados, durante años los habían jaleado y arropado, se habían lanzado con ellos y con absoluto convencimiento a una guerra despiadada y a la comisión de crímenes nunca vistos en la historia de la humanidad. Los que no participaban, sabían; y los que sabían, callaban y se beneficiaban de los crímenes, del trabajo de los esclavos. Los pocos alemanes decentes que se sacrificaron para oponerse al nazismo no justificaban aquel perdón que llovió sobre los alemanes en 1945 y sin embargo el perdón llegó. Por eso, que quienes pudiendo haber sido dispersados, destruidos como pueblo, borrados como sociedad de la faz de la historia y no lo fueron y fueron integrados en la sociedad de las naciones democráticas, viendo como se corría sobre su crimen un silencio y el olvido, que aquellos sean ahora los que ensoberbecidos se arroguen el derecho de machacar el futuro de pueblos enteros y de entregar a la miseria, la pobreza o la desnutrición a niños de Grecia, de Portugal o de España sólo puede provocar perplejidad y rabia.

Qué paradojas cómicas tiene a veces la historia: en estos días del otoño de 2012 los criminales y las víctimas de los años negros de Europa, los alemanes y los judíos respaldando en las encuestas y en las elecciones las políticas de la rabia y el odio que practican Benjamín Netanyahu y Angela Merkel, los dos pueblos que protagonizaron el Holocausto —los unos como criminales, los otros como corderos sacrificados— hermanados en su condición de verdugos colectivos. Qué difícil entender lo que estos días piensan millones de ciudadanos de esos estados: no hay nada que cause tanto pavor como intentar ahondar en la mente del verdugo.

sábado, 17 de noviembre de 2012

LO IMPOSIBLE





Fui anoche a ver Lo Imposible, la película de J. A. Bayona y muy pocas veces he sentido en el cien ese torrente de sentimientos. Qué difícil respirar cuando nos sentimos aplastados por la tromba de agua del maremoto y golpeados por los mil objetos que el mar arrastra tierra adentro con miles de esperanzas y de sueños y de vidas, qué difícil respirar cuando el nudo se nos atraganta y las lágrimas burbujean en la frontera de los párpados. Qué fácil identificarse con los protagonistas, con su angustia y su sufrimiento, con su dolor íntimo y dignísimo, con su solidaridad, con su deseo de sostener la vida de los que aman, con su desesperación por encontrar a los tragados por el mar, con su profunda sensación de impotencia y de desolación, con su angustia, con su alegría egoísta cuando comprueban que todos los suyos están vivos.

Lo Imposible es una película excepcional que recrea el drama humano que la furia de la naturaleza provocó el 26 de diciembre de 2004: de todo aquello quedaron trescientos mil muertos, decenas de miles de personas que desaparecieron para siempre y que no pudieron ser recuperadas por sus familiares, medio millón de heridos, cientos de miles de personas desplazadas y sin hogar. Conmueve, especialmente, el sufrimiento de los niños, que siempre se llevan la peor parte de los desastres de la naturaleza y de los desastres de los hombres. Lo Imposible es una película extraordinaria no ya sólo por el virtuosismo con el que recrea aquel drama de dimensiones apocalípticas y al que nosotros asistimos desde la comodidad de nuestras casas, sino sobre todo por la capacidad para introducir en nuestro interior un profundo sentido de la humanidad, de la humanidad concebida en un sentido radical, con todo lo malo que los seres humanos llevamos dentro de nosotros, pero sobre todo con tanto bueno como somos capaces de demostrar: nuestra capacidad de amar, nuestro amor reptiliano por nuestras parejas y nuestros hijos y nuestros padres y nuestros amigos de corazón, esa necesidad de proteger lo que queremos y de sentirnos amparados por ello, nuestras posibilidades para superar lo peor y para encontrar siempre dentro de nosotros una llama de luz diminuta que nos permite ponernos en el lugar de los que sufren y de los que lloran.

