Hay personas que dedican gran parte de su vida y de sus energías a un tema. Eso le ha ocurrido a Antonio Almagro con Santa María: su estudio de la que fuera Colegiata de la ciudad es imprescindible para conocer su historia y su triste realidad presente. Cosa distinta es que tantos años de esfuerzo den fruto: durante mucho tiempo Almagro ha clamado contra las barbaridades cometidas en Santa María, pero la suya era una voz perdida en el desierto. Sin embargo, algo comienza a cambiar.
Durante la pasada primavera, y dentro de un interesante programa de actividades planificado por el Museo Arqueológico, Antonio Almagro ha dirigido un par de visitas guiadas a Santa María. La asistencia fue masiva y los presentes no salieron defraudados: y no sólo porque el sabio profesor de Historia del Arte alumbrase sobre misterios de Santa María hasta ahora velados a la mayoría de los ubetenses, sino porque tuvo el coraje cívico y cultural de decir de viva voz aquello que no ha dudado en decir por escrito. Y es que Antonio Almagro repitió una vez más algo que comienza a calar en algunos ciudadanos: que las obras que la Junta de Andalucía ha ejecutado contra la iglesia mayor de Úbeda son una chapuza de dimensiones desconocidas.
Santa María se cerró en julio de 1983, pero no tan herméticamente como algunos hubieran querido: por eso han sido muchos los ubetenses que han asistido impasibles a la destrucción del templo. La tarea que el arquitecto Isicio Ruiz de Albusac –cuya labor destructora de nuestra riqueza monumental es comparable a las barbaries cometidas en 1836, 1936 o en las décadas de los cincuenta y sesenta– acometió contra el patrimonio artístico e histórico de Santa María fue realizada ante los ojos de los que quisieron mirar. ¿ Acaso no vieron los cofrades, durante la Semana Santa de 1987 ó 1988, cómo se derribaban las bóvedas del siglo XVIII, y cómo los camiones machacaban las lápidas sepulcrales, y cómo se mutilaban las rejas? ¿Y acaso no se levantó sin ningún pudor una cubierta de hormigón que a punto estuvo de convertir Santa María en un montón de ruinas? Como fueron muchos los que vieron, muchos fueron los que callaron y consintieron el atentado que las autoridades autonómicas bendecían y pagaban. Ahora podemos escandalizarnos del resultado de veinticinco años de vejaciones contra Santa María, pero antes tenemos que asumir la culpa que colectivamente arrastramos por nuestra dejadez y nuestra apatía.
Cometido su crimen contra Santa María, debió encontrar el dichoso Ruiz de Albusac otra canonjía autonómica de más postín y mejor pagada. Y gracias a Dios abandonó unas obras que quedaron sin amo hasta que llegó Enrique Venegas. Es cierto que el arquitecto sevillano salvó la estructura del templo, pero acabó con su alma y se inventó una iglesia nueva. Antonio Almagro lo ha dicho para todo el que ha querido escucharlo: cuando dentro de un buen puñado de años se abra Santa María, el templo que veremos poco se parecerá al que se cerró en 1983. Lo peor será que habrá muchos ubetenses encantados con el templo inventado por Venegas.
Hay un síntoma preocupante en nuestra ciudad. Preocupante porque afecta directamente a la conservación del patrimonio artístico. Ese síntoma es el amor que a diestro y siniestro se viene manifestando por la piedra de sillarejo. Se pica el blanco de las fachadas y se deja a la vista una piedra tosca e irregular que nunca se pensó para ser vista, y son cientos los ubetenses que se maravillan ante la chapuza. El síntoma indica que se instala entre nosotros una enfermedad terrible: la de la estupidez.
