viernes, 30 de diciembre de 2011

LOS INOCENTES





Pero en el conjunto alegre que forma el nacimiento con las mil ocupaciones de sus pastores y sus labriegos se cuela —oscuridad furtiva— una imagen desgarradora que perturba el orden de la felicidad proclamada por los querubines: en el castillo de Herodes unos matones vestidos de soldados romanos (!) sujetan a los bebés por los pies mientras levantan la espada, o amenazan con el puño a sus madres que intentan ocultarlos entre los pliegues de los mantos pardos. Es la esquematización en barro de ese paseo de la muerte que en el cuadro de Pieter Brueghel «El Viejo» llama a las puertas para que las madres entreguen a los hijos, y que se los devuelve, sobre la nieve sucia, para que lloren sus cadáveres acunados en los regazos. La matanza de los inocentes parece cortar el hilo de la Navidad: la alegría que se anunció a los pastores y las pavesas de paz que las galaxias dejaron caer sobre los poblados de corcho, se han visto ensangrentadas. De pronto. Sin motivo: ¿no podía haberse evitado? La matanza tal vez remuerde la conciencia de Dios. En «El Misterio de los Santos Inocentes», Charles Péguy hace interrogarse a Dios: su Hijo huía hacia Egipto mientras esos inocentes pagaban por Él: «yacían en el suelo, en el polvo y en el barro, abandonados sobre los cuerpos de sus madres». La matanza chirría en el corazón de la Navidad: los inocentes no han sido asesinados por causa de Jesús —«no sólo por su causa»—, «sino por él, valiendo por él». También la matanza chirría en el fondo del corazón de lo divino, como si la muerte fuese inabarcable e incontrolable. ¿También para Dios? ¿Qué misterio quería desvelarnos Dios con ese crimen fundador?

Péguy dice que es más fácil «destruir que fundar; / y hacer morir que hacer nacer; / y dar la muerte que dar la vida». El mal siempre encuentra un camino expedito, mientras que los caminos del bien son estrechos y angulosos y están cuesta arriba. El mal, que es fácil, empacha; por el contrario el bien, que es difícil, alimenta y hace crecer. La facilidad del mal. Por eso, aunque los Santos Reyes han intentado burlar a Herodes, los personajes del mal se han introducido violentamente en el guión de la esperanza, que «es una niña muy pequeña», según Péguy. ¿Y qué sentido tiene el mal dentro de la función de la Redención? ¿La matanza de los niños —que se ha enquistado, como un tumor voraz, en las montañas del belén— nos brinda alguna enseñanza? Precisamente esa: la facilidad con la que puede segarse la esperanza, que es un brote que tiene que ser cuidado para que se transforme en árbol poderoso. Y así la leyenda de los Santos Inocentes cobra sentido en el plan general de la Navidad, que nos susurra al oído: «Ahí tenéis la esperanza —ofrenda débil y preciosa— asediada por las fuerzas del mal, por la codicia y la sed de sangre, por la insensibilidad de los que no se conmueven con el llanto y la angustia de los niños. Ahí tenéis la esperanza, recién nacida cada mañana, para que la cuidéis y la llevéis al oasis del corazón cuando sintáis que galopa por el fondo pedregoso del alma el ejército de una derrota, la mesnada de un odio, la división acorazada del mal.» He ahí el misterio que nos desvela Dios con esa metáfora de la esperanza que son los Santos Inocentes: que dentro de nosotros actúa «esa libertad que es el misterio de los misterios», y que podemos empeñarla en acunar a los inocentes o en segar sus vidas, en acrecentar la esperanza o en empedrar los caminos de la desesperación.

«Toda vida procede de la ternura», dice el Dios de Péguy. Una frase preciosa. Y valiente. Que nos compromete. Sobre todo ahora que el ajuste —que es sufrimiento y sacrificio, de los inocentes, principalmente— se proclama como una virtud. Contemplamos el cuadro desgarrador en una esquina del nacimiento y nos preguntamos quién puede frenar la espada que cae sobre los inocentes, quién puede rescatar a la esperanza de las cadenas que la atan: y la respuesta está rodeada por un buey y una mula. La ternura, es la ternura el arma que nos brinda la Navidad para evitar las lágrimas de los inocentes.

(IDEAL, 29 de diciembre de 2011)