viernes, 30 de noviembre de 2012

PEDIR PERDÓN





Circula por Internet un vídeo en el que unos militantes socialistas piden perdón por algunos –sólo por algunos– de los monumentales errores del gobierno de Rodríguez Zapatero. Parecen personas normales y corrientes, gente sencilla que siente vergüenza de los dirigentes de su partido y que ha encontrado en este sencillo mecanismo una manera eficaz de disculparse ante la sociedad española por tanto sufrimiento como su partido causó. No parece, sin embargo, que el tono compungido y sincero que se ve en las caras de estos militantes socialistas sea el del mensaje oficial y oficioso del PSOE. Sí, es cierto que en los últimos tiempos no han faltado los jerifaltes y jerifaltas socialistas que han hecho algo parecido a pedir perdón. Pero sonaba, claramente, a impostura o, más exactamente, a postura cazavotos. Dice el catecismo que al verdadero arrepentimiento es hijo del examen de conciencia y del propósito de enmienda. Que cuatro o seis militantes socialistas hayan pedido perdón públicamente por lo que el gobierno de Rodríguez Zapatero hizo y dejó de hacer no debe llevarnos a engaño: las estructuras del Partido Socialista siguen copadas por la casta parasitaria que sólo entiende el poder como un instrumento de satisfacción de sus necesidades personales. Este puñado de militantes socialistas son una gota en el océano: digna, pero que no representa al PSOE.

Porque en el PSOE no hay ni ha habido examen de conciencia. Si lo hubiese habido, las agrupaciones socialistas habrían vivido su particular “15-M” y habrían sido ocupadas por los militantes decentes, hasta conseguir echar a los miles de dirigentes que lo único que han hecho ha sido utilizar el partido para medrar y asegurarse una vida cómoda y regalada. Habrían tenido que huir, también, los que escondidos detrás de Pablo Iglesias se han dedicado a despreciar a los servicios y los empleados públicos o a recortar en políticas de cultura, porque esto es lo que han hecho los socialistas en muchos lugares, aunque ellos no lo reconozcan. Ejemplos los hay, sobrados. Nombres, también. Pero ni se han ido los vividores ni se han ido los malnacidos, y el PSOE sigue tomado por ellos y para ellos. No hay tampoco en el PSOE propósito de enmienda. En realidad no puede haberlo mientras no se limpie la era de sus cuadros dirigentes: sólo cuando el PSOE realice una depuración masiva, profunda y sistemática de sus dirigentes a todos los niveles podrá enfrentarse a la ciudadanía proclamando que no va a volver a repetirse lo del pasado, ni los ataques a la ciudadanía por acatamiento obediente de los dictados de Alemania ni la cobardía que impide el desarrollo de un programa progresista.

Me gusta mucho del Partido Popular el convencimiento con el que aplican políticas de contenido netamente ideológico. La privatización de la sanidad, el desmantelamiento de la escuela pública, el recorte en investigación, la nueva ordenación legal del aborto, el retorno a una justicia censitaria y clasista, la brutal reforma laboral, los intentos por “reordenar” derechos fundamentales como el de reunión o manifestación… todo ello obedece a un corpus ideológico definido, claro, inequívoco, y que se aplica sin rubor, desde el parapeto de la mayoría absoluta. Este modo de gobernar es un ejemplo: los populares están demostrando que respaldados por los votos se puede gobernar sin escrúpulos ideológicos. El propósito de enmienda del PSOE debe empezar por ahí: dejando claro, empeñando su palabra, que si alguna vez vuelve a gobernar derogará el cambio constitucional que sacrifica todo a la estabilidad presupuestaria y la reforma laboral y la liberalización comercial, que apostará por la cultura y la investigación y que aumentará el gasto en escuela y sanidad pública, que incrementará pensiones y salarios, que limitará el poder de los empresarios, que revisará los conciertos educativos y denunciará el Concordato con la Santa Sede, que legislará sobre la eutanasia y modificará la ley electoral. Enmendar es reparar todo el daño que se hizo de palabra, obra y omisión: lo demás son leches. Y, sinceramente, ya no nos creemos más cuentos de la lechera, ni aunque la lechera se llame Carme Chacón.

(IDEAL, 29 de noviembre de 2012)

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