martes, 2 de febrero de 2010

QUE EL MUNDO ES UNA PORQUERÍA...



Ya lo dijo el tango: el mundo fue y será una porquería, en el quinientos seis y en el dos mil también... y por supuesto en el dos mil diez. Basta con echar hoy una ojeada a los periódicos para comprobarlo en tres pinceladas.

Primera. Los niños de Haití –de los que tendremos noticia mientras Haití sea noticia, y que luego pasarán al olvido, como los niños de Afganistán, de Somalia, de Etiopía...–, a los que un grupo de norteamericanos intentaban sacar de su país para “venderlos” en el mundo rico, no sabemos si para que fuesen cuidados o para sacarles los órganos o para qué. Querían sacarlos de Haití, algunos eran bebés de pocos meses; estaban sucios, hambrientos, sedientos, nuevos esclavos de un occidente sin conciencia. De ese drama –del que sólo conocemos una parte– hay una foto que me ha llegado hondo, la de un niño de trece meses, un poco mayor que mi Manuel, al que le falta todo. ¿Cómo no pensar ante ese horror que el mundo es una porquería?

Segunda. Los políticos españoles, que siguen empeñados en laminar los derechos de los ciudadanos. Ahora, con esa broma de mal gusto de aumentar la edad de jubilación, que como todos los debates en España plantea un debate tan serio como el de las pensiones en términos de risa. Detrás de todo esto se esconde la realidad de que por primera vez en la historia vamos a asistir a como las generaciones vivirán peor que las que las antecedieron: yo peor que mis padres, mi hijo peor que yo. Tanto esfuerzo de tanta gente a lo largo de tantos siglos al final ha sido burlado, violado, estafado, por la avaricia de los banqueros y los empresarios y por la estupidez supina de una clase política sin escrúpulos ni ideas ni coraje. Jubilarnos a los 67, con un horizonte de fondo que anuncia el fin de las pensiones y el regreso de la caridad para los mayores. Y mientras, cualquier diputado que lo haya sido durante sólo ocho años adquiere el derecho de cobrar la pensión máxima, por no hablar de las que cobran como indemnizaciones las leires y demás. La victoria de los vagos y los maleantes: ¿quién nos indemniza a los ciudadanos de los políticos que padecemos? ¿Cómo no pensar en medio de esta sinvergonzonería que el mundo es una porquería?

Y tercera. Los jueces, esta vez los del Supremo, que vuelven a dar la nota. Porque resulta que una mala bestia acuchilla a su mujer y la tira al suelo, y cada vez que intenta respirar le pisa el cuello, hasta partírselo. Todo delante de sus hijos. Y el tipo sólo cesa en su tortura cuando el llanto y los gritos y el miedo de sus hijos son incontenibles. Y la mujer se queda tetraplégica y hoy por hoy sólo puede mover una mano, y sus hijos siguen en tratamiento psiquiátrico, destrozados para siempre. Y los jueces del Supremo –los que decían que cobraban poco, ¿recuerdan?– pues le rebajan cinco años de pena al criminal porque dicen que actuó “sin alevosía”. ¿Cómo no pensar delante de esta injusticia sin nombre que el mundo es una porquería?

No hay comentarios: