A los que fueron niños y crecieron leyendo historias de piratas y viajes al centro de la tierra, a los que de adolescentes buscaron en los libros mujeres ardientes en la soledad de sus dudas y de sus dormitorios, a los mayores que se remansan ante los libros abiertos, a los que leen sobre la cama, en un sillón, en el mar de agosto, a la sombra de un árbol, sobre los prados verdes, a los que leen en las tardes largas del verano o los domingos en que noviembre golpea con la cantinela de la lluvia gris, a los que levantan la mirada del libro para asombrarse aún del milagro de los vencejos que vuelven y a los que son incapaces de apartar sus ojos de las letras para no perderse el instante en que va a morir el malo de la historia, a los que devoran libros y a los que los saborean con la lentitud de un café cremoso, a los que llevan a sus hijos de la mano para hacerlos socios de la Biblioteca Pública, a los que fueron niños en la Biblioteca y a los que ahora aprenden a leer siendo mayores porque la dictadura les negó el derecho de la escuela, a los que acarician el lomo de sus libros con la ternura del que sabe que están en deuda con ellos, a los que se sienten herederos de sus libros y a los que siempre llevan un libro como compañero de viaje, a los que le gustaría que al morir le pusieran entre las manos el libro que tantos consuelos le dio en las noches de angustia, a los que leen novelas de amor y poemas existenciales, a los que leen ensayo político y filosofía kantiana, a los lectores de novela negra y a los de cuentos infantiles, a los que para comprar un libro se privan de muchos pequeños placeres, a los que leen libros prohibidos y a los que leen a escondidas desafiando al poder a las leyes, a los lectores de ayer y a los de mañana, a todos los lectores de todos los tiempos y de todos los lugares, a los que hoy comprarán y regalarán libros y rosas, felicidades.
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