viernes, 30 de octubre de 2009

HERIDO DAIMIEL




El otoño político sigue deshojando las desvergüenzas y latrocinios de los unos y las incapacidades y frivolidades de los otros. Mientras, la sabia y dolida naturaleza manda un quejido terrible desde el antiguo humedal de las Tablas de Daimiel, herido de muerte: el subsuelo de aquella tierra mágica que hasta hace cincuenta años era posible cruzar en barcas, está ardiendo de puro reseco y pura tristeza. Una combustión lenta, terrible, casi imparable si no se inunda rápidamente la tierra que han secado la ambición de los agricultores –“mucha sangre de Caín tiene la gente labriega”, que diría don Antonio Machado–, la nefasta política de subvenciones agrícolas que sólo ha servido para enriquecer a unos pocos y para empobrecer y aniquilar paisajes y ecosistemas milenarios, y la absoluta inutilidad de una casta política incapaz de defender y proteger algo que no nos pertenecía y que no teníamos derecho a dilapidar ni destruir. Y sin embargo lo hemos hecho: lenta, despaciosamente, acaparando en el proceso de destrucción de ese espacio natural esfuerzos y leyes vanas, pomposas declaraciones, miles de millones de pesetas... toda una retahíla de imbecilidades y despilfarros que no ha dado resultado –aunque sí habrá dado beneficios para algunos– porque los últimos informes dicen que el daño causado a las Tablas es ya irreparable, irreversible: hace muy pocos años todavía podía haberse salvado, pero el agua bendita que tenía que haber anegado aquellas lagunas –que antaño fueron brillantes y limpias– se destinaba a los regadíos avarientos y a los campos de golf murcianos.

El final de los humedales manchegos comenzó, como tantas destrucciones del patrimonio cultural y natural español, durante la dictadura de Franco. Después la democracia no ha hecho más que abundar esa política de desprecio por el patrimonio común, que pertenece a los que un día lo cuidaron y mimaron, a los que hoy lo destruimos y a nuestros hijos y nietos, que ya no podrán disfrutarlo o contemplarlo. Es difícil no suscribir la tesis de los misántropos cuando dicen que el hombre se ha convertido en el cáncer del planeta, pero es imposible no estar de acuerdo con los que afirman que el mayor problema de España son los españoles. No hay pueblo que se dedique con más ahínco a destruir sus bienes y su patrimonio, sus paisajes, sus herencias, sus convivencias.

Arden las Tablas de Daimiel, como si todo el universo se hubiera ya cansado de la avaricia sin fin de esta especie estúpida. Como si por las bocanas de la tierra manchega y ajada escupiesen sus humos moribundos todos los ecosistemas destruidos, como si hasta la naturaleza fuese ya incapaz de mostrar su ferocidad y esas fumatas lentas manifestasen un cansancio ilimitado del planeta. Los filósofos de todos los tiempos han intentado definir al hombre: “un animal que ríe”, “un animal que llora”, “un animal político”, “un animal económico”... En realidad el hombre es un animal que destruye y que se destruye, gratuitamente, ciegamente, con la furia del idiota avariento.

(Publicado en Diario IDEAL el día 29 de octubre de 2009)

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