Y ese es el mérito principalísimo de Lo Imposible: que al poner de manifiesto lo absurdo del Universo, su absoluta carencia de sentido o finalidad, que al demostrar que somos producto del azar y del caos y que por lo tanto estamos sometidos a los caprichos y las arbitrariedades del azar y del caos que en cualquier momento pueden romper de un manotazo feroz la frágil red que sostiene nuestras vidas y nuestros proyectos y nuestros amores, que al enseñarnos todo eso nos enseña que estamos solos en esto de la vida, que nada cabe esperar de fuera de nosotros mismos y que por lo tanto sólo de nuestra capacidad para conformar lazos de compasión, de generosidad y de entrega para aliviar el sufrimiento de los demás depende el hacer una vida mejor y más decente. El gran drama del ser humano es que somos los únicos seres conscientes de lo absurdo de la existencia y de su fragilidad; la cara de esa pesada carga que llevamos con nosotros desde que el primero de los nuestros tuvo miedo y amontonó lágrimas en los ojos ante el dolor o la muerte de alguien a quien quería, la cara de esta carga tantas veces insoportable, nos la enseña Tom Holland en su excepcional papel como Lucas en Lo Imposible: somos seres que sufren y que tienen miedo, pero somos sobre todos seres que hemos aprendido a tender la mano. Esa mano que rescata a los niños atrapados por los matojos amontonados por el maremoto, esa mano que levanta el pie sangrante de la madre para ponerla a salvo en lo alto de un árbol y que luego le da gajos de mandarina para aliviar su sed, esa mano que guía al padre sueco hasta la camilla en que la está su hijo, esa mano que estrecha a los hermanos y al padre en el momento feliz del reencuentro. Al fin y al cabo lo que diferencia a los seres humanos del resto de los animales es un cerebro capaz de pensar y de hacernos sentir y una mano dotada de un pulgar excepcional, capaz de plegarse sobre sí mismo para sostener comida y para agarrar las manos de los que necesitan ser levantados y para cerrar los ojos de los que se nos van muriendo.

Al salir del cine a la noche estrellada y fría, era imposible no sentirse perdido en medio de tanta inmensidad pero feliz de tanta generosidad como puede anidar en el corazón de las personas. Ser generosos en medio de este laberinto sin sentido: he ahí el mensaje implacable de Lo Imposible.

viernes, 16 de noviembre de 2012

A LA CALLE






Durante años —todos los que dura esta situación mitad depresión económica mitad estafa política— cientos de miles de españoles han perdido sus hogares. Familias con niños pequeños, parejas de recién casados, adolescentes, ancianos, enfermos de cáncer y terminales, parados, mujeres maltratadas, personas con discapacidades graves, impedidos… una legión incontable de seres humanos que de un día para otro vieron como se presentaba en su puerta la delegación judicial al servicio de los dictados bancarios con la orden de ponerlos de patitas en la calle: con sus pastillas de quimioterapia y sus biberones y sus cuadernos con los deberes a medio hacer y con su taza de leche caliente y con su suero y sus pañales y con los moratones de la última paliza que les dio su marido y con las lágrimas secas sobre las mejillas. Así, de un momento a otro, miles y miles y miles de conciudadanos nuestros perdían todo lo que tenían, su casa y sus recuerdos, su esperanza y su dignidad.

No ha habido, pese a tantas toneladas de sufrimiento inútil y gratuito, declaraciones de los partidos políticos ni de los sindicatos policiales ni de los decanos de los jueces ni de los alcaldes ni de los colegios de abogados ni de los obispos ni de la patronal de la banca. Durante miles de desahucios, los jueces no se han sentido «meros cobradores del frac de la banca» ni el sindicato de la política se ha planteado la necesidad de objetar contra esta función inmoral que los agentes ejercen; los alcaldes no han retirado sus fondos de las cajas y bancos que atacaban a las familias con una ley de hace cien años ni anunciaban que las policías locales no colaborarían en esa atrocidad; los dos grandes partidos no han sentido ninguna necesidad de reunirse con urgencia para poner fin a ese dolor inenarrable, ni se han planteado la necesidad de prohibir que realizaran desahucios los bancos que recibían ayudas públicas; durante tantos años los bancos no han paralizado los desalojos más sangrantes desde el punto de vista humano. Durante años prácticamente nadie ha hecho nada y todos hemos asistido impasibles y cómplices a ese desgarro personal de muchos de los nuestros.

Pero durante estos años ha habido ciudadanos a los que no les ha importado dar la cara, aún sabiendo que muchas veces se las iban a partir las porras de la policía, muchos ciudadanos que armándose de coraje cívico se han plantado delante de las casas de las que se iban a expulsar a las familias, sin importarles si eran españoles o emigrantes. Muchas veces han paralizado los desahucios y sólo a los ciudadanos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o a los del Movimiento 15M o a los de Stop Desahucios, todos ellos acusados por las personas respetables de «perroflautas» o de «vagos y maleantes», sólo a ellos cabe imputar la reducción de sufrimientos y dolores. El resto de la sociedad española nos hemos dedicado a mirar para otro lado, como si todo aquello no fuese con nosotros.

Hace dos semanas PP y PSOE se oponían a la iniciativa de la izquierda sobre la dación en pago, y el Consejo General del Poder Judicial despreciaba un informe que denunciaba la radical injusticia del «procedimiento de ejecución hipotecaria». ¿Qué ha pasado en estos días que de pronto les haya entrado a todos este salpullido de preocupación por los desahucios? ¿Qué ha pasado para que de repente jueces, banqueros, alcaldes, diputados, gobierno, socialistas, obispos y policías sobreactúen en el tema de los desahucios como poseídos por el mal de San Vito? Ha pasado una sentencia europea que habla de la brutalidad de la ley española del desahucio. Pero han pasado, sobre todo, dos muertos, que son un aviso para los que hoy quieren apuntarse un tanto con el sufrimiento de los ciudadanos. Ahora, PP y PSOE buscan con urgencia una «solución» para este drama y todos los cómplices que obedecían sin más o que no denunciaban se ponen de perfil: no porque les importe el dolor que han causado y están causando sino porque los muertos les han hecho sentir en la nuca el aliento de algo que sube de la calle y que ya no es indignación, que es ira, rabia y justísimo deseo de revancha.

(IDEAL, 15 de noviembre de 2012)

martes, 13 de noviembre de 2012

A LA HUELGA, COMO CIUDADANO





Puedo buscar mil razones egoístas, puramente personales, para sumarme mañana a la huelga general. Soy funcionario, y por tanto he perdido sueldo, me han robado la paga de Navidad y cada día veo como los políticos dudan de la profesionalidad del colectivo al que pertenezco. Soy padre de un niño que va a la escuela pública en la que se recorta sin piedad. Yo hijo de una persona que necesita ahora más que nunca de una sanidad pública en la que el único interés sea cuidar a las personas. Soy amigo de pequeños empresarios y profesionales a los que les han subido el IVA y que ven como sus negocios van tirando a mal porque la gente sólo tiene miedo en los bolsillos. Soy amigo de trabajadores a los que sus jefes les han modificado las condiciones laborales según les ha venido en gana y sin importarles ni sus derechos ni su derecho a disfrutar de su familia, amigos que mañana no podrán sumarse a la huelga porque han sido amenazados por sus jefes y que ni siquiera podrán denunciar esas amenazas porque pasarían a engrosar las listas del paro. Soy amigo de parados que no tienen perspectivas de encontrar trabajo digno. Soy hermano de jóvenes que sólo encuentran horizontes fuera de este país. Soy familiar de pensionistas que sólo a duras penas pueden llegar a final de mes. Soy uno de esos millones de españoles que el año pasado tuvieron que pagar más de 1.800 euros para salvar a los bancos, lo que significa que el poder político le robó a mi familia más de 5.400 euros y se los traspasó, vía presupuesto, a la banca.

