El 18 de julio de 1983 cerraban las puertas de la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares de Úbeda. Yo entonces era un niño, pero guardo recuerdos preciosos de aquella iglesia grande y cuajada de luz: el claustro –en la tarde de Jueves Santo– lleno de pájaros y de gentes y de sombra, las escaleras crujientes del altar de Jesús Nazareno, la capilla llena de flores de la Virgen de Guadalupe… Nada queda de aquello: la mala suerte y la pésima gestión burocrática se cruzaron en algún momento maldito con la historia de Santa María y pusieron fin a siglos de historia.
La mala suerte se llama Junta de Andalucía, que ha consentido y bendecido todas las barbaridades perpetradas contra la antigua colegiata. Pero la mala suerte también se llama indolencia de la sociedad ubetense, que desde aquel julio lejano de 1983 ha asistido absolutamente silenciosa y cómplice al mayor atentado contra el patrimonio histórico cometido en Andalucía en el último cuarto siglo. Porque lo de Santa María ha sido eso y no otra cosa: un ataque realizado ante los ojos de todos y contra uno de los más singulares edificios de la provincia de Jaén.
No se trata aquí de resumir los muchos valores históricos o artísticos y sobre todo sentimentales que Santa María atesoró a lo largo de setecientos años de historia, y que ya no existen. Ni siquiera se trata de recordar como desde que Isicio Ruiz de Albusac –¿alguna vez alguna corporación lo declarará “persona non grata” en Úbeda?– se hiciese cargo del templo, éste ha padecido toda clase de vejaciones. No vamos a ahora a contar cómo se destruyeron las bóvedas del siglo XVIII o cómo desaparecieron las lápidas sepulcrales o los escudos episcopales o los cuadros o las losas de piedra. Tampoco vamos a realizar un relato de cómo se han dañado irremediablemente las rejas de las capillas de Santa María –la mejor colección de rejas de Andalucía–. Ni siquiera les vamos a contar como el arquitecto Enrique Venegas, en un injustificable arrebato creador, decidió inventarse una iglesia nueva y procedió a picar las paredes de la iglesia privándola de toda luz y convirtiéndola en un nicho lúgubre, o como consideró que lo mejor era poner un artesonado “mudéjar” –cutre, feo, de saldo– para sustituir las bóvedas derribadas en 1986 por Ruiz de Albusac. Y, para no darles el desayuno, no les contaré como cada una de las capillas del templo se ha convertido en una exposición de terrazos y mármoles para cuartos de baño. Todo esto podrán comprobarlo ustedes cuando, dentro de muchos muchos años, se abra Santa María: entonces accederán ustedes a un templo amarmolado, oscuro y desangelado por un claustro gótico sobre el que caerá el sol a plomo, porque en plena era tecnológica y mientras los americanos estudian la manera de llegar a Marte, las autoridades andaluzas son incapaces de encontrar la manera de plantar un ciprés en el viejo patio de la mezquita rodeado por el claustro.
Hoy, ya les digo, no quiero hablarles de nada de eso: algún día volveré a estas páginas a contarles cuánto se ha perdido en Santa María, cuánta incompetencia e incultura acumulan sus obras de destrucción y reinvención que solamente algunos ineptos siguen empeñados en llamar “de restauración”, cuánta sandez y cuánta mentira han vertido los políticos regionales y locales a lo largo de estos veinticinco años.
Pero hoy no: hoy quiero hablarles de que esta tarde un grupo de ubetenses nos ha convocado ante la Puerta de la Consolada –la misma ante la que cada amanecer de Viernes Santo se concitan las emociones mejores de Úbeda– para encender velas. Hoy, a las nueve de la tarde, estaremos allí con veinticinco velas, una por cada año de atentado padecido por Santa María, para reivindicar que se inicien ya las obras definitivas, que se blanqueen sus paredes, que se recupere la parte de su historia que se pueda recuperar, que se llene de verde y de pájaros su claustro. Hoy se encenderán cientos de velas no para celebrar nada, que nada hay que celebrar ni hoy ni cuando se abra el templo, sino para recordar estos veinticinco años y los miles de ubetenses que murieron sin ver abierta Santa María, y los miles de ubetenses que ya nunca conocerán el templo que se cerró en 1983 porque ese ha desaparecido.
¿Tiene sentido encender velas por Santa María esta tarde de julio? No lo sé, pero no se me ocurre mejor forma de elevar una protesta que sea a la par silencio y oración. Yo, hoy, estaré encendiendo velas –indignadas velas– en la Puerta de la Consolada.
