viernes, 1 de mayo de 2009

GUADALUPE



Muchas primaveras –1616, 1673, 1734, 1750, 1791, 1817, 1899, 1925…– por que no llovía. Y en abril de 1746 para que finalizasen “los rigurosos fríos y continuadas lluvias” y brotasen así “los frutos y granos de los panes”. En 1650 y en 1681 o en 1800 por la peste, y en abril de 1738 para que cesaran las calamidades que tenían a Úbeda “en el maior desconsuelo”, y marzo de 1751 por las enfermedades y la muerte de muchas personas –era tal la desesperación que el Concejo pidió que no tocasen las campanas cuando se administraba la extramaunción por “no aflixir más al pueblo”–, y en 1786 o 1795 para que cesen la plagas de terciarias o de calenturas ardientes, y los otoños de 1833 y 1860 y 1885 porque hay epidemias de cólera morbo. Y en 1670 ó 1709 porque la langosta se come los campos. Y en muchas más veces los ubetenses trajeron la Virgen de Guadalupe hasta Santa María porque algo poderoso los afligía, como aquel septiembre de 1804 en que el pueblo –amotinado– suplica que la Virgen no se vaya de Úbeda porque los temblores de tierra y la epidemia de peste que padece Málaga han puesto un miedo en el ambiente.

Ramón Beltrán ha dicho que en la devoción a la Virgen de Guadalupe se resume la “historia del dolor de Úbeda”, porque no ha habido desconsuelo en esta ciudad en que no se haya bajado, con prisas y con ansias, hasta el Santuario para traer a la Virgen. Fe de nuestros antepasados, hondísima y sincera: ¿rondaba la peste o no llovía y se agostaba el trigo y faltaba el pan?, pues a por la Virgen… Ante cualquier problema, ante la certeza del sufrimiento que se avecinaba, pedía la Ciudad autorización para subir a Úbeda a la Virgen de Guadalupe y suplicarle misericordia. Historia del dolor, sí, pero también historia de una fe como del carbonero que cada año revive cuando el primero de mayo la Virgen sube desde el Santuario del Gavellar y una multitud la espera en el Molino de Lázaro.

Y sin embargo, la relación de Úbeda con su Virgen de Guadalupe ha adelgazado. Ahora, las tradiciones ubetenses –la salida de Jesús Nazareno, esperar o despedir a la Virgen en el Molino de Lázaro– están puestas en almoneda: no son espectaculares, no encandilan a las multitudes, no responden al manido tópico andaluz que vende Canal Sur. Hilvanan y convocan sentimientos de generaciones idas, cierto es, pero eso no le dice nada a los nuevos ubetenses y se ha producido un hiato entre los ubetenses que ya no son y los que serán mañana. ¿Habrá dentro de cincuenta, setenta años, ubetenses delante de La Consolada –al romper el Viernes Santo– o camino del Gavellar en la madrugada de mayo? ¿Los que hoy son niños o jóvenes se emocionarán entonces cuando vean a la Virgen diminuta llegar a Úbeda por los Cuatro Caminos?… Mañana, a la tarde amarilla, muchos ubetenses revivirán los muchos ayeres que mamaron con las esperanzas y los dolores que sus padres hilaron en la devoción a la Virgen de Guadalupe. Habrá mañana no sé qué nostalgia pálida en un puñado de corazones.

(Publicado en Diario IDEAL el día 30 de abril de 2009)

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