martes, 21 de junio de 2011

21 DE JUNIO





Se equivocan todos aquellos que, sensatamente, odian el verano y piensan que un día como hoy, 21 de junio, cuando comienzan oficialmente los tan temidos días de calor, sudor e infinito cansancio y malaleche, es un día cualquiera. No, no es cierto: hoy queda un día menos para que llegue el 21 de septiembre, un día menos para que llegue el 21 de diciembre. Aunque hoy tengamos el ánimo encogido ante la perspectiva de lo que se nos viene encima, no podemos resignarnos: hoy empieza a terminar el verano. Un día como éste, es siempre un día menos.

Mientras tanto, a rezarle al bendito invierno, a ver si se obra algún milagro milagrosísimo y una ola de frío polar nos visita mediado julio: «Padre Invierno que estás en el frío, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu escarcha y háganse tus hielos así en la tierra como en el cielo; danos hoy la lluvia nuestra de cada día; perdona nuestros veranos así como nosotros perdonamos a los que los adoran; no nos dejes caer en el calor y líbranos de agosto, amén.»

9 comentarios:

E. Santa Bárbara dijo...

Totalmente de acuerdo. No soporto el calor y no me importa que haga frío.

Algunos, de un plumazo, vamos a acortar bastante el verano. Yo suelo hacerlo cada año, marchándome a paises en los que, como mínimo, uno debe andar en julio en mangas de camisa (mientras mis paisanos se cuecen por aquí).

Saludos.

Manuel Madrid Delgado dijo...

“paises en los que, como mínimo, uno debe andar en julio en mangas de camisa”. Eso es el mundo civilizado. El problema social de España es el calor: un país con estos veranos es imposible que funcione. Y eso tiene difícil arreglo.
Por lo demás, lo tuyo no es verano ni es na: o te vas fuera o te vas al apartamento de la Costa del Sol. ¡Valiente verano! Verano es cocerte en un piso con una criatura de dos años y pico.
¡Qué ganas tengo de que llegue ya el buen tiempo!
Abrazos.

Miguel Pasquau dijo...

Qué bueno el padrenuestro...
Sin embargo, hago una enmienda a la totalidad, a tu entrada y al comentario de mi amigo Eugenio: yo amo el verano, y particularmente el día del solsticio de verano, que es hoy. Es un día cenital, con una noche encapsulada y pequeñita, pero mágica. El día más largo, la noche más corta. Día hermano del día de San Juan. Algo parecido a la felicidad cósmica.

Me entusiasma y me entusiasmó siempre la anchura del verano, la luminosidad fulminante de un mediodía volviendo a casa, el lento declinar de la tarde hacia las horas amables del atardecer. En el verano el tiempo se abre, se expande, como si quisiera abrazar la vida entera.

Me apasionan las noches de verano, en las que todo es verdadero.

Vivo para vivir veranos de interior: de Úbeda, de Granada. Si es posible, en el campo entre chicharras, con la expectativa del fresco de la noche. El invierno es un paréntesis. Preguntádselo a las tortugas, a las hormigas.

Amo junio, y en julio, aunque siga trabajando, ya estoy en otra atmósfera en la que importan las cosas que importaron siempre: la lectura, el cine (de verano), unas zapatillas blancas para los niños, la sombra de un árbol o el frescor de una iglesia, la cerveza rendida del mediodía y la exultante del atardecer, el tiempo exento de colegios y deberes, los horarios familiares relajados.

El calor es lo rotundo, nada de tibiezas y componendas. Las estrategias caseras para soportarlo (persianas, cortinajes, corrientes de aire) son sabiduría.

Así que amigos, hombres de invierno, apartaos, haceos a un lado, que llega el dios verano., bienvenido, palmas y vítores, ¡¡viva el verano!!

PD: saludos, Eugenio...

