domingo, 14 de febrero de 2010

EL CABAÑAL




Yo, que nunca he estado en Valencia, me imagino el barrio del Cabañal como un abigarrado conjunto de plazas y calles cuajadas de casas modernistas, con colores luminosos y alegres como un cuadro de Sorolla, con palmeras y macetas siempre relucientes y con capillas marineras en las que se veneran las antiguas imágenes decimonónicas a las que acudían las mujeres de los pescadores para suplicar clemencia y protección en las tardes de temporal. Un barrio vitalista, desbordado, en el que las barracas azules de los pescadores se mezclan con casas de descanso de la pequeña burguesía, frente a la playa de la Malvarrosa, con balnearios y hoteles de amplias galerías pobladas de silencios y chillidos de gaviotas, una especie de lugar mitológico y literario creado ex profeso –con sus amores y sus siestas de agosto y sus crímenes y la eterna belleza de la mar– para los libros de Blasco Ibáñez y los artículos de Manuel Vicent.

Y supongo que el Cabañal debe ser un lugar hermoso y retraído, atrapado en otro tiempo e hilado con otras emociones, porque sobre él han puesto sus ojos y quieren poner sus zarpas los políticos valencianos. Y es que el Ayuntamiento de Valencia y la Generalidad pretenden destruir ese pueblo de pescadores y tenderos de ultramarinos, esa joya modernista de la Restauración, para levantar en su lugar una avenida atronada de coches y decenas de moles de cemento. ¿Por qué la casta política española aborrece tanto nuestro pasado, nuestro patrimonio artístico y sentimental? Supongo que en cualquier lugar de la Europa civilizada un barrio como éste habría sido mimado y restaurado. Tendría la cara limpia y en sus calles jugarían los niños y los mayores recordarían –sentados en las terrazas de los cafés o en las puertas de las casas, al fresco de la noche de julio– los tiempos en que todavía atracaban las barcas de blancas velas en las arenas de la playa. Y supongo que todavía habría, recónditos y a salvo de la furia del tiempo, tabernas de pescadores en las que degustar arroces con los sabores potentísimos e inolvidables de las cocinas pobres del siglo pasado. Pero el Cabañal, ay, está en Valencia, y Valencia en España. Y aquí toda la invención y actividad política se destina a ensañarse contra lo que más se debiera proteger. El progreso sigue siendo, para los políticos españoles, no una sociedad ordenada y limpia, con escuelas y hospitales públicos decentes, con laboratorios y talleres en los que se respirase amor al trabajo bien hecho, sino un tormento de grúas y hormigoneras que ocupan el hueco dejado una capilla neogótica, una casa con primores de yeso modernista o un palacete de resonancias francesas.

Por desgracia para el Cabañal y para todos nosotros el desarrollo y el progreso se siguen entendiendo en España como en los primeros años del siglo XX, cuando barrios medievales enteros fueron demolidos para abrir grandes vías. Esa furia destructora, ese odio por el pasado adobado por el olor del dinero fresco y corrupto que mueve el sector de la construcción, no se ha borrado de nuestra vida pública. El Cabañal será su última víctima.

(Publicado en Diario IDEAL el día 11 de febrero de 2010)

2 comentarios:

Diego de la Cruz dijo...

Manolo: voy con frecuencia a Valencia y conozco El Cabanyal. Te puedo decir que es un barrio entrañable, familiar, de gente sentada en la puerta; pero esa gente es gente humilde, mayor, de escasos recursos económicos y, probablemente, de escaso nivel cultural, es decir, el perfil de gente que no suele votar a los partidos que copan el ayuntamiento valenciano y la Generalitat, por eso a estos gobernantes no les importa la brutal intervención urbanística que conlleva el desaucio de los vecinos y la destrucción de un barrio legalmente protegido, no van a perder votos...

Manuel Madrid Delgado dijo...

Diego, el panorama político español es desolador. Ayer comentaba con un buen amigo común la deriva del sistema: los partidos han copado las administraciones, que no son más que apéndices de aquellos; los ciudadanos carecemos de medios efectivos de control de la casta política; la eficacia democrática del sistema electoral es casi inexistente... Así, al final, el sistema político español se asemeja cada vez más al sistema de la restauración, esclerotizado y "caciquizado", y los políticos se pueden consentir estas tropelías sabiendo que les salen gratis porque al final el resultado electoral lo justifica y lo convalida todo. A mí, ese principio me parece cuasi fascista: si la gente lo apoya es porque está bien. Pero es no es así: aunque una mayoría de valencianos dijeran que sí a la destrucción del Cabañal (y dirá sí a esa destrucción todo el que vote al PP en las próximas elecciones) esa destrucción será una barbaridad, por muy mayoritario sea el respaldo electoral que tenga. Simplemente hay cosas en las que la mayoría no puede entrar, ese es el verdadero núcleo de la democracia. Esa reserva opera con principios fundadores (y como fundadores anteriores) del sistema democrático. Entre ellos está la conservación de la herencia cultural. Una destrucción como la que se prevé en el Cabañal es una destrucción contra el patrimonio moral de todos los valencianos, irreparable. Por eso hay que articular mecanismos que hagan que no sea posible llevarla a cabo aunque la quisiera el mismo Dios.
Saludos.