lunes, 31 de marzo de 2008

ANTONIO ALMAGRO Y SANTA MARÍA



El pasado sábado el Museo Arqueológico organizó una visita a Santa María (a lo que queda de Santa María). La visita fue dirigida por Antonio Almagro. Tal vez esto lo dice todo: como Antonio Almagro es la persona que más sabe de Santa María y como sus largos años de profesor no pasan en balde, la visita fue una gozada. Si a esto le sumamos que Antonio despachó algunos comentarios no exentos de malafollá ubetense pero más ciertos que el sol del mediodía, pues quedó redonda la visita a Santa María. Porque no se trató tanto –al menos para mí– de que Antonio explicase cuáles fueron las antiguas entradas a Santa María o como se fue construyendo el templo que luego destruyó Isicio Ruiz: para mí fue más importante que Antonio tuviera el coraje –una vez más– de decir las barbaridades que la Junta de Andalucía lleva cometiendo en esta iglesia desde hace 25 años. Y esto no está mal que alguien lo diga de cuando en cuando, porque como los ubetenses somos un pueblo esencialmente cateto hay gente que está encantada con que Santa María ya no esté blanqueada –por lo que se ha quedado más oscura que el culo de un mono– o con esa chapuza impresentable que es el artesonado. Se creen –infelices– que la Junta les ha devuelto la iglesia que había en el siglo XV y eso los llena de satisfacción (!).

Pues eso, que está muy bien que alguien alce su documentada voz y diga que no, que no es esto, no es esto. Y si encima lo hace delante de algunas autoridades implicadas en el caso y delante de los miembros de alguna asociación que todavía guarda silencio por lo de Santa María –pese a ser el mayor atentado cometido contra el patrimonio artístico de Úbeda desde el final de la Guerra Civil–, pues todavía mejor. Aunque tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones: Santa María tardará todavía muchos años en abrirse . Y es que los políticos no son tan tontos como pensamos: como saben la barbaridad que han cometido allí y como no desconocen la impunidad con que Isicio Ruiz destruyó la iglesia, pues prefieren que pasen muchos años. Los suficientes como para que absolutamente nadie recuerde cómo era la Santa María que se cerró en 1983. O para que nadie recuerde que se cerró aquella iglesia para restaurarla, no para destruirla e inventársela nueva. O para que nadie pueda recordar cómo eran las rejas, las lápidas sepulcrales, el baldaquino de Jesús, el claustro lleno de verde o los escudos episcopales antes de que fuesen machacados sin piedad por unas obras devastadoras.

Por cierto: durante la “limpieza” de la puerta de La Consolada se ha dañado la portada de la casa del Regidor Luis de Medina. Según cuentan, como quitaron piedras originales de la portada y pusieron otras que rellenaban mejor los huecos, las piedras que quitaban las tiraban al suelo sin cuidado ninguno. Y en este lanzamiento libre de piedras una golpeó la portada y ha dañado el capitel de una de sus columnas. Esperemos que pronto los Caballeros 24 –uno de los pocos colectivos preocupados por el patrimonio histórico y cultural de Úbeda– tomen cartas en este nuevo desaguisado.

viernes, 28 de marzo de 2008

CRÍMENES, COMUNISMO: CHINA



A estas alturas sólo los estúpidos pueden esbozar algunas alabanzas del comunismo. Pese a haber alentado algunos de los mejores afanes del siglo XX, ya Albert Camus nos advirtió que el comunismo era una ideología esencialmente criminal. Dan fe de ello –en las cunetas desoladas de la historia– decenas de millones de muertos, cientos de millones de vidas destrozadas. De no haber sido por el horror nazi, el comunismo ocuparía en solitario el puesto de honor de la historia del crimen y el terror. Pero como existió Hitler se ha oscurecido la terrible estela de sufrimiento y muerte que dejaron Lenin, Stalin o Pol Pot.

Precisamente el régimen criminal que gobierna China –ideado por Mao sobre una montaña de cadáveres– vuelve en esta hora a dar mucho que hablar. Y lo hace para mostrarnos lo miserablemente hipócritas que somos los occidentales. ¿Cuántas veces hemos oído críticas contra la dictadura cubana y sus comportamientos inhumanos? Muchas veces, sobre todo entre los paladines de la derecha española, esos recién estrenados alféreces de la libertad. Ahora bien, ¿cuántas veces han escuchado esas mismas críticas con respecto al comunismo chino? Yo no recuerdo ninguna: al fin y al cabo luce mucho solidarizarse con los disidentes cubanos, pero es mejor callarse ante las miles de víctimas que sigue provocando el Partido Comunista chino. La cuenta es clara: los cubanos son un puñado de seres empobrecidos, poco atractivos para nuestros mercados pero valiosos para enjuagarnos la conciencia, y los chinos son millones y millones de potenciales compradores. Y ya sabemos –aunque no queramos reconocerlo– que a nosotros sólo nos importa el dinero: el comunismo chino no se critica porque en China hay mucho que vender, aunque los derechos humanos importen allí infinitamente menos que en la Roma de Nerón.

Llevamos muchos días viendo en la televisión como los jerarcas chinos estrangulan la rebelión del Tíbet. Y, por ahora, nuestras democracias guardan un silencio de cementerio. (Sí, también están calladas las izquierdas, tan dadas a dar lecciones sobre derechos humanos.) Y es que a todos nos conviene tener calmado ese inmenso mercado que es China, no sea que se enfaden los herederos de Mao y cierren las fronteras a nuestros productos. Que China esté tranquila y que crezca económicamente y que compre mucho. Si para ello el Tíbet tiene que ahogarse en sangre, dos males tienen los tibetanos: ya irán nuestros deportistas a los Juegos Olímpicos para convalidar el crimen de Pekín echándose la foto con los multimillonarios dirigentes del comunismo chino.

Nuestros soldados se vinieron de Iraq para no seguir justificando a los criminales de las Azores: exijo que los deportistas que cobran de mis impuestos no vayan a Pekín a sonreírle a los asesinos comunistas. Nuestras democracias necesitan, de cuando en cuando, un baño de dignidad. Que vale más que una medalla de oro.

(Publicado en Diario IDEAL el día 27 de marzo de 2008)

martes, 25 de marzo de 2008

VIVENCIAS DE SEMANA SANTA



Estoy convencido de que esta ha sido una de las Semanas Santas que he vivido con más emociones, quizá porque al escribir la Exaltación reflexioné mucho sobre lo que la Semana Santa significa para mí. Y eso me ha permitido vivirla de una manera más intensa.

Sobre todo el Viernes Santo tuve esos sentimientos a flor de piel. Sin duda ayudó mucho la experiencia mágica de la madrugada, cuando la Sentencia llega a Santa Clara y luego, al verla subir. Nunca olvidaré la emoción intensísima de la “levantá” en honor de El Viejo delante de La Trinidad y la música y el silencio… Creo que todo eso me predispuso para lo que vino después. Porque después fue recuperar algo que llevaba perdido muchos años: poder volver a las filas de los penitentes de Jesús Nazareno, al final del guión, con mi varal, liberado ya de obligaciones directivas, saboreando, sintiendo todo lo que el amanecer convoca en mis vivencias de ubetense y de hermano de Jesús. Y fue ver a Manolo Rus en su experiencia recién estrenada de vestirse la túnica morada. Y fue luego el Señor de la Caída, majestuoso, impresionante, como en aquellos Viernes Santos de mi niñez. Y fue, ya a la tarde, bajar solitario, con mis solos pensamientos, hacia San Millán, en una tarde preñada de otros siglos. ¿Hemos pensado alguna vez en que el aire parece henchido de un no se qué raro, extraño, muy antiguo, en la tarde del Viernes Santo? Y fue sentir la humedad en los ojos cuando salió la Virgen de la Soledad con el costal solitario de Paco Vargas (¿por qué se ha suprimido el “Stabat Mater” justo después de la Marcha Real? ¿por qué no se deja de tocar el himno nacional y se toca directamente esa maravilla que es el “Stabat Mater”?). Y fue haber subido La Merced corriendo, por primera vez, detrás de la Virgen, con María Luisa, con Rocío, con Pepe Navarrete, con mi hermano Jose, con Miguel Pasquau… Y fue poder volver a ver la Procesión General, en su lento, monótono paso de hermandades. Y fue volver a bajar a San Millán, en el silencio de la madrugada, para ver como es posible que el pasado vuelva y se haga presente cuando los hermanos de la Soledad van a encerrar a su Virgen en San Millán…

No sé, pero esta Semana Santa he vivido muchas cosas, muchas emociones. A lo mejor es que me voy haciendo viejo y tengo la emoción en la punta de la piel.

No sé, no sé. Pero por todo esto merece la pena que resistan por unos días en este Cuaderno las vivencias de Semana Santa, que no hay fiesta sin octava…

lunes, 24 de marzo de 2008

LA VIRGEN DE ALVARADO



El 24 de marzo de 1978 era Viernes Santo. Ese día murió –viendo pasar al Jesús Nazareno de sus amores– Juan Alvarado, el presidente de la Cofradía de Jesús Resucitado que fue enterrado con su túnica morada de Jesús. Unos años antes, en 1972, procesionó por vez primera la Virgen de la Paz, obra de su hijo Bartolomé Alvarado. Y ello no sin polémica, pues el cura de San Nicolás montó en cólera cuando vio aparecer con faldas más cortas de lo normal (!) a la hermana y la cuñada de Bartolomé, ataviadas de mantillas para acompañar a la Virgen. Se marchó el cura y se celebró la procesión: hace ya treinta y seis años que la Virgen de la Paz forma parte de la mañana del Domingo de Resurrección, pese a aquellas faldas cortas y pese al cura ultramontano.

