Qué bien que 2012 se adentre ya en su último día y que pronto el tiempo lo haya borrado de los almanaques. Porque hay años que envejecen mucho antes de que diciembre llegue: son los años en los que las horas se hacen largas y pesadas y que se viven como una carga, algunas veces como una pesadilla, y en los que la cuenta de lo amargo y de la angustia pesa más que los besos de tu mujer, las risas de tu hijo, las charlas con los amigos, los libros leídos, las tardes frente al mar, una cerveza fría. Qué bien que se acabe ya este año y que se vaya para siempre. Y qué bien que enero sirva siempre para renovar en nosotros la ilusión de que las cosas pueden ser mejores, de que el año nuevo va a ser mejor, más ligero, más alto, que el año que está apurando sus últimas horas…
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