jueves, 16 de abril de 2009

MANJARES


Lo reconozco: alguna vez he dicho que Dios también habita entre los hornazos. Y es que no puede ser de otra manera, sobre todo si tenemos en cuenta la riqueza que la cocina ubetense alcanza durante estos días de Semana Santa. No hay semana en el año en que se coma mejor, y no porque en otras épocas no haya manjares más caros, sino porque no hay otros días en que la comida sea más de aquí, con tanto sabor a casa y a tiempo ido, con tanta capacidad para resumir lo mejor de los productos de nuestra tierra y de nuestros antepasados: el aceite, la harina, el azúcar, el huevo, el tomate... La Semana Santa de Úbeda son los tambores y las trompetas de la Santa Cena o de la Oración del Huerto, los lamentos de la Soledad, el incienso de la Columna o los Romanos de la Humildad… Pero también –¡ay, que hambre!– esas comidas que con tan sólo olerlas nos retrotraen a los años en que comenzamos a cuajar nuestra personalidad.

Me acuerdo de aquellas tortas de aceite y de los hornazos que se guardaban en las alacenas en un saco de papel y aguantaban toda la Semana tiernos, brillantes, pringosos de aceite. Ahora, por desgracia, es difícil encontrar en los hornos ubetenses pan de aceite que contenga el fruto de la aceituna en cantidad apreciable y por eso las tortas y los hornazos no se pueden guardar fuera del congelador de un día para otro, pues se quedan resecos, tiesos. Pero aún así es impensable la merienda del Jueves Santo sin una torta de Semana Santa con fiambre, o la cena del Viernes Santo –cuando el cuerpo es puro cansancio– sin devorar un hornazo. Como es impensable una Semana Santa sin tortillas –de espárragos, de habas, de espinacas– que se hacen la tarde del Miércoles, o sin ensaladas de pimientos y atún, o sin bacalao encebollado o con tomate –tanto monta–, o sin huevos rellenos y ensaladilla rusa. Y luego, claro, están esos dulces de Semana Santa que son como una invitación a que vuelva el niño que fuimos ayer. Las torrijas, pero sobre todo los roscos de Jesús –manjar del amanecer de Viernes Santo, de antes de que salga Jesús– y los puritos americanos, que nos ponían las manos pringosas de caramelo blanquecino cuando íbamos a nuestra casa a quitarnos la túnica morada y a comer churros, ese paraíso.

(Publicado en diario IDEAL el 12 de abril de 2009)

3 comentarios:

Antonio M. Medina Gómez dijo...

Desde luego que se necesitan los cinco sentidos, todos al pie del cañon, para "saborear" como es debido nuestra Semana Santa. Has hecho que me entre hambre, Manolo. Qu´´e pena que no me haya quedado en la despensa ningun hornazo.

Un abrazo.

juan dijo...

Como bien sabes, en estas fiestas que tanto te gustan, yo me escapo con mi señora a "La Barrosa". No te creas que este año me fui de vacío... mi suegro nos compro unos hornazos, y Luci y yo nos los comimos dando un paseo al atardecer, por las rocas que llevan a Sancti Petri.
Fue una paranoia total, pero ¿Hay algo más de Úbeda que un hornazo en la Barrosa? Sí, dos hornazos.

Ja, ja, ja, esto es verdad Manolo, te lo prometo.

Saludos Amigo

Manuel Madrid Delgado dijo...

Pero hombre, Medina, ¿no tienes congelador? Nosotros todavía tenemos reservadas unas cuantas tortas de Semana Santa, para cuando pique el gusanillo...

Juanito, ¡hornazos en La Barrosa! Eso sí que es un lujo: ¡no sois ni de El Viejo! (Al imaginaros a Luci y a ti comiéndoros el hornazo por las rocas, me estoy acordando de un Jueves Santo en el que El Viejo me hizo subir a mi casa a por roscos de los que hace mi madre. Le lió siete u ocho en papel de aluminio, y él iba como un chiquillo chico comiéndoselos delante de los romanos mientras saluda a todo el mundo con el hocico lleno de azúcar y buscando sitio para ver pasar a la Humildad. Yo, claro, muerto de vergüenza... ¡Y por que no le dió por peerse...!) Y después del hornazo un buen Barbadillo y unas gambas... ¡Qué envidia! Como se entere mi mujer de que en La Barrosa también se comen hornazos, el año que viene no la sujeta aquí ni Dios.

Un abrazo a los dos.