jueves, 13 de marzo de 2008

SEMANA SANTA BONITA



Muchas cosas han cambiado en la Semana Santa de Úbeda desde que yo era niño y Judas llevaba, en el paso de la Santa Cena, la cara iluminada por un foco verde. Nuestros abuelos y nuestros padres –que aunque menos glamurosos y finos que nosotros no daban puntada sin hilo– tuvieron el ingenio de poner el pequeño foco verde distorsionando el rostro de Judas. ¿Motivo? Que la cara del apóstol traidor adquiriese un tono como de bilis para resaltar su maldad, aumentando el contraste entre el que vendió a Cristo y los apóstoles que miran amorosos el momento supremo de la primera consagración del pan.

Los que fuimos niños en los años ochenta, atajábamos las calles para coger sitio en la acera hacia la que miraba Judas. Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde entonces en nuestra Semana Santa. En algunas, ciertamente, hemos mejorado. Pero en otras se nos ha contagiado como una fiebre de lo refinado que nos lleva a hacer cosas casi sin sentido, por no decir un poco estúpidas. Mucho temo que en todo esto tiene que mucho que ver la cosa de “promocionar” la Semana Santa de Úbeda, de convertirla en un “paquete turístico”. Como queremos –y parece que las cofradías también queremos– que vengan muchos turistas a ver nuestras procesiones, pues las estamos “haciendo bonitas”. Ahora se lleva mucho esto de “lo bonito”: se habla bonito, se escribe bonito, se anda bonito… se procesiona bonito. Lo triste es que lo bonito suele estar huero: bien está que concejales, empresarios y comerciantes quieran convertir la Semana Santa en un parque temático procesional, para mayor regocijo de turistas… ¡pero que hayamos entrado en este juego los cofrades! Yo, por ahora, seguiré vistiéndome de morado para encontrarme conmigo el Viernes Santo, no para que me fotografíe ningún turista somnoliento.

Es así: vamos hacia “la procesión bonita” y para ello son necesarios horarios y recorridos “bonitos”. Por eso se han puesto de moda la noche y la calle estrecha, definitivamente. Ahora todos queremos que nuestra procesión tenga su cuota de horas sin luz y su trocito de callejón. La Santa Cena –que es lo que toca en esta Revista– ya descubrió lo mona que queda la procesión en la calle estrecha cuando decidió que no era bonita por las calles Nueva, Sagasta o Ancha –¿hay alguna calle de Úbeda más hecha para las procesiones que la calle Ancha?–. Cierto es que se vio obligada a ello para no alargar su recorrido horas y horas (cosa que también está muy de moda en nuestra Semana Santa: ya que hacemos las cosas bonitas, pues que duren mucho) porque según parece le dieron en las narices con las puertas de El Salvador. ¡Y bien que lamentamos algunos que se perdiera aquel momento mágico, en que la soledad de la noche llenaba la plaza de Santa María con el aire primero y niño y elevado de la noche del Jueves Santo, mientras las trompetas vibraban en la caja de resonancias de la historia que es esa plaza!

Independientemente de estos apuntes realizados a modos de ejemplo, creo que es necesario y urgente que las cofradías de Úbeda se sienten a pensar, a reflexionar. Es necesario hacer un alto en el camino de la transformación, no ya para detenerla –cosa, ay, imposible– sino para, al menos, pensarla. Hasta ahora se han hecho cosas al tuntún, simplemente porque “son más bonitas”. Y así, hay cofradías que han desfigurado absolutamente lo que venían siendo. Por no hablar del destrozo que se ha hecho con el Viernes Santo, que era un día en que las procesiones cuadraban un espíritu particular, un día con un sentido profundo, unitario, digno de estudios más amplios por su particularidad visual y sonora.

¿Hay que cambiar horas, recorridos, duraciones, sonidos, estéticas? ¿Hay que llevar las procesiones a los callejones y repartir equitativamente las horas de la noche para que todos tengamos un pedacito de oscuridad? Vale, háganse todos los cambios que se quieran, los que se consideren necesarios. Pero háganse con serenidad y con cabeza. Siempre he pensado que, digan lo que digan algunos, la Semana Santa de Úbeda era una manifestación social, cultural y religiosa con una íntima, profunda estructura antropológica. Si esa estructura ya no se considera adecuada –porque sirve poco a la oferta turística– cámbiese: pero cámbiese por otra estructura, no por un manojo de ocurrencias.

(Publicado en COMPARTIR, Época II, Nº XIV, marzo 2008)

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