lunes, 23 de mayo de 2011

GENEROSA INFELICIDAD





Leo el Elogio de la infelicidad de Emilió Lledó. Habla de cómo para los griegos la felicidad se alimentaba de bienes materiales, que servían «para asegurar la siempre inestable y frágil existencia». Para los griegos, el bienestar se fundaba en la ausencia de angustia y preocupación por el “bientener”. Pero a medida que se avanzaba en el proceso de construcción del pensamiento (y por ende, del lenguaje filosófico) los griegos comenzaron a descubrir una felicidad no sustentada sobre la seguridad de las cosas: dice Lledó que el bienestar comenzó a ser también un “bienser”:

«Una serie de palabras empezaron a describir, en la literatura griega, ese equilibrio, esa sensatez, esa alegría, que provenía de los inescrutados territorios de la mismidad. Un sentimiento de paz interior que se conformaba con poco, con poder acallar la voz de la carne que exige el alimento, la luz y el aire para seguir latiendo
Desde esa concepción del bienestar como “bientener” y “bienser” los griegos dan el salto a la democracia política:

«La verdadera democratización del cuerpo y de la vida exigía, pues, el respeto a esa corporeidad que necesitaba alimentarse, poder sentir, poder entender y poder percibir la vida como “energía y alegría”. Este era un derecho esencial para todos los seres humanos, y la tensión hacia una política de la igualdad no era sino el reconocimiento de ese derecho, del que arrancaba la amistad, la justicia y la posibilidad de convivir
Ese equilibrio entre lo personal y lo colectivo que es la democracia griega se rompe, se desarticula, es constantemente amenazado «por la consciencia de la miseria, la violencia, la crueldad creciente que, desde los griegos, ha experimentado la humanidad. Porque, efectivamente, es imposible la felicidad si la mirada descubre, alrededor de la vida individual, la enfermedad social y la corrupción que destroza la vida colectiva.» ¿Es imposible la felicidad en un mundo como el nuestro? Para los griegos sin duda no sería posible, pero para nosotros señala Emilio Lledó que sí lo es, porque esa mirada que podría descubrir alrededor elementos suficientes para hacer inviable la felicidad ha sido cegada en nuestras sociedades, porque estamos corrompidos en la mente y el ansia de tener ha acabado consumiendo nuestra propia existencia y ha insensibilizado nuestras miradas.

«Una felicidad amenazada no permite el sosiego y la paz que necesita la consciencia para “ser” feliz. El sueño del equilibrio y amistad con nosotros mismos está siempre lleno de pesadillas, de insatisfacciones. Sólo el “señorito satisfecho” es capaz de regodearse en la propia y ciega felicidad del tener, e inventarse ideologías para aposentarse en su particular regodeo
Leo, releo todo esto, en esta mañana de sentimientos encontrados. Y pienso que aunque no tengo perro ni sé tocar la flauta, me sigo identificando con ese país que desde hace una semana ha estado en las calles dándole voz a los jóvenes que han terminado su carrera y no encuentran trabajo, a los padres y madres de familia que han perdido el empleo, a los trabajadores que cobran sueldos de miseria por jornadas agotadoras, a los jubilados que han tenido que acoger en sus casas y mantener con sus pensiones a los hijos y nietos desahuciados por los bancos. Dentro de nosotros tenemos que buscar «la lucidez, la libertad para entender». Termino con Lledó, con una esperanza que nos propone:

«(...) jamás podremos quedar plenamente satisfechos de nuestra singular existencia, si está embotada en el acuciante círculo de la entontecida prosperidad. La infelicidad que viene de fuera: las tensiones, la violencia y la estupidez que, tantas veces, destrozan la vida colectiva, se compaginan mal con la deseada buenaventura. Pero ese inevitable punto de inseguridad es, por otra parte, estímulo y acicate hacia esas otras metas que llenan el horizonte ideal en el que se conforta y orienta la vida. Un descontento que nos enseña el sentido más apasionante de cada empresa humana, y que nos empuja constantemente en la dirección de una personal felicidad, imposible si no tiende, de alguna forma, ala compañía y felicidad de los demás. Una utopía paradójicamente a mano, y que sólo puede alcanzarse en el reconocimiento y aceptación de la insalvable finitud de nuestra generosa infelicidad
¿Habrá, entre los vencedores de anoche, quienes entiendan estas palabras de Lledó y trabajen por todos, como han prometido, desde su generosa infelicidad?

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