martes, 11 de diciembre de 2012

FARSA





De todas las fiestas del calendario, ninguna ha devenido en algo tan sin sentido como ésta que hoy celebran los políticos y prebostes del régimen con discursos y otras pompas y nuestros hijos pintando banderitas rojigualdas en las escuelas. Y es que mientras cada día que pasa crece el divorcio entre los españoles de a pie y las elites políticas, económicas e intelectuales, hoy nos convocan a celebrar una Constitución que ya se han encargado de matar y enterrar. Desde la reforma constitucional (promovida y amparada por el PSOE y el Partido Popular) que consagraba la primacía de los poderosos sobre los derechos de la mayoría y tras la situación en la que queda la justicia con la reforma de Gallardón, la Constitución es humo, polvo, nada, un aparato deformado e inservible que se ajusta a cualquiera de las definiciones que el Diccionario de la Academia ofrece para «farsa». Y es que la Constitución de 1978 ha degenerado en una «pieza cómica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír». ¿Quién puede contener la carcajada amarga, la risa mezclada con la bilis de la rabia, cuando lee el relato constitucional de los derechos de los españoles y la crónica cotidiana que narra la violación —recortes en sanidad y educación, desahucios amparados por los juzgados y los cuerpos de seguridad del Estado, desprotección de la infancia y la familia, aumento de la pobreza, ayudas millonarias y gratuitas a la banca— a que esos mismos derechos son sometidos todos los días sin que la Constitución se estremezca? Las estadísticas sobre la realidad del país son cada día más dramáticas, pero el régimen de la Transición, el sistema sostenido por la Constitución de 1978, permanece impasible, como si el sufrimiento de la calle fuese algo que no incumbe a las instituciones: ¿cómo no pensar a estas alturas que la Constitución que consiente tantos desmanes ha degenerado ya en «obra dramática desarreglada, chabacana» y, sobre todo, «grotesca»? Pretenden que le rindamos homenaje a un espantajo, a una sombra, a un «enredo, trama o tramoya» que para lo único que sirve es para «aparentar o engañar». Mantienen, sí, el texto constitucional, pero han violentado su espíritu hasta hacerlo irreconocible: la Constitución de 1978 flota en las aguas de la historia de España como un cadáver corrompido, putrefacto, que urge enterrar.

Contestada por los cada vez más numerosos independentistas, contestada por los desahuciados y los dependientes, por los investigadores que se tienen que marchar del país, contestada por los jóvenes sin futuro, por los parados sin esperanza, por los jubilados condenados a vivir sus últimos años sin alegría, contestada por los enfermos despreciados, por los estudiantes adocenados y adoctrinados, contestada por el vaho que sube de las calles y las plazas y de las fábricas y de las oficinas y que ya no es vapor de indignación sino aliento de rabia y deseo de revancha, contestada por toda la parte sana y decente de la nación que se resiste a morir al dictado de los intereses de la banca, la Constitución de 1978 no es ya nada más que la narración de un fracaso colectivo, de una estafa sin precedentes en nuestra historia. Con ella en la mano se destruyen nuestros derechos y se machaca la vejez de nuestros padres y el futuro de nuestros hijos: es imposible celebrar esta Constitución de los partidos y los banqueros y los empresarios que nos han llevado a la ruina.

No es ésta la primera vez en la que el pueblo español se encuentra en una encrucijada histórica, dramática. Lo que pone la nota diferencial es que en otras ocasiones hubo políticos e intelectuales que, puestos al lado de la sociedad, trabajaron para superar un régimen político caduco e inservible como este de 1978, y ahora los españoles estamos solos en la tarea de construir un Estado Social y Democrático de Derecho para nosotros y para nuestros hijos. Solamente los ciudadanos podrán poner fin a esta farsa que se festeja en este día de los farsantes.

(IDEAL, 6 de diciembre de 2012)

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