viernes, 7 de noviembre de 2008

O KEYNES O FRIEDMAN



Son indecentes. Pueden ser otras cosas, pero a mí me parece que los que dicen esas cosas son indecentes: no puede uno, por muy ministro de nosequé que sea, decir que toca apretarnos el cinturón y arrimar el hombro. No hombre, no: que algunos tienen el cinturón más que apretado y llevan arrimando el hombro mucho tiempo y por sueldos de risa que dan para comer pollo y hacer cuentas a partir del 10 de cada mes. Así que los ministros y toda la caterva de políticos vividores deberían dejar de decir estas sancedes. Mejor harían –ante la gente y ante su conciencia, suponiendo que no la tengan depositada en la caja fuerte de un banco suizo– apretando el cinturón y aflojando la cartera los que se lavan con champán y se limpian el culo con lonchas de jamón ibérico. O exigiendo que arrimen el hombro los que durante los años de las vacas engordadas con el sudor de los currantes, se llevaron las vacas, las ordeñaron, las hicieron filetes y se las comieron y ahora dejan las boñigas para que las limpiemos nosotros. Si en los tiempos buenos no subieron los sueldos pero sí los beneficios de bancos y empresas, ¿por qué en los tiempos malos tienen que ser los trabajadores los que se sacrifiquen para apuntalar las ruinas provocadas por las alegres invenciones financieras de unos golfos?, ¿por qué no se limitan las indemnizaciones y los sueldos y los beneficios de los bandoleros que se sientan en los consejos de administración de los negocios del mundo?

La crisis está mandando a millones de personas a ese cajón de sastre en el que conviven la desesperanza y el rencor: la clase política es profundamente estúpida y está repitiendo las condiciones que en los felices 20 permitieron el florecimiento de los totalitarismos –Italia vuelve a ser el abanderado de lo que viene detrás–. Conocen lo ocurrido hace ochenta años: masas de gentes desesperadas se lanzaron en brazos de los iluminados que prometían la redención y la prosperidad. Lo que tendremos que recordar dentro de unos años es que esa desesperación está siendo causada por estos políticos, que se resisten a abrirle las puertas a Keynes y a meter en la cárcel de la historia a Friedman y a Reagan y a Teatcher.

La perdiz está ya más que mareada: el imperio del capitalismo sin trabas ni ataduras ha fracasado. El Estado democrático –que aspiraba administrar los asuntos del mundo con la diligencia de un buen padre de familia– fue asaltado por la revolución conservadora y neoliberal y quedó reducido a la nada. Y de pronto, en los bordes del abismo se descubre que el Estado vuelve a ser necesario. Los totalitarios del capitalismo –Bush y los suyos– quieren que cuando saque las castañas del fuego el Estado se retire, hasta que vuelvan a pintar bastos. Pero el Estado tiene que venir para quedarse: ya tenemos ejemplos históricos para comparar. Y para elegir: o el mundo próspero y ordenado del bienestar socialdemócrata y demócratacristiano o la barbarie animal de los neoliberales y los neocons. O Keynes o Friedman, no hay más.

(Publicado en Diario IDEAL el 6 de noviembre de 2008)

1 comentario:

El Hermano Montgolfier dijo...

Se puede decir más alto (en mayúsculas, por ejemplo) pero no más claro.