viernes, 24 de abril de 2009

ROSAS Y LIBROS



Me gustan las fiestas civiles del mes de abril: la conmemoración de aquella República que trajeron “unos cuantos hombres honrados, que llegaban al poder sin haberlo deseado” y la celebración del Día del Libro. Creo que estas fiestas son importantes, sobre ahora que banqueros y políticos están tabicando puertas y ventanas para que no entre la luz, y por eso cada 14 de abril leo los discursos de Azaña –en los que vibra un patriotismo mesurado, razonable y hoy más necesario que nunca– o las sensatas reflexiones de Juan de Mairena, tan actuales. El 14 y el 23 de abril me regalan una oportunidad para la esperanza, la certeza improbable de que todavía es posible para el pueblo español recuperar el camino perdido, la tambaleante seguridad de que este pueblo puede sacudirse la caspa de sus políticos y reconstruir la educación pública y el espíritu colectivo, de que puede volver a tejer su ardua pasión por la libertad y el sentido del deber y del honor: “y es tan alto y tan grande el honor/ que en el hombre es un timbre de gloria/ el nacer y sentirse español”, que decía la letra que Antonio Machado compuso en 1931 para el nuevo himno civil y nacional.

Hoy, en las alamedas de Cataluña, se instalan puestos de rosas y de libros. ¿Hay en España, a lo largo de todo el año, una fiesta en la que más intensamente se celebre la importancia de la cultura? ¿No es realmente hermoso ese festejo multicolor de los tenderetes que ofrecen libros y flores como posibilidad de un mañana menos estúpido, sencillamente mejor? Si yo fuese alcalde –que nunca lo seré, no teman– instalaría puestos de flores y mostradores de libros bajo las acacias florecidas, para que la gente pudiera pasear con el sosiego de los que son conscientes de su serio deber de ciudadanos, que es un deber para con el porvenir. Y si fuese ministro de Cultura –tampoco lo seré, estén tranquilos– declararía el 23 de abril fiesta nacional e instalaría altavoces en las avenidas para que la música de Bach pusiese un fondo musical al paseo literario y floral de las multitudes silenciosas y felices. Pero sé que en esta tierra “por donde cruza errante la sombra de Caín” soñar con una fiesta civil de esas dimensiones es soñar en vano, porque nos falta altura moral para cuajar esta celebración catalana en el resto del país. Nunca entenderé como hemos aceptado con tanta naturalidad estupideces anglosajonas como el tal jalogüen, mientras somos incapaces de hacer nuestro el fino gesto cívico que el pueblo catalán repite cada 23 de abril.

Comprar libros y rosas es, hoy, un acto de afirmación cívica, urgente y necesario en estos tiempos oscuros en que la casta política y la inquisición episcopal quieren reducirnos a la condición de siervos de la gleba. Regalar rosas y libros cada 23 de abril es un acto de anticipación civil, de serena rebelión ciudadana. Porque llegará el día en que “con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros” habrá que ensayar otra rebelión, yo no sé que rebelión.

(Publicado en Diario IDEAL el día 23 de abril de 2009, Día del Libro)

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