La estupidez explica en parte lo ocurrido con Santa María. Y es que mientras Antonio Almagro denunciaba el sinsentido de picar las blancas paredes de la Colegiata –a la vista está el resultado: una iglesia opaca, siniestra, sin riqueza cromática–, eran muchos los que entraban a Santa María y contaban maravillas de los paredones de piedra. Decía alguien que Santa María parece, en su nueva oscuridad, un cocherón destartalado y lo miraban de arriba abajo. Clamaba Antonio Almagro contra la aberración de inventarse un artesonado “mudéjar” en lugar de rehacer unas bóvedas parecidas a las destruidas por Ruiz de Albusac, y los reinventores de los pasados que nunca han existido lo tachaban de raro o de loco. Calificaba de “galería de los horrores” las capillas restauradas por la Junta con raciones de mármoles de saldo, y los marujones de la cultura local se asombraban por su falta de sensibilidad artística ante el esfuerzo faraónico de la Consejería.
Ahora, sin embargo, parece que la voz de Antonio Almagro comienza a calar entre los ubetenses, como una medicina necesaria para intentar remediar lo poco que resulta remediable en Santa María. Todos hemos asumido que la Junta no retirará un artesonado feo y sin sentido histórico, porque en él se ha dilapidado un millón largo de euros. Pero cuando el pasado 5 de julio un pequeño grupo de ciudadanos –valientes ciudadanos que no se resignan a vivir en la tradicional cobardía ubetense– se congregaban ante la maltrecha puerta de la Consolada para encender velas de luto por el XXV Cumpleaños de la Destrucción de Santa María, pudimos ver que la semilla lanzada por Antonio Almagro no ha caído sobre el pedregal. Al menos no toda: una de las reivindicaciones de aquel grupo de ciudadanos fue que vuelva a blanquearse el interior de Santa María. (Por cierto: ¿cuándo Enrique Venegas se inventó una Santa María “mudéjar” no era consciente de que todas las iglesias mudéjares están blanqueadas, entre otras cosas para que el blanco resalte el artesonado de madera? Si no lo sabe, debería darse una vuelta por el Albaicín o por nuestro ruinoso Santo Domingo).
Han sido necesarios veinticinco años de pasividad, muchos cientos de millones de pesetas dilapidados en unas obras sin medida ni control y varias reflexiones de Antonio Almagro, para que un pequeño grupo de ubetenses se tope de bruces contra la triste realidad de una Santa María que se abrirá no sabemos cuándo aunque sí sabemos cómo. Y es que el día que podamos volver a entrar en Santa María nos encontraremos un claustro achicharrado por el sol, sin las sombras de su viejo ciprés; una iglesia lúgubre, triste, apagada, en la que no se distinguen las bellas portadas de las capillas sobre los paredones de piedra sin tallar; unas capillas que parecen cuartos de baño de coloridos mármoles; una capilla de Jesús con un baldaquino irremediablemente dañado… Lo que no verán los ubetenses es la reja de madera de la capilla del canónigo Magaña, ni los escudos centenarios de los obispos que engrandecieron el templo, ni las lápidas de canónigos y obispos que en Santa María descansaron durante siglos, ni las losas de piedra que hoy deben adornar algún chalet junto a la playa, ni…
¿Cuánto durarán finalmente las obras de destrucción y reinvención de Santa María? No lo sabemos. Sólo sabemos que al final lo perdido será más que lo que nos devuelvan. Pero no olvidemos que a favor de los destructores e inventores ha jugado nuestro silencio. Nuestro cómplice silencio.
(Publicado en IBIUT núm. 159, diciembre 2008)
Durante la pasada primavera, y dentro de un interesante programa de actividades planificado por el Museo Arqueológico, Antonio Almagro ha dirigido un par de visitas guiadas a Santa María. La asistencia fue masiva y los presentes no salieron defraudados: y no sólo porque el sabio profesor de Historia del Arte alumbrase sobre misterios de Santa María hasta ahora velados a la mayoría de los ubetenses, sino porque tuvo el coraje cívico y cultural de decir de viva voz aquello que no ha dudado en decir por escrito. Y es que Antonio Almagro repitió una vez más algo que comienza a calar en algunos ciudadanos: que las obras que la Junta de Andalucía ha ejecutado contra la iglesia mayor de Úbeda son una chapuza de dimensiones desconocidas.
