Me gusta la incertidumbre de mayo, en el que un sábado de sol y calor viene seguido por un lunes de nubes barrigonas y negras y un aire fresco que obliga a la camisa de manga larga: mayo, sabio, advierte contra cualquier seguridad que hubiéramos preconcebido con demasiado adelanto. Hasta el cuarenta de mayo..., que decían nuestros abuelos.
Me gusta el mes de mayo. Porque agrupa todas las contradicciones del año, porque es capaz de darle una voz a cada estación y cada mes para que, sin armonía ni concierto, despidan juntamente al invierno y reciban la explosión de vida que será junio: todavía quedan fresas y naranjas en el mercado, pero ya se nos ofrecen las primeras sandías y los primeros albaricoques y las primeras cerezas, porque la naturaleza de mayo es generosa y exuberante y nos regala juntamente los últimos platos del invierno y los anticipos del verano; ya los cielos se han llenado de vencejos, pero todavía algún guácharo puede caerse del alero empujado por el agua fría de una tormenta imprevista; desnudos, los hombros y las piernas de las mujeres —debajo de los vestidos ligeros de tela de colores— anuncian una alegría, entregan una promesa, pero alguna tarde todavía serán necesarios los paraguas.
Frente a las férreas dictaduras que imponen agosto o enero, con sus calores o sus fríos incontestables, tajantes, las estaciones traen también esta anárquica democracia de mayo, o luego, ya en el otoño, la de octubre, cuando todo es posible, cuando nada es previsible, cuando todo puede discutirse y cambiarse. Cuando todo se nos entrega con prodigalidad y una lujuria vital que sólo pide a cambio la pleitesía de nuestros sentidos.
2 comentarios:
Maravilloso artículo para el día de San Fernando. Te leí uno igual de bueno el año pasado sobre junio. Deberías editar un libro pequeñito sobre los doce meses del año.
Miguel Pasquau.
Gracias Miguel. Sabes que me sobrevaloras.
Abrazos.
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