Ya saben que los españoles vivimos encantados de habernos conocido y que, ¡a la bim a la ban a la bimbombán!, somos los mejores del mundo entero en todo, lo que nos invita a regalar lecciones magistrales sobre cualquier asunto que se cruce por nuestro camino. ¿Hay elecciones primarias en los partidos de los Estados Unidos?, pues nuestros políticos no opinan para no interferir en el proceso; ¿los bancos del mundo entero nos llevan a la catástrofe?, pues nuestro gobierno pone como ejemplo a los bancos españoles, especialistas en exprimir a los pobres ciudadanos. Y así con todo: y es que España debería tener un puesto preferente en todos los foros internacionales, para que no se adopten decisiones sin saber qué opinamos por aquí del asunto y qué ejemplo podemos dar para que todos lo sigan.
La valía de la sociedad española está más que demostrada. De hecho nuestra valía es tan grande que una madre que le pega una bofetada a su hija es condenada a 9 meses de cárcel, que son los mismos que de Juana Chaos pasó en prisión por cada una de las personas que asesinó. Y es que los españoles valemos tanto y somos tan molones que hemos convertido el disparate y el matonismo en los rasgos que mejor nos definen.
Porque somos una sociedad disparatada en la que ser matón es lo que se lleva, se potencia, se respeta y se tolera desde un sistema educativo en el que no se puede castigar a los niños que ya apuntan maneras, no sea que se traumaticen. A los que sí se puede traumatizar, faltaría más, es a los niños que acuden a la escuela a aprender matemáticas o historia, que también hay que tener unos padres imbéciles para que te manden a eso a la escuela, cuando allí puedes aprender –con la complicidad de las autoridades y de las asociaciones de padres– a hacer del gamberrismo tu forma de vida, traumatizando impunemente a los niños pacíficos y cobardones que no responden a hostia limpia cuando les roban la torta del desayuno, les pisan las gafas o les rompen los cuadernos. Y esto –que lo sepan esos padres que ahora se muestran sorprendidos porque “no hay autoridad” en el instituto en que un grupo de matones siembran el terror– no es culpa de ningún director ni de ningún profesor: es culpa de una casta política ciega ante la situación de la educación y, sobre todo, de unos padres que son los que más eficazmente se han negado a que sea el profesorado el que ejerza la autoridad legítima en los centros educativos, y los que más han contribuido a que los profesores no le regañen ni castiguen a sus pobreticas criaturas, que ya sabemos lo bueno que es el angalico de cada uno y lo prestas que andan las denuncias si el maestro le dice que tiene que esforzarse más o le planta un cero como una sandía. Porque no olvidemos que con las descabelladas normas educativas de España la autoridad de los directores ha desaparecido –como si fuese la autoridad de una bestia parda y no de un funcionario que representa a un poder democráticamente constituido– y se ha suplantado por consejos y consejillos escolares para los que lo primero es que a los alumnos no se les exija, no se les obligue a esforzase, se les regalen los aprobados y, por supuesto, no se les castigue bajo ningún concepto. De todos esos polvos vienen estos lodos, que no se habrían producido si los padres hubieran salido en defensa del profesorado cuando era atacado, vilipendiado y ofendido.
Javier Marías lo avisaba en El País Semanal hace algunos domingos: el gran drama de este país es que ha considerado que las normas de urbanidad, el respeto a los demás y la autoridad –aún la autoridad democrática– son cosas de fascistas. Cosas de pijos, de gentes del pepé. Se comienza por consentir que se pueda estar con la gorra dentro del aula y se acaba de matón en la puerta de una discoteca, pisoteando el pecho de un muchacho, de “un niño pijo y rico”, ha dicho la madre del criminal, tal vez para justificar la hazaña de su hijo. Y es que se trata de eso, chavales: de que a un niño pijo –y aquí ya es pijo cualquier niño o joven que estudie, que se esfuerce y que no atormente a los demás– se le puede dar caña, leña. Es lo que tiene el matonismo: que es justiciero y pone fin a los resabios fascistas de los que defienden la urbanidad, la educación y el respeto a las normas básicas de convivencia –dejarle el asiento del autobús a un anciano o a una embarazada, no poner la música a todo volumen en la sala de espera del médico, no aparcar sobre la acera impidiendo el paso de sillas de ruedas y carricoches de bebé o pedir las cosas por favor y dar las gracias–, que son los mismos que defienden que democracia no es sinónimo de que cada uno haga lo que le dé la gana. El gran drama de este país estúpido es que no queremos ver que la autoridad de Franco era ilegítima porque se asentaba sobre una montaña de escombros y de cadáveres, pero que eso no resta ni un ápice de legitimidad a la autoridad de la democracia.