Santa María se cerró en julio de 1983, pero no tan herméticamente como algunos hubieran querido: por eso han sido muchos los ubetenses que han asistido impasibles a la destrucción del templo. La tarea que el arquitecto Isicio Ruiz de Albusac –cuya labor destructora de nuestra riqueza monumental es comparable a las barbaries cometidas en 1836, 1936 o en las décadas de los cincuenta y sesenta– acometió contra el patrimonio artístico e histórico de Santa María fue realizada ante los ojos de los que quisieron mirar. ¿ Acaso no vieron los cofrades, durante la Semana Santa de 1987 ó 1988, cómo se derribaban las bóvedas del siglo XVIII, y cómo los camiones machacaban las lápidas sepulcrales, y cómo se mutilaban las rejas? ¿Y acaso no se levantó sin ningún pudor una cubierta de hormigón que a punto estuvo de convertir Santa María en un montón de ruinas? Como fueron muchos los que vieron, muchos fueron los que callaron y consintieron el atentado que las autoridades autonómicas bendecían y pagaban. Ahora podemos escandalizarnos del resultado de veinticinco años de vejaciones contra Santa María, pero antes tenemos que asumir la culpa que colectivamente arrastramos por nuestra dejadez y nuestra apatía.
Cometido su crimen contra Santa María, debió encontrar el dichoso Ruiz de Albusac otra canonjía autonómica de más postín y mejor pagada. Y gracias a Dios abandonó unas obras que quedaron sin amo hasta que llegó Enrique Venegas. Es cierto que el arquitecto sevillano salvó la estructura del templo, pero acabó con su alma y se inventó una iglesia nueva. Antonio Almagro lo ha dicho para todo el que ha querido escucharlo: cuando dentro de un buen puñado de años se abra Santa María, el templo que veremos poco se parecerá al que se cerró en 1983. Lo peor será que habrá muchos ubetenses encantados con el templo inventado por Venegas.
Hay un síntoma preocupante en nuestra ciudad. Preocupante porque afecta directamente a la conservación del patrimonio artístico. Ese síntoma es el amor que a diestro y siniestro se viene manifestando por la piedra de sillarejo. Se pica el blanco de las fachadas y se deja a la vista una piedra tosca e irregular que nunca se pensó para ser vista, y son cientos los ubetenses que se maravillan ante la chapuza. El síntoma indica que se instala entre nosotros una enfermedad terrible: la de la estupidez.
La estupidez explica en parte lo ocurrido con Santa María. Y es que mientras Antonio Almagro denunciaba el sinsentido de picar las blancas paredes de la Colegiata –a la vista está el resultado: una iglesia opaca, siniestra, sin riqueza cromática–, eran muchos los que entraban a Santa María y contaban maravillas de los paredones de piedra. Decía alguien que Santa María parece, en su nueva oscuridad, un cocherón destartalado y lo miraban de arriba abajo. Clamaba Antonio Almagro contra la aberración de inventarse un artesonado “mudéjar” en lugar de rehacer unas bóvedas parecidas a las destruidas por Ruiz de Albusac, y los reinventores de los pasados que nunca han existido lo tachaban de raro o de loco. Calificaba de “galería de los horrores” las capillas restauradas por la Junta con raciones de mármoles de saldo, y los marujones de la cultura local se asombraban por su falta de sensibilidad artística ante el esfuerzo faraónico de la Consejería.
