jueves, 2 de abril de 2009

¿DIOS VIAJA EN AUTOBÚS?



"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida". Ese es el lema que figura en los autobuses de Londres y ahora en algunos de Madrid y Barcelona, aquí en España. En nuestro país, como era de esperar, el sector de la jerarquía encabezado por el cardenal Rouco y Varela ha respondido virulentamente a una campaña que Juan José Millás ha calificado, con toda sensatez, como “en absoluto agresiva”. Y así, frente al poderoso y sugestivo –y respetuoso y absolutamente protegido por el derecho fundamental a la libertad de expresión– planteamiento realizado por los grupos de ateos y librepensadores la Conferencia Episcopal Española ha vuelto, en palabras de Tamayo, a dar “muestras de intolerancia para con los increyentes”. El todopoderoso arzobispo de Madrid ha llegado a decir que la campaña ataca los derechos fundamentales de los creyentes y hiere su sentimiento religioso cuando toman el autobús, y más aún que “pretende arrancar la fe del corazón de los hombres”, constituyendo todo eso un abuso en el ejercicio de la libertad religiosa al que deben poner freno las autoridades no cediendo espacios públicos para esa publicidad.

Ante tal reacción creo que desde la honestidad de determinados creyentes –entre los que me incluyo– sólo cabe la incredulidad. ¿De verdad esto lo dicen los mismos obispos que pusieron el grito en el cielo cuando el gobierno catalán insinuó la posibilidad de equiparar legalmente las procesiones católicas a las manifestaciones cívicas o sindicales, limitando la posibilidad de su celebración? ¿De verdad hay católicos que se consideran con un plus de legitimidad para ejercer sus derechos por el simple hecho de ser creyentes? ¿Es cierto –y por más que nos pellizquemos no despertaremos de esa pesadilla– que los obispos piensan que una pancarta en un autobús atenta contra nuestros derechos como cristianos? Este tema, especialmente, me parece muy peliagudo: Javier Marías dedica cada año un artículo a quejarse de las molestias –ruidos, cortes de tráfico, etc.– que le ocasionan las procesiones católicas que discurren en Semana Santa por el Madrid de los Austrias, en el que vive. Si la jerarquía católica piensa que una pancarta –silenciosa y pacífica, al fin y al cabo– hiere los sentimientos de los católicos y no sé cuántos desastres más, ¿no está legitimando a aquellos que se sienten ofendidos o simplemente molestados con nuestras procesiones para que pidan la limitación de las manifestaciones públicas de la fe católica? Determinados sectores católicos deben entender de una vez que la calle, en cuanto que espacio cívico, no es privativa de ningún colectivo, por muy mayoritario que éste sea, sino el lugar de encuentro y expresión de las distintas opiniones y sensibilidades, y que tanto derecho tengo yo a ir vestido de morado por las calles de Úbeda la mañana del Viernes Santo como un ateo a plasmar en un autobús su pensamiento. Y a mí, como creyente, me gusta vivir en un Estado que no tiene religión y que ampara y protege todas las opiniones y creencias que pacíficamente se expresan, aún cuando algunos –se ve que excesivamente puntillosos o susceptibles– se sientan ofendidos si pierden el control de lo público, que es lo de todos y no lo de unos pocos. Pero esto es asunto de otro artículo.

Yo ahora de lo que quiero hablar es del interrogante intelectual que plantea el lema del “probablemente Dios no existe.” Porque me parece que es algo que tiene que obligarnos a reflexionar a los creyentes: ¿qué imagen de Dios estamos “vendiendo” los cristianos para que una empresa de marketing pueda hacer un lema tan atrayente como ese que liga la imagen de Dios a una vida amargada de la que no se puede disfrutar? Me parece que la Iglesia de hoy –la Iglesia de hoy somos todos nosotros– sigue vendiendo en demasía la imagen de un Dios justiciero o algo así, que sólo se dedica a prohibir y sancionar y castigar. Tal vez la mejor respuesta a ese lema que liga el disfrute de la vida a la negación de la existencia de Dios sea volver a leer el Evangelio, pero leyéndolo sin anteojeras, sin dioptrías calculadas por ideologías que nada tienen que ver con el mensaje liberador de Jesús. Si alguien es capaz de lanzar una bomba ideológica como esa, que dice imposible la unión de la creencia en Dios con el disfrute de la vida, es porque los creyentes nos hemos olvidado de que el mensaje de Jesús Nazareno es un mensaje de amor y sobre todo de ALEGRÍA. Y creo que los representantes oficiales de la Iglesia, en las misas de sus concentraciones políticas, difunden otro mensaje: excluyente, sectario. El mensaje de un Dios amargado y triste, que yo no identifico con ese Cristo que come y bebe con sus amigos y que predica la liberación y la hermandad de los hombres por los campos de Palestina.