Puedo encontrar mil razones políticas —de política de bajo vuelo— para sumarme a la huelga general de mañana. Estoy convencido de que hay mil razones para hacer una huelga contra el PP y el PSOE y contra toda la casta política que nos gobierna, una huelga contra los bancos, contra Merkel, contra los propios sindicatos convocantes, contra la patronal, contra la monarquía y la Conferencia Episcopal, una huelga del enfado y de la indignación contra casi todo y contra casi todos.

Pero sin embargo no tengo la sensación de sumarme a una “huelga general” clásica. No voy a la huelga bajo la bandera de ningún sindicato ni de ningún colectivo ni de ningún partido. Voy a una huelga cívica, civil: me sumo a la huelga como ciudadano y mañana mi única bandera es la de mi conciencia. Simplemente como ciudadano. Nada más y nada menos que como ciudadano. Porque veo que el país en el que creo está siendo desguazado. Yo no puedo sentirme patriota de la bandera ni de Lepanto ni de la españolización de Cataluña: yo me siento patriota de la escuela y la sanidad pública, de la compasión por los que sufren, de las ayudas a los dependientes, de las becas a los hijos de los trabajadores, de los investigadores y los artistas. Y esa patria decente y posible, digna, civil, democrática, solidaria, está siendo ahogada por la política de los recortes de derechos que costó mucho sacrificio conseguir y que se le arrancaron a los poderosos con huelgas como las de mañana: no lo olvidemos. Para mí, que me siento ciudadano antes que patriota, la huelga es, ya digo, un acto de conciencia civil. Y además no quiero que, por la noche, el gobierno y su fascinante método de contabilidad de apoyos sociales me contabilicen entre los contentos con la situación. Pero deberían sumarse a ella también los patriotas que piensan que España es un ente incorpóreo: porque la soberanía nacional de esa patria suya está siendo violada por las imposiciones que vienen de Alemania.

Mañana me sumo a una huelga de ciudadanos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

HAY UN PAÍS QUE FUNCIONA





La cruda realidad del país no invita al optimismo. Hospitales y centros de salud que se cierran o se privatizan, unidades de lucha contra el cáncer o de tratamiento contra el dolor que desaparecen, proyectos de investigación que dejan de subvencionarse, transferencia masiva de fondos desde una escuela pública cada vez más abandonada a una escuela católica concertada cada día más pujante, alumnos con necesidades específicas para los que nos se contratan maestros y profesores, dependientes que se quedan sin ayudas y son arrojados a la precariedad absoluta, familias desahuciadas por la complicidad de jueces y políticos y banqueros, niños malnutridos, una pobreza creciente. Este es el panorama con el que cada día nos topamos en los periódicos y en las radios y en las televisiones. Pero también en nuestras calles, porque esta es una realidad de (cada vez menos) carne y (cada día más) hueso. Pero frente a ese estado que invita a coger las maletas y salir huyendo de este país enfermo, hay también otra realidad: la de profesionales comprometidos con su trabajo y con su vocación, la de las personas que siguen dando lo mejor de sí mismos, la de los servicios públicos ejemplares e imprescindibles que enseñan que hay una parte de este país que, con su quehacer cotidiano, demuestra la superioridad social, moral y organizativa de lo que nos pertenece a todos. Nos topamos con estas personas a diario, por más que los anteojos del pesimismo nos impidan reconocer su perfil. Son personas enlazadas en la madeja de nuestros actos cotidianos. Son, también, personas que se cruzan en las vidas de las personas a las queremos.

Mi hijo ha comenzado este año su periplo vital por la escuela (pública, por supuesto) en el colegio “Sebastián de Córdoba” de Úbeda. Y ha tenido la suerte de encontrarse en el camino con Ramiro Moya Cañadas, un maestro como de la Institución Libre de Enseñanza, de aspecto despreocupado y de tonos y gestos amables y pausados, un maestro que cada día demuestra un amor por su trabajo que sólo poseen los que están convenidos del valor que tiene lo que hacen.

