De ser ciertas las teorías de los catastrofistas, los mayas habrían previsto el fin del mundo para mañana viernes 21 de diciembre de 2012. «¡Qué alivio, por fin se acaba esto!», pensarán tantas criaturas desesperadas para las que el día a día se ha convertido en una tortura. «¡Vaya putada, precisamente mañana!», estarán pensando los que ya tenían hechas las maletas para marcharse durante el puente de la Navidad a esquiar o a la playa o a la casa del pueblo. ¿Se acabará el mundo con un terremoto de magnitud cósmica? ¿O con un meteorito que pose sus reales sobre la tierra? ¿Será la causante una explosión nuclear? A tanto no llegó el pueblo maya, pero en cualquier caso, la NASA —que es lo más parecido a un dios sabelotodo que le queda a la humanidad del siglo XXI— ya ha dicho que ni sus telescopios ni sus microscopios divisan nada que aventure el fin del mundo para mañana mismo.
Frente al mal augurio de los catastrofistas y apocalípticos, se ha posicionado una batería de optimistas irreductibles, que son tan peligrosos como los pesimistas de vocación, si no más. Y dicen que lo que los mayas predijeron fue no el fin del mundo sino el fin de una era histórica y su sustitución por otra gobernada por la armonía, la paz y la felicidad perpetuas. O sea, que no es sólo que mañana no se acabe el mundo sino que hasta puede que en un golpe de suerte que de sobra nos merecemos los que se acaben sean los políticos, los banqueros, los de la CEOE, los del Fondo Monetario Internacional y los de la Troika, y ya sin ellos podremos recomponer un mundo destruido por su odio a toda forma de vida medianamente feliz y digna.
Para cualquiera de las dos situaciones me habría gustado a mí escribir un artículo más a tono, uno de esos que hacen época; un artículo magistral de despedida de la humanidad que hubiese dejado a la altura del betún a la Oración fúnebre de Pericles, o uno no menos trascendental que se hubiese convertido en una especie de carta fundadora de la nueva era. Al final, como ven, ha salido este artículo tonto y escéptico, pero que resulta más que suficiente para lo que mañana va a suceder. Y es que mañana viernes —ni teman ni se hagan ilusiones, queridos lectores— ocurrirá que el mundo seguirá exactamente igual que hoy: no va a acabarse, pero tampoco va a darse la vuelta como un calcetín y para desesperación de los desesperados y alegría de los todavía ilusionados, el mundo seguirá acabándose como hasta ahora, poco a poco y sin prisa, para que los ricos disfruten durante más tiempo de su riqueza y los pobres soporten su pobreza sin que ni siquiera puedan confiar en la redención por aniquilación. Y es que cuando mañana amanezca el viernes seguirán destruyéndose nuestros derechos y seguirán los banqueros amasando sus millones a costa del sufrimiento de los inocentes; un buen puñado se aprestará a seguir celebrando la Navidad como si nada estuviese pasando y otros muchos descubrirán que hace mucho que el capitalismo convirtió la Navidad en una excusa sin trascendencia; habrá quien todavía piense que nace un Dios cargado de esperanza, y otros descubrirán que Dios no puede ya nacer porque los poderosos lo enterraron debajo de sus oraciones sin alma y sus rituales, debajo de sus compras, de sus mensajes de Nochebuena, de sus hipócritas buenos deseos; los habrá que se acuesten abrazando un décimo de la lotería, seguros de que en este mundo devastado el dinero es ya la única libertad y la única felicidad, y también estarán los que llorando de impotencia y de rabia abracen a sus hijos mientras esperan que los esbirros de los bancos acudan con sus togas y sus uniformes a desahuciarlos. Ya les digo; ni teman ni se hagan ilusiones. Porque la vida seguirá igual, la misma vida desde que el mundo es mundo, sin que navidades ni profecías mayas hayan podido cambiar su fondo injusto y bello. La vida, mañana, igual que hoy: esta puta vida, la jodida vida, esta hermosa vida, la loca vida, la buena vida y la mala vida, la corta vida, la vida nueva y la vieja vida, la vida moderna, la perra vida, la vida alegre, esta vida, la única vida.
(IDEAL, 20 de diciembre de 2012)
2 comentarios:
Y sin embargo, ¿no tiene sentido la tensión por estar al acecho de ocasiones para mejorar esta jodida vida? ¿No sirve empeñarse, a veces, en apuntarse a las corrientes que nos hicieron mejores? ¿No forma parte de la vida misma ese irredimible deseo de que en medio de tanta entropía y tanta caída se levanten momentos de virtud? Y, ¿no es eso lo que celebramos en Navidad? ¿No es eso lo que se produce cada vez que queremos a un hijo?
Cuánto me gusta leerte, Miguel. Cuánto añoro no poder charlar contigo todo lo que me gustaría. La vida como tensión de la bondad, la vida como resistencia en la decencia, la vida como una mañana del día de Navidad, azul e interminable, en la que podemos levantar a nuestros hijos en brazos sintiendo el calor de sus cuerpos perezosos para enseñarles el simple milagro de la existencia. Ojalá todo fuese así, tan fácil como esta fina melancolía que nos atenaza cada Navidad. Un abrazo muy grande.
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