Ahora, sin embargo, parece que la voz de Antonio Almagro comienza a calar entre los ubetenses, como una medicina necesaria para intentar remediar lo poco que resulta remediable en Santa María. Todos hemos asumido que la Junta no retirará un artesonado feo y sin sentido histórico, porque en él se ha dilapidado un millón largo de euros. Pero cuando el pasado 5 de julio un pequeño grupo de ciudadanos –valientes ciudadanos que no se resignan a vivir en la tradicional cobardía ubetense– se congregaban ante la maltrecha puerta de la Consolada para encender velas de luto por el XXV Cumpleaños de la Destrucción de Santa María, pudimos ver que la semilla lanzada por Antonio Almagro no ha caído sobre el pedregal. Al menos no toda: una de las reivindicaciones de aquel grupo de ciudadanos fue que vuelva a blanquearse el interior de Santa María. (Por cierto: ¿cuándo Enrique Venegas se inventó una Santa María “mudéjar” no era consciente de que todas las iglesias mudéjares están blanqueadas, entre otras cosas para que el blanco resalte el artesonado de madera? Si no lo sabe, debería darse una vuelta por el Albaicín o por nuestro ruinoso Santo Domingo).
Han sido necesarios veinticinco años de pasividad, muchos cientos de millones de pesetas dilapidados en unas obras sin medida ni control y varias reflexiones de Antonio Almagro, para que un pequeño grupo de ubetenses se tope de bruces contra la triste realidad de una Santa María que se abrirá no sabemos cuándo aunque sí sabemos cómo. Y es que el día que podamos volver a entrar en Santa María nos encontraremos un claustro achicharrado por el sol, sin las sombras de su viejo ciprés; una iglesia lúgubre, triste, apagada, en la que no se distinguen las bellas portadas de las capillas sobre los paredones de piedra sin tallar; unas capillas que parecen cuartos de baño de coloridos mármoles; una capilla de Jesús con un baldaquino irremediablemente dañado… Lo que no verán los ubetenses es la reja de madera de la capilla del canónigo Magaña, ni los escudos centenarios de los obispos que engrandecieron el templo, ni las lápidas de canónigos y obispos que en Santa María descansaron durante siglos, ni las losas de piedra que hoy deben adornar algún chalet junto a la playa, ni…
¿Cuánto durarán finalmente las obras de destrucción y reinvención de Santa María? No lo sabemos. Sólo sabemos que al final lo perdido será más que lo que nos devuelvan. Pero no olvidemos que a favor de los destructores e inventores ha jugado nuestro silencio. Nuestro cómplice silencio.
(Publicado en IBIUT núm. 159, diciembre 2008)
4 comentarios:
Amigo Manolo, el que no haya ningún comentario aún a este artículo tuyo en IBIUT me sugiere dos cosas: o que es tan contundente e incontestable -como las propias intervenciones y denuncias de Antonio Almagro- que no admite comentarios, o que en Úbeda nos bajan los pantalones y nos ponen mirando p'Algeciras y nos da lo mismo, aguantamos sin rechistar. Creo que es lo segundo. Qué lástima y qué rabia. Saludos.
Volvemos a lo de siempre amigo Diego: Úbeda es una de las sociedades más pasivas que se pueden conocer. Ya no se trata de que no se comente este artículo, cosa menor. A mí me parece que el mal es más profundo: aquí lo que nadie quiere es mojarse, y por eso muy poca gente se atreve a dar su opinión con nombres y apellidos, para no molestar, para no señalarse (como si el silencio no fuera una forma de señalamiento y complicidad). Ya sabemos que todos todos todos estamos muy enfadados porque Santa María lleve cerrada tanto tiempo, pero que nos pidan un gesto de protesta, que nos pidan que demos un paso al frente: a nosotros nos gusta protestar y quejarnos, y mucho, pero nada de comprometernos.
Estoy convencido de que el gran mal de esta ciudad nuestra es la carencia ABSOLUTA de un tejido cívico vivo: aquí falta conciencia civil, aquí falta conciencia crítica con el poder, aquí sobra servilismo, aquí sobra crítica interesada que nos lleva a ver las cosas en función de quien las hace… Los atentados que ha sufrido el patrimonio histórico de Úbeda son un ejemplo perfecto para ilustrar esto que digo: salvo Antonio Almagro o los Caballeros Veinticuatros, todos sabemos que los atentados contra el patrimonio se han criticado o no en función de quien sea el que los perpetra. Por eso, unos critican lo de Santa María y otros lo de San Lorenzo, y sólo Antonio Almagro y otros pocos ejemplos de decencia civil, ya digo, critican lo uno y lo otro.
Luego, claro, este tema de Santa María (y otros parecidos) saldrán a relucir en todas las conversaciones –indignadas conversaciones, eso sí– de los bares, que es a lo que ha quedado reducido el foro griego en Úbeda.
También es cierto que como esto es lo que hay y así nos luce el pelo, tampoco tiene mucho sentido calentarse mucho la cabeza. Se han perdido Santa María y Madre de Dios o San Bartolomé, se perderán San Lorenzo y Santo Domingo y el Palacio de los Orozco, pero aquí, eso Diego tenlo por seguro, no pasará nada porque en Úbeda nunca pasa nada.
Saludos y Feliz Navidad.
Estimado Manolo: yo que he tenido la oportunidad de ir entrando, casi todos los años a Santa María cada vez que lo hacía clamaba al cielo,y fíjate que hubo quien llegó a decirme: tampoco está tan mal...mira han sacado la piedra, ahora sí...¿como le explicaba yo a este individuo/s el proceso constructivo mudéjar?
Estamos en la creencia de que la piedra "ennoblece"...¿ennoblece el qué?. Han oscurecido (nunca mejor dicho)nuestro colegiata, nuestro patrimonio y lo que es aún peor nuestra identidad, que es lo verdaderamente importante, pues sin esta identidad jamás nos hubieran concedido ese "título Mundial" que a todos orgullece, pero que nadie, o casi nadie, sabe lo que conlleva.
Y ahora nos presentan una iglesia, argumentando que pudo tener un artesado mudejar (sin ningún tipo de documentación, claro)y lo peor, es que jamás en la historía del arte hubiese existido un artesnado mudéjar sobre piedra. Ahi si hbiesen elaborado un estudio serio histórico-artístico!!. La cal ilumina, y las bóvedas recogían toda esa luz que le han faltado a los arquitectos, hemos permitido que nos arrebataran una parte muy importante de nuestra identidad .
Antonio Almagro ha estado realizando un magnífico trabajo, mientras los ubetenses, que somos así...hemos estado mirando para otro lado, nos interesan otras cosas...
Me he enrrollado más de la cuenta, disculpa, pero me siento tan impotente...
amigo Manolo tienes toda la razón del mundo, la Colegiata Mayor de Úbeda, Santa María de los Reales Alcázares, se ha transformado en otra iglesia, pero lo más sorprendente es que su luminosidad ha desaparecido como por arte de magia, lo he podido comprobar con mis ojos muchas veces, siempre que he ido a la Iglesia por razón de mi cargo y es una cueva total, y en mis recuerdos lejanos cuándo ibamos a ver a la Virgen de Guadalupe y a Jesús Nazareno, la iglesia era pura alegría, por el piar de los pájaros de los bellos claustros y la luminosidad de las paredes y capillas blancas como la pureza.
Y reiterando lo dicho por Diego, la gente lee pero no comenta, le cuesta ponerse a escribir aunque sea tres líneas, y que a los ubetenses nos dá todo igual, se llevaron la Academia de Guardias Civiles y nos dió igual, se cerró Santa María y llevamos 25 años sin verla abierta, y llevamos más de tres con la Trinidad cerrada y nos sigue dando igual, ¡¡somos así!!..., pero los que pensamos de forma diferente y en nuestro interior hay una voz de protesta, ésta debe ser lanzada a los cuatro vientos y no callarnos!!!. enhorabuena amigo Manolo por tu voz!
Un abrazo José.
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