Por motivos menos felices el pasado viernes conocí a Pedro Sánchez Rovira, un médico de manos grandes y bien definidas, como de artista o mago o malabarista, y con una mirada que seda y que tiene el brillo inagotado de la adolescencia y de la permanente curiosidad. Esa inquietud y la capacidad para conmoverse con el sufrimiento y la angustia de los enfermos de cáncer, ha hecho de Sánchez Rovira uno de los oncólogos más reputados del país. Al salir de su consulta y toparnos con el aire gris de la tarde de noviembre, sentía una íntima satisfacción: ese hombre ejemplar trabaja en Jaén, forma ya parte de nuestro paisaje y de nuestro paisanaje, es uno de nosotros.

Son hombres y mujeres como Ramiro o como Pedro los que hacen mejores nuestras ciudades, son ellos y no los políticos ni los banqueros ni los empresarios sin alma los que demuestran que hay una España que funciona y que se resiste a entregarse a la ola de justo desánimo que nos invade. Les han recortado los sueldos y los medios necesarios para hacer mejor su trabajo, y supongo que han suplido esos recortes y esas carencias con resignación o rabia y con imaginación, para que los niños y los enfermos noten lo menos posible la inquina de los políticos. Ven, cada día, como los gobernantes cargan contra el funcionamiento de lo público y contra los funcionarios mientras ensalzan las dudosas virtudes de lo privado, y pese a ello siguen acudiendo a su escuela y a su hospital, demostrando que lo público es superior moralmente a lo privado porque no discrimina en función del dinero y porque nos iguala en el derecho a reparar nuestra ignorancia o a sanar nuestro dolor. Uno sabe que las personas a las que ama están en buenas manos si están en manos como las de Ramiro o las de Pedro, ciudadanos que siguen haciendo que haya un país que funciona. Un país decente: pese a los políticos, pese a los bancos, pese al euro, pese a Merkel.

(IDEAL, 8 de noviembre de 2012)

miércoles, 7 de noviembre de 2012

LECCIONES DE CARNE A LA PARRILLA





La soberbia española hace que nos sintamos capacitados para dar lecciones sobre todo y a todo el mundo. Tan convencidos estamos de que somos una especie de paraíso terrenal en todos los órdenes de la vida, que nos atrevemos también a dar lecciones de democracia, como si fuésemos nosotros los que la inventamos y no unos recién llegados y como si nuestro sistema político no hiciese aguas por todos lados. Pero nada de eso nos importa: vivimos encantados de habernos conocido y como archidemócratas del mundo mundial miramos por encima del hombro incluso a los Estados Unidos, que con todos sus defectos, todas sus miserias y todas sus ruindades, sigue siendo un sistema político ejemplar a la hora de integrar minorías, escuchar la voz y cumplir el mandato de los ciudadanos y establecer un sistema eficaz de pesos y contrapesos entre los poderes del Estado que garanticen la independencia de todos ellos. Algo impensable en la archidemorática España de la que tan orgullosos se sienten miles de conciudadanos.

Y es que abundan estos días los comentarios en foros y tertulias que dudan de la calidad democrática de los Estados Unidos. Es curioso. Ayer, además de elegir presidente entre dos candidatos principales y otros muchos minoritarios, los estadounidenses eligieron congresistas, senadores, gobernadores, alcaldes, alguaciles y sheriff o fiscales. Pero es que además en treinta y nueve estados de la Unión se votaron un total de 178 iniciativas legislativas, de las cuáles más de 50 eran propuestas ciudadanas. Un periódico californiano (La Nueva España) decía que “más de una treintena de estas iniciativas se refieren a temas impositivos (33), casi una veintena tratan de conseguir una subida de impuestos, mientras que 27 tienen que ver con gestión gubernativa y cargos públicos, 17 tratan sobre nuevas vías de los estados para conseguir financiación, en la mayoría de los casos a través de la emisión de bonos, y una decena afectan al funcionamiento del sistema judicial”. Como vemos, los estadounidenses han podido votar sobre cosas por las que aquí, ejemplo mundial de democracia, nunca seremos preguntados ni por asomo. Y eso explica que sólo en Florida, la papeleta electoral tuviese... ¡¡¡diez páginas!!!

