viernes, 15 de mayo de 2009

EN GRANADA



Siempre he querido quedarme en los años que dejé en Granada, en los amigos de diamante y las noches alegres, en los libros leídos bajo los álamos silbantes, o en las aburridas clases de derecho administrativo y por supuesto en las miradas más anchas que nunca he mirado, y para limpiarme he vuelto a Granada de cuando en cuando, acompañado ya de María Luisa, que respira en el Mirador de San Nicolás como un manojo de tomillo al viento. A mí, el recuerdo de Granada me dejó esté sabor de flores en la boca y me hubiera gustado que el destino nunca me hubiera llevado de aquellos años en los que fui y fui radiante. Y siento que, como en la canción de Carlos Cano, mi cabeza rueda y rueda y rodando vuelve siempre a Granada, donde era posible escribir versos sobre el temblor de las campanas, en la tierra tensa y todavía fecunda de la Vega, en las tardes esparcidas desnudas como golondrinas por el espacio que se extiende más allá de la proa de piedra roja que es la torre de la Vela. En Granada –ah vida derretida– yo intenté unos ojos terribles, como de poeta maldito, y en las tardes de mayo la vida ofrecía pan de chopos y palmeras, mientras los niños –lo advierte el poeta– jugaban en Plaza Nueva a la rueda-rueda… Rodar, rodar, vivir… luego morir.

Cada estación me trae una nostalgia distinta de Granada, una añoranza diferente de tardes crucificadas en los rincones donde la carne temblaba con temblores de sueños imposibles. En Granada también he sentido algunos miedos solos y de hondísimo frío, como si mañana fuese a dejar de existir la Alhambra y se hundieran con ella y amarillas, en un naufragio gris, todas las personas que quiero y todas esas cosas o instantes en los que me siento persona y libre. Pero luego, claro, Granada elevaba sus días de junio caminando sobre las horas, como planetas que no giran si no los impulsa el viento de no sé qué amor, con una esperanza y un anhelo pálido y muy potente. Y ahí era posible ser feliz. De hecho es ahí, en esas primaveras hechas con flores de sal y brotes de espigas de luna y de pobreza, donde he sido realmente feliz. Y es ahí, en los mayos y junios ya perdidos –que ahora amontono en el corazón como llorando carbón y cenizas de ciprés– donde de verdad he comprendido que sólo puedo ensayar una felicidad si las sonrisas de mi mujer o de mi hijo las acompaño con recuerdos y horas de Granada, con cuadernos que ya han envejecido y en los que conservo tantos poemas tontos.

Me he topado con algunos de esos versos que forman mi prehistoria como persona y que dicen que “después de morir me quedaré en Granada”. Quedarme en Granada, regresar para siempre, no haberme ido nunca y estar aún paseando en sueños por el Camino del Avellano: ¿no es todo parte de esa misma rueda de la vida, del torno del tiempo que cambia dulces de calabaza por amarguras? Me quedaré en Granada, lamido por la orilla taciturna del Darro, a la sombra de la torre de Santa Ana, en la calle más hermosa del mundo paseando para siempre y hecho ya pura sombra.

(Publicado en Diario IDEAL el día 14 de mayo de 2009)

6 comentarios:

Antonio M. Medina Gómez dijo...

Solo he de darte las gracias, Manuel, cada vez que escribas sobre Granada.

Un abrazo, maestro.

Mauricio Martín Gómez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Monte:

Manolo, muchas gracias por tus artículos....... Muchas veces no te das cuenta de lo que tienes y tienen que venir de fuera para recordártelo.

Si no puedo estar en Úbeda, que no me muevan de Granada.

Un abrazo.

mariam dijo...

También yo le agradezco su texto, aunque no le conozco. Granada y la nostalgia de Granada creo que son una y la misma...aun cuando se la pasea ya se siente la punzada de lo que se pierde...y así su texto nos traslada al aire de Mayo y mañana fresca que se respira, en un fugaz olvido del tiempo, en Granada.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Medina, no hay nada que agradecer cuando se escribe de Granada. Es un placer hacerlo.
Me resulta curioso que se haya suprimido el segundo comentario. Era interesante, porque hacía reflexionar sobre aquellas cosas de la Granada que conocí en los 90 y que según parece ya no existe. En realidad puede que la ciudad que cada uno hacemos en nuestro interior no se corresponda nunca con la ciudad de fuera, y que el tiempo modifique las visiones o que nuestras melancolías las distorsionen. Lleva razón Marian en que Granada es lo mismo que la nostalgia de ella, y esto, que puede ser positivo porque nos asegura que siempre poseeremos una ciudad hecha a nuestra imagen y semejanza, tiene también su lado negativo, en la medida en que la realidad desmiente (¡qué tozuda es la realidad!) nuestras nostalgias.
No entiendo, de verdad,por qué se ha suprimido ese comentario, que hubiera querido comentar antes de no haber sido porque he estado imposibilitado unos días. Por cierto, a Mariajo si la conozco y la aprecio, y conocí mientras estudiaba en Granada a un tal Nacho, de Guadix, pero perdí todo contacto con él cuando acabe la carrera.
Monte, lo cotidiano es casi siempre un manto que oculta el valor de... lo cotidiano. Tú tienes la inmensa suerte de vivir en Granada y tal vez por eso no sientes esta nostalgia que tenemos los que hace demasiado tiempo dejamos de vivir allí. Un abrazo.
Ah, y perdón a todos por tardar tanto en contestar vuestros mensajes.

LOPEZ dijo...

Manolo, al leer tu hermosa entrada de blog dedicada a Granada, de nuevo he sentido la leve caricia de esa brisa al despuntar el día en aquella entrañable estación de Jódar donde nuestros padres nos veían alejarnos en aquellos trenes regionales buscando un futuro mejor.
Me pasa igual que a ti, aún tenemos un vínculo, un cordón umbilical que nos une a Bib-Rambla, Doctores, Pajaritos, Triunfo, Recogidas... y que de vez en cuando nos obliga a volver.
No sé cómo será la Granada cotidiana de los primeros años del siglo XXI, pero estoy de acuerdo contigo que la Granada de los 90 es la que ha afianzado nuestro particular andamiaje como personas.

Te felicito por tu blog. Muchas gracias por impregnarnos con esa esencia nostálgica que tanto echamos de menos.