viernes, 23 de octubre de 2009

EL ROSTRO DE ANA





Los lunes tienen siempre una cara gris y sucia, como de mundo resfriado y con ojeras que avanza entre nubes de fiebre por los caminos embarrados del mundo. Y sin embargo, hay lunes que se levantan con la cara rota y ensangrentada y sin dientes, lunes amoratados como el rostro de Ana, que hace cuatro días presidía las portadas de todos los periódicos de la provincia. El día antes su novio la había torturado y tal vez habría acabado con su vida si no hubiera podido acabar. Ana es la última víctima conocida del terrorismo machista en tierras de Jaén, y su cara como de muñeca machacada provocó en muchos de nosotros un torcido gesto de compasión y un asco por pertenecer a esta especie devastadora, que es la humana.

El martirio padecido por Ana a manos de su novio pone otra vez sobre el urgente tapete de la actualidad el caso de tantas mujeres maltratadas por sus maridos o sus compañeros. Y demuestra la escasa eficacia de una norma pretenciosa y en ocasiones realmente injusta, por cuanto vulnera la presunción de inocencia y pone la carga de la prueba en los hombros del denunciado. En cualquier caso, decía, la ley es ineficaz para frenar suplicios como el padecido por Ana o por tantas otras mujeres simplemente porque se pierde en los vericuetos estériles del buenrrollismo y de lo políticamente correcto, porque carece de valor para atacar el núcleo esencial en el que se sustenta el hecho de que un hombre maltrate en el cuerpo y en el alma a una mujer. La ley, al referirse a “violencia de género” –en una construcción lingüística aberrante en la lengua española pero vivamente recomendada por las femilistas– escamotea el núcleo duro de la violencia padecida por las mujeres. Porque la ley debería dirigirse no contra palabros etéreos sino contra el terrorismo machista: si un hombre cree que puede golpear o matar a una mujer, o humillarla y anularla, es simplemente porque ideológicamente está convencido de que es superior a ella, de que es su dueño, su amo, su señor. Lo mismo que un terrorista vasco pone bombas creyendo que así lucha por su patria o un fanático del Islam masacra a decenas de inocentes en ofrenda sangrienta a su dios, un maltratador actúa desde la atalaya de ideas del machismo y el patriarcado. Luego mientras la ley no denuncie esto, mientras los crímenes machistas no se vean agravados por el componente ideológico, mientras no se considere un delito la apología del machismo como lo es la negación del Holocausto o la exaltación de ETA, está por andar casi todo el camino en la liberación de las mujeres maltratadas.

Por muchas buenas palabras que despachen las ministras de la cosa, por muchos minutos de silencio que se guarden, por muchos días con lazos blancos que se cuelguen en la monotonía del almanaque, mientras no se rompa el velo que ampara una ideología tan criminal como el machismo, mientras no se aísle a quienes amparan esa supremacía moral del macho, seguirá habiendo lunes que irrumpan con sangres y con lágrimas de mujeres rotas, como Ana, que ha sido esta semana el rostro de nuestro tiempo sin esperanza.

(Publicado en Diario IDEAL el día 22 de octubre de 2009)

2 comentarios:

blasru dijo...

qué te voy aq contar que no sepamos...

Manuel Madrid Delgado dijo...

Pues sí, qué me vas a contar... Cuando la ley, con la pretensión de proteger a las víctimas genera el "daño colateral" de dar amparo a las impostoras y de machacar a los inocentes, por mor de una inseguridad jurídica pasmosa, la ley se convierte en injusta. A no ser que no siga siendo válido el viejo dicho: "más vale que se queden sin castigo mil culpables antes de que un sólo inocente sea condenado", o algo así.
Un abrazo.