domingo, 23 de octubre de 2011

BAJO EL SOL DE OCTUBRE





Qué incongruente el sol dulcísimo de este octubre en el que sólo muy tardíamente está empezando a refrescar con la estupidez del ser humano, que cada día se parece más a un engranaje ajeno a la plácida belleza de lo natural. No es que los hombres de hoy seamos peores que los de hace cuarenta, cien, mil años: es que simplemente cuando disponemos de los medios más potentes que nunca ha tenido la especie para hacer un mundo habitable y respetuoso con la dignidad que se supone cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior, cuando todo eso sería posible, digo, invertimos esfuerzos y dineros en todo lo contrario, en sembrar hambres, miserias, muerte, rabias que algún día nos estallarán en las narices. ¿Toda los seres humanos se ocupan en este afán tristísimo de devastación de la esperanza? No. No es cierto: pero ocurre que los poderosos de hoy lo son con una capacidad de destrucción tal que pueden manejar los hilos que mueven todas nuestras vidas con una mano invisible y que no tiembla ante el sufrimiento y la agonía de poblaciones enteras. Frente a esto, poco pueden los anhelos de una mayoría que se siente asustada, perdida, condenada.

Qué distinto este poder invisible, oculto en los despachos de administración y en los paraísos —¿por qué se llama “paraísos” a esas máquinas de fabricar sufrimiento?— fiscales, de aquellos señores y sultanes y reyes de antaño que recibían a los poetas y los juglares que los ofendían con sus cánticos y sus oraciones pero a los que les permitían defender la dignidad de los humildes, de los excluidos, con la voz de la naturaleza que silba entre los árboles y en los arroyos. ¿Qué habrían hecho los señores de la política y de la banca o de la religión con un Jesús de Nazaret o con un Francisco de Asís, con todos esos trovadores de la luz que alienta en el fondo de lo humano, esa luz inextinguible que nos rescata de certificar que verdaderamente los hombres somos lobos para los hombres? ¿Los habrían escuchado antes de condenarlos o directamente los habrían mandado asesinar con una llamada de teléfono o con un correo electrónico? La gran hazaña del mal contemporáneo es haberse convertido en algo invisible, incorpóreo: el hambre de millones de niños africanos está siendo decretada en la Bolsa de Cereales de Chicago, donde gentes sin rostro y sin alma especulan con el precio de los alimentos para garantizarse una cuantiosa ganancia aún a costa de la muerte de los más inocentes de todos los inocentes. La invisibilidad del poder garantiza su impunidad: ¿qué cabeza podrán pasear pinchada en una pica las masas enrabiadas el día que estalle la rebelión de los que todo lo han perdido?

¿Hay esperanza? El sol de octubre, que pone un calor extraño en el canto de los estorninos, invita a bucear en las raíces sentimentales de lo que somos, en el fondo pagano cuajado de vitalidades y de apegos a lo bello y necesario, en la relación de lo humano con lo misterioso que los antiguos expresaron en su pléyade de dioses lujuriosos y envidiosos, pero también generosos y entregados, heroicos: humanos, demasiado humanos. El tiempo oscuro de la crisis no ha podido extender todavía sus tinieblas impenetrables sobre el recinto claro que la tradición de la libertad ha dejado en el espíritu de nuestros pueblos, y es este reducto de la memoria el que nos dice que todavía son posibles el bien y la generosidad, la rebelión y la indignación moral contra la explotación y el empobrecimiento de los más débiles y desvalidos, la sorpresa cotidiana ante la belleza del universo que se resiste a ser avasallado por los cálculos de los sin entrañas. También nosotros tenemos que resistirnos a que los hombres invisibles borren la generosidad de tantos y la indignación de los mejores, porque entonces sí habrán ganado la partida: cuando hayan cegado nuestra posibilidad de reconocer la puerta que conduce a una esperanza redonda y plácida como el sol de octubre.

(IDEAL, 20 de octubre de 2011)

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Te han nombrado presentador del cartel de la Semana Santa 2012? Me alegro por ti y sé que lo harás genial y me alegro sobre todo por el mal rato que ahora mismo debe estar pasando toda la carcunda cofrade ubedí con tu nombramiento, no sólo no consiguen echarte de secretario de tu cofradía sino que encima te van a tener que tragar en un acto oficial al que voy a ir sólo por verles la cara amarilla de la bilis. JAJAJAJAJAJA... Marcos E. Morillas es mi ídolo, qué tío.