El repaso de las cuestiones que se han sometido al escrutinio popular es fantástico. En Los Ángeles se le ha preguntado a los ciudadanos si quieren que los actores porno tengan que usar obligatoriamente condón cuando graban una película. Es, tal vez, la pregunta más pintoresca de esas muchas decenas de consultas que han salpicado la jornada electoral en multitud de estados. En varios estados se ha pregunta sobre la legalización de la marihuana para uso recreativo previo pago de impuestos y en otros para fines médicos. Varios estados han preguntado por la legalización de los matrimonios homosexuales, en otros sobre su prohibición y en un par de ellos se han sometido a votación las iniciativas populares que propugnaban acabar con las prohibiciones en este sentido. Se ha preguntado sobre la posibilidad de negar el acceso a los servicios públicos a los inmigrantes que están en Estados Unidos de forma irregular o sobre si todos los estudiantes (también los inmigrantes indocumentados) pueden acceder a becas del estado si sus padres pagan impuestos. Se ha preguntado si se quería que los abortos se sigan financiando con fondos públicos o sobre si los médicos tienen que tener una autorización expresa de los padres para practicar abortos a menores de 16 años. Se ha preguntado por la abolición de la pena de muerte. Se ha preguntado por la posibilidad de que un médico pueda prescribir fármacos que pongan fin a la vida de un paciente terminal si éste lo solicita. Se han votado propuestas para limitar el alcance de la reforma sanitaria de Obama. Se ha preguntado a los ciudadanos si querían que se concedieran nuevas licencias para casinos y sobre leyes relativas al derecho a cazar y pescar. Se ha preguntado a los ciudadanos si están de acuerdo con que el suelo de los legisladores de un estado sea igual a la media de sueldos de ese territorio o sobre si quieren que se suba el sueldo de los políticos. Se ha preguntado si están a favor de la cadena perpetua y multas millonarias para quienes trafiquen con personas o para quien cometa por tercera vez un delito grave y sobre si se está de acuerdo con retirar una norma constitucional de un estado concreto que autoriza la segregación racial en el sistema educativo. Se ha preguntado sobre la obligación de las empresas alimentarias de indicar en las etiquetas si los productos han sido modificados genéticamente o sobre si las aseguradoras de vehículos pueden aumentar sus tarifas cuando un usuario suspende temporalmente su póliza. Se ha preguntado por la subida de impuestos a sueldos mayores de 250.000 euros. Se ha preguntado sobre la prohibición de fumar en lugares de trabajo y espacios públicos y sobre si el maltrato de perros, gatos y caballos (siempre que el daño no sea consecuencia de las actividades agrícolas, la investigación, la atención veterinaria o la defensa propia) tiene que considerarse un delito grave.

Son ejemplos de las cosas que han tenido que votar los ciudadanos de Dakota del Norte, California, Oregón, Florida, Nebraska o Alabama.

Y los resultados (lo que los ciudadanos decidan) son vinculantes: tiene que cumplirse el mandato de la ciudadanía, sea el que sea.

Pero nosotros a lo nuestro, a seguir dando lecciones. Un día le dimos lecciones a Alemania sobre el superávit de nuestras cuentas públicas; otro, presumimos de que nuestros bancos eran los mejores del mundo: así nos vemos. Ahora parece que estamos por dar clases magistrales sobre democracia a los estadounidenses. Nosotros, los españoles, que hace sólo tres días compramos una democracia averiada y ya hemos conseguido que no funcione. Pues nada, cuando acabemos con esta lección pontifiquémosle a los noruegos sobre Estado del Bienestar e igualdad social, a los islandeses sobre calidad del sistema educativo y a los argentinos sobre cómo se hace la carne a la parrilla.