El 24 de marzo de 1978 era Viernes Santo. Ese día murió –viendo pasar al Jesús Nazareno de sus amores– Juan Alvarado, el presidente de la Cofradía de Jesús Resucitado que fue enterrado con su túnica morada de Jesús. Unos años antes, en 1972, procesionó por vez primera la Virgen de la Paz, obra de su hijo Bartolomé Alvarado. Y ello no sin polémica, pues el cura de San Nicolás montó en cólera cuando vio aparecer con faldas más cortas de lo normal (!) a la hermana y la cuñada de Bartolomé, ataviadas de mantillas para acompañar a la Virgen. Se marchó el cura y se celebró la procesión: hace ya treinta y seis años que la Virgen de la Paz forma parte de la mañana del Domingo de Resurrección, pese a aquellas faldas cortas y pese al cura ultramontano.
Sin embargo, Bartolomé Alvarado ha sido un autor sin mucha predicación en su ciudad. Ya sabemos que nadie es profeta en su tierra, pero el caso de Alvarado sorprende especialmente. En los últimos años ha seguido una importante línea ascendente que ha llevado sus imágenes –principalmente marianas– a muchas ciudades españolas. Su creciente predicación fuera de las frías fronteras ubetenses queda consolidada con la presencia de uno de sus Cristos e imágenes secundarias en la importantísima Semana Santa de León. Mientras, en Úbeda se cernía el silencio sobre su persona, cuando no cierto desprecio: bastaba con que algo fuera de Bartolomé Alvarado para que se le quitase todo valor.
Así ocurrió, por ejemplo, con las imágenes de San Juan y la Verónica de la cofradía de Jesús Nazareno. Esta hermandad venía procesionando –con más pena que gloria– unas imágenes de Vicente Bellver que le importaban poco a los hermanos de Jesús. Pero cuando en 2005 se decidió cambiar esas imágenes por dos bellas tallas realizadas y donadas por Bartolomé Alvarado, fueron muchos los que descubrieron una repentina devoción hacia las viejas imágenes, imputando toda clase de imperfecciones a las de Alvarado, que pese a todo –y por suerte– son las que ahora procesionan el Viernes Santo detrás de Jesús. Esta anécdota ilustra la poca consideración que este pintor e imaginero ha encontrado entre sus paisanos: si el nuevo San Juan y la nueva Verónica hubieran venido de las tierras bajas de Andalucía el cambio habría sido magnífico.
Seguramente en la obra de Alvarado es posible encontrar felices hallazgos y realizaciones más mediocres: más o menos como todos los artistas. Pero lo que es indiscutible es su maestría en la elaboración de imágenes de la Virgen, a más de su dominio del arte de pintar. O su maestría vistiendo imágenes. Sea lo qué sea, el caso es que esta mañana de la Pascua florida volverá a procesionar por las calles de Úbeda aquella Virgen que Alvarado realizó siendo un joven discípulo de Palma Burgos. Su mejor discípulo. Y no diremos que en ocasiones el discípulo ha superado al maestro para que nadie se ofenda.
Sin embargo, Bartolomé Alvarado ha sido un autor sin mucha predicación en su ciudad. Ya sabemos que nadie es profeta en su tierra, pero el caso de Alvarado sorprende especialmente. En los últimos años ha seguido una importante línea ascendente que ha llevado sus imágenes –principalmente marianas– a muchas ciudades españolas. Su creciente predicación fuera de las frías fronteras ubetenses queda consolidada con la presencia de uno de sus Cristos e imágenes secundarias en la importantísima Semana Santa de León. Mientras, en Úbeda se cernía el silencio sobre su persona, cuando no cierto desprecio: bastaba con que algo fuera de Bartolomé Alvarado para que se le quitase todo valor.
Así ocurrió, por ejemplo, con las imágenes de San Juan y la Verónica de la cofradía de Jesús Nazareno. Esta hermandad venía procesionando –con más pena que gloria– unas imágenes de Vicente Bellver que le importaban poco a los hermanos de Jesús. Pero cuando en 2005 se decidió cambiar esas imágenes por dos bellas tallas realizadas y donadas por Bartolomé Alvarado, fueron muchos los que descubrieron una repentina devoción hacia las viejas imágenes, imputando toda clase de imperfecciones a las de Alvarado, que pese a todo –y por suerte– son las que ahora procesionan el Viernes Santo detrás de Jesús. Esta anécdota ilustra la poca consideración que este pintor e imaginero ha encontrado entre sus paisanos: si el nuevo San Juan y la nueva Verónica hubieran venido de las tierras bajas de Andalucía el cambio habría sido magnífico.
Seguramente en la obra de Alvarado es posible encontrar felices hallazgos y realizaciones más mediocres: más o menos como todos los artistas. Pero lo que es indiscutible es su maestría en la elaboración de imágenes de la Virgen, a más de su dominio del arte de pintar. O su maestría vistiendo imágenes. Sea lo qué sea, el caso es que esta mañana de la Pascua florida volverá a procesionar por las calles de Úbeda aquella Virgen que Alvarado realizó siendo un joven discípulo de Palma Burgos. Su mejor discípulo. Y no diremos que en ocasiones el discípulo ha superado al maestro para que nadie se ofenda.
(Publicado en Diario IDEAL el 23 de marzo de 2008, Domingo de Resurrección)
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