viernes, 11 de julio de 2008

MANUEL ALCÁNTARA



¿Qué momento de la vida nos descubre que la única ocupación realmente importante es la de tener siempre preparadas las maletas? Al nacer nos entregan un equipaje que no pedimos, vivimos deshaciéndolo y rehaciéndolo y, de pronto, nos damos cuenta de que la ropa debe siempre estar planchada y limpios los zapatos porque desconocemos el momento en que vendrán a recogernos. Descubrimos esto y aprendemos a vivir en la lucidez del escepticismo –polvo somos y nada poseemos–, elevando la mirada por sobre las cosas sabiendo que todas ellas son pasado desde su nacimiento. Y este conocimiento demasiado humano acentúa la mirada compasiva sobre el mundo: tanto sufrir, tanto penar, para acabar en nada. Pobre mundo. Pobres nosotros.

Desconozco cuándo descubrió Manuel Alcántara esta suprema verdad de la sabiduría: “la ilusión, si la he visto, no me acuerdo”. Lo cierto es que el fin siempre próximo invade sus artículos desde la muerte de su esposa: escribe como latiendo ya en un desapego, como si la mar o las palabras fueran incapaces de sostener un arco vital al que se le ha caído la clave. Y en cada artículo practica el poeta mediterráneo y desengañado su despedida de los mundos: sabe que hay cosas comenzadas que no verá terminar. Como ya no es momento de engañar ni engañarse deja testamento de sus despedidas en los artículos suyos de cada día, despedidas –por otra parte– salteadas de ternuras y comprensiones: no sabe, por ejemplo, si verá terminar la crisis que ahora nos angustia, pero en cada periódico consuela a los que la padecen. Y así con todo, urgente ya y recogido.

El equipaje de Manuel Alcántara se compone de muchos artículos y de buenos poemas. Pero se ha publicado poco la obra de este escritor imprescindible y encontrar libros suyos es tarea imposible. Seguro que cuando lo recoja la barca que nunca regresa se sucederán los homenajes y las ediciones, que como siempre llegarán tarde y mal, que es lo español: en uno de sus poemas –“cuando yo me haya ido, que triste que me vaya”– pidió que de él hicieran una guitarra, no una antología ni unas obras completas con cara de difunto aburrido y secano. Ahora que todavía vive o malvive –o malmuere– su “corazón capaz de lluvia”, ¿por qué no regalar sus palabras en forma de libros al aire irónico y burlón de los lectores que también nos sabemos naufragio y abandono?

La obra de Alcántara es importante por lo minuciosa, por lo testimonial de los sucesos y los días: cuenta la vida y eso lo convierte en cronista del desencanto y trovador de un mundo de esperanzas sucias, como nieve derretida en el asfalto. A mí me gusta cada mañana llegar a la puerta de atrás del IDEAL para saludar al poeta dispuesto a la partida. Cada día es siempre el primero o el último de la aventura cabrona y tan hermosa del vivir: aún tengo el consuelo de que pueda recordármelo Manuel Alcántara, dejado y solo y sentado ya sobre su maleta vieja de niño sorprendido ante el milagro de seguir respirando y escribiendo cada día.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén, Granada y Almería, el 10 de julio de 2008)

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