Sin embargo, Bartolomé Alvarado ha sido un autor sin mucha predicación en su ciudad. Ya sabemos que nadie es profeta en su tierra, pero el caso de Alvarado sorprende especialmente. En los últimos años ha seguido una importante línea ascendente que ha llevado sus imágenes –principalmente marianas– a muchas ciudades españolas. Su creciente predicación fuera de las frías fronteras ubetenses queda consolidada con la presencia de uno de sus Cristos e imágenes secundarias en la importantísima Semana Santa de León. Mientras, en Úbeda se cernía el silencio sobre su persona, cuando no cierto desprecio: bastaba con que algo fuera de Bartolomé Alvarado para que se le quitase todo valor.

Así ocurrió, por ejemplo, con las imágenes de San Juan y la Verónica de la cofradía de Jesús Nazareno. Esta hermandad venía procesionando –con más pena que gloria– unas imágenes de Vicente Bellver que le importaban poco a los hermanos de Jesús. Pero cuando en 2005 se decidió cambiar esas imágenes por dos bellas tallas realizadas y donadas por Bartolomé Alvarado, fueron muchos los que descubrieron una repentina devoción hacia las viejas imágenes, imputando toda clase de imperfecciones a las de Alvarado, que pese a todo –y por suerte– son las que ahora procesionan el Viernes Santo detrás de Jesús. Esta anécdota ilustra la poca consideración que este pintor e imaginero ha encontrado entre sus paisanos: si el nuevo San Juan y la nueva Verónica hubieran venido de las tierras bajas de Andalucía el cambio habría sido magnífico.

Seguramente en la obra de Alvarado es posible encontrar felices hallazgos y realizaciones más mediocres: más o menos como todos los artistas. Pero lo que es indiscutible es su maestría en la elaboración de imágenes de la Virgen, a más de su dominio del arte de pintar. O su maestría vistiendo imágenes. Sea lo qué sea, el caso es que esta mañana de la Pascua florida volverá a procesionar por las calles de Úbeda aquella Virgen que Alvarado realizó siendo un joven discípulo de Palma Burgos. Su mejor discípulo. Y no diremos que en ocasiones el discípulo ha superado al maestro para que nadie se ofenda.

(Publicado en Diario IDEAL el 23 de marzo de 2008, Domingo de Resurrección)

DON FERNANDO MARTÍNEZ HERRERA



Hay hombres que son algo más que un nombre en una cofradía: son un estilo, son una época. Invariablemente esos hombres se han ganado a pulso el título de “don”, porque se han ganado el respeto y el cariño y un lugar en la memoria de sus cofrades y aún de todo el pueblo de Úbeda. Así ocurre con don Manuel Fuentes Garayalde, ejemplar presidente de la cofradía de La Columna durante muchos años; o con don Andrés Moreno Siles, que ejemplifica el cargo de hermano mayor en la cofradía de La Soledad; o con don Manuel Fernández Peña, que se desvivió por su cofradía del Santo Borriquillo. Y así ocurre con don Fernando Martínez Herrera: él encabezó y protagonizó lo que ha dado en llamarse “edad dorada” de la cofradía de Jesús Nazareno.

Fue don Fernando hermano mayor de la cofradía de Jesús entre 1908 y 1932, con la interrupción del año 1925, en que ocupó la presidencia su hermano Miguel. Durante estos años “cambió” el estilo de la cofradía: impuso un orden prusiano y una seriedad desconocida hasta entonces, convirtió a la cofradía en el centro vital en torno al cual giraba toda la Semana Santa de Úbeda. Más que logros o acontecimientos materiales, queda en el haber de don Fernando Martínez Herrera el haber impuesto un estilo de ser hermano de Jesús, el haber consolidado una manera de ser presidente de la cofradía, una visión particular pero asumida por la mayoría de entender la devoción a Jesús Nazareno. Hay un antes y un después de la presidencia de Martínez Herrera.

Don Fernando fue un líder nato en la Cofradía: Blas Rodríguez Latorre –uno de los más veteranos hermanos vivos de la Cofradía y niño en los años veinte– recordaba las madrugadas de Viernes Santo, cuando el guión de Jesús se formaba en el Rastro, “en los tiempos de don Fernando”; sus palabras se emocionaron al evocar aquel hombre grande. Grande no sólo por la dimensión espiritual, sino también por los centímetros. De hecho, era tan grande, tan alto, tan corpulento, que disimulaba su estatura procesionando con un capirucho más pequeño que el del resto de los hermanos. Quería pasar desapercibido, ser uno más de los muchos que han dejado sus emociones mejores ante Jesús Nazareno. Y sin embargo, es posible distinguirlo en las fotografías antiguas entre el guión de Jesús, con su imponente figura sosteniendo el báculo presidencial mientras observa –imponiendo respeto– las filas silenciosas y recogidas de penitentes.

¿Qué queda de don Fernando en la cofradía de Jesús? Ah, se perdieron su estilo, su manera. Queda, eso sí, el Patronato instituido por su hijo, don Marciano Martínez Catena. Y queda un plaza recoleta –en el barrio de San Nicolás– que lleva el nombre de aquel gran presidente de Jesús Nazareno: su nombre está enmarcado entre el escudo de Úbeda y el corazón de la cofradía de Jesús.

(Publicado en Diario IDEAL el 21 de marzo de 2008, Viernes Santo)

LOS ROMANOS DE LA HUMILDAD



Ya en los primeros años del siglo XX había sido posible ver romanos a caballo en la procesión de Jesús Nazareno, con relucientes corazas plateadas y penachos de plumas moradas. Y sin embargo, el 26 de marzo de 1914 –Jueves Santo– debió causar un impacto más que considerable entre los ubetenses la flamante banda de soldados romanos estrenada por la nueva Cofradía del Cristo de la Humildad.

Por muchas cosas aquella primera procesión de la Humildad fue rompedora. Primero, porque hasta entonces los guiones de las cofradías ubetenses se habían abierto con las tradicionales campanillas y las únicas trompetas presentes en las procesiones eran las de los corros de lamentos: los veinte romanos de la Humildad fueron la primera banda de tambores y trompetas. Segundo, por la presencia de autoridades, que no en vano presidió la procesión –en representación de Alfonso XIII– don José Ignacio de Sabater, senador del reino y custodiaron soldados de gala el itinerario procesional. Más de trescientos penitentes, vestidos de granate y amarillo –los colores de la bandera monárquica– participaron en aquella primera y lujosísima procesión del Cristo de la Humildad, imagen muy antigua y de largas melenas antaño venerada en San Millán.

Y desde entonces, los romanos de la Humildad han llenado con su sola presencia la tarde del Jueves Santo. Porque todos los ubetenses hemos sentido una emoción especial cuando, ya cayendo el sol, el guión de la Humildad sube por la Corredera, precedido por los romanos con sus insignias alzadas sobre la luz declinante, con sus roncos tambores, con sus trompetas marciales. Si uno busca la esquina correcta, es posible ver al Cristo humillado y escarnecido alzarse en su trono, en un plano que queda justo por detrás de los romanos, como reviviendo aquellas horas trágicas de hace veinte siglos, como si el cortejo de la procesión se hubiera detenido en un atrio del palacio de Pilatos. Durante muchos años los romanos de la Humildad se nutrieron de gentes humildes, sencillas. Juan Pasquau contó en un precioso artículo el sentimiento de un romano de la Humildad, un hombre del campo, de fe tosca pero pura, heredada de su padre y transmitida a su hijo con los colores granates y pálidos de la Humildad. Y aquel bracero que se vestía de romano para la fiesta de la cofradía el Domingo de Piñata y –ya pletórico, ya inalcanzable de dignidad– en la tarde del Jueves Santo, le recordó a Juan Pasquau la ocasión en que la banda pasó por delante de la casa del presidente de la Cofradía, don Antonio Pasquau, y dejó de tocar, pues estaba agonizando aquel hombre al que luego don Victoriano García Alonso le dedicaría la marcha fúnebre que es himno de la hermandad del Señor de la Humildad: “El Presidente ha muerto”. Y sabe Juan Pasquau –y sabemos nosotros– que la vida es ese chiquillo que siempre va de la mano de su padre –vestido de romano– “a juntarse el guión”.

(Publicado en Diario IDEAL el 20 de marzo de 2008, Jueves Santo)

viernes, 21 de marzo de 2008

VIERNES SANTO




VER SALIR A JESÚS



Se nos deshace la vida. Se nos escapa en cada segundo: “vivir es caminar breve jornada”. Y sin embargo, a veces el tiempo concita una plenitud, una pleamar del ser. Eso sucederá mañana en Úbeda, cuando despunte apenas la luz e inunde –aún tímida– el Llano de Santa María. Serán las siete de la mañana: y se abrirá la puerta de La Consolada y el “Miserere” elevará su oración, su cántico antiguo. Y saldrá Jesús Nazareno… Jesús... Serán apenas unos minutos. Será un silencio. Un relámpago de nostalgias. Será el escozor de una lágrima vieja –de un viejo recuerdo– en la punta emocionada de las pupilas. Y luego se reanudarán las golondrinas y las toses y el sol enseñoreado ya en las espadañas y en los cipreses cuajados de pájaros que chillan.

¿Existe el “ser” de los pueblos? Si “el pueblo” es algo debe ser un proyecto común de futuro, que sí, que tiene que escuchar las voces de los muertos para poder comprenderse, pero que sobre todo tiene que mirar hacia adelante. No creo, por tanto, que para ser “buen ubetense” haya que estar mañana cuando amanezca en Santa María. Y sin embargo…

…sin embargo, mañana cuajarán el minuto y el suspiro una alianza de “ubetenses de las dos orillas”, que diría Juan Pasquau. La salida de Jesús no es retórica ni lírica postiza: en el recinto amplio e iluminante de la plaza de Santa María congregará la luz del amanecer muchas generaciones de ubetenses. Hay, claro, que disponer el alma para sentir esa presencia del infinito, ese volver por un instante las personas que queremos y murieron: hay que saber verlas apoyadas en aquel árbol, esperando en aquella esquina, rezando bajo el balcón de las monjas, ya vacío. Y hay que saber declinar el “Miserere” en la soledad y en el silencio, escuchando los susurros eternos que han sido bordados por los silencios y las soledades que cada Viernes Santo desfallecieron frente al rompeolas de La Consolada. ¿Se puede ser ubetense sin “ver salir a Jesús”? ¡Por supuesto! Pero quien no acuda a la salida de Jesús cuando amanezca el Viernes Santo no podrá sentir esa comunión –esa “común unión”– con los ubetenses muertos, con sus propios muertos. Porque muchos de los que se fueron, mañana volverán. ¿En el chillido de los gorriones?… ¿En la luz victoriosa?… ¿En la cantinela vieja de la campanilla?… ¿En la quebrada lástima de las trompetas?… ¿En nuestro propio estremecimiento cuando se rompe el “Miserere”?… No sé: hay que estar allí para sentir esa emoción. Y es que mañana, cuando el corazón tremole su límpida melancolía, sabremos cuánto pesa el alma: y algo nos empujará hacia nuestro fondo mientras sentimos –oh paradoja– que nos elevamos. Que ascendemos en el tiempo. Para buscar otras lágrimas que allí se lloraron, para sentir otros siglos que allí se vivieron. Para saber otras plegarias y otras emociones y otras ausencias, que vivimos encadenados en nuestras tristezas y eso lo entendemos cuando el “Miserere” se anuda en los hilos de la sangre.

(Publicado en Diario IDEAL el 20 de marzo de 2008, Jueves Santo)

jueves, 20 de marzo de 2008

LA PLENITUD DE LA LUZ



El Jueves Santo es, sobre todo, la luz. Es la luz que se cuela por las rendijas de la ventana y acaricia los ojos cerrados antes de que las trompetas rompan el aire de la mañana. Es la luz que inunda los tejados, que pinta de azul las risas, que prende los recuerdos. El Jueves Santo es la claridad transfigurada en el corazón, corriendo por la sangre como por una galaxia inexplorada, como con prisa para que revivamos y nos echemos a la calle. Es la luz que lo inunda todo, que a todo le da nombre nuevo, vida nueva, que a todo pone forma y límites y fronteras a estrenar, es la luz que nos hace transparentes, “iguales a los seres resplandecientes de gloria”, que cantó Espriu. El Jueves Santo es la luz que nos inunda los ojos de emociones fosforescentes, lejanas como el mar, altas como un anhelo de felicidad. El Jueves Santo, sí, es la luz. Es la plenitud de la luz.

* * *

El cielo del Jueves Santo está multiplicado y generoso. Desde que el sol haya desperezado –en el escalofrío del amanecer– los olivares, se habrá ido estirando la luz recién nacida: primero sobre la tierra y el rocío, luego sobre la fuente de la Alameda y los tejados de San Millán, definitivamente sobre todas las torres, sobre las espadañas y las azoteas, sobre Úbeda entera hasta colarse en nuestras camas. Es aún temprano y está la mañana añil, perezosa: no es aún ese “diamante purísimo del día” con que estallarán las horas cuando Jesús sude sangre debajo de un olivo.

La luz del Jueves Santo es una luz que acaricia: porque es como una patria de la felicidad poblada de puritos americanos, de pelotas de serrín, de arrezú. La luz de la mañana no es –aún– una luz sedimentada: no tiene aposentos ni estancias, no ha levantado el día tabiques para encerrarla, que eso sucederá luego, cuando las escuadras romanas guíen hacia el patíbulo al Señor de la Humildad. Pero eso será ya a la tarde, cuando el corazón desfallezca sus emociones hondas. Ahora, nos habrán despertado los tambores y las trompetas de la Oración del Huerto: y la serenidad del aire, del día comenzado, anuda una urgencia, un recuerdo, impone una elevación. ¡Hay que darse prisa y arreglarse! ¡Hay que tomar la calle y la memoria! ¡Hay que salir al apremio del mundo, que es Jueves Santo, que nunca volveremos a vivir un día como éste: que todos los Jueves Santos vuelven y se repiten pero nunca son iguales!...

No, no estará la luz sedimentada cuando saltemos de la cama y corramos a abrir los balcones para que se llenen los cuartos y los pasillos del trino de los pájaros y el retumbar de los tambores, de la alegría de las trompetas. Está la luz revoltosa, ligera: casi niña. Corre la luz, fluye incesante, para ir ocupando como un ejército victorioso todos los fortines de nuestro espíritu: hoy sí, hoy nos rendiremos a lo que mande el luminoso espíritu de la mañana. Porque nuestros recuerdos arderán en la hoguera de la claridad, en el fulgor de la nostalgia, con una fuerza tal que –ya lo cantó el poeta– podremos leer en el cielo una “extraña/ señal de amparo y reposo”. Y sentiremos el alma y sus melancolías recostadas, reposadas, amparadas de luz, por la luminiscencia de la mañana, en la llama del mediodía, que es Jueves Santo.

* * *

Será marzo el Jueves Santo. Estará la primavera aún desvalida, la mañana un poco fría antes de que el sol reine con todo su poder. Serán noticia –todavía– las flores y los brotes de los árboles y los primeros vencejos acabarán de irrumpir en los crepúsculos del día. Aún habrá flores en los almendros rezagados. Pero nosotros ya hemos madurado en la luz del Jueves Santo: no tememos a esta Semana Santa adelantada, que trae los acordes de la primavera sin haber realizado ni un ensayo general. Porque desde muy niños nos han doctorado en tambores y trompetas y túnicas y escalofríos y – aprobadas ya esas asignaturas primarias– sabemos ahora caminar, Dios adentro, por los senderos de la Semana Santa. Aunque sea primeriza la primavera.

Es un buen camino en la dirección de Dios la mañana del Jueves Santo.

Si no tuvieran otros méritos, tendrían las procesiones el mérito de hacernos un Dios a nuestra imagen y semejanza. Estamos en las aceras aguardando la procesión con una emoción antigua y sin embargo recién estrenada. Y presentimos la cercanía de Dios. Del Dios que se sentó sobre la tierra de la montaña para decir “bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, los misericordiosos, bienaventurados los hambrientos”. Sentiremos, sí, la cercanía de ese Cristo que curó a los mudos y los leprosos y a la mujer que padecía flujo de sangre y a los ciegos; un Dios sentado entre los niños, a las orillas del mar de Galilea, entre las redes y las barcas, bajo los árboles sedientos.

Doblará Dios la esquina entre las filas de penitentes verdes y blancos –ansia y quietud–. Y comprenderemos entonces la definitiva humanidad de Cristo, su radical cercanía a cada uno de nosotros: “Padre, pase de mi este cáliz”. Porque en la mañana que llena de claridad nuestros corazones para que podamos existir más plenamente –“se existe por instantes de luz” ha dicho Rafael Guillén–, tiene Jesús el corazón lleno de angustias y de sombras. Y es que recuerda el ungüento de nardo que sobre su cabeza derramaron en Betania pero presiente el látigo, las espinas, los clavos abriendo la carne y destrozando nervios, la asfixia en la cruz, la agonía lenta. Y tiene miedo: le duele su alma divina al pensar en el dolor terebrante que ha de sentir su cuerpo de hombre. Le duele sentir la muerte posando la mano sobre su hombro, tan próxima, tan urgente. “Pase de mi este cáliz y no se unte mi cadáver con ungüento de nardo”. Y Cristo, siendo Dios, es terriblemente hombre en ese mismo miedo nuestro, en ese desfallecimiento del ánimo, en ese poder más la carne y el cuerpo que tienen que doler y morir que la misión redentora y el espíritu divino.

Está escrito ya el mensaje de la radical humanidad divina de Jesús: pero para comprender su soledad hemos necesitado esta mañana, este Cristo orante y abandonado, esos discípulos adormecidos. Está en tinieblas el corazón de Jesús, que duda: nosotros, sin embargo, vivimos en la felicidad y la seguridad de la mañana, que todo lo pudo en nuestros corazones la procesión de la luz.

(Publicado en GETHSEMANÍ, núm. 25, marzo 2008)

PEPE "EL LORO"



Hay grandes nombres en la Semana Santa de Úbeda: imagineros, presidentes, músicos, poetas. Luego están los nombres anónimos de hombres y mujeres que a lo largo de treinta generaciones se han desvivido por su Semana Santa: es necesario mirar hacia los nombres pequeños, hacia esas personas insignificantes que ligaron su vida a la de las cofradías. Eso ocurre con José Soriano Carmona, popularmente conocido como “El Loro”.

Porque Pepe “El Loro” se recorre las calles de Úbeda cargado con sus bolsas durante todo el año. Pero cuando pasa el día de Reyes y comienzan los cultos de las cofradías, entonces es cuando de verdad Pepe está en su salsa. ¿Cuándo empieza la Semana Santa de Úbeda? ¡Pues cuando Pepe “El Loro” comienza a pegar los carteles de la Novena y la Fiesta de Jesús! Carteles a los que luego siguen los de la Santa Cena, la Soledad y un largo etcétera de cultos, jornadas y actos cofrades... Pepe pone –bueno, a veces esto un decir– muchos carteles a lo largo del año, pero ningunos con tanto gusto como los de las cofradías. Y no porque el pago a su trabajillo sea una invitación para ir “de gorra” a la comida de hermandad, no: lo hace porque para Pepe la Semana Santa lo es todo.

Nació en febrero de 1954 y cuando tenía catorce o quince años su madre lo hizo hermano de Jesús en cumplimiento de una promesa. Todavía recuerdo una vieja revista de la cofradía morada que, en su sección de Pasatiempos, preguntaba cuántos roscos de Jesús se comía “El Loro” en la madrugada del Viernes Santo. Yo entonces no sabía quién era Pepe, pero la solución a la pregunta decía que se comía ¡catorce roscos!

Mi primer recuerdo de “El Loro” es el de una tarde Viernes Santo. Diluviaba. Y Pepe esperaba pacientemente, vestido con la túnica de Jesús, a ver si se formaba el guión para salir en la Procesión General. El agua, mientras, rebosaba las tulipas de su varal. Luego he conocido a Pepe. Es un hombre esencialmente bueno, con esa sencillez de los que en el fondo de su alma siguen siendo niños. También es un poco pícaro, pero arregla el desaguisado que haya podido cometer con una sonrisa tunante. Sus ojos miran la Semana Santa con la misma mirada, con la misma ilusión que tienen los ojos de los niños. Y cuando baja al Ayuntamiento ya próximos estos días grandes sonríe siempre, impaciente. Y si uno se lo pide hasta es capaz de tararear una marcha de las de toda la vida al compás que marcan sus dedos. Por supuesto sigue vistiéndose de Jesús y sigue dando buena cuenta de unos cuantos roscos. Pero ya son algunos menos, que un rato antes ha estado comiendo hornazos al terminar la procesión del Cristo de la Buena Muerte, en la que también sale y bien contento que está de ello.

¿Veis? Pepe “El Loro” es pequeño, pero su nombre está ya junto al de los grandes nombres. Porque él ejemplifica la sencilla y hermosa intrahistoria de nuestra Semana Santa, que tal vez sea su única verdad.

(Publicado en Diario IDEAL el 19 de marzo de 2008, Miércoles Santo)

miércoles, 19 de marzo de 2008

DE LAS FOTOS DEL CUADERNO



Creo que un defecto que podemos tener los que hacemos estas cosas de los blog y somos más bien torpes en el arte de la fotografía, es el de coger fotos de por ahí (la red es inmensa y hay páginas que tienen fotos buenísimas) sin que luego citemos los autores. Esto puede que me ha haya pasado a mí, y que me esté pasando, con las fotos utilizadas para estos artículos de Semana Santa. Así que de bien nacidos es ser agradecidos. Y este blog no sería nada sin las fotos de Alberto Román, Eugenio Santa Bárbara, Rafa Merelo, Amancio Caballero, Miguel Ángel Lechuga (al que no conozco, pero que hace fotos extraordinarias), Guijarro 85, Miguel Ángel Consuegra, Ann Angeliyo o Antonio Barrionuevo. La verdad es que es una pasada pasear por flickr.com y ver vuestras fotos de Úbeda y de la Semana Santa. Y como la tentación es similar a la que siente un crío frente a una caja de caramelos, pues no me he podido resistir a cogerlas y traerlas aquí. (Y sin pagar derechos de autor, que estoy temiendo que venga Ramoncín y me cobre el impuesto revolucionario.)

Bueno, pues eso, que a los que conozco muchas gracias por vuestras fotos y que a los que no conozco dobles gracias por este abuso de confianza. Seguimos viéndonos en la red.

LOS VIEJOS VÍA CRUCIS



En 1966 un grupo de jóvenes del Colegio Salesiano y de Acción Católica, fundaron la cofradía que cerró el ciclo procesional iniciado en Úbeda desde comienzos del siglo XX. Nació así la Cofradía del Cristo de la Noche Oscura que, surgida en pleno Concilio Vaticano II, sirvió para reivindicar la vigencia del mundo cofrade cuando no estaba de moda dentro de la Iglesia. Desde el primer momento la Cofradía tuvo profundas particularidades: el paso del Cristo será portado por escuadras que engloban a todos los cofrades, se inspirará en la austeridad carmelitana y se encarga a Palma Burgos una imagen basada en el mítico dibujo que San Juan de la Cruz hiciera de Cristo crucificado, el de un hombre con los miembros descoyuntados, que se asoma –derrumbado– sobre el mundo. La última particularidad –que es con la que cierra el ciclo procesional ubetense– es que su procesión, en la noche del Martes Santo, consiste en la celebración de un recogido Vía Crucis que recorre cada año diferentes calles de la ciudad.

Pero, aunque la Semana Santa de Úbeda tuvo que esperar hasta 1966 para verse coronada con tan particular e intensa celebración de las estaciones de la Pasión y Muerte de Cristo, era antigua la costumbre de celebrar Vía Crucis en la ciudad. Ya desde la fundación de aquella admirable obra de arte que fue el monasterio de San Antonio, se construyeron catorce cruces que unían el Hospital de Santiago y el convento, recogiendo cada cruz de piedra una estación. Más antiguo aún parece el Vía Crucis levantado por la extinta Cofradía de Jesús del Calvario, del que nos da breves noticias Torres Navarrete. Se levantaron las dieciséis cruces del mismo desde la puerta de Valencia hasta la ermita de Madre de Dios del Campo, en la que se veneraba la imagen del Señor del Calvario, un Cristo muerto y yacente, con retablo propio, custodiado en una rica urna de madera tallada y con un rico ajuar de prendas y adornos.

Tuvo esta imagen cofradía propia, muy antigua, que hacían su procesión de penitencia rezando las estaciones del Vía Crucis hasta llegar al santuario. No sabemos qué día se celebraba esta procesión penitencial. Parece claro que no fue durante la Semana Santa, pues el momento del Sepulcro de Cristo estaba suficientemente cubierto por la ceremonia del Descendimiento y el posterior traslado del Santo Sepulcro a la Trinidad. Esto nos lleva a pensar que muy posiblemente esta procesión de Vía Crucis –la más antigua de que se tiene noticia en Úbeda– se realizara durante alguno de los viernes de Cuaresma, como preparación para los días santos. Sabemos que desde 1803 tuvo fiesta propia en su altar. Y, sin embargo, a finales del siglo XIX debía hacer muchos años que se extinguieron tanto la cofradía como la tradición del Vía Crucis, pues Ruiz Prieto no da noticias de este Señor del Calvario.

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de marzo de 2008, Martes Santo)

martes, 18 de marzo de 2008

LA ANTIGUA VIRGEN DE GRACIA



Durante la romería de la Virgen de Guadalupe de 1983, un grupo de jóvenes romeros decidió fundar una cofradía de carácter eminentemente mariano para rellenar el hueco que quedaba en el Lunes Santo ubetense procesionando una dolorosa bajo la advocación de Virgen de Gracia. Se trataba de una advocación nueva que, sin embargo, tenía en Úbeda mucha historia detrás.

Se sabe que hasta el siglo XVIII existió una ermita dedicada a Nuestra Señora de Gracia, de la que se tienen pocos datos. Estuvo situada en el Camino de Valencia, entre los cruces de los caminos de Madre de Dios y Viejo de las Canteras, emplazándose posiblemente en lugar cercano al actual Colegio “Juan Pasquau”. Tampoco se conservan muchos datos de su fábrica: era amplia y se levantaba sobre una gran lonja, rodeada de huertos, encinas y viñedos. Debió arruinarse avanzado el siglo XVIII, pasando la imagen de la Virgen a la cercana ermita de Santa Quiteria. Se sabe, sí, que durante la epidemia de peste de 1679 fue utilizada como lazareto, en el que llegó incluso a estar recluido (hasta su traslado a la más lejana ermita de Madre de Dios) el nuevo prior del convento de los carmelitas.

¿Tuvo la ermita de la Virgen de Gracia traza gótica? ¿Se levantó en las postrimerías de la Edad Media? Es imposible saberlo, aunque se tiene la certeza de que existía en el siglo XVI, pues en fecha tan temprana como 1507 hay constancia de una cofradía organizada entorno a la imagen de la Virgen de Gracia, en esa ermita. Cofradía amparada por una de las cofradías del Santísimo Sacramento, tal vez la de la Parroquia de San Nicolás, por ser la ermita de su jurisdicción. Se desconocen también los cultos que dicha cofradía debió organizar y las fechas en que se celebraban, pero debía celebrarse alguna procesión pues en el inventario del santuario realizado el 22 de octubre de 1786, figuran dos pares de andas, amén de varias piezas de orfebrería y un rico ajuar de las imágenes de la Virgen y del Niño.

De lo que sí se tiene absoluta certeza es de que la imagen de la Virgen de Gracia no era una dolorosa. Era una imagen de gloria vestida con túnica morada y manto real bordado, que tenía en sus brazos una imagen exenta del Niño Jesús. Similar, por tanto, a la otra imagen de la Virgen de Gracia (también conocida como “de la Peña de Francia”, con cofradía propia), que tuvo capilla en el templo de los trinitarios, donde debió conservarse hasta la Guerra Civil. De la imagen venerada primero en la ermita de la Virgen de Gracia y luego en la de Santa Quiteria no se sabe nada: se la tragó la turbulenta historia del siglo XIX. Sólo el Lunes Santo de 1987 fue posible ver en procesión una nueva imagen de la Virgen de Gracia, obra de Ramón Cuadra.

(Publicado en Diario IDEAL el 17 de marzo de 2008, Lunes Santo)

domingo, 16 de marzo de 2008

TIEMPO, TIEMPO, TIEMPO



¿Vendrá la primavera? ¿Vendrán limpias las mañanas y las tardes llenas de claridad? ¿Se esconden los nubarrones –traidores– más allá de los montes? Bah, vengan los días como Dios quiera, que es lo que al final sucederá. Que mientras, se está fraguando en los corazones una melancólica ilusión porque la Semana Santa espera ahí, en la esquina misma del tiempo, que esquina del vivir es el Domingo de Ramos… Y llegan estos días henchidos de vitalidad para devolvernos al niño que fuimos –¡ah, primavera pasada de la vida!– o para recordarnos la sombra –¡oh pura sombra!– que seremos un Jueves Santo del mañana. Sí: ahí mismo aguarda la Semana Santa como nostalgia y como tristeza, como llamada para el espíritu, principalmente. Que está el alma áspera y siente de pronto un viento de humedades: es lo divino que ronda, que cerca, que llama. Que se anuncia en tambores y trompetas que rompen la quietud de la mañana.

La Semana Santa provoca en nuestro un interior una avalancha de vivencias. Pero sobre todo, nos inunda con la zozobra del tiempo. Al hacer presente a Dios –en la madera que convoca lágrimas, en la flor nueva, en los hornazos y el vaso de vino– la Semana Santa propone el tiempo como tema fundamental. El tema de la brevedad del tiempo: que por la Semana Santa adquirimos conciencia de que no somos más que un paréntesis, una raya bordada en las espumas que rompen los océanos de la eternidad sobre las playas de nuestra finitud. Nos sabremos llamados por las soledades –por la necesidad de sentirnos solos incluso entre las multitudes– para poder hablar con nosotros mismos, que ya advirtió el poeta que “quien habla solo espera/ hablar a Dios un día”. Y debajo de la túnica morada sabremos que sólo somos soledad que parlotea, tiempo gimiente que pasa sin remedio para dejar hueco y hacer sitio a los que mañana sentirán nuestra misma emoción, este cosquilleo de la sangre bajo la luna alta. Tal vez en ninguna otra época del año goza el tiempo de esta capacidad de ocupar todos nuestros afanes, que a partir del Domingo de Ramos, el tiempo –ese heraldo de lo divino– moldeará cada una de nuestras emociones.

Al cabo, las melancolías y las alegrías y las esperanzas que reviven –que nos reviven– en Semana Santa son el apunte lírico del tiempo que por nosotros ha pasado y del tiempo que sin nosotros pasará: expresión del pasado y del futuro, esas dos eternidades entre las que existimos. Que la vida es como la lágrima que surge en aquel rincón, ante aquella imagen, escuchando esa música antigua que nos cuajó el alma: llega sin avisar, sin que nos demos cuenta se escurre entre los dedos y quema luego en la profundidad que nos alienta: porque volverán – vida y lágrima– el año que viene pero no serán iguales, pues nada se repite. Ni siquiera esta Semana Santa que llega con las mismas emociones que hemos vivido –sin nosotros saberlo– hace muchas generaciones, en otra primavera… ¡Oh tiempo, tiempo, tiempo…!

(Publicado en Diario IDEAL el 13 de marzo de 2008)

jueves, 13 de marzo de 2008

SEMANA SANTA BONITA



Muchas cosas han cambiado en la Semana Santa de Úbeda desde que yo era niño y Judas llevaba, en el paso de la Santa Cena, la cara iluminada por un foco verde. Nuestros abuelos y nuestros padres –que aunque menos glamurosos y finos que nosotros no daban puntada sin hilo– tuvieron el ingenio de poner el pequeño foco verde distorsionando el rostro de Judas. ¿Motivo? Que la cara del apóstol traidor adquiriese un tono como de bilis para resaltar su maldad, aumentando el contraste entre el que vendió a Cristo y los apóstoles que miran amorosos el momento supremo de la primera consagración del pan.

Los que fuimos niños en los años ochenta, atajábamos las calles para coger sitio en la acera hacia la que miraba Judas. Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde entonces en nuestra Semana Santa. En algunas, ciertamente, hemos mejorado. Pero en otras se nos ha contagiado como una fiebre de lo refinado que nos lleva a hacer cosas casi sin sentido, por no decir un poco estúpidas. Mucho temo que en todo esto tiene que mucho que ver la cosa de “promocionar” la Semana Santa de Úbeda, de convertirla en un “paquete turístico”. Como queremos –y parece que las cofradías también queremos– que vengan muchos turistas a ver nuestras procesiones, pues las estamos “haciendo bonitas”. Ahora se lleva mucho esto de “lo bonito”: se habla bonito, se escribe bonito, se anda bonito… se procesiona bonito. Lo triste es que lo bonito suele estar huero: bien está que concejales, empresarios y comerciantes quieran convertir la Semana Santa en un parque temático procesional, para mayor regocijo de turistas… ¡pero que hayamos entrado en este juego los cofrades! Yo, por ahora, seguiré vistiéndome de morado para encontrarme conmigo el Viernes Santo, no para que me fotografíe ningún turista somnoliento.

Es así: vamos hacia “la procesión bonita” y para ello son necesarios horarios y recorridos “bonitos”. Por eso se han puesto de moda la noche y la calle estrecha, definitivamente. Ahora todos queremos que nuestra procesión tenga su cuota de horas sin luz y su trocito de callejón. La Santa Cena –que es lo que toca en esta Revista– ya descubrió lo mona que queda la procesión en la calle estrecha cuando decidió que no era bonita por las calles Nueva, Sagasta o Ancha –¿hay alguna calle de Úbeda más hecha para las procesiones que la calle Ancha?–. Cierto es que se vio obligada a ello para no alargar su recorrido horas y horas (cosa que también está muy de moda en nuestra Semana Santa: ya que hacemos las cosas bonitas, pues que duren mucho) porque según parece le dieron en las narices con las puertas de El Salvador. ¡Y bien que lamentamos algunos que se perdiera aquel momento mágico, en que la soledad de la noche llenaba la plaza de Santa María con el aire primero y niño y elevado de la noche del Jueves Santo, mientras las trompetas vibraban en la caja de resonancias de la historia que es esa plaza!

Independientemente de estos apuntes realizados a modos de ejemplo, creo que es necesario y urgente que las cofradías de Úbeda se sienten a pensar, a reflexionar. Es necesario hacer un alto en el camino de la transformación, no ya para detenerla –cosa, ay, imposible– sino para, al menos, pensarla. Hasta ahora se han hecho cosas al tuntún, simplemente porque “son más bonitas”. Y así, hay cofradías que han desfigurado absolutamente lo que venían siendo. Por no hablar del destrozo que se ha hecho con el Viernes Santo, que era un día en que las procesiones cuadraban un espíritu particular, un día con un sentido profundo, unitario, digno de estudios más amplios por su particularidad visual y sonora.

¿Hay que cambiar horas, recorridos, duraciones, sonidos, estéticas? ¿Hay que llevar las procesiones a los callejones y repartir equitativamente las horas de la noche para que todos tengamos un pedacito de oscuridad? Vale, háganse todos los cambios que se quieran, los que se consideren necesarios. Pero háganse con serenidad y con cabeza. Siempre he pensado que, digan lo que digan algunos, la Semana Santa de Úbeda era una manifestación social, cultural y religiosa con una íntima, profunda estructura antropológica. Si esa estructura ya no se considera adecuada –porque sirve poco a la oferta turística– cámbiese: pero cámbiese por otra estructura, no por un manojo de ocurrencias.

(Publicado en COMPARTIR, Época II, Nº XIV, marzo 2008)

martes, 11 de marzo de 2008

LOS MÍOS



¡Cómo pasa el tiempo! Lo pensaba esta mañana, mientras me preparaba para irme a trabajar. A las siete menos diez he sentido un escalofrío: un poco después de esa hora, hace cuatro años, Iñaki Gabilondo cortaba la desconexión de la SER de Andalucía para informar de que habían explotado varios trenes en Madrid. ¿Podremos olvidar todo lo que aquella mañana removió en nosotros cada vez que la radio o Internet daban un número nuevo, y mayor, de muertos? ¿Podremos alguna vez olvidar aquel nudo en la garganta que tuvimos todo el día y las imágenes terribles que presenciamos?

Hace cuatro años hacía un día como hoy: gris, frío. Yo entoces me dediqué a llamar a mi hermano, a mis amigos de Madrid, a comprobar que todos estaban bien. Porque las bombas son ciegas, porque yo mismo, un año antes, había vivido durante tres meses justo enfrente de los andenes de Atocha en que reventaron los trenes. Y de eso han pasado cuatro años.

Pensar en aquel día me convence de que al final la gente corriente (o sea, nosotros) está sola en esto del vivir. ¿Importa realmente quién gane o quién pierda elecciones? Cuando yo era joven me emocionaba pensando que "ganaban los míos". Ahora he descubierto que los míos se levantan a las siete de la mañana, que echan mil cuentas para llegar a fin de mes, que ven con preocupación como se degrada la escuela a la que llevan a sus hijos. A los míos le da igual quién gane o quién pierda, porque al final ellos tienen que seguir viviendo, solos, sin que ningún gobierno les pague su hipoteca o la guardería de sus hijos o sin que nadie les suba el sueldo o evite que su jefe la eche cuando se quede embarazada. Los míos fueron los que se quedaron en las entrañas de Madrid hace cuatro años, los que el domingo fueron a votar con desgana, sin ilusión, sin esperanza. Los demás, pudieron ser los míos ayer, cuando era joven, pero ya no, que anda el alma como el día, con nubarrones.

Eso, quede claro, no significa que las elecciones del domingo no me hayan dado unas cuantas alegrías. La primera el batacazo de ERC: dice mucho de un pueblo tan sensato como el catalán que hayan mandado a los incendiarios a la caverna. La segunda alegría el hundimiento de IU, otro grupo de radicales que todavía no han aprendido a aterrizar en la realidad de la gente. La tercera el triunfo de UPD: ojalá y se consolidara como referente de una izquierda españolista para el futuro, aunque fuera entre una minoría. Por lo demás, pues eso: que el bipartidismo no es tan malo como algunos quieren hacernos creer, ni tan antidemocrático. Y que lo ideal sería un sistema político fundamentado en PSOE y PP más el centro sensato, moderado y moderador de UPD. Eso más o menos han venido a decir los míos el domingo: que los de las poltronas se dejen de amiguitos raros y de iluminados, que hablen y se pongan de acuerdo. Que España es algo demasiado importante como para dejarla en manos de unas minorías ciegas y sordas pero no mudas, aunque los míos ya dijeron el domingo que están hartos de oír tonterías.

domingo, 9 de marzo de 2008

DE FORGES A JAVIER MARÍAS: A VOTAR



Me ha gustado mucho el artículo de Javier Marías hoy en El País Semanal. Porque resume el estado de (des)ánimo de una amplia multitud de españoles. El artículo que anima a votar a los desanimados encuentra complemento en la viñeta de Forges. Arriba está la viñeta, aquí un par de joyas del artículo:

"El panorama es desalentador, lo reconozco, para los incedisos y para los que sienten una general aversión. Quizá la única posibilidad resida en algo elemental: aunque todos me desagraden, voy a votar a los menos locos, a los menos incongruentes, a los que me parezcan menos aventados."

"Se lo ruego, por la cuenta que nos trae: vayan todos a votar a alguien, al que les dé menos rabia o les parezca menos chiflado. Recuerden el dictamen de Faulkner: Entre la pena y la nada, elijo la pena. Pues eso. Sobrepónganse, y anímense."

A VOTAR



Siempre he estado convencido de que votar es una obligación moral, a más de un deber como ciudadanos. Y lo es, porque durante muchos años en este país no se podía votar, porque mucha gente en este país se murió sin poder votar o dio la vida para que hoy podamos votar. Por eso creo que es importante votar: y en España, donde tan cercanos quedan los años de la infamia, más importante, más necesario, más obligatorio.

Pero además, hoy, votar, es casi un imperativo: nos lo ha pedido Sandra Carrasco, la hija de Isaías Carrasco, la última víctima de los hijos de puta de ETA. En el gesto de esa muchacha de veinte años que intentó tapar con sus manos las heridas por las que se escaba a chorros la vida de su padre, en ese gesto de salir antes de que su padre hubiera sido enterrado a pedirnos que acudamos a votar, ahí hay una valentía cívica digna de todo elogio. Valentía: esas sencillas palabras son la valentía, el ejemplo de lo que es ser valiente, honradamente valiente. Lo otro, lo de los asesinos, lo de llegar por la espalda y descerrajar cinco tiros en la nuca de una persona indefensa, eso no es de valientes, no, eso es de miserables, de personas que deberían haber muerto nada más nacer. Pero ya lo sabemos: la muerte es injusta y siempre es corto el tiempo de la vida de los justos mientras los cabrones tardan años y años en morirse. Por cierto, ¿ha escuchado alguien al obispo Setién abrir la boca después de este atentado? ¿Repartirán mañana los obispos una nota episcopal en las iglesias criticando a este obispo criminal? ¿Tendrá Setién mañana la cobardía de subirse a un altar y consagrar el Cuerpo de Cristo? Ya lo hemos dicho: que injusta es la muerte.

Volviendo a lo de votar: hoy hay que votar. Hay que votar por los que no pudieron hacerlo durante muchos años. Hay que votar por Isaías Carrasco. Hay que votar porque así nos lo ha pedido su hija. Hay que votar lo qué sea, lo qué se quiera: al PSOE, al PP, a IU NO (más que nada porque en Mondragón gobierna con los criminales de Batasuna, en coalición, sin que a esta panda de descerebrados que se llaman de izquierdas se les caiga la cara de vergüenza), a Zapatero, a Rajoy, a Llamazares NO (por lo mismo, por consentir que aún dure ese pacto con los asesinos), a Chaves, a Arenas, a los andalucistas, a Julián Álvarez, a UPD, a Rosa Díez, al SAIN, a Ciutadants, hay que votar en blanco, o meter una papeleta por Santa María o una foto de la Pataky o un poema de Machado. Lo qué sea, lo que cada uno quiera, cómo cada uno quiera, pero hoy, tal vez más que nunca, hay que votar, para que no se escuche más la voz de las pistolas. Es nuestra obligación como personas decentes, como hombres y mujeres de bien, como patriotas.

sábado, 8 de marzo de 2008

LA TERCERA ESPAÑA O LA HORA DE LOS MODERADOS



Juan Marichal es uno de los últimos herederos de la tradición liberal española. En El secreto de España –obra fundamental– estudia la vitalidad y presencia de la España liberal, que es imprescindible para entender la vertebración ética de una idea de España de carácter progresista. Esta España es desconocida para la mayoría de los españoles: el franquismo se apropió de la idea de España y la izquierda –en una traición sin precedentes a su propio pasado– dio por buena esta apropiación. Esto hace que aún hoy siga siendo problemático para muchos ciudadanos ser de izquierdas y reclamarse profundamente españoles. Y ello, pese a que son estos ciudadanos los que expresan la mejor herencia intelectual española. Porque como señala Juan Marichal, desde 1812 hay un río subterráneo –pero muy fecundo– que ha dado lugar a una concepción de España basada en la renovación ética, en el laicismo (que no en el odio a lo cristiano), en el europeismo (pero también en el iberismo). En este ideal cristalizaron en su día los mejores afanes regeneracionistas del país. Y así, es posible identificar en esta “tercera España” nombres como los de la familia Machado, Giner de los Ríos, Unamuno, Azaña, Indalencio Prieto, la Institución Libre de Enseñanza o Fernando de los Ríos. Hombres situados entre la socialdemocracia y el liberalismo, en una confusa frontera ideológica en la que concurren muchos ideales de lo que hoy puede reclamarse como “centro político”. Hombres, sobre todo, dotados de un hondo sentido patriótico, de un profundo y crítico amor a España.

El sistema político español adolece de dos graves anomalías. La primera, la ausencia de un gran partido de centro nacional que pueda ejercer el papel de moderador y bisagra entre PSOE y PP. La desaparición del CDS en 1991 pulverizó las posibilidades de centrar la política española y abrió las puertas al papel dominante –profundamente distorsionador y crispador– que vienen jugando los nacionalismos radicales y minoritarios –PNV, ERC, BNG, una CiU cada día más descentrada– desde 1993. La segunda, es la ausencia de un partido de izquierdas articulado en todo el territorio nacional, con sentido patriótico al estilo del Partido Socialista francés o del Partido Socialdemócrata Alemán. ¿Qué ha generado esto? Pues la aparición de una masa creciente de ciudadanos que se sienten hastiados, bien porque ven como las minorías nacionalistas condicionan los términos generales de la política del país, bien porque sienten que carecen de un partido al que recurrir ante los guiños nacionalistas del PSOE y ante la huida del PP hacia posiciones del populismo más derechista de Europa. Esta masa crítica de ciudadanos, que se siente huérfana políticamente y desorientada, conforma ese voto oculto que cada vez es más difícil detectar y que, elección tras elección, acude a votar desde el absoluto desánimo.

Y en esto, irrumpe en la política española Unión, Progreso y Democracia. UPD es un partido auspiciado o respaldado por intelectuales: Fernando Savater, Álvaro Pombo, Muñoz Molina, Vargas Llosa, Boadella… No es nueva la irrupción de los intelectuales en la vida política española: ya resultaron imprescindibles durante el primer tercio del siglo XX, participando en la política activamente –de manera individual, en la Agrupación al Servicio de la República, en las filas del PSOE o de los partidos republicanos–. En 1927 Ortega señalaba que “España es el único país donde los intelectuales se ocupan de la política inmediata”. Por lo tanto, planteamiento de UPD no es nuevo y lo que hace es devolver a los intelectuales a la ocupación de la política del día a día.

Ahora bien, ¿cuáles son las posibilidades reales de un partido como éste? Simplemente UPD carece de viabilidad en las zonas “rurales” del país, donde los partidos dominantes ejercen un poder omnímodo, pero puede ser una opción con futuro en las zonas urbanas, en las que se concentra esa masa de ciudadanos críticos y desencantados. Estos ciudadanos pueden compartir con el PSOE sus políticas sociales, pero no se sienten identificados con sus flirteos nacionalistas; rechazan las posturas del PP en temas como los matrimonios homosexuales o la investigación con células madre, pero lo ven con más capacidad para oponerse a la escalada nacionalista. Se encuentran, en definitiva, perdidos en ese espacio hasta ahora vacío, indeterminado y situado entre PSOE y PP. Son ciudadanos de clase media ilustrada y sienten la necesidad de reivindicar su condición de españoles sin que ello les suponga tener que romper con un ideal político más bien progresista y laico. Ciudadanos moderados, de centro, muy próximos al ciudadano tipo europeo, son ellos los que el domingo pueden hacer de UPD la gran sorpresa de las elecciones. ¿Circunscripciones en las que esta masa crítica de votantes puede resultar determinante? Sobre todo Madrid y Barcelona. Pero no hay que perder de vista los resultados que puedan tener lugar en algunas capitales de provincia o en ciudades de tipo medio: seguramente esos votos no se traducirán en escaños, pero darán una idea aproximada de la extensión de un sentimiento cívico en que el cansancio parece dispuesto a traducirse en un plan de futuro. Para estos ciudadanos UPD es una opción de normalidad política, pues consideran anormal –y desde el punto de vista europeo lo es– sentirse de izquierdas y no poder reivindicar plenamente su condición nacional española. Desde una concepción más netamente instrumental, UPD puede ser la opción de muchos ciudadanos cansados de que su voto sea mediatizado por los partidos nacionalistas a la hora de conformar mayorías parlamentarias.

UPD no parece una mera aventura ni un mero proyecto de protesta, como pudo ser Ciutadans. Parece que han venido para quedarse. Desde luego sería sano –muy sano– para una democracia viciada por un sistema electoral absolutamente tendencioso que un proyecto como el de UPD pudiera expanderse y consolidarse, ya que eso implicaría una disminución sustancial del poder que vienen ejerciendo las fuerzas nacionalistas. Pero además de esta condición de sana herramienta de centralización y estabilización del sistema, en el partido auspiciado por el filósofo Fernando Savater y ejemplarizado en Rosa Díez es posible encontrar una profunda carga histórica. Porque algunas de las ideas desplegadas por UPD (el fin de los privilegios vascos y navarro, el cierre del modelo autonómico, la sana y necesaria devolución de las competencias educativas y sanitarias al Estado) no hacen, en realidad, sino culminar intelectualmente el proceso revolucionario que el siglo XIX dejó inconcluso en España, de lo que se derivan gran parte de nuestros problemas.

UPD es un crisol en el que confluyen una larga tradición histórica e intelectual española. Su caso supone un apasionante objeto de estudio, en la medida en que resucita una constante de nuestra historia: la presencia del mundo del pensamiento en el ámbito de la política cuando aquél ha considerado que éste alcanza cotas intolerables de degradación. Sólo en la noche del domingo podremos saber si será necesario realizar estudios más complejos sobre el fenómeno UPD y sobre la cristalización de un corpus civil y crítico entre las clases medias liberales y españolistas.

(Publicado en Diario IDEAL el 7 de marzo de 2008)

viernes, 7 de marzo de 2008

LA NIÑA NO VOTA



Ya sabemos que Rajoy quiere una niña que hable idiomas, que tenga un trabajo en el que no se gane la mierda que ganan ahora las niñas de hace veinte años, que tenga piso y una familia y que sea, en definitiva, más feliz que un pincho. ¡Y además será heraldo de la libertad!, que ya me imagino yo a las mujeres de dentro de treinta años vestidas de maceros pregonando libertades. El caso es que oía esto –otra vez– mientras teníamos en casa a María del Mar, la hija de unos amigos. Apenas tiene año y medio y si pudiera votar el domingo lo mismo hasta votaba a Rajoy, que por prometer le ha prometido ya hasta la pensión. Pero María del Mar no votará el domingo y sus padres seguirán más o menos como todas las parejas con hijos de este dichoso país: justos y apretados, que cuando el mes pasa del día 10 ya no es una hoja sobre el almanaque sino una cabronada.

¿Por qué los políticos pueden decir todas las tonterías que llevan diciendo desde que comenzó la “precampaña”? Muy fácil: porque nos tienen calados y porque es difícil que los votos cambien nada. Por eso los grandes partidos se dedican a pedir “el voto útil”. ¡El voto útil! He ahí el invento más repugnante en un sistema democrático. Porque, vamos a ver: si se pide el voto útil es porque hay votos inútiles. Y si hay votos inútiles, ¿de verdad todos los ciudadanos somos iguales? Digámoslo a las claras, sin retóricas: sí hay votos inútiles. Absolutamente inútiles. De igual manera que no todos los votos valen lo mismo: un voto en Soria o en Teruel vale infinitamente más que un voto en Barcelona o en Madrid. Y un voto del PNV o de ERC vale más que uno de IU. Esto es así de claro. ¿Qué no se lo creen? Pues pregúntenle a este injusto sistema electoral que tenemos y que es una trampa de principio a fin: como PSOE y PP lo saben no lo van a cambiar en la vida. Este sistema les permite mantener prietas las filas (“el que se mueva no sale en la foto”), les permite que los votos de sus votantes valgan más que los del resto (excepción de los votos nacionalistas, que son los que más valen) y les permiten recurrir a la trampa del voto útil. Por eso, cada campaña electoral repiten la cantinela de que no hay que tirar el voto.

Todo esto está muy bien. Pero yo sigo pensando que el voto inútil tiene un halo romántico: es como un clavo al que agarrarse para seguir soñando. Aunque luego el huracán de las urnas abiertas se trague el humilde gesto de la papeleta que para nada servirá. Pensaba esto ayer, mientras miraba a María del Mar durmiendo. Y me convencí de que tal vez la promesa más fácil de realizar en la campaña está sin hacer: que mañana, cuando sea María del Mar una mujer, cuando vote lo que le venga en gana, su voto tenga valor, que sirva para algo, que no sea un voto inútil. Lo de los idiomas y los sueldos y demás no se lo cree ni Dios y cambiar el voto para que valga no le conviene ni a Rajoy ni a ZP. Apañaos estamos.

(Publicado en Diario IDEAL el 6 de marzo de 2008)

miércoles, 5 de marzo de 2008

DIOS EN LO PEQUEÑO -Reflexiones sobre la fe y el laicismo-



Habrá quien se pregunte si es correcto mirar el mundo desde la desesperanza y el desencanto. No sé, pero lo cierto es que no ofrecen nuestros días muchas oportunidades para la felicidad ni para el optimismo. Es como si viviéramos un tiempo agotado en el que todo parece diluirse, desdibujarse, confundirse: como si cada momento cayeran gotas de lejía sobre el carboncillo de la vida. Y sin embargo, tenemos que encontrar asideros para el alma: porque no se puede vivir eternamente sobre los restos del naufragio, que es el único programa de futuro que nos ofrece nuestro tiempo histórico.

Y es aquí, en este laberinto, donde tiene sentido la fe. Pero la fe es algo que daría para mucho más que para este artículo. Apuntalemos, pues, sólo unas cuantas reflexiones sobre ella.

Por ejemplo, no creo que la fe que ofrece la jerarquía eclesiástica española sea un tablón sobre el que levantar un ímpetu del alma: la tormenta es demasiado fuerte y poco consuelo encuentran los tormentos del espíritu en esas manifestaciones partidistas, sectarias, radicales. Allí, la sensación de pérdida, de orfandad es mayor aún, como si la Iglesia hubiera desandado todo el camino que trabajosamente desbrozó el cardenal Tarancón: abrir las manos y tender puentes. Cuando veo a los cardenales y los obispos clamar contra el laicismo, no me viene a la mente la fe pequeña en que busco mis esperanzas y en la que construyo mis refugios: las plazas abarrotadas desde las que claman las sotanas serias y circunspectas se me figuran una tribu asiática que llama a la lucha contra los infieles, no la Iglesia del Jesús de las Bienaventuranzas.

No hay otra sinceridad posible para ser cristianos que vivir nuestra fe en lo íntimo de los corazones: y para ello, el laicismo –que algunos repudian confundiéndolo con odio a la religión– es imprescindible. Porque la fe, la creencia en lo divino, puede ser algo maravilloso cuando se siente en las noches infinitas frente a las constelaciones y el océano, cuando nos sabemos pequeños y nos sobrecoge lo inabarcable del universo. Pero puede, por el contrario, convertirse en algo peligroso –piedra o quijada que levantar contra el hermano– cuando se pretende con ella construir un espacio social o político que rija los destinos de los que creen, de los que creen en otros dioses y de los que no creen en ninguno.

Allá yo con mi fe: allá el vecino con la suya. Es eso lo que nos dice el laicismo, esa es la profunda invitación a vivir más intensamente como creyentes. Porque el laicismo nos ofrece, definitivamente, la oportunidad de alcanzar la mayoría de edad de nuestra creencia: el laicismo nos deja en íntima comunión con nuestra fe, sin intermediarios, sin apoyos externos, solos Dios, nosotros y nuestro credo en el fondo de nuestras conciencias.

El laicismo nos dice que no necesitamos al Estado para creer. Ni los impuestos, ni las escuelas. Ni ejércitos que nos protejan o que expandan nuestra fe. El laicismo nos ofrece la oportunidad de dar a Dios lo que de Dios es sin negar al César lo que al espacio cívico de convivencia corresponde. A Dios, las dudas, las certezas, el alma, las melancolías de Semana Santa... al César el compromiso político, los deberes cívicos, el respeto a las ideas de los demás. ¿Contra qué laicismo, pues, clama la jerarquía, contra qué ataques, contra qué persecución?

No siento mi creencia –frágil creencia, temblorosa creencia– amenazada. Porque la mía es una fe que se aleja de las multitudes y de los altavoces, que se refugia en la memoria y en el espíritu para crecer. Una fe que busca a Dios en lo pequeño y que mira en dirección de lo profundo para encontrar argumentos. No sé si podremos construir una fe compartida y común, pero si esto es posible sólo puede ser a base de sumar vivencias, interrogantes, dudas.

Me gusta pensar como un creyente en la frontera: el que no duda no cree, que dijo Unamuno. Porque estamos siempre en la frontera de algo, que la vida es territorio fronterizo entre la nacimiento y la muerte. Los hay que han levantado castillos de certezas sobre rocas de seguridad: dudo que tengan el alma esponjosa y tierna. Más bien deben tenerla reseca y cuarteada, por no ejercitarla. El alma se ejercita en las emociones, en la vibración de los sentimientos: hay que zarandear al alma con las dudas que vienen de la visión del mal del mundo para que se fortalezca y crezca.

Mi fe –que es insegura y siente los azotes lacerantes de la duda– se refugia a menudo en sus vivencias. En sus mejores vivencias: algunas de ellas están en los días de Semana Santa.

He sido un niño y un adolescente y un joven y me hecho adulto delante de la puerta sur de San Isidoro, una tarde de Jueves Santo. Por el Rastro he visto vibrar las trompetas anunciando la tragedia del látigo sobre la espalda de Dios, y me metido apretujado con la gente emocionada por la calle Gradas para coger sitio antes de que el sol anuncie la media tarde y la nostalgia elevada. Y en el Claro Bajo –la primavera declinando apuntes líricos en los naranjos– he sentido como se elevaba la fe sobre un silencio primero, sobre un vendaval de incienso luego, sobre el olor de la flor y la música temblorosa unos instantes después. Y allí me han venido recuerdos, y allí he tejido una melancolía y allí he anhelado ser recuerdo de mis hijos y mis nietos un Jueves Santo en el que no estaré, y he vivido y sentido las campanas del espíritu tocar a rebato, ofreciendo una plegaria de dudas y naufragios. Entre la niebla estaba Dios –sereno rostro de un Dios ultrajado–, como entre las azucenas se queda una certeza diminuta, un hilo débil que cose el corazón antes de que un definitivo desasosiego lo desgarre para siempre: el “Desconsuelo” nos ha dicho muchas veces que no todo pasa. Se hace camino al andar, pero el Jueves Santo andamos un camino de emociones cardenales que otros ensayaron antes que nosotros, en el que otros han dejado su cabeza reclinada, mirando en la dirección de la tarde por entre las filas larguísimas y silenciosas de los penitentes de La Columna.

En esa belleza de lo pequeño, de los recuerdos que reconstruye cada Jueves Santo el taller de nuestro espíritu, allí cifro mi fe, mi esperanza, mi credo. Es ahí donde está el Dios que enjugó las lágrimas de la mujer adúltera y lloró ante el sepulcro del amigo Lázaro, el Cristo que se embelesó ante el canto de los pájaros y el traje de los lirios, el Dios que despreció a los mercaderes de la fe y se enterneció con la limosna de la viuda. Allí –cada Jueves Santo– en mis recuerdos y mis soledades, encuentro un evangélico Cristo de lo pequeño, que es más amor que el Jesús juzgador y despreciador de las concentraciones episcopales.

(Publicado en LA COLVMNA, núm. 13, febrero 2008)

CIUDADANITIS



Durante cuatro años hacen de payasos, tenores y jabalíes, que son las tres figuras del político según Ortega. Y se arrojan nacionalidades y lenguas, estatutos, banderas, terroristas y asesinados, etas y onceemes. Donde ayer decían digo hoy dicen –tan panchos– diego y lo que en la oposición critican, en el gobierno lo plasman en el BOE y viceversa. Desde que toman posesión de su escaño hasta que se disuelven las Cortes, se vacunan contra los problemas de los ciudadanos y se vuelven inmunes a lo que pasa en la calle: no van con ellos ni el pan que sube ni los sueldos que menguan, porque están muy aplicados en ponerse una indemnización por si no repiten en la biboca parlamentaria.

Pero un día, como por arte de birlibirloque, se ponen enfermos de ciudadanitis, igual que algunos sufrían mamitis en el campamento, cuando yo era niño. Esta enfermedad de los políticos suele coincidir con la campaña electoral, que es cuando mayormente van a los mercados a ver por cuánto salen los tomates, a los tajos a calarse un casco o a los colegios a hacerse fotos con las criaturas embrutecidas por el sistema educativo que ellos votaron. En cuanto agarran el virus de la ciudadanitis les salen las promesas como disparadas con una metralleta epiléptica. Uno le va a dar seiscientos –euros, no libros– a los zangalitrones del Bachillerato, para que les salga gratis el botellón, que va en un lote de mejora junto con condones gratis. Éste va a abrir no sé cuántas miles de guarderías y a plantar árboles como quien siembra habas. Aquél nos conecta gratis a Internet y regala pisos. Todos subirán las pensiones y bajarán los impuestos, faltaría más, sobre todo los impuestos de los ricos, que son los que más bajan. Lo único que les falta es explicarnos cómo van a cuadrar las cuentas cuando este maná llueva a espuertas si todos pechamos menos. Esa explicación se la saltan ahora, que luego, cuando no vengan los euros prometidos y las copas sigan siendo de garrafón, se matricularán los políticos en la asignatura que más les gusta, que es la de bajarse los calzones ante bancos y eléctricas. Y entonces saldrán con la cantinela de que si el ciclo, que si la contención salarial, que si la inflación… Volverán marciales a la ortodoxia económica –que es una dictadura invisible que padecemos los de la murga los currelantes– y olvidarán su simpatía electoral. La ciudadanitis es una enfermedad que se cura pronto: si alguien se cruza con un político besucón que no lo lleve a urgencias, que sanará sin tratamiento en cuanto se abran las urnas.

Tierno Galván dijo que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas. Llevaba razón: son meras ocurrencias de los políticos para tener entretenido al personal. Porque el personal –o sea, nosotros– es esencialmente lelo. No lo digo yo, que nos lo advirtió hace unas semanas Manuel Alcántara: “No es que sospechen que los electores somos tontos: es que lo han comprobado en muchas ocasiones.” Palabra de Alcántara, amén.

(Publicado en Diario IDEAL el jueves 28 de febrero de 2008)

martes, 4 de marzo de 2008

AGRADECIMIENTO



El sábado por la noche estaba más bien nervioso, sobre todo cuando la impresora se quedó sin tinta y no pude imprimir el texto definitivo de la Exaltación. El domingo por la mañana estaba más bien nervioso, pero se calmó la cosa al llegar al Hospital de Santiago y ver allí a mis amigos. El rato que pasamos comiéndonos el rosco de Jesús calmó los nervios y luego, en el escenario, aunque emocionado a ratos la cosa se dio mejor de lo que yo pensaba. Pero después de todo esto, me siento abrumado.

Es cierto, porque no creía yo que la Exaltación iba a tener la repercusión que ha tenido. Sentirse querido es algo que siempre emociona, y al leer los mensajes en el foro o en el blogs de Medina, es así como me siento. Y abrumado. En fin, que tenía que dar muchas gracias y lo mejor es, creo, hacerlo aquí, donde queda constancia.
Gracias a la Cofradía de La Sentencia, por supuesto, por la confianza que depositaron en mí para este papeletón. Por lo que veo –eso me hace feliz– no han salido defraudados.

Gracias, desde luego, a María Luisa, que ha soportado muchas horas sola mientras yo preparaba la Exaltación. Y a mis padres y a Lina y a Flori, por estar allí.

Gracias a Leo. Como los motivos son obvios, sobran las palabras.

Gracias a todos mis AMIGOS, que estuvieron ese día en el Hospital de Santiago desde bien temprano (bueno, algunos como Marcos menos temprano), calmando nervios. Gracias también por los abrazos de después: no los olvidaré nunca, nunca olvidaré vuestra emoción, vuestro agradecimiento sincero. Gracias a Alfonso y María del Mar, a Pepe y Maria, a Manolo Rus, a Adrián e Inma, a Rafa Bellón, a Miguel Pasquau, a Rafa Merelo, a Eugenio Santa Bárbara, a Alfonso Donoso, a Claudio, a Juan Ángel, a Marcos, a Luis Carlos Arriaga, a Antonio Montesinos, a Paco Polo, a Pedro Barella, a Irene y Fran, a Antonio del Castillo, a Ramón Martínez, a TODOS los hermanos de La Sentencia… en fin, a todos los que ese día estuvieron allí, a los que han escrito en el foro y también a los que seguro que se me pasan. Os quiero tanto como vosotros a mí, seguro.

Gracias sobre todo a Julián: no sabe cuántas cosas me recordaron sus lágrimas cuando me abrazó.

Gracias a Alberto por su noticia hoy en Ideal.

En fin, que gracias a todos y que os debo una. Y que no sigáis poniendo mensajes en el foro, que me pongo colorado cuando los miro.