Miguel Pasquau.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Miguel, yo me crié en la calle Don Juan en una casa grande, muy grande, con corrales empedrados y una alberca de piedra y cal. Aquello era como vivir en el campo y los veranos eran algo maravilloso, una especie de tesoro que yo no cambiaría por nada. Pero los recuerdos, aquellos recuerdos, no alivian los veranos de ahora, en un piso y con un crío. Y no son lo mismo los veranos de la infancia que yo viví en aquel paraíso que la que le espera, por ejemplo, a mi hijo encerrado en un piso... Supongo que él no podrá recordar nunca sus veranos como ese paraíso, como ese edén que son para mi.
Alguna tarde iremos a la piscina municipal para que Manuel se bañe, pero eso no es ningún paraíso (qué sosiego para sestear, para leer, para simplemente dormitar ensoñando y pensando sin rumbo puede haber allí) sino una especie de infierno de grado inferior, otra forma de penar que por lo menos sirve para que nos evadamos de la penalidad de los pisos que hierven. Y nosotros, por suerte, la mayoría de fines de semana podemos ir a bañarnos al chalet de unos amigos en el Campillo... Y luego las vacaciones en agosto, en Garrucha, que sí permiten recobrar el amor al verano que yo también tuve una vez. Pero este todo el triste plan de choque que uno puede ofrecerle al verano. ¿Los días luminosos, la luz durísima, la alegría de los vencejos, la cerveza fría, las siestas infinitas, los grandes novelones de verano...? Claro que sí, claro que todo eso me gusta. Claro que me gusta la anchura que el verano le ofrece al alma, la posibilidad de leer a los clásicos bajo un cielo cuajado de estrellas (qué infinito placer Sófocles o Séneca en las noches de julio, que plenitud), la sensación de infinitud, estos días pletóricos de vida, esos mercados llenos de las frutas más ricas. Pero ocurre que el verano es bastante menos igualitario que el invierno, bastante menos democrático: todo eso es más difícil que todos podamos disfrutarlo por igual. No lo disfruta lo mismo quien no trabaja que quienes tenemos que hacerlo, no lo disfruta igual quien tiene la suerte de tener un pedacito de campo en el que cantan las chicharras mientras duermes la siesta que quien tiene que dormir la siesta en el dormitorio recalentado de un piso, no todo el mundo puede salir todas las tardes a tomar cerveza en las terrazas... En el invierno, sin embargo, con el brasero y un buen libro, que son algo al alcance de todos...
Lo malo del verano, lo realmente malo, es eso: que esta hecho para que vivamos como niños que saben ser ricos con una humilde alberca, con un corral con piedras lavadas cada tarde, con un puñado de libros y de juguetes, ociosos, despreocupados. Pero ya no tenemos alberca ni corrales de guijarros, ya no tenemos ese horizonte de no tener preocupaciones para poder leer sin tasa y ya no estamos ociosos.
Sea como sea, abrazos veraniegos.

Anónimo dijo...

Yo,como buen simplón, soy de los que disfruto de los cambios sean a frío o a calor...

Si nos gusta el fresquito, es porque hemos sufrido el tedioso verano. Sin ese contraste es imposible caer en la cuenta de ello.

Hala, a cocerse.

Saludos.

Anónimo dijo...

Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, eso es claro. El invierno por ejemplo le puede gustar a mucha gente, yo lo empiezo a detectar por la dureza de la aceituna en las frías mañanas de diciembre o enero.
Pero en verano los días largos y calurosos se prestan a hacer cosas interesantes como practicar deporte a la caida del sol, beber una cerveza bien escarchaita (a ver quien me dice a mí que no está más rica la cerveza en verano), disfrutar de una buena charla con amigos cualquier noche de verano sentado frente a la puerta de Sta María o en la ronda de los miradores, y como olvidar los veranos de campamentos junto a tantos amigos y buena gente...
Sí, los veranos están tan bien como cualquier otra estación, solo que el calor lo endurece.

Francisco Javier Torres López dijo...

Aunque la llegada del verano me pilla especialmente en un momento personal desafortunado, el verano, esa estacion breve y fugaz del año, me llena de entusiasmo y optimismo.
Yo tambien sufro los efectos del calor, pero bendito y maravilloso calor que nos permite vivir la naturaleza con menos ataduras, dormir sin mantas, ver los dias mas largos y los amaneceres mas luminosos. Las tardes se prolongan y las noches invitan al esparcimiento y a la libertad de los espíritus adormecidos en la escarcha del triste, gélido y sombrio invierno.
Pero no te preocupes, Manolo, que si lloras porque ha terminado el invierno, las lágrimas te impediran disfrutar del verano. Y hay cosas que solamente se disfrutan en verano, cosas pequeñas, cosas sencillas, cosas de todos los dias: una ducha con agua fresquita, una tárde plácida y larga, una siesta sin prisas, una cervecita en la terraza. Además, te vistes mas rápidamente, no necesitas tanta ropa, y puedes comerte a besos, en contacto con la piel, a tu manolin, que estará rollizo y en plena vitalidad, mientras chapotea incluso en la bañera de tu casa.
Y no te preocupes que el verano es demasiado fugaz; antes de que nos demos cuenta habrá llegado la feria y el cambio horario. De pronto, en un dia de octubre las tardes serán tan cortas que a las 18,00 h. ya será de noche y no te apetecerá salir de paseo a montar en los columpios a tu niño. Comenzaremos a taparnos con las faldillas de la mesa camilla y a enchufar los braseros, y la vida empezará a replegarse hacia el cuarto de estar. LLegará el frio, con tu oración o sin ella.
Saludos y a disfrutar de lo que hay

CEIP VC CAZORLA dijo...

No creas, Manolo. Mis vacaciones son cortas. El SAS no pone sustitutos y a mi mujer sólo le dan 15 días en julio. Tengo que exprimirlos al máximo. El 19 de julio tiene ya que trabajar y yo me hartaré de este calor que me impide, incluso, conciliar el sueño.

R. dijo...

¡Viva el Otoño, si lo hubiera!!!