lunes, 19 de diciembre de 2011

VÁCLAV HAVEL





De pronto, al enterarme de la muerte de Václav Havel, me han venido a la memoria mis años de estudiante en Granada, en los que devoré “Cartas para Olga”, “La responsabilidad como destino” o “El poder de los sin poder”, esos libros en los que el presidente checo desgranaba sus profundas convicciones. Hoy sé que Havel influyó mucho en mi manera de pensar y de entender el compromiso político y cívico, y su ejemplo de entrega y de honestidad me hizo comprender la grandeza de la vocación pública y política cuando de verdad se presta con generosidad, pensando en los demás y sin traicionar los ideales; mi trabajo en el Ayuntamiento se ha encargado, después, de desarmar las pulsiones políticas que tuve en la juventud, enseñándome que vocaciones y ejemplos como el de Havel son estallidos fugaces en la historia, que la política es otra cosa y que es una cosa que ensucia. Anoche, sin embargo, todas aquellas ilusiones de servicio público y compromiso que Václav Havel me regaló revivieron de forma muy intensa: cuando las hordas neoliberales encabezadas por frau Merkel están destruyendo Europa —el concepto moral de Europa, el proyecto ético europeo— la muerte de Havel revive las ascuas de la Europa digna de la que yo me siento ciudadano, una Europa en la son más necesarias que nunca unas inolvidables palabras del intelectual checo: vivimos uno de esos momentos históricos, una de esas encrucijadas decisivas, en las que el político debe actuar “simplemente como un hombre honrado”, olvidando análisis y cálculos relativizados, porque “la súbita aplicación de medidas humanas directas en medio del mundo deshumanizador de los manejos políticos puede obrar como un rayo que ilumina con su clara luz al paisaje confuso”. Medidas humanas: qué necesario se hace reivindicarlas ahora que han convencido a la mayoría de que la única política posible es la de las medidas del sufrimiento y del dolor, la política que nos devuelve a la infamia social del siglo XIX y que abre de par en par las puertas del radicalismo y de la violencia políticas que degeneraron en el totalitarismo contra el que Havel luchó.

Pero Václav Havel se ha muerto. Y con él una de las voces más altas y decentes de la historia europea de los últimos cincuenta años, uno de los últimos cantores de la esperanza colectiva. Defensor insobornable de la libertad y de la democracia, del compromiso cívico, de la capacidad de los ciudadanos, que son aquellos que no tiene poder, para instaurar un poder que renuncie “a los sugestivos argumentos de la capitulación”, defendiendo que hay alternativas, que siempre hay alternativas al pensamiento único —al pensamiento único del burdo estalinismo y al pensamiento único del sibilino neoliberalismo— y que “la pérdida real no equivale a la pérdida moral, y que la victoria moral puede convertirse más tarde en la victoria real, mientras que la pérdida moral jamás lo hace”. Qué ejemplo, qué palabras, cómo nos piden que nos aferremos a los mástiles de los derechos tan duramente conseguidos, de las libertades que nos han hecho mejores, para no sucumbir a los cantos de las sirenas transformadas en hienas. Cómo nos restauran la confianza en una especie de “sí, podemos”, para que sea posible que “la verdad vuelva a ser la verdad, el juicio, buen juicio, y el honor, nuevamente honor.”

Václav Havel era un hombre grande, que nos enseñó que la libertad tiene su épica, pero también que la democracia es la gestión normal de la cotidiano, con sus contradicciones y sus mil problemas. Havel era un hombre grande: en una de las cartas que le escribe a Olga desde la cárcel le cuenta que lo que lo ha atormentado en los últimos días es un terrible dolor de muelas, y en esa tensión entre el arco esperanzado de la libertad y la necesidad de aplacar los sufrimientos cotidianos encontramos la verdadera dignidad de un político, de un pensador, de un artista imprescindible en nuestras vidas que nos regaló una esperanza para fortalecer el ánimo y el espíritu, la conciencia cívica, incluso en tiempos tan oscuros y tan duros como los que vivimos y se avecinan: que la gente sepa, que todos nosotros sepamos, “que siempre se pueden conservar los ideales y su núcleo esencial; que es posible hacer frente a la mentira; que hay valores por los que vale la pena luchar; que aún existen líderes en quienes confiar; que ninguna pérdida política inmediata justifica un escepticismo histórico total, si los afectados son capaces de soportar dignamente su derrota.”

Al ver la foto de un Havel sonriente en las páginas de los periódicos que hablaban de su muerte he vuelto a sentirme como aquel joven cargado de esperanzas que fui hace muchos años.

1 comentario:

E. Santa Bárbara dijo...

Era un gran hombre, perseguido por sus firmes convicciones democráticas y su defensa de los derechos humanos. Por estos motivos, a pesar de pertenecer a una familia acomodada, padeció mucho en su juventud y fue perseguido.

A pesar de los años que han pasado, recuerdo que en Praga todo el mundo hablaba de él con gran admiración y enorme respeto.

Descanse en paz.