martes, 2 de marzo de 2010

LAS HIENAS EXIGEN CARNAZA




Conseguir los derechos de que hoy disfrutamos ha costado mucho esfuerzo, muchos sacrificios y demasiadas sangres y demasiadas lágrimas a lo largo de la historia: la jornada de 8 horas, el subsidio de desempleo, la indemnización por despido... no han estado siempre ahí. Para que los trabajadores podamos contar con esa protección fue necesario que muchos de nuestros abuelos pelearan duro, casi siempre en la izquierda. No hay que ocultarlo: la mejora en las condiciones de vida de los trabajadores es una conquista histórica de la izquierda, algo arrancado por el movimiento obrero a lo largo de muchas luchas.

No es plan de hacer un repaso histórico a las condiciones de vida de los trabajadores en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX; son de sobras conocidas: jornadas interminables, salarios de hambre, trabajo infantil, condiciones inhumanas en las viviendas... Aquel páramo de pobreza hacía imposible la convivencia democrática y los estados democráticos tal y como los conocemos nosotros no fueron posibles hasta 1945, cuando ya fue imposible impedir la implantación de los derechos sociales reclamados por la socialdemocracia o el sindicalismo. En España, el propio franquismo tuvo que dar pasos en el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, impulsado por los residuos del falangismo social, y el Estado de 1978 se constitucionalizó sobre los ejemplos europeos construidos en la postguerra mundial bajo el influjo de la socialdemocracia.

La combinación de libertades públicas y derechos sociales ha hecho posible la más fructífera etapa de convivencia pacífica en Europa y España; la garantía de que las clases más desfavorecidas tenían asegurada una mínima seguridad ha sido suficiente para desactivar los radicalismos políticos que hicieron posible la democracia tantos años. El modelo europeo parecía significar un grado superior de civilización, que reconocía el derecho de todos los seres humanos a vivir dignamente de su trabajo, el derecho a estar protegidos por la sociedad frente a la voracidad y la rapiña de los poderosos, y las posiciones excluyentes parecían descartadas de nuestro imaginario. Ahora, sin embargo, amparados por los desmanes de la crisis que ELLOS han provocado, los poderosos –los empresarios, los banqueros, los políticos de la peor derecha y los de la izquierda que gobiernan como los de la peor derecha, que son casi todos, y mejor no citar ejemplos cercanos– reclaman una vuelta encubierta a las condiciones laborales del siglo XIX, las mismas condiciones que provocaron la fractura la de la paz social, las que empujaron a los trabajadores desesperados a las garras del totalitarismo comunista, las condiciones que provocaron la miseria y la hambruna y el sufrimiento de cientos de miles de niños. Y es que la CEOE y su miserable presidente, piden un contrato de semiesclavitud: que se pueda contratar a los jóvenes por debajo del salario mínimo, que no tengan Seguridad Social ni desempleo ni indemnización por despido. Esto no es nuevo, está en la historia: es un contrato para que los jóvenes tengan que hacer lo que los empresarios quieran, cómo quieran, en las condiciones que quieran. Es un contrato para privar de futuro a los jóvenes españoles, para negarles el mañana y la esperanza. Es un contrato para acrecentar el odio y la rabia y la desesperación y el resentimiento.

Da igual que este contrato no salga adelante: el empresariado español ya se ha retratado. Y da miedo pensar que hay gente que quiere eso para su país. Porque esto que postula Díaz Ferrán, que debería estar encarcelado por lo que ha hecho con sus trabajadores, nos conduce al caos. Algunos nos invitan, postizamente, al optimismo. Pero yo sólo veo razones para estar preocupado, muy preocupado. Y triste, muy triste, por el país en el que mi hijo va a tener que vivir. Ojalá tuviera los medios y el coraje para emigrar de aquí, por mi Manuel, porque España comienza a oler a podrido.

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