¡Cómo pasa el tiempo! Lo pensaba esta mañana, mientras me preparaba para irme a trabajar. A las siete menos diez he sentido un escalofrío: un poco después de esa hora, hace cuatro años, Iñaki Gabilondo cortaba la desconexión de la SER de Andalucía para informar de que habían explotado varios trenes en Madrid. ¿Podremos olvidar todo lo que aquella mañana removió en nosotros cada vez que la radio o Internet daban un número nuevo, y mayor, de muertos? ¿Podremos alguna vez olvidar aquel nudo en la garganta que tuvimos todo el día y las imágenes terribles que presenciamos?
Hace cuatro años hacía un día como hoy: gris, frío. Yo entoces me dediqué a llamar a mi hermano, a mis amigos de Madrid, a comprobar que todos estaban bien. Porque las bombas son ciegas, porque yo mismo, un año antes, había vivido durante tres meses justo enfrente de los andenes de Atocha en que reventaron los trenes. Y de eso han pasado cuatro años.
Pensar en aquel día me convence de que al final la gente corriente (o sea, nosotros) está sola en esto del vivir. ¿Importa realmente quién gane o quién pierda elecciones? Cuando yo era joven me emocionaba pensando que "ganaban los míos". Ahora he descubierto que los míos se levantan a las siete de la mañana, que echan mil cuentas para llegar a fin de mes, que ven con preocupación como se degrada la escuela a la que llevan a sus hijos. A los míos le da igual quién gane o quién pierda, porque al final ellos tienen que seguir viviendo, solos, sin que ningún gobierno les pague su hipoteca o la guardería de sus hijos o sin que nadie les suba el sueldo o evite que su jefe la eche cuando se quede embarazada. Los míos fueron los que se quedaron en las entrañas de Madrid hace cuatro años, los que el domingo fueron a votar con desgana, sin ilusión, sin esperanza. Los demás, pudieron ser los míos ayer, cuando era joven, pero ya no, que anda el alma como el día, con nubarrones.
Eso, quede claro, no significa que las elecciones del domingo no me hayan dado unas cuantas alegrías. La primera el batacazo de ERC: dice mucho de un pueblo tan sensato como el catalán que hayan mandado a los incendiarios a la caverna. La segunda alegría el hundimiento de IU, otro grupo de radicales que todavía no han aprendido a aterrizar en la realidad de la gente. La tercera el triunfo de UPD: ojalá y se consolidara como referente de una izquierda españolista para el futuro, aunque fuera entre una minoría. Por lo demás, pues eso: que el bipartidismo no es tan malo como algunos quieren hacernos creer, ni tan antidemocrático. Y que lo ideal sería un sistema político fundamentado en PSOE y PP más el centro sensato, moderado y moderador de UPD. Eso más o menos han venido a decir los míos el domingo: que los de las poltronas se dejen de amiguitos raros y de iluminados, que hablen y se pongan de acuerdo. Que España es algo demasiado importante como para dejarla en manos de unas minorías ciegas y sordas pero no mudas, aunque los míos ya dijeron el domingo que están hartos de oír tonterías.
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