Para hoy tenía pensado un artículo diferente a los tostones que desde hace año y pico vengo escribiendo para esta columna, algo comprometido, poético y un poco lloroso, como los goterones de Barceló en la ONU, aunque yo no iba a trincar nada de los fondos destinados a los desheredados de Dios, que para eso hay que ser más progre de lo que yo soy. Les juro que tenía pensado un artículo definitivo, consagrador, que iba a ser la carta que un emigrante le escribe a su madre contándole las penalidades por las que pasa en España, ya saben: que si dormir al raso del invierno, que si sopas de caridad que nunca pagan los señoritos del olivar, que si corros en las plazas de los pueblos donde se repiten las mismas humillaciones que vivieron nuestros abuelos, que si tal y que si cual. Eso era lo que el pobrecito emigrante de mi artículo-relato quería contarle a su madre.
Al final no ha sido posible, porque me falta escritor para eso y la carta se ha quedado en propósito y el artículo no es más que otro coñazo con el que IDEAL rellenará un hueco del jueves. Sí, ya sé que alguno de ustedes dirá que tampoco es tan difícil crear un personaje y ponerse a contar desgracias, sobre todo porque contar desgracias es lo más fácil del mundo, con tantas como andan sueltas. Bueno, pues yo no he encontrado el modo.
Verán: la otra noche los emigrantes deambulaban por las calles, buscando un cajero abierto o un trozo de acera resguardado bajo los portalillos de la Plaza Vieja para pasar la noche. Caminaban en grupos, arrastrando maletas o bolsas de plástico en las que caben todas las pertenencias que tienen en la vida: una camisa vieja, un abrigo desgastado, mantas para abrigar el cuerpo debajo de los cartones. Eso es todo. Hablaban en las lenguas antiguas del África que un día abandonaron para buscar la tierra prometida, que no existe para ellos. Otros caminaban solos, y por eso pienso yo que más tristes, porque la soledad hará más doloroso el cansancio y el recuerdo de sus familias y de las miserias padecidas en su corta vida –todos son jóvenes–, el recuerdo de las humillaciones a que nosotros –tan católicos, tan solidarios, tan de izquierdas– los sometemos. Y al acordarme de ellos y de sus ojos suplicantes y de su andar derrotado no he podido escribir esa carta. Porque yo no sé que le diría a mi madre si estuviese solo y pobre en un lugar en el que sus gentes me desprecian mientras andan preocupadísimos porque matan a gatos en un solar abandonado, si tuviese que dormir en la calle, si no pudiera mandar un poco dinero para que a mi hijo o a mi padre anciano no le faltara un vaso de leche. Yo no sé si las lágrimas me dejarían contar esas miserias y mis dolores y mis añoranzas y mi rabia por haber nacido pobre. Por eso no he podido escribir ese artículo tan chulo, por eso al final ha salido esta columna tan sin esperanza como los ojos de los emigrantes. Lo siento, pero hoy me dan asco este mundo y este artículo.
(Publicado en Diario IDEAL el 20 de noviembre de 2008)
Al final no ha sido posible, porque me falta escritor para eso y la carta se ha quedado en propósito y el artículo no es más que otro coñazo con el que IDEAL rellenará un hueco del jueves. Sí, ya sé que alguno de ustedes dirá que tampoco es tan difícil crear un personaje y ponerse a contar desgracias, sobre todo porque contar desgracias es lo más fácil del mundo, con tantas como andan sueltas. Bueno, pues yo no he encontrado el modo.
Verán: la otra noche los emigrantes deambulaban por las calles, buscando un cajero abierto o un trozo de acera resguardado bajo los portalillos de la Plaza Vieja para pasar la noche. Caminaban en grupos, arrastrando maletas o bolsas de plástico en las que caben todas las pertenencias que tienen en la vida: una camisa vieja, un abrigo desgastado, mantas para abrigar el cuerpo debajo de los cartones. Eso es todo. Hablaban en las lenguas antiguas del África que un día abandonaron para buscar la tierra prometida, que no existe para ellos. Otros caminaban solos, y por eso pienso yo que más tristes, porque la soledad hará más doloroso el cansancio y el recuerdo de sus familias y de las miserias padecidas en su corta vida –todos son jóvenes–, el recuerdo de las humillaciones a que nosotros –tan católicos, tan solidarios, tan de izquierdas– los sometemos. Y al acordarme de ellos y de sus ojos suplicantes y de su andar derrotado no he podido escribir esa carta. Porque yo no sé que le diría a mi madre si estuviese solo y pobre en un lugar en el que sus gentes me desprecian mientras andan preocupadísimos porque matan a gatos en un solar abandonado, si tuviese que dormir en la calle, si no pudiera mandar un poco dinero para que a mi hijo o a mi padre anciano no le faltara un vaso de leche. Yo no sé si las lágrimas me dejarían contar esas miserias y mis dolores y mis añoranzas y mi rabia por haber nacido pobre. Por eso no he podido escribir ese artículo tan chulo, por eso al final ha salido esta columna tan sin esperanza como los ojos de los emigrantes. Lo siento, pero hoy me dan asco este mundo y este artículo.
(Publicado en Diario IDEAL el 20 de noviembre de 2008)
3 comentarios:
Creo que poca gente se pone en la parte del inmigrante para ver lo que sienten. No nos preocupamos más que de atacarlos y decir que si hacen tal o hacen cual, y muchos sin saber que lo que las mafias les ofrecen para que vengan nuestro país es el paraiso. Se gastan los ahorros de una vida para venir a pasar más penurias que en su tierra natal.
Gran problema y de difícil solucion.
Amigo Manolo:
Tu carta es sincer y muestra tu sentimiento más profundo y el respeto que te sugieren los emigrantes, y debes publicar esa carta del emigrante a su madre.
Tú tienes más pluma que escritores consagrados, te lo digo yo que he leido mucho.
Tu magnífica pluma y tu pensamiento honesto, es un canto a la libertad y a la defensa del desprotegido...
Enhorabuena amigo, sigue así y no cambies nunca.
Un abrazo José.
Por aquí, Pepe, se hace lo que se puede, que no es mucho. Conozco mis limitaciones. De todos modos, nuevamente gracias por los piropos.
Un saludo.
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