Cohn-Bendit y sus compañeros de universidad exigen un derecho que acabaría desencadenando, y marcando, el “mayo del 68”: el derecho a poder pasar la noche con sus compañeras en las residencias femeninas del campus de Nanterre. Es la rebelión de un grupo de niños bien (seguidos, con tan buena intención como mala fortuna, por los obreros y desheredados de Francia) que con su protesta finiquitan las reclamaciones tradicionales de la izquierda occidental, minusvaloran las conquistas de la socialdemocracia y abren las puertas a la revolución de la derecha que se desencadenaría a partir de 1973. Pasolini describió a los revolucionarios del 68 como “rebeldes enfermos de esnobismo burgués”, constatando que la revuelta supuso el fin de la lucha colectiva por la mejora de las condiciones sociales y económicas de las clases medias y obreras, y justificó como tarea de la izquierda la lucha atomizada por derechos particulares. Obviando la consideración esencial de la igualdad como un removimiento de las condiciones económicas que la hacen imposible, acabaría desarmando los argumentos que hubieran podido defender al Estado del Bienestar del feroz ataque que padecería desde la llegada de Tatcher al poder. Para aquellos revolucionarios que lo único que querían, en realidad, era echar un polvo sin problemas ni sanciones académicas, el Estado del Bienestar –que sus padres y sus abuelos habían construido tras una lucha muy dura– era una antigualla, un corsé para sus aspiraciones libertarias basadas en dogmas de ceniza que acabaría barriendo el viento de la historia.
Cuarenta y tres mayos después la crisis económica ha dejado a la intemperie a millones de personas en todo el mundo y una nueva forma de protesta ha prendido en las plazas de España. Llena de vaguedades e imprecisiones, perdida en unas cuantas utopías de catecismo que a nada conducen, atenazada por muchas contradicciones que sólo pueden resolverse reduciendo el clamor a lo básico y la petición a lo común, y con la amenaza de morir asfixiada por no saber medir sus propios tiempos –medir el tiempo es básico para que una revolución esencialmente moral acumule fuerzas y salvaguarde esfuerzos– la nueva revolución es, sin embargo y pese a todo, una última esperanza. Por primera vez desde mayo del 68 lo colectivo –la tarea colectiva de construir espacios para una mejor democracia, la exigencia de restaurar los derechos colectivos que abolió por antiguos la revolución del 68– ha sido puesto en el centro del escenario. Y se hace renunciando a la violencia de las barricadas.
La izquierda post-68 construyó una justicia que mezclaba los derechos de la mujer –así, en abstracto– y de los animales y del medio ambiente, la liberación sexual, la exaltación de las minorías, mientras obviaba el papel que la escuela pública, las becas o la sanidad pública habían tenido en la mejora de las condiciones de vida de millones de europeos y en el perfeccionamiento de la democracia... Atomizada, esta izquierda de diseño y eslogan fue barrida por una derecha que convirtió su ideología en una ciencia económica y social de necesaria e inexorable aplicación. Mayo de 2011 alumbra, tal vez, algo más importante y necesario que otra izquierda que se oponga a las políticas de neoliberales y neoconservadores: puede que estemos asistiendo al nacimiento de una ideología de los ciudadanos libres, que exigen como tarea fundamental de la democracia la restauración de los derechos económicos y sociales de la ciudadanía para poder (re)construir la genuina justicia.
¿Quiere triunfar la revolución del mayo español? Debiera exigir sólo el respeto por esos derechos que nos unen a todos, que a todos pueden liberarnos y que construyen una justicia para todos. Las luchas particulares, son una añadidura. Debiera pensar, también, en hibernar, como un oso que guarda fuerzas. Porque puede estar agostándose, y mañana seguirá siendo necesaria.
2 comentarios:
Nuestro tiempo es tiempo de modestia. Una época light donde la reflexión huye de los grandes sistemas y las grandes empresas. Nadie busca poseer el secreto de la felicidad. Por eso, la utopía -?- de la Plaza del Sol sólo tendrá un valor práctico si consigue ponerse de acuerdo con una ética mínima donde todos podamos encontrarnos, con nuestras exigencias y nuestros abandonos.
Un saludo
Llevas razón: si el 15M se traduce en un potente programa de mínimos, su fuerza será grande. Si aspira, por el contrario, a un programa de máximos, acabará diluido en una revolución de opereta y perderá cualquier fuerza.
Saludos.
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