(Publicado en Diario IDEAL el 5 de julio de 2008)
La mala suerte se llama Junta de Andalucía, que ha consentido y bendecido todas las barbaridades perpetradas contra la antigua colegiata. Pero la mala suerte también se llama indolencia de la sociedad ubetense, que desde aquel julio lejano de 1983 ha asistido absolutamente silenciosa y cómplice al mayor atentado contra el patrimonio histórico cometido en Andalucía en el último cuarto siglo. Porque lo de Santa María ha sido eso y no otra cosa: un ataque realizado ante los ojos de todos y contra uno de los más singulares edificios de la provincia de Jaén.
No se trata aquí de resumir los muchos valores históricos o artísticos y sobre todo sentimentales que Santa María atesoró a lo largo de setecientos años de historia, y que ya no existen. Ni siquiera se trata de recordar como desde que Isicio Ruiz de Albusac –¿alguna vez alguna corporación lo declarará “persona non grata” en Úbeda?– se hiciese cargo del templo, éste ha padecido toda clase de vejaciones. No vamos a ahora a contar cómo se destruyeron las bóvedas del siglo XVIII o cómo desaparecieron las lápidas sepulcrales o los escudos episcopales o los cuadros o las losas de piedra. Tampoco vamos a realizar un relato de cómo se han dañado irremediablemente las rejas de las capillas de Santa María –la mejor colección de rejas de Andalucía–. Ni siquiera les vamos a contar como el arquitecto Enrique Venegas, en un injustificable arrebato creador, decidió inventarse una iglesia nueva y procedió a picar las paredes de la iglesia privándola de toda luz y convirtiéndola en un nicho lúgubre, o como consideró que lo mejor era poner un artesonado “mudéjar” –cutre, feo, de saldo– para sustituir las bóvedas derribadas en 1986 por Ruiz de Albusac. Y, para no darles el desayuno, no les contaré como cada una de las capillas del templo se ha convertido en una exposición de terrazos y mármoles para cuartos de baño. Todo esto podrán comprobarlo ustedes cuando, dentro de muchos muchos años, se abra Santa María: entonces accederán ustedes a un templo amarmolado, oscuro y desangelado por un claustro gótico sobre el que caerá el sol a plomo, porque en plena era tecnológica y mientras los americanos estudian la manera de llegar a Marte, las autoridades andaluzas son incapaces de encontrar la manera de plantar un ciprés en el viejo patio de la mezquita rodeado por el claustro.
Hoy, ya les digo, no quiero hablarles de nada de eso: algún día volveré a estas páginas a contarles cuánto se ha perdido en Santa María, cuánta incompetencia e incultura acumulan sus obras de destrucción y reinvención que solamente algunos ineptos siguen empeñados en llamar “de restauración”, cuánta sandez y cuánta mentira han vertido los políticos regionales y locales a lo largo de estos veinticinco años.
Pero hoy no: hoy quiero hablarles de que esta tarde un grupo de ubetenses nos ha convocado ante la Puerta de la Consolada –la misma ante la que cada amanecer de Viernes Santo se concitan las emociones mejores de Úbeda– para encender velas. Hoy, a las nueve de la tarde, estaremos allí con veinticinco velas, una por cada año de atentado padecido por Santa María, para reivindicar que se inicien ya las obras definitivas, que se blanqueen sus paredes, que se recupere la parte de su historia que se pueda recuperar, que se llene de verde y de pájaros su claustro. Hoy se encenderán cientos de velas no para celebrar nada, que nada hay que celebrar ni hoy ni cuando se abra el templo, sino para recordar estos veinticinco años y los miles de ubetenses que murieron sin ver abierta Santa María, y los miles de ubetenses que ya nunca conocerán el templo que se cerró en 1983 porque ese ha desaparecido.
¿Tiene sentido encender velas por Santa María esta tarde de julio? No lo sé, pero no se me ocurre mejor forma de elevar una protesta que sea a la par silencio y oración. Yo, hoy, estaré encendiendo velas –indignadas velas– en la Puerta de la Consolada.
(Publicado en Diario IDEAL el 5 de julio de 2008)
1 comentario:
Amigo Manuel, desde este tu blog, darte la enhorabuena, tus palabras son el reflejo de la rabia e indignación que "deberíamos" sentir todos y cada uno de los ubetenses, no sé si este acto que esta tarde hemos organizado tendrá alguna repercusión, intentamos con él movilizar las conciencias dormidas de tantos ciudadanos que, acostumbrados a verla cerrada, se dedican a "esperar" sin hacer nada.
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