viernes, 16 de noviembre de 2012

A LA CALLE






Durante años —todos los que dura esta situación mitad depresión económica mitad estafa política— cientos de miles de españoles han perdido sus hogares. Familias con niños pequeños, parejas de recién casados, adolescentes, ancianos, enfermos de cáncer y terminales, parados, mujeres maltratadas, personas con discapacidades graves, impedidos… una legión incontable de seres humanos que de un día para otro vieron como se presentaba en su puerta la delegación judicial al servicio de los dictados bancarios con la orden de ponerlos de patitas en la calle: con sus pastillas de quimioterapia y sus biberones y sus cuadernos con los deberes a medio hacer y con su taza de leche caliente y con su suero y sus pañales y con los moratones de la última paliza que les dio su marido y con las lágrimas secas sobre las mejillas. Así, de un momento a otro, miles y miles y miles de conciudadanos nuestros perdían todo lo que tenían, su casa y sus recuerdos, su esperanza y su dignidad.

No ha habido, pese a tantas toneladas de sufrimiento inútil y gratuito, declaraciones de los partidos políticos ni de los sindicatos policiales ni de los decanos de los jueces ni de los alcaldes ni de los colegios de abogados ni de los obispos ni de la patronal de la banca. Durante miles de desahucios, los jueces no se han sentido «meros cobradores del frac de la banca» ni el sindicato de la política se ha planteado la necesidad de objetar contra esta función inmoral que los agentes ejercen; los alcaldes no han retirado sus fondos de las cajas y bancos que atacaban a las familias con una ley de hace cien años ni anunciaban que las policías locales no colaborarían en esa atrocidad; los dos grandes partidos no han sentido ninguna necesidad de reunirse con urgencia para poner fin a ese dolor inenarrable, ni se han planteado la necesidad de prohibir que realizaran desahucios los bancos que recibían ayudas públicas; durante tantos años los bancos no han paralizado los desalojos más sangrantes desde el punto de vista humano. Durante años prácticamente nadie ha hecho nada y todos hemos asistido impasibles y cómplices a ese desgarro personal de muchos de los nuestros.

Pero durante estos años ha habido ciudadanos a los que no les ha importado dar la cara, aún sabiendo que muchas veces se las iban a partir las porras de la policía, muchos ciudadanos que armándose de coraje cívico se han plantado delante de las casas de las que se iban a expulsar a las familias, sin importarles si eran españoles o emigrantes. Muchas veces han paralizado los desahucios y sólo a los ciudadanos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o a los del Movimiento 15M o a los de Stop Desahucios, todos ellos acusados por las personas respetables de «perroflautas» o de «vagos y maleantes», sólo a ellos cabe imputar la reducción de sufrimientos y dolores. El resto de la sociedad española nos hemos dedicado a mirar para otro lado, como si todo aquello no fuese con nosotros.

Hace dos semanas PP y PSOE se oponían a la iniciativa de la izquierda sobre la dación en pago, y el Consejo General del Poder Judicial despreciaba un informe que denunciaba la radical injusticia del «procedimiento de ejecución hipotecaria». ¿Qué ha pasado en estos días que de pronto les haya entrado a todos este salpullido de preocupación por los desahucios? ¿Qué ha pasado para que de repente jueces, banqueros, alcaldes, diputados, gobierno, socialistas, obispos y policías sobreactúen en el tema de los desahucios como poseídos por el mal de San Vito? Ha pasado una sentencia europea que habla de la brutalidad de la ley española del desahucio. Pero han pasado, sobre todo, dos muertos, que son un aviso para los que hoy quieren apuntarse un tanto con el sufrimiento de los ciudadanos. Ahora, PP y PSOE buscan con urgencia una «solución» para este drama y todos los cómplices que obedecían sin más o que no denunciaban se ponen de perfil: no porque les importe el dolor que han causado y están causando sino porque los muertos les han hecho sentir en la nuca el aliento de algo que sube de la calle y que ya no es indignación, que es ira, rabia y justísimo deseo de revancha.

(IDEAL, 15 de noviembre de 2012)

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