viernes, 3 de abril de 2009

HORIZONTES DE DIOS




He ahí la religiosidad como tema para un tiempo sin más temas que el abismo al que nos aboca la crisis económica. Julián Marías señaló que a medida que se ha producido un retroceso de “lo religioso” en nuestras sociedades, el hombre ha sido reducido a lo no específicamente humano. Y es que lo religioso sería la pulsión última en la que la persona puede reconocer la almendra de su ser, que sería miedo ante la nada y la muerte, pero también elevación de una esperanza. Alguna vez lo he dicho: la gran tarea de nuestra época es recomponer la personalidad de las personas, esto es, dotar de contenido el recipiente de lo que somos. Y para eso, nos guste o no, hay que contar con lo religioso, que es una vía de contacto con lo que nos trasciende. Porque por más avances que la ciencia consiga, por más seguridades que nos ofrezca este mundo incierto, la única realidad es que al final chocamos contra el muro de lo desconocido, de lo que se abre más allá de los horizontes de lo abarcable. Y entonces lo religioso, que puede ser sentido tanto por ateos como por creyentes; he ahí lo religioso, que directamente sitúa la sensibilidad de los sensibles ante el drama de la existencia. (Porque también se puede creer, con la fe del carbonero, y no ser una persona religiosa: la religiosidad no es un ritual sino una sensibilidad.) He ahí el problema de Dios, la promesa de Dios, el tema de Dios, la oferta de Dios. He ahí la necesidad de Dios. La realidad de Dios.

Ahora que se aproximan los días de la Semana Santa el horizonte se reviste de Dios y lo divino se aproxima a nosotros, se nos enreda en el alma y en lo cotidiano, que diría Juan Pasquau. De igual modo que la tarde de primavera se hincha de nubes oscuras que traen la lluvia, las procesiones deberían hinchar en nuestro interior una humedad, una sensibilidad que nos acercase a los interrogantes que Dios plantea, a más de acercarnos hasta la revolución del amor que se lanzara hace veinte siglos en los valles de Galilea. ¿Para qué las procesiones? ¿Para el turismo, para la hostelería, para la fiesta? Pienso que Dios está en los hornazos y en los roscos de Jesús, como estaba en los fogones de Santa Teresa, pero sobre todo Dios debe estar –y he ahí el sentido verdadero de la procesión– en nuestros corazones, en el seno de nuestras dudas, en la raíz misma de nuestra condición de personas, en las emociones que reviven cada año en nosotros. Es Dios el trasfondo que debe humedecer, vivificar, lo que hacemos y sentimos en Semana Santa.

Porque puede que entre el oropel y la corneta estridente hayamos perdido los cofrades el horizonte de Dios. Y puede que hayamos convertido las procesiones en espectáculos de un parque temático. El reto es autentificarlas, volver a llenarlas de contenido, dotarlas de la conciencia de que son la expresión de un drama cósmico –el de la Muerte del mismo Dios–, la expresión de una esperanza definitiva –la de la Resurrección del Dios muerto–. ¿Para qué las procesiones? Para llenarnos de Dios los horizontes de la vida.

(Publicado en Diario IDEAL el 2 de abril de 2009)

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