Un nuevo estudio de esos que los organismos internacionales hacen para intentar avergonzar a los españoles y hacernos espabilar dice que nuestras universidades son las últimas del mundo desarrollado –seguramente también son las últimas de parte del mundo subdesarrollado, pero ese no ha entrado en el estudio–. Pese a nuestro desparpajo vital, los españoles suspendemos en todo. Bueno, en casi todo: ni en paro ni en matonismo hay quien nos gane. Ahí tenemos matrícula de honor, un 10 ganado a pulso. Y cuidado con que alguien quiera quitárnoslo, que aquí damos un puñetazo en menos que se santigua un cura.
La valía de la sociedad española está más que demostrada. De hecho nuestra valía es tan grande que una madre que le pega una bofetada a su hija es condenada a 9 meses de cárcel, que son los mismos que de Juana Chaos pasó en prisión por cada una de las personas que asesinó. Y es que los españoles valemos tanto y somos tan molones que hemos convertido el disparate y el matonismo en los rasgos que mejor nos definen.
Porque somos una sociedad disparatada en la que ser matón es lo que se lleva, se potencia, se respeta y se tolera desde un sistema educativo en el que no se puede castigar a los niños que ya apuntan maneras, no sea que se traumaticen. A los que sí se puede traumatizar, faltaría más, es a los niños que acuden a la escuela a aprender matemáticas o historia, que también hay que tener unos padres imbéciles para que te manden a eso a la escuela, cuando allí puedes aprender –con la complicidad de las autoridades y de las asociaciones de padres– a hacer del gamberrismo tu forma de vida, traumatizando impunemente a los niños pacíficos y cobardones que no responden a hostia limpia cuando les roban la torta del desayuno, les pisan las gafas o les rompen los cuadernos. Y esto –que lo sepan esos padres que ahora se muestran sorprendidos porque “no hay autoridad” en el instituto en que un grupo de matones siembran el terror– no es culpa de ningún director ni de ningún profesor: es culpa de una casta política ciega ante la situación de la educación y, sobre todo, de unos padres que son los que más eficazmente se han negado a que sea el profesorado el que ejerza la autoridad legítima en los centros educativos, y los que más han contribuido a que los profesores no le regañen ni castiguen a sus pobreticas criaturas, que ya sabemos lo bueno que es el angalico de cada uno y lo prestas que andan las denuncias si el maestro le dice que tiene que esforzarse más o le planta un cero como una sandía. Porque no olvidemos que con las descabelladas normas educativas de España la autoridad de los directores ha desaparecido –como si fuese la autoridad de una bestia parda y no de un funcionario que representa a un poder democráticamente constituido– y se ha suplantado por consejos y consejillos escolares para los que lo primero es que a los alumnos no se les exija, no se les obligue a esforzase, se les regalen los aprobados y, por supuesto, no se les castigue bajo ningún concepto. De todos esos polvos vienen estos lodos, que no se habrían producido si los padres hubieran salido en defensa del profesorado cuando era atacado, vilipendiado y ofendido.
Javier Marías lo avisaba en El País Semanal hace algunos domingos: el gran drama de este país es que ha considerado que las normas de urbanidad, el respeto a los demás y la autoridad –aún la autoridad democrática– son cosas de fascistas. Cosas de pijos, de gentes del pepé. Se comienza por consentir que se pueda estar con la gorra dentro del aula y se acaba de matón en la puerta de una discoteca, pisoteando el pecho de un muchacho, de “un niño pijo y rico”, ha dicho la madre del criminal, tal vez para justificar la hazaña de su hijo. Y es que se trata de eso, chavales: de que a un niño pijo –y aquí ya es pijo cualquier niño o joven que estudie, que se esfuerce y que no atormente a los demás– se le puede dar caña, leña. Es lo que tiene el matonismo: que es justiciero y pone fin a los resabios fascistas de los que defienden la urbanidad, la educación y el respeto a las normas básicas de convivencia –dejarle el asiento del autobús a un anciano o a una embarazada, no poner la música a todo volumen en la sala de espera del médico, no aparcar sobre la acera impidiendo el paso de sillas de ruedas y carricoches de bebé o pedir las cosas por favor y dar las gracias–, que son los mismos que defienden que democracia no es sinónimo de que cada uno haga lo que le dé la gana. El gran drama de este país estúpido es que no queremos ver que la autoridad de Franco era ilegítima porque se asentaba sobre una montaña de escombros y de cadáveres, pero que eso no resta ni un ápice de legitimidad a la autoridad de la democracia.
Un nuevo estudio de esos que los organismos internacionales hacen para intentar avergonzar a los españoles y hacernos espabilar dice que nuestras universidades son las últimas del mundo desarrollado –seguramente también son las últimas de parte del mundo subdesarrollado, pero ese no ha entrado en el estudio–. Pese a nuestro desparpajo vital, los españoles suspendemos en todo. Bueno, en casi todo: ni en paro ni en matonismo hay quien nos gane. Ahí tenemos matrícula de honor, un 10 ganado a pulso. Y cuidado con que alguien quiera quitárnoslo, que aquí damos un puñetazo en menos que se santigua un cura.
6 comentarios:
¡Enhorabuena!
Este articulo es de lo mejorcito que he leido en mucho tiempo, dices verdades como puños, y los que de alguna manera tenemos cerca el problema, al que haces referencia( el de la educación en concreto)agradecemos que lo expongas tan alto y sobre todo claro.
Un saludo.
PD: Si no te importa voy a enlazar tu blog al mio.
Manolo, como casi siempre no puedo estar más de acuerdo con tu articulo. Los que lo vivimos día a día (nosotros seguramente en mayor medida por nuestro trabajo) sabemos que la situación que expones no ha hecho mas que empezar. Esto va a peor y no hay voluntad para pararlo.
Muchos derechos y ningún deber y no le reproches nada que lo traumatizas.
Así hemos llegado a esta situación.
Lleváis razón, en que esto posiblemente es sólo el inicio de un mal camino. Conforme se avance más en el modelo LOGSE y en los presupuestos ideológicos y morales que lo sostienen, se abundará más en la creación de personas amorales para las que todo vale y a las que no se les puede hablar de esfuerzo, sacrificio, compañerismo o tolerancia hacia los demás. Lo peor es que esto está pasando delante de los ojos de toda la sociedad española sin que nadie haga nada. Un día le oí comentar a una persona que hoy es director de un IES en Úbeda que la culpa es tanto de la derecha como de la izquierda: de la derecha porque sólo está preocupada porque se de religión católica en las escuelas; de la izquierda porque está en manos de papanatas que se piensan que todo el mundo sirve para estudiar y con ese argumento han llenado la escuela de vagos, maletantes y matones. ¿Tiene esto visos de cambiar? Sinceramente de lo que tiene visos es de cambiar... a peor.
Estando de acuerdo en todo lo que comentas, en mi modesta opinión, el problema de la educación en este pais, no radica sólo en tal o cual modelo educativo, sino en que es un tema de confrontación partidista. Hasta que no se trate la educación como un asunto de estado, como puede ocurrir con el terrorismo, donde todos caminemos en la misma dirección, no empezaremos a dar los pasos necesarios para volver a encauzar este tema, porque cuestiones a resolver hay muchas y va para largo.
Me gustan tus artículos y este especialmente.
Ese es el problema, que para nadie esto es un asunto de Estado. Esto es, ya lo he dicho más arriba, otro motivo más para hacer política de bandería: que si la religión, que si los planes de apoyo para los que tienen 16 años y se dedican a gamberrear, que si Ciudadanía, que si esto o lo de más allá. Y en el fondo España está dilapidando su futuro: dentro de veinte o treinta años serán evidentes las grandes carencias de este país por culpa de la LOGSE y sus secuelas. Costará mucho tiempo, muchos años y mucho esfuerzo recuperar todo lo que ahora se está dilapidando. Y lo peor es que se habrá condenado a cohortes enteras de ciudadanos españoles a la ignorancia más espeluznante sin que nadie sea responsable de nada.
A todos los que estén interesados en este tema les recomiendo que busquen (en internet la descarga es gratuita, o en la librería) el "Panfleto antipedagógico" de Ricardo Moreno Castillo: es imposible encontrar un documento que desmonte con tanta fuerza argumental y moral el actual sistema "educativo".
Por lo demás, saludos y gracias por los piropos.
Entre otros sitios, una de las ediciones del Panfleto Antipedagógico lo tienen en la biblioteca de vbeda.com
El enlace es
http://www.vbeda.com/ricardo_moreno/index.php
Un saludo.
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