miércoles, 31 de marzo de 2010

LOS SANTOS INOCENTES


Iban delante de las procesiones, con su inocencia en los ojos como un pregón de ternuras; delante del primer penitente, delante de la banda, con sus ropas torpes y humildes, con sus gafas gruesas... Siempre delante de las procesiones: aquel que todos recordamos haciendo como que tocaba la trompeta, a voz en grito, en el centro de la calle; aquel otro pegado a las aceras, controlando que no hubiese nadie por debajo del bordillo y diciéndole a la gente que si no se subía a la acera “no toca la banda”... Todos los conocíamos y todos –crueles– nos reíamos de ellos: le pedíamos que tocara más fuerte y él lo hacía; nos bajábamos de la acera para que se irritara viendo que la cofradía se nos echaba encima y que ocupábamos el lugar del penitente, y nos ordenaba tajante –serio y completamente convencido de su importantísima función– que volviéramos a la acera para que la banda pudiera tocar…

Esos “santos inocentes” eran parte del panorama de nuestra Semana Santa de ayer, un tiempo algo indecente en el que era lícito reírse de los diferentes, utilizarlos para la chanza y la broma. Cada generación, cada procesión, había tenido siempre “su santo inocente”, que abría el guión con su particular cometido por nadie encomendado pero que ellos habían asumido no sabemos porqué extraños mecanismos de sus mentes, caminando lentos y con las manos en la espalda mirado en derredor suyo con expectación y satisfacción.

Ahora, por suerte, ya no van delante de las procesiones, porque aunque digan que nuestras sociedades no tienen valores y demás monsergas, hemos aprendido que ningún ser humano –y menos cuanto más débil sea– puedae servir de burla. Hemos mejorado en eso y el hecho de que no haya ningún “santo inocente” que toque la trompeta delante de la reluciente cruz guía ni ningún otro que asuma la tarea de ordenar las filas de los espectadores, dice mucho de lo recorrido en los últimos años. Esos inocentes objeto de nuestra saña y causa de nuestra risa han sido sustituidos por gigantescos manojos de globos de colores, que siempre están presentes donde más tapan la salida de la procesión o donde más estorban la fotografía. Manojos de colores que provocan no risa sino cabreos –“¡quítate, qué no veo!”– y barraqueras de chiquillos encabronados –“¡papaaaaaa, yo quiero un glooooobo!”–.

(Publicado en Diario IDEAL el día 30 de marzo de 2010, Martes Santo)

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