viernes, 26 de marzo de 2010

PARÁBOLA DE LOS GUSANOS



La emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, era realmente bella: en los retratos de Tiziano aparece como un silueta de cristal, delicada y dispuesta para ser quebrada por el aire. De ella se enamoró –platónicamente– el duque de Gandía, Francisco de Borja y Trastámara. (¿Cuántas veces no nos hemos enamorado nosotros de cosas que relucen por fuera, que nos apabullan con sus esplendor dorado y primaveral...?) Pero he aquí que, en la plenitud de la vida, el aire quiebra el cristal: la emperatriz muere en Toledo durante un parto, desangrada; y al duque de Gandía le toca en suerte –desgraciada suerte– acompañar el cadáver de su señora hasta Granada, donde había pedido ser enterrada. (El cortejo fúnebre transporta el cuerpo de la reina por los duros caminos manchegos; atraviesa la errante comitiva el escarpado paso de Despeñaperros y transita por las lomas de Jaén y los dulces campos granadinos, bajo el calor de mayo... y la emperatriz había ordenado que no se la embalsamase...)

Cuando llega a Granada, se detiene el séquito imperial en la Cruz Blanca –hoy rodeada de bloques de pisos, de hoteles, de avenidas llenas de coches–, en el paraje ameno de la Fuente Nueva, a la vista misma de las puertas de la ciudad. Allí esperan a la emperatriz las autoridades granadinas y los frailes que se harán cargo del cadáver para darle sepultura. El duque de Gandía abre el ataúd para dar testimonio de que la carne que hay dentro del mismo es la carne sin vida de Isabel de Portugal: pero la emperatriz ya está descompuesta, hinchada, el rostro desfigurado, los órganos malolientes... Y el noble exclama, espantado, que no puede jurar que esa sea la emperatriz, pero que sí jura que fue su cadáver el que se puso en el ataúd. Para Francisco de Borja descubrir el espanto de la muerte, sus huellas horribles, supone un aldabonazo terrible, un terremoto cósmico que sacude sus más íntimas convicciones: ante la reina ya pasto de los gusanos se convence de la vacuidad del bordado en oro y de la seda, de lo transitorio y fugaz de la belleza externa. Descubre –-horrorizado– que debajo de la cara amable y los labios elegantes y del busto insinuado e insinuante, ya bullía el nido de gusanos, ya pregonaban su imperio las voces de la ceniza y de la muerte, descubre que estaban vacías desde antes de cerrarse las cuencas de los ojos castaños de Isabel de Portugal.

...Nosotros también andamos encandilados por lo bello, ciegos ante una belleza de oropeles y brillantes estampas y de rasos refulgentes, arrebatados por la llama de lo efímero... Pero nos diferencia de San Francisco de Borja el hecho de que no somos capaces de destapar la caja del misterio, porque somos cobardes y nos espanta descubrir que debajo de lo impactante, que dentro de lo reluciente, que después de lo sublime, sólo quedan los gusanos. Los pomposos, los engolados gusanos, los insobornables gusanos de la podredumbre... ¡Pero cuánto bien nos haría mirar en el fondo de las cosas, por debajo de sus veladuras, hasta llegar a su tuétano! Sólo así sabríamos que nuestras cosas son sólo verdaderas por lo que esconden dentro, en su difícil luz de mariposa o su cotidiana miseria adobada de larvas, poblada de gusanos.

(Diario IDEAL, 25 de marzo de 2010)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me interesa tu articulo, pero lo dejé a la mitad por el simple hecho del fondo negro y letras blancas, creo que tu blog puede tener una mejor combinación de colores.