A mí, el mensaje ateo no me ha cabreado. Yo no estoy dolido. Ni siento que se haya visto mermado el espacio público que ocupo como ciudadano español con inquietudes religiosas. Antes al contrario ese mensaje audaz me ha incitado a hurgar en mi herida de creyente, en mi condición de tambaleante seguidor de Jesús. A mí este mensaje me ha hecho reflexionar una vez más sobre la urgente necesidad de poner al día la Iglesia del Nazareno, convirtiéndola en defensora firme de la alegría y de la tolerancia, que son dos notas esenciales de lo evangélico. A mí me ha servido ese mensaje para darme cuenta de que hay que achicar las distancias abiertas entre las palabras y los actos de Jesús y las palabras y los actos de los creyentes, para que nunca más pueda identificarse el seguir a Jesús como un camino de amarguras y tristezas, o –peor aún– de soberbias y rencores. Sencillamente si esa es la imagen que damos es que nos hemos equivocado en casi todo. Si hay un mensaje que desliga a Dios y a la vida –al disfrute de la vida– la respuesta no puede ser tan torpe como la dada por los creyentes, con olor a rancio y a sacristía o a sectarismo de grupos que serán ultracatólicos pero son poco cristianos. La respuesta tiene que estar en la vida, en la vitalidad desbordante del mensaje de Jesús, que huele a mar y a campos en flor y a vino y a cordero asado y a risas de amigos y a mano que estrecha las manos de los que nada tienen y de todos los marginados, también de esos que ahora condena la Iglesia.

"Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida". ¿Hay que dar respuesta a ese reto intelectual que lanzan los que no creen? Para mí la respuesta está en volver al Evangelio y ver en que lugar Jesús no habla de amor al prójimo (a todos los prójimos, también a los separados y a los divorciados y a los homosexuales y a los que no piensan como nosotros) y es volver al Evangelio y ver cómo habría actuado Jesús en las situaciones de hoy en día. Por ejemplo, si no lanzó piedras contra la mujer adúltera, ¿duda alguien de que habría apoyado la propuesta de la ONU de instar a la despenalización de la homosexualidad? Por ejemplo, ¿duda alguien de que si uno de sus discípulos hubiera sido celíaco no habría buscado un pan que no lo dañara para dárselo en la Última Cena? Por ejemplo, ¿duda alguien que no estaría con los jóvenes fumándose un cigarro o bebiéndose una copa si el mismo Evangelio da fe de que le gustaba compartir ratos de fiesta con sus amigos? No sé, pero a mi me gusta pensar mi fe en estos términos y a veces me encuentro con que la Iglesia oficial, u oficiosa, está muy lejos de mi, que hice mi corazón de creyente a la sombra de unos pinos en La Barrosa. Y desde luego esa Iglesia enrocada en sus posiciones lanza retos intelectuales bastante más pobres que este que lanzan los ateos, lo que demuestra que la Iglesia que bajó al mundo en el Vaticano II vuelve ahora a estar perdida no sé dónde.

(Publicado en JESÚS, núm. 53, abril de 2009)

3 comentarios:

juan dijo...

Amigo Manolo, que el eslogan cuestione la creencia lógica y universal de la existencia de Dios, no me parece insultante, pero la verdad, tampoco indiferente. Más bien, me pregunto, a quién beneficia o a quién se dirige, porque pensando en tantos pobres, en los millones de niños y adolescentes que por doquier son explotados o excluidos de la sociedad, o viven la violencia de las guerras; los parados cincuentones, los sin sin hogar, forzados a trabajar o a vagabundear por calles, sin esperanza de futuro…
Y viene el eslogan famoso a alentar un disfrute de la vida que sólo unos privilegiados se pueden (o en todo caso y siendo muy chulo, nos podríamos) permitir… ¿es justo?

Como bien dices es verdad que Jesús de Nazareth nació y vivió pobre. Pero era feliz y disfrutaba la vida con los amigos, porque sabía de la existencia de Dios. Y cuando creció se mantuvo junto a los pobres y los que sufren. Por eso, mientras el bus ateo pasea su eslogan por las calles, Jesús (en esa relectura que alientas del evangelio) enseña a los suyos a disfrutar la vida. Y en la historia cristiana muchos/as “Viejos” y muchos/as “Manolosmolinas”, como Jesús, compartieron y comparten su vida con los necesitados y anunciaron y anuncian que hay más alegría en dar y en ser solidarios.
Ojalá yo, con total convicción pudiera gritar el eslogan: “Relájate, Dios Existe”.

Anónimo dijo...

Yo hago dos reflexiones:

1.- Aceptemos el "probablemente Dios no existe"...pero ¿el corolario de esa frase puede ser "disfruta de la vida"? Creo que no porque, si no hay nada, la vida carece de sentido, es igual ser un asesino que bondadoso, ladrón que benefactor. Mueren los justos y los pobres, los indefensos y los niños y sólo puede decirse que es un efecto aleatorio de la evolución. No es para disfrutar, desde luego.

2.- ¿Se atreverían esos ateos a pagar una campaña en la que pusiera "Alá no existe" en los países musulmanes o "El comunismo no existe" en Corea o China?

Quizá resulte que el cristianismo no es tan malo. Quizá resulte que es gracias a los cristianos que ellos pueden hacer campañas de publicidad, cualquiera que estas sean. Quizá resulte que el cristianismo es garante de su ateismo y del que puedan disfrutar de su vida.


Un abrazo.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Amigo Juan, comparto tu reflexión. A mí me parece que el eslogan lanza un reto intelectual a los creyentes, pero es cierto que en última instancia responde al estilo de los "pijoprogres". Ya sabes: se caracterizan por no creer en nada y por predicar una solidaridad de boquilla, pero su mensaje de disfrutar de la vida excluye a tres cuartas partes de la humanidad, que puede que sólo en Dios y/o en lo religioso encuentren consuelo. "La religión es el suspiro de la criatura afligida, el sentimiento de un mundo insensible, así como la gracia en lo insípido." No lo dice Manolo Madrid: lo dijo Karl Marx.
Un abrazo.