viernes, 18 de diciembre de 2009

RADICALES Y CORRECTAS




Un alumno negro denuncia al decano Coleman Silk aduciendo que ha pronunciado en clase palabras de contenido racista. Comienza así el calvario de Silk: muere su esposa y tiene que abandonar la docencia, machacado por lo políticamente correcto. Después inicia una relación con Faunia Farley, una humilde limpiadora que intenta sobreponerse a una terrible tragedia, y de nuevo la sospecha de los correctos se cierne sobre él.

Ese, más o menos, es el argumento de La mancha humana, la novela en la que Philip Roth arremete contra el pensamiento políticamente correcto, encargado de impedir “que el nivel más bajo de pensamiento imaginativo acceda a la conciencia”. Ese pensamiento basado en la zafiedad pseudofilosófica de la corrección formal ampara una forma nueva de vulneración de derechos y libertades fundamentales: basta con que una acusación esté amparada por las ideas de lo políticamente correcto para que se convierta en verdad, sin necesidad de juicio previo. Se ha trazado así una trinchera muy peligrosa desde la que “los vigilantes voluntarios de un sectarismo político del que ya no están a salvo ni las opciones más personales de la vida” (Muñoz Molina dixit) estigmatizan a todos aquellos que se resisten a plegarse a sus siniestras oquedades. En La mancha humana también está presente el escándalo moral que supone el que un tema como el de las mamadas de Monica Lewinsky acapare los esfuerzos e iras de los fariseos, mientras hay “decenas de millones de personas corrientes condenadas a sufrir una privación tras otra, una atrocidad tras otra, un mal tras otro”. Se trata en realidad de un modo de actuar muy corriente entre los imbuidos por lo políticamente correcto, un pensamiento estúpido que renuncia a la razón y la sensatez y que se embriaga con el tabú de las palabras o los símbolos, como si proscribiendo un lenguaje o una simbología se modificara la realidad.

Hemos visto como las feministas claman al cielo y exigen venganza –la justicia no cabe en lo políticamente correcto– porque la propietaria de una tienda de lencería, en Martos, ha puesto a una chavala estupenda en su escaparate para promocionar la ropa interior. Coincide la noticia con el hecho de que el juez Miguel Sánchez Gasca alce su sensata voz contra “el radicalismo de género”, a raíz de que una denuncia de inexistentes malos tratos haya paralizado la posibilidad de que un padre comparta la custodia de sus hijos. Cuando lo políticamente correcto se apodera de la ley los derechos y libertades quedan a la intemperie. Y las feministas han dejado desnudo el derecho a la presunción de inocencia y a un juicio justo para muchos hombres. Conozco a quien ante una denuncia falsa y sin pruebas durmió en el calabozo y a la mañana siguiente, en un juicio rápido, tuvo que declararse culpable, evitando así varias semanas de prisión preventiva. El feminismo ha abierto una causa general contra los hombres, como si fuésemos responsables de todos los crímenes cometidos padecidos por la mujer desde los tiempos de Eva.

(Publicado en Diario IDEAL el día 18 de diciembre de 2009)

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