viernes, 2 de diciembre de 2011

COLAS





El centro de Madrid tiene ese encanto supremo de los lugares que son propicios para vivir una temporada, con esa sensación de abandono, libertad y despreocupación que todos necesitamos de cuando en cuando. Pasea uno por la Gran Vía, la Plaza de Callao o el Paseo del Prado y cuando toma el tren en Atocha tiene la sensación de que ha formado hogar en medio de la masa, apretada, que pasea y compra y sonríe o que arrastra sus tristezas por debajo de los escaparates y de la iluminación navideña que derrochan luz como si la crisis no fuera con ellos. El pasado fin de semana estuvimos en Madrid con unos amigos, y como siempre, ha revivido en mi interior esa sensación de que una parte de mis habitaciones íntimas está pintada y amueblada con elementos de este “rompeolas de todas las Españas”. Y sin embargo, lo que más me llamó la atención no fueron las luces de la Navidad o la profesionalidad de los camareros de los bares de Madrid o... No, nada de esos elementos que le hacen a uno sentirse cómodo en medio del ambiente despiadado de Madrid: lo que me llamó poderosamente la atención fueron las colas gigantescas, monumentales, que había formadas delante de cada administración, de cada quiosco, de cada puesto de lotería.

Al volver en el tren, el domingo ya de anochecida, pensaba que España no es más que una inmensa, una larguísima cola de personas pacientes y resignadas, que han renunciado a su condición de ciudadanos, porque saben que la única esperanza que nos queda es la que nos brinda el décimo verde de la lotería de Navidad o el boleto de la primitiva o del euromillón. Es tal la sensación de fracaso que la lotería se ha convertido en una válvula de escape, en la única posibilidad de huída, y no sólo metafóricamente: mi sueño, para el 22 de diciembre, es poder marcharme al extranjero con un décimo premiado con “el gordo” y nacionalizarme noruego o suizo, y buscarme la vida allí, donde todavía hay certezas y seguridades y decencia cívica y política, y pagar allí mis impuestos, para que Manuel pueda tener un futuro mejor que el de camarero que le ofrece este país. Cada día que pasa me resulta más difícil sentirme ciudadano de un país fracasado que la única oportunidad que le brinda a sus súbditos —a esa condición hemos quedado relegados— es la de la cantinela de los Niños de San Ildefonso y el runrún de los bombos cargados de bolas que sólo el azar puede hacer que se crucen con nuestro destino, iluminándolo con la sonrisa fugaz del cava descorchado.

Imposible saber qué contiene el saco personal de cada uno de esos compatriotas que aguardaban su turno en las colas de la lotería, imposible saber qué desean cuando piden el número tal o la terminación cual, imposible saber si los veinte euros que cuesta el boleto son una parte mínima del dinero de que disponen o han sido juntados con muchas privaciones, poniendo en esos cinco números toda la posibilidad de felicidad y redención y de salvación de su casa y de sus hijos. Las colas devoraban las losas de la Calle del Carmen y de la Puerta del Sol con esa lentitud de lo fatal, con la sensación de agobio terminal acrecentada por el sol que iluminaba el frío de Madrid, las colas que avanzaban lentamente, como adormiladas, como escapadas de un cuadro de Gutiérrez Solana o de una página de Valle Inclán o de diálogo de Fernando Arrabal, majestuosas en su testimonio de derrota colectiva. La luz crepuscular que ascendía por la Gran Vía, desde la Plaza de España, o por la Calle Mayor, desde la Plaza de Oriente, dibujada sobre el suelo de Callo o de Sol las sombras de esos cientos de españoles. Sombras de una ilusión colectiva que ha terminado en pesadilla y que sólo la lotería —ya sólo la efímera suerte de la lotería— puede trastocar en mueca sonriente. Qué burla todo.

(IDEAL, 1 de diciembre de 2011)

4 comentarios:

Uvejota dijo...

Amigo Manolo, esperando estoy con impaciencia y sobre todo con ilusión, que alguno de tus artículos rezume algo de optimismo, y si no puedes, inyecta algo de esperanza.
Hazlo al menos ahora que entramos en estas fechas tan entrañables de la Navidad.
Todo cuanto escribes es cierto y compartido con tus lectores, por supuesto también conmigo que como sabes, te sigo a diario.
Sé como está el país, y como estamos el pueblo, no tengo nada de iluso, pero no me obligues a dejar de leerte para evitar una depresión, jejeje...
Entre tanto artículo derrotista, ¡¡Mete alguno (aunque sea de canto), con cierto tinte de optimismo y esperanza, dándole, por consiguiente un voto de confianza al reciente cambio social acontecido!!
Con el ruego sincero de que perdones mi osadía por corregirte, recibe....
Un abrazo
v.j.

Anónimo dijo...

"¿Un voto de confianza al reciente cambio social acontecido?"

Lo único que ha habido es un cambio de gobierno.
Un cambio social es otra cosa bien distinta.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Querido Vicente.
¿Ilusión? ¿Esperanza? ¿Puede tenerla quien tiene mujer, hijo, recibos de banco y un sueldo ajustado que posiblemente van a volver a bajar como si fuésemos apestados y causantes de todos los males del país? ¿Confianza en un cambio político que lo único que promete son más sacrificios, más ajustes, que se traducirán en más sufrimiento para millones de compatriotas, los más débiles? De verdad que no encuentro ni un sólo argumento, ni una sola razón para algo contrario al derrotismo.
Abrazos.

Anónimo dijo...

Pues yo te veo un poco negativo, asqueado y creo que la vida no merece la pena vivirla asi. Tienes un sueldo, al menos tú tienes un sueldo, tiempo libre para disfrutar de tu hijo que está sano, una esposa a la que abrazarte y hablar con ella, tío eres un afotunado, deja ya tanta meláncolia y disfruta lo que la vida te ha dado.