El jueves por la tarde, mientras paseábamos a Manuel, vimos al primero. En el Pasaje de la Victoria, envuelto en una manta, tendido sobre el suelo. Sólo, seguramente aburrido, posiblemente hambriento. Sucio. Queda más de un mes para que empiece la aceituna y es posible que en la aceituna no haya trabajo para tantos, puede que para ninguno, porque el paro que todo lo devora empuja a los habitantes de esta tierra ingrata a volver a los tajos aceituneros, que durante los años de bonanza despreciaron. Es el primero que duerme en la calle, pero dentro de muy pocas semanas serán muchos. Y su situación será más desesperada que nunca: nada, nadie, podrá paliar la infinita tristeza que deben sentir cuando tras jugarse la vida para cruzar la mar sobre tablas no encuentran trabajo ni pueden mandar dinero a sus familias. Duermen en la calle, envueltos en mantas viejas para intentar burlar el frío del otoño y del invierno, son objeto de burla... y son la imagen viva de todas las desesperanzas de un mundo sin futuro. Al verlos en ese abandono de derrotados de la historia siento que algo comienza, un año más, a partirse en mi interior.
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