viernes, 7 de marzo de 2008

LA NIÑA NO VOTA



Ya sabemos que Rajoy quiere una niña que hable idiomas, que tenga un trabajo en el que no se gane la mierda que ganan ahora las niñas de hace veinte años, que tenga piso y una familia y que sea, en definitiva, más feliz que un pincho. ¡Y además será heraldo de la libertad!, que ya me imagino yo a las mujeres de dentro de treinta años vestidas de maceros pregonando libertades. El caso es que oía esto –otra vez– mientras teníamos en casa a María del Mar, la hija de unos amigos. Apenas tiene año y medio y si pudiera votar el domingo lo mismo hasta votaba a Rajoy, que por prometer le ha prometido ya hasta la pensión. Pero María del Mar no votará el domingo y sus padres seguirán más o menos como todas las parejas con hijos de este dichoso país: justos y apretados, que cuando el mes pasa del día 10 ya no es una hoja sobre el almanaque sino una cabronada.

¿Por qué los políticos pueden decir todas las tonterías que llevan diciendo desde que comenzó la “precampaña”? Muy fácil: porque nos tienen calados y porque es difícil que los votos cambien nada. Por eso los grandes partidos se dedican a pedir “el voto útil”. ¡El voto útil! He ahí el invento más repugnante en un sistema democrático. Porque, vamos a ver: si se pide el voto útil es porque hay votos inútiles. Y si hay votos inútiles, ¿de verdad todos los ciudadanos somos iguales? Digámoslo a las claras, sin retóricas: sí hay votos inútiles. Absolutamente inútiles. De igual manera que no todos los votos valen lo mismo: un voto en Soria o en Teruel vale infinitamente más que un voto en Barcelona o en Madrid. Y un voto del PNV o de ERC vale más que uno de IU. Esto es así de claro. ¿Qué no se lo creen? Pues pregúntenle a este injusto sistema electoral que tenemos y que es una trampa de principio a fin: como PSOE y PP lo saben no lo van a cambiar en la vida. Este sistema les permite mantener prietas las filas (“el que se mueva no sale en la foto”), les permite que los votos de sus votantes valgan más que los del resto (excepción de los votos nacionalistas, que son los que más valen) y les permiten recurrir a la trampa del voto útil. Por eso, cada campaña electoral repiten la cantinela de que no hay que tirar el voto.

Todo esto está muy bien. Pero yo sigo pensando que el voto inútil tiene un halo romántico: es como un clavo al que agarrarse para seguir soñando. Aunque luego el huracán de las urnas abiertas se trague el humilde gesto de la papeleta que para nada servirá. Pensaba esto ayer, mientras miraba a María del Mar durmiendo. Y me convencí de que tal vez la promesa más fácil de realizar en la campaña está sin hacer: que mañana, cuando sea María del Mar una mujer, cuando vote lo que le venga en gana, su voto tenga valor, que sirva para algo, que no sea un voto inútil. Lo de los idiomas y los sueldos y demás no se lo cree ni Dios y cambiar el voto para que valga no le conviene ni a Rajoy ni a ZP. Apañaos estamos.

(Publicado en Diario IDEAL el 6 de